La Hermandad de las Espadas (43 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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De súbito perdió toda su fe en las ideas que le habían parecido tan brillantes hacía unos momentos. Lograr que Fafhrd volviera a dormir a pierna suelta (como ella le había prometido una y otra vez cuando trataba de despertarle) en cuanto llegaran a un lugar apropiado parecía lo más juicioso. Recordó un hechizo de sueño infalible que su madre le había enseñado. Cuanto antes se lo recitara a Fafhrd tanto mejor. Cuando volviera a estar totalmente dormido de nuevo, ya no sería responsable de él.

Tal vez el hechizo también surtiría efecto en ella, y tal vez era eso lo que necesitaba ella misma para reponerse: un buen sueño.

La idea de quedarse dormida con el capitán Fafhrd parecía muy atractiva.

Habían regresado a casa de Cif sin encontrarse a nadie por el camino. Le alivió ver que la puerta estaba entornada. Pensó que la cerraría.

Interrumpió su suave monólogo con Fafhrd, pero sin dejar de apretarle el brazo, abrió la gruesa puerta y le dirigió al interior. Le
agradó
descubrir que la casa estaba en silencio y que el capitán Fafhrd, como estaba descalzo, no hacía más ruido que ella.

Entonces, cuando habían cruzado la mitad de la cocina, más cerca de la escalera de la bodega que de la que conducían al primer piso (o de la puerta de la sauna), oyó ruido de pisadas arriba, en el dormitorio de Cif. Pensó que era Afreyt.

Tomó una decisión rápida y eligió la bodega porque estaba más cerca y era también el lugar donde conoció a Fafhrd. Además, el norteño respondió al instante a su guía silenciosa, como si aquélla fuese también su propia decisión.

Bajaron a la bodega y la suerte estuvo echada... Se trataba simplemente de si los pasos firmes y decisivos de Afreyt les seguían a la bodega o no. Dedos había conducido a Fafhrd desde el espacio al pie de la escalera visible desde la cocina y le sentó en el banco ante el gran cuadrado sin pavimentar, de tierra margosa, iluminado ahora por una de las duraderas y frías lámparas de aceite de leviatán. Pero la muchacha no se atrevió a apagarla, por muy inapropiada que fuese para dormir, pues si Afreyt veía que la bodega estaba encendida seguramente bajaría a investigar.

Las pisadas bajaron por la escalera de arriba, recorrieron cinco pasos por la cocina y se detuvieron en seco. ¿Había observado la luz en la bodega y bajaría a apagarla?

Pero los instantes dieron paso a los segundos y éstos a los minutos, o por lo menos se alargaron de una manera insoportable, y seguía sin oírse sonido alguno. Era como si Afreyt se hubiese muerto allí arriba o sencillamente se hubiese evaporado. Finalmente Dedos, para dejar de cansarse o entumecerse y sufrir un calambre en el cuello o un hombro y hacer un brusco movimiento involuntario., avanzó paso a paso silenciosamente y se sentó en el banco al lado del capitán norteño, desviando el rostro del cuadrado de tierra sin pavimentar.

Sintió que le invadía un cansancio cada vez más profundo, se olvidó de que Afreyt escuchaba y se apresuró a recitar en voz baja el hechizo de sueño, de manera que tanto ella como el capitán pudieran beneficiarse plenamente del mismo.

Entretanto, algo muy interesante y que Dedos no sospechaba en absoluto le había sucedido a Afreyt.

Se había despertado sola poco antes del alba y oído el deshielo, y había abierto la ventana que daba al cabo y el disco lunar, a tiempo de observar la prodigiosa navegación de la chalupa nubosa airiliana, con la querida de Fafhrd y su travieso séquito, y oyó las últimas notas de la rápida marcha que cedió el paso a la oleada de risas burlonas.

A continuación, Afreyt había observado desde lejos a la garbosa y ambiciosa camarera de a bordo, Dedos, que parecía despertar y luego vestir a su padre mágicamente rejuvenecido (pues la mujer había notado muchos otros parecidos entre padre e hija, además del color del pelo), y luego caminaban despacio hacia la casa de Cif, contándose sus respectivas historias, pensó Afreyt, pero sobre todo murmurando acerca de su gran amor incestuoso (pues al fin y al cabo, ¿de qué otra cosa tenían realmente que hablar?), y mientras la dama de Fafhrd reaccionaba así a sus múltiples traiciones, se ató furiosamente los zapatos, se puso la bata y bajó apresuradamente la escalera para enfrentarse a los bribones.

Cuando vio que no estaban, Afreyt dedujo lo que Dedos había previsto acerca de la luz en la bodega. Pensó unos momentos y entonces para sorprenderles, se arrodilló y en silencio se desató los zapatos que tan furiosamente se había atado, se los quitó y bajó de puntillas sin hacer el menor ruido.

