La Hermandad de las Espadas (40 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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Afreyt la miró burlonamente.

—Ah, entonces no le has hablado de nuestro... —Dejó la frase sin terminar.

—Pero apenas éramos más que unas niñas cuando sucedió —protestó Cif.

—Es cierto —replicó Afreyt—. Si mal no recuerdo, apenas teníamos catorce años. Pero te estás cayendo de sueño, amiga mía. Y, a decir verdad, yo también.

25

La próxima vez que el Ratonero recobró el conocimiento, había olvidado no sólo quién sino qué era.

Se preguntó por qué una criatura que habitaba en la oscuridad y que sólo era un fláccido receptáculo carnoso no lo bastante húmedo para su propia comodidad y ocupado por dos hileras semicirculares de piezas juntas, duras, lisas y cortantes que encajaban limpiamente y por una especie de ciego caracol sésil que se dedicaba interminablemente a explorarse, hacer lo mismo con el recipiente, que lo contenía y aprovechar el aire vital procedente del seco y granuloso exterior, tenía que estar equipado con una mente capaz de dominar mundos enteros de vida y experiencia.

El receptáculo sensible en cuyo interior moraba el incansable molusco conocía el poder de su mente por la variedad y rápida secuencia de sus pensármelos y recuerdos inescrutables y misteriosos que a cada momento amenazaban con estallar y manchar con su claridad de vivos colores la oscuridad omnipresente. Conocía su entorno seco, granuloso, apelmazado, por un amortiguado resplandor amarillo, tan leve que apenas merecía el nombre de luz. Era una especie de visión mortecina encerrada herméticamente en la solidez.

Sin preámbulo o advertencia, se encendió en su mente enterrada la conmovedora imagen de una habitación brillantemente iluminada, en una de cuyas paredes había un mapa del mundo de Nehwon y en otra estantes con libros antiguos. En aquella estancia, un animal bípedo sentado, de aspecto venerable y regio, hablaba silenciosamente a una versión considerablemente más pequeña de sí mismo que estaba de pie ante él, escuchándole atentamente.

La memoria indicó al receptáculo sensible que el animal era un hombre, y entonces, en un destello de intuición, comprendió que tras los bonitos, móviles y rojos bordes conocidos como boca había un receptáculo húmedo como él mismo con hileras de piezas lisas y cortantes llamadas dientes y un ancla inferior llamada lengua y que, como consecuencia de todo esto, debía de estar unido a él un cuerpo como el del animal que veía y ser también un hombre, por muy empotrado que estuviera en la tierra granulosa.

Al instante su mente empezó a recibir una multitud de pequeños mensajes procedentes de aquel cuerpo fijado, el cual resultó estar en posición fetal, con ambas manos tiernamente ahuecadas sobre sus genitales, fláccidos como un trapo tras su tortura por el orgasmo similar a un acceso de estanguria en el abrazo esquelético de la hermana Dolor moteada de azul.

El recuerdo de aquel terrible estallido le hizo preguntarse por un momento si no estaría contemplando otro de los aposentos de Hisvet en Lankhmar Inferior, tal vez el de su padre, el brujo Hisvin, y Cuartita no tardaría en entrar desnuda para dar la alarma... y la temible dama azulada volvería a deslizar su huesuda mano como un ciempiés alrededor de la cintura, por detrás, mientras él yacía atrapado y confinado por la tierra.

¡Pero no! La misma tierra que le aferraba de modo tan íntimo había cambiado profundamente de textura y olor. El Ratonero se dijo que las rocas molidas por la naturaleza para producir aquella tierra habían sido ígneas y metamórficas más que sedimentarias. La humedad que contenía no era la salobre de la Marisma Salada y la desembocadura del río Hlal, sino que tenía la fuerza cortante de los arroyos mineralizados que descienden de Lankhmar. Los efluvios mezclados no eran los de la políglota Lankhmar, sino de una comunidad más profunda y secreta con un olor a setas que saturaba el entorno. ¡Vino de hongos!

Una segunda contemplación de la nueva estancia bajo tierra y sus ocupantes aclaró mucho las cosas. Aunque por un momento hubiera confundido a Hisvin, que tenía el talante de un maestro de escuela y era quisquilloso, con aquel autoritario personaje que hablaba con el joven de aspecto taimado que estaba ante él, la nariz ganchuda, las mejillas carunculadas, el orgulloso rostro de halcón, pero, sobre todo, los globos oculares rojos como el rubí con iris blancos y brillantes pupilas negro azabache..., estos últimos habrían bastado para decirle (de no ser por los restos de la amnesia ocasionada por la tortura) que sólo podían ser los de Quarmal, señor de Quarmall, en muchos aspectos el peor enemigo que tenían él y su amigo Fafhrd.

En cuanto se dio cuenta de esta circunstancia, observó otros indicios de la identidad y lugar de la escena, como una cortina de cuerdas suspendidas que se ondulaba hacia adentro en el extremo de la sala, y detrás de ella, vagamente visible, un monstruo humano de gruesos muslos y brazos cortos que caminaba sin avanzar..., uno de los casi idiotizados esclavos criados especialmente para mover las ruedas de andar que hacían girar los grandes ventiladores de madera que insuflaban aire a los numerosos niveles comunicados mediante rampas de la ciudad sepultada y sus campos de hongos, que eran inmensas salas de techo bajo.