Pero cuando entró de repente en la bodega, los encontró a los dos de espaldas a ella, sentados en el banco y contemplando el cuadrado de tierra sin pavimentar, Fafhrd con la cabeza apoyada en el pecho de Dedos, «tendido en su regazo», como suele decirse, mientras ella empezaba a recitar en voz meliflua algo que parecía el hechizo de sueño de su madre pero que en realidad, como había revelado inadvertidamente a Brisa y Afreyt la segunda mañana tras la llegada del frío, al recitar los últimos cincos versos individualmente inocuos, era el más terrible de los hechizos de muerte quarmallianos que le enseñó bajo hipnosis

Llama al petirrojo y el abadejo

puesto que sobre umbrías arboledas revolotean

y con hojas y flores cubren

los cuerpos sin amigos de los hombres enterrados.

Llama en su socorro funerario

a la hormiga, el ratón de campo y el topo

para que levanten montículos que le mantengan caliente

y a salvo de todo dolor o daño brutal...)

Mientras Afreyt oía recitar a Dedos el primero de esos ocho versos, vio emerger verticalmente desde la tierra blanca a la izquierda del cuadrado sin pavimentar una pequeña cabeza de serpiente o extremo de tentáculo, y en seguida aparecieron muy cerca y a cada lado un segundo y un tercero, luego un cuarto más corto alineado y a la misma breve distancia a la izquierda y, finalmente, un grueso quinto se alzó solitario a dos pulgadas por delante de los restantes, y entonces la mujer vio que las cuatro cabezas de serpientes o tentáculos estaban unidos por sus bases a una palma y, junto con el grueso miembro separado, constituían los dedos de una mano enterrada que se abría paso hacia arriba emergiendo del suelo, mientras que muy por debajo de ella la tierra reveladora caía tras un aparente tamizado.

Afreyt se estremeció al presenciar este prodigio, y mientras escuchaba el recitado de los versos segundo y tercero, al parecer inocuos, y se daba cuenta de que la situación debería ser diferente y que Fafhrd jugaba un papel más pasivo de lo que ella había sospechado, se inició una segunda y mayor emergencia, la de una cabeza detrás y a la derecha de la mano, cuya peluda coronilla cubierta de tierra se iniciaba al nivel de la palma.

La frente, que emergía con un ritmo nivelado similar al de la mano, tenía un brillo amarillo más intenso del que podría achacarse a la luz blanca de leviatán, lo cual le recordó a Afreyt el sueño de Cif en el que el Ratonero llevaba una máscara amarilla resplandeciente, y ése fue el primer indicio que tuvo la mujer de la identidad del viajero subterráneo. Ya era evidente que la mano emergida estaba unida a y dirigida por la cabeza que ahora se alzaba, y Afreyt, temblando de terror ante aquella visión tan antinatural, por lo menos no hubo de temer los movimientos rápidos y escurridizos y los tanteos de una mano errabunda hostil y separada del cuerpo.

Mientras escuchaba la vocecilla clara de la muchacha que recitaba el cuarto verso un tanto siniestro del hechizo de muerte quarmalliano, que Afreyt ya sospechaba que era algo por el estilo (Dedos todavía no), los ojos debajo de la mente emergente salieron a la luz y se abrieron.

Afreyt reconoció en seguida los ojos grises del Ratonero, vio que estaban fijos en Fafhrd y llenos de temor por él, y que se trataba del mismo temor a la muerte. En aquel momento ella habría dado cualquier cosa por saber si los ojos de Fafhrd estaban abiertos o cerrados, si el Ratonero había realizado su deducción por la expresión que tenían o por la extrema palidez de su camarada u otro síntoma físico. No pensó (por lo menos todavía no) en levantarse y mirar por sí misma. Su temor reverencial ante lo que estaba sucediendo, más que el miedo (aunque era grande) la paralizaba.

De hecho, Fafhrd tenía los ojos cerrados a causa del hechizo, el cual actuaba por etapas, verso a verso, desde el sueño a la muerte.

Decios, que recitaba el hechizo de muerte que Quarmal le enseñó hipnóticamente tras su rapto y que ahora creía que era un hechizo de sueño de su madre (como él le dijo que era) vio emerger de la tierra la misma figura que Afreyt, pero esa visión no acaparó su interés. Confió en que no obstaculizaría su recitación del hechizo y sus efectos en Fafhrd y ella misma. Tal vez era el comienzo de un sueño que compartirían.

El Ratonero había perdido la conciencia en el subsuelo, cuando examinaba la habitación del mapa y cámara de nigromancia sepultada y se formulaba preguntas sobre la Isla de la Escarcha.

Ahora recobró el conocimiento y vio que la cabeza, los hombros y un brazo habían emergido en una bodega familiar de aquella isla y con las respuestas a sus preguntas bien a la vista: Fafhrd agonizando en los brazos y contra los senos de la hija (la quarmilliana) que había tenido con la esclava Friska, y la recitación no intencionada del hechizo de muerte por parte de la niña.