Era incuestionable que el Ratonero volvía a encontrarse a media distancia más de la Isla de la Escarcha de lo que había estado cuando le dio alcance la hermana Dolor mientras espiaba el remedio de Hisvet contra el aburrimiento en las tediosas tardes de Lankhmar Inferior, la distancia semiduplicada..., una hazaña prodigiosa, es preciso admitirlo, de travesía subterránea. A menos, naturalmente, que ambas experiencias fuesen incidentes de una larga pesadilla soñada mientras permanecía someramente enterrado en la colina del Patíbulo, lo cual parecía cada vez más la explicación más plausible de todo aquel embrollo subterráneo, siempre que finalmente fuese rescatado de allí.

Al salir de esta ensoñación, el Ratonero se cercioró de que su somera respiración de aire atrapado en la tierra era todavía espontánea y luego exploró de nuevo la larga habitación con las paredes cubiertas de libros, mapas e instrumentos filosóficos. ¡Cuan característica de la mayor parte de su vida era su situación presente! Estar en el exterior empapado por la lluvia o bajo una intensa nevada o (como ahora) en peores condiciones y contemplando una acogedora morada de cultura, comodidad, compañía y educación... ¿Qué hombre no se volvería hacia el robo y el allanamiento de morada cuando se encontrara con semejante destino a la vuelta de cada esquina?

Pero se dijo que debía ocuparse de nuevo del asunto que tenía entre manos y reanudó su exploración de la espaciosa sala con sus dos ocupantes y medio (el medio era el monstruoso esclavo de la rueda de andar, que se afanaba detrás de la ondulante cortina de cuerdas en el extremo).

El señor Quarmal, que hablaba sin emitir sonido alguno, estaba encaramado en un alto taburete al lado de una mesa estrecha, y el joven atento (cuyas obedientes respuestas o réplicas eran igualmente inaudibles) parecían excelentes ejemplos de la delgadez en la edad provecta y la juvenil... y también de la cautela, a juzgar por sus expresiones. Observó también un parecido familiar en sus rasgos, aunque en los ojos del joven no había rastro de los globos rojo rubí y los iris blancos del viejo, mientras que las largas guedejas del último entre las orejas arrugadas y la coronilla calva carecían de la tonalidad verdosa que mostraba el pelo muy corto del otro.

El Ratonero se preguntó de qué recelaban. Era una lástima que no pudiera oír lo que decían. Recordando que había tenido la misma dificultad para oír a Hisvet y sus doncellas al principio, concentró su atención (o más bien el sentido auditivo oculto) en un esfuerzo para lograr que las palabras le llegaran con la misma claridad que la imagen.

Al cabo de un rato, como no conseguía ningún resultado, se dijo que debía de estar presionando. Relajó la concentración y dejó que su mente vagara. Un gesto de Quarmal con la larga y delgada varita que sujetaba dirigió su atención al gran mapa de Nehwon, cuya hermosa ejecución tentó a Ratonero a examinarlo casi ociosamente durante un rato. Los colores eran casi naturalistas, los azules representaban mares y lagos, el amarillo desiertos, el blanco nieve y hielo y así sucesivamente. Cerca del borde occidental, a corta distancia del Mar Exterior azul oscuro, se alzaba Quarmall en un regio color púrpura, tan claramente como si hubiera un cartel con la leyenda: «Estás aquí».

Al norte de aquel lugar había varios pequeños óvalos blancos, los picos de las Montañas del Hambre. Luego un gran espacio marrón claro con la línea azul del río Hlal serpenteando a su través: eran los campos de cereales. Seguía la desembocadura del Hlal con la ciudad de Lankhmar en su orilla oriental y, por encima, la extensión azul más clara del Mar Interior.

Más arriba se veía la Tierra de las Ocho Ciudades, de color] verde oscuro, que terminaba en el muro coronado de nieve de las Montañas Trollstep y, al norte de la formidable cordillera, la blancura del Yermo Frío. Y lejos, en el ángulo superior occidental, rodeada por el azul profundo del Mar Exterior, la Isla de la Escarcha, que hasta entonces el Ratonero jamás había visto representada en un mapa. Parecía muy pequeña. El héroe sepultado se estremeció al ver representada la distancia que mediaba entre el puerto donde residía y Quarmall. Se dijo que sería mejor que todo aquello fuese una pesadilla.

Su mirada se deslizó hacia el este, más allá del Yermo Frío, y llegó al Mar de los Monstruos y, más allá todavía, otro detalle espeluznante que veía representado por primera vez en un mapa: un borrón negro elíptico con un punto de brillante zafiro azul en el centro. Tenía que ser la Tierra de las Sombras, morada de la muerte. En el Imperio del Este, la representación de aquella zona habría significado la tortura y ejecución del cartógrafo.