¿Quién si no podía ser el asesino indicado por el solitario punto rojo en el mapamundi de Quarmal? Y así, lo que el Ratonero debía hacer en seguida para salvar a su querido amigo del peor mal de la vida (incluso antes de inhalar el aire no racionado que anhelaba, estirar los músculos acalambrados o saborear el vino por el que clamaba su garganta seca) era contrarrestar aquel hechizo de muerte chascando los dedos tres veces, como acababa de ver que hacía Quarmal para detener el asesinato con fines instructivos de su hijo Igwarl a manos de la hermana de éste, Issa.

Y, si el Ratonero sabía algo sobre las reglas de la magia y los métodos de Quarmal, era preciso ejecutar perfectamente los chasquidos, efectuarlos sin tardanza y ruidosamente, o de lo contrario serían vanos sus intentos de salvar la vida de Fafhrd.

Mientras Afreyt escuchaba a Dedos recitar los idílicos quinto, sexto, séptimo y octavo versos del hechizo (pero acercándose a los desagradables que les había «deletreado» cuando estaba rendida de fatiga la segunda mañana del frío), la mujer isleña vio desconcertada y molesta que el viajero subterráneo (en el momento en que emergía su boca, entrecerrada para aspirar el aire y evitar la entrada de tierra) agitaba vigorosamente la mano libre, como si fuese un trapo de limpieza del que quitara el polvo sacudiéndolo, y entonces colocaba cuidadosamente la yema del dedo corazón contra la del pulgar por encima de los dedos anular y meñique doblados contra la palma, y contra los cuales el dedo corazón bien tenso descendió ahora con celeridad.

Fue, sencillamente, el chasquido de dedos más ruidoso que Afreyt había oído jamás. Así un dios muy impaciente llamaría a un ángel reprensiblemente extraviado.

Y como si aquel chasquido prodigioso no bastara para demostrar lo que se proponía, le siguieron con una rapidez preternatural no uno sino dos repeticiones del mismo sonido, cada una algo más sonora que la anterior, lo cual, como sabe todo jugador experimentado, no es un desafío que deba apoyarse, un logro por el que apostar.

Los chasquidos de dedos del Ratonero ejercieron su efecto deseado en los ocupantes de la bodega, incluido él mismo.

Afreyt se puso en pie. Dedos guardó silencio y el hechizo de muerte de Quarmal quedó cancelado. Los tañidos de campana dejaron de sonar, la camarera de a bordo cayó hacia atrás. Fafhrd se desplomó de costado contra ella.

Esto debería haber facilitado a Afreyt la visión del Ratonero, pero no fue así. El esfuerzo empleado en los formidables chasquidos de dedos habían interrumpido su capacidad de emergencia. Como si el tiempo hubiera retrocedido a aquella noche de luna de los Sátiros llena en la colina del Patíbulo, su contorno se debilitó, la luz hasta entonces firme de la lámpara de leviatán osciló, su emergencia se hizo más lenta y se detuvo sin que hubiera llegado a la cintura y empezó a hundirse de nuevo en la tierra.

Fijó lastimeramente su mirada en Afreyt. Abrió los labios y emitió un bajo gemido, como el de un fantasma cuando despunta el alba, de una tristeza infinita.

Afreyt se arrodilló ante el cuadrado sin pavimentar. Hundió las manos en la tierra y la revolvió, pero no encontró nada. Se puso en pie y se volvió hacia las dos personas caídas.

El hombre con piel de niño y la muchacha yacían como si estuvieran muertos, pero un examen atento revelaba que sólo estaban dormidos.

28

Cif raspó cuatro veces con la paleta de madera la pared frontal del túnel, arrancando pequeños terrones y granos de arena suelta que le cayeron en las botas y a su alrededor.

La lámpara cíe aceite de leviatán a sus espaldas arrojaba la sombra de su cabeza sobre la nueva zona de la pared frontal del túnel así descubierta y la recién añadida piel de serpiente de nieve (la vigésimotercera desde el pozo) insuflaba aire cálido del exterior, donde la luna de los Sátiros se había puesto dos horas antes y el brillante sol llevaba casi el mismo tiempo en el cielo.

Cif llevaba trabajando en la pared frontal del túnel todo ese tiempo, lo había ampliado por lo menos dos pies y hecho así espacio para otro tramo de la blanca y flexible tubería, que acababa de ser añadida.

Con la mano libre palpó, en lo más hondo de su bolsa, la anilla de latón, lo bastante ancha para servir como anillo de dos decios, con la que Mikkidu le había saludado aquella mañana, diciéndole que había sido recuperada durante la excavación de la noche anterior y era (como ella bien sabía) un objeto del que el capitán no solía separarse. Su contacto era tranquilizador para Cif.

Consideró que le quedaba otra hora de trabajo en la pared frontal antes de que su ímpetu flaqueara y tuviera que ceder su lugar a Rill, la cual le ayudaba ahora y sólo llevaba abajo media hora.

Pero había llegado el momento de efectuar una de las comprobaciones que realizaba cada cuarto de hora.

—Cubre la lámpara —le ordenó a Rill.

La dama con la mano izquierda mutilada colocó alrededor de la lámpara que ardía fríamente un grueso saco negro que ató por la parte superior. El túnel quedó oscuro como la brea.

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