Esparcidos por el mapa, pero casi todos cerca de ciudades, había unos enigmáticos puntitos purpúreos y brillantes, junto con un número menor de otros rojos y resplandecientes, como si le hubieran clavado una generosa cantidad de agujas con cabeza de amatista y otra muy inferior con cabeza de rubí. ¿Qué podían significar? El Ratonero observó alarmado que uno de los puntos rojos señalaba la Isla de la Escarcha en el lugar donde estaba Puerto Salado.

En aquel momento el Ratonero se dio cuenta de que llevaba algún tiempo oyendo un débil pero persistente susurro, como el de un conjunto de monstruosas conchas marinas, y comprendió que era el ruido sordo de los ventiladores movidos por esclavos que impedían la sofocación de Quarmall. Habían transcurrido más de diez años desde que el Ratonero estuvo empleado allí como guardaespaldas del príncipe Gwaay y oyó aquel sonido, pero cuando uno lo oía una sola vez, no podía olvidarlo.

Entonces empezaron a llegarle extrañas modulaciones siseantes del mugido confuso que se correspondía con los movimientos más vigorosos de los labios del viejo Quarmal, que eran como los siniestros susurros de fantasmas vengativos. El Ratonero experimentó una oleada de satisfacción cuando identificó provisionalmente el lenguaje como alto quarmalés y otra de júbilo cuando captó la primera frase indiscutible en aquella lengua sibilante, «caravanas con tesoros de Kush», mientras Quarmal señalaba con su larga vara en el mapa aquel reino selvático muy al sur de la ciudad sepultada en la que él gobernaba. Acto seguido el Ratonero oyó todo el diálogo con claridad y comprensión perfectas. Parecía un milagro, una brujería maravillosa, a pesar de la alta opinión en que tenía sus propias habilidades lingüísticas.

quarmal: Si bien es cierto, mi querido Igwarl, hijo de mis entrañas y heredero de mis cavernas, que vengarnos de quienes agravian y calumnian a Quarmall, jamás debe lograrse a riesgo de violar el secreto de Quarmall. Por esta razón los puntos purpúreos en el mapa que representan a nuestros espías y aliados ocultos son mucho más numerosos que los carmesíes, que indican a nuestros asesinos.

igwarl: ¿Así pues, reverenciado padre, los valientes que blanden el cuchillo deben ser siempre superados en número por los que hablan con palabras suaves y los que practican la duplicidad?

quarmal: No muchos de mis asesinos emplean el cuchillo. Algunos arrebatan la vida inapreciable con venenos dulces como el sueño o arrullando con hechizos mortíferos bellos como un sueño de amor.

igwarl: ¿Por qué las cosas no pueden hacerse directamente, como en la guerra?

quarmal: Ah, la impetuosidad de la juventud. Quarmall ya intentó la aventura guerrera y perdió, por lo que ahora actúa de una manera más segura. Permíteme que te formule una pregunta. ¿En quién podría confiar el príncipe de Quarmall para que apoye sus propósitos?

igwarl: En ti, señor. No en mi madre. ¡En un hermano, jamás! Pero puede confiar en sus concubinas, si son hermanas y él las ha adiestrado y las domina.

Desde su punto de observación sepultado, el Ratonero vio que la cortina de cuerdas se abría y una muchacha desnuda pasaba junto al esclavo de la rueda y entraba en la larga cámara. Era de la misma edad de Igwarl, parecía su doble delgado pero fuerte, tenía el mismo cabello rubio verdusco cortado al rape y llevaba ante ella como una espada en posición de acometer un estrecho cuchillo de dos filos. Avanzó inexorablemente hacia el muchacho que no la percibía. Se movía de una manera rítmica pero renqueando un poco, apoyándose en el pie izquierdo. Su semblante era el de una sonámbula, inexpresivo, sereno.

quarmal: ¿Y qué me dices de tu hermana? Issa, por ejemplo. ¿Es digna de confianza?

igwarl: Más que una concubina inferior... puesto que ha sido adiestrada de igual modo, incluso con más cuidado.

quarmal: Me alegro de oír eso. Mira a tu espalda.

Igwarl se volvió y se quedó paralizado.

Quarmal dejó que se diera plena cuenta de su apuro. Los ojos del viejo estaban atentos como los de un leopardo, y tenía la vara preparada en la mano derecha. Sacudió la izquierda para liberarla de la manga y la colocó al nivel de la cabeza, a un pie de su cara.

La muchacha llegó a la distancia adecuada para golpear.

Rápido como una serpiente, Igwarl sacó una daga del cinto.

Su anciano padre le golpeó en los nudillos con la vara y el arma tintineó en el suelo de piedra.

Esta segunda traición dejo a Igwarl inmóvil.

Quarmal chascó los dedos de la mano izquierda tres veces con medida rapidez, deslizando su espatulado dedo corazón fuera del pulgar y bajándolo precisamente sobre la hendidura entre el dedo anular y la base del pulgar con un restallido tan fuerte como el del látigo de un carretero. Y lo repitió otra vez, y otra más.

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