La Hermandad de las Espadas (36 page)

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Authors: Fritz Leiber

Tags: #Fantástico

BOOK: La Hermandad de las Espadas
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Afreyt entregó a Dedos un cepillo de cerdas rígidas y le presentó la espalda, en la que la muchacha, arrodillada, se puso a trabajar con diligencia. La alta mujer le preguntó:

—¿Has visto representaciones de esa santa en Ilthmar?

—Así es, señora, existe una talla en su pequeño santuario en el templo de la Rata que se alza en los muelles. (Las ratas fueron también los primeros marinos y enseñaron ese arte al hombre.) Está representada desnuda, con el cabello recogido en una trenza tan larga como su esbelta figura y con ocho refinadas ubres de rata, dos centradas en pequeños y altos pechos, el siguiente par en la parte inferior de la caja torácica, dos que le flanquean el ombligo y dos juntas y a cada lado de su montículo femenino, por encima de la hendidura entre las piernas.

—¡Vaya, qué multiplicidad de encantos! —exclamó Afreyt riendo entre clientes—. Una no sabe si admirarla o despreciarla.

—Su culto es muy popular, señora —replicó la muchacha un tanto a la defensiva mientras la restregaba—. Se cree que da órdenes a los demonios y ha disfrutado de los servicios de la reina Frixifrax de Arilia.

Afreyt se echó a reír.

—A decir verdad, chiquilla, me habría sentido inclinada a considerar tu relato sobre las ratas como una pura tontería, como la mitad de las historias que nos cuentan a los isleños que vivimos en el borde del mundo para provocarnos temor y tomarnos el pelo, si no encajara tan bien con lo que Fafhrd me ha contado sobre la aventura más grande vivida por él y el capitán Ratonero (aunque, a juzgar por lo que dicen, ha habido más de una aventura semejante) en los últimos días del reinado del Señor Supremo Glipkerio, cuando se produjo una incursión o erupción de ratas armadas en la ciudad de Lankhmar, junto con muchos otros acontecimientos extraños, y que implicó al inescrupuloso mercader de granos Hisvin y a su escandalosa hija Hisvet, ambos aliados de las ratas y con los mismos nombres que los dos santos de tu extraño relato.

—Te estoy agradecida, señora, porque crees, por lo menos parcialmente, en mi verídica historia —replicó Dedos un tanto irritada—. Puede que sea crédula en exceso, señora, pero jamás embustera.

Afreyt se volvió hacia ella, sonriente.

—No seas tan formal y seria —le reconvino alegremente—. Dame el cepillo y ponte de espaldas.

La muchacha obedeció, mirando hacia las ventanas de cuerno que daban al exterior y que ahora la luna naciente, llena desde el día anterior, teñía de blanco. Afreyt restregó el cepillo sobre un trozo de jabón verde y emprendió la tarea, diciendo:

—Según me ha contado Fafhrd, durante aquella famosa reyerta entre las ratas y los hombres de Lankhmar (sucedió hace diez años por lo menos... tú debías de ser todavía una criatura en Tovilyis), el Ratonero Gris tuvo que fingir un gran amor por esa jovenzuela, Hisvet, persiguiéndola a través de una serie de cambios mágicos desde Lankhmar Superior a Lankhmar Inferior y viceversa. Su verdadero amor era una esclava de la cocina real llamada Reetha, o por lo menos fue aquella con la que él acabó juntándose. En aquel entonces el consorte de Fafhrd era la doncella guerra espectral Kreeshkra, un esqueleto andante, porque la carne de los espectros es invisible y sólo se les ven los huesos. La verdad es que hay ocasiones en las que no sé si puedo creer la mitad de las cosas que dice Fafhrd, mientras que el Ratonero es siempre un gran mentiroso..., se jacta de ello.

—Me dijeron que los espectros se comen a la gente —observó Dedos, tensando la espalda que Afreyt le restregaba con un brío excesivo—, Y mucho más adelante tuve noticias de la guerra con las ratas que le libró en Lankhmar en tiempos recientes. Friska me habló de ella en Ilthmar, después de que nos trasladáramos allí desde Tovilyis, cuando me advirtió que no creyera todo lo que nos decían los sacerdotes de las ratas.

—¿Friska? —inquirió Afreyt, dejando de restregarla.

—Así se llamaba mi madre cuando era una esclava en Quarmall, antes de que huyera a Tovilyis, donde nací. No siempre he usado ese nombre desde entonces y no creo que yo lo haya mencionado hasta ahora.

—Ya veo —dijo Afreyt en tono distraído, como si estuviera sumida en profundos pensamientos.

—Has dejado de restregarme la espalda —observó la muchacha.

—Porque ya he terminado —replicó la alta dama—. Está toda rosada. Dime, pequeña, ¿tu madre Friska escapó de Quarmall por sus propios medios?

—No, señora, estaba con ella su amiga Ivivis, a quien llamé tía desde pequeña en Tovilyis —explicó Dedos, volviéndose de modo que tuvo de nuevo enfrente la estrecha puerta gris, sus contornos visibles una vez más a través del vapor que se disipaba—. Las sacaron clandestinamente de Quarmall sus amantes, dos guerreros mercenarios que dejaban de servir a Quarmall y sus dos hijos. El mundo cavernoso de Quarmall no es un lugar del que resulte fácil huir, señora, pues es profundo, secreto y misterioso. A los fugitivos les dan caza o mueren de maneras extrañas. En los puertos que festonean el Mar Interior, Lankhmar, Ilthmar, Kvarch Naro, Ool Hrusp, lo consideran un lugar tan fabuloso como esta Isla de la Escarcha.

—¿Qué les sucedió a los dos mercenarios que eran los amantes de tu madre y tu tía y les facilitaron la huida?

—Ivivis se peleó con el suyo y, al llegar a Tovilyis, se afilió al Gremio de las Mujeres Libres. Mi madre estaba embarazada de mí, próxima a dar a luz, y prefirió quedarse con el suyo. Su amante, mi padre, le dejó dinero y juró que volvería algún día, pero, naturalmente, nunca lo hizo.

Se oyó una sucesión de golpes y la estrecha puerta gris se abrió y cerró. Una vez dentro, Brisa miró ansiosamente a su alrededor, a través del vapor cada vez menos denso.

—¿Ha vuelto el tío Fafhrd del cielo? —inquirió—, ¿Por qué no me has despertado? ¡Ahí afuera están sus cosas, tía Afreyt!

—Todavía no —le dijo la dama—, pero hemos recibido una especie de mensajes suyos, o eso parece. Cuando las dos estabais durmiendo, Mayo me trajo el cinturón de Fafhrd, que encontró colgado de un arbusto como si hubiera caído del cielo. Tales son sus palabras, aunque no ha oído tu historia. La envié con otros en su busca y yo misma salí, y pronto descubrimos sus botas (una sobre un tejado), la daga y el hacha pequeña, que había partido la veleta de la sala del consejo.

—Se desprendió de todo eso para aligerar la nave cuando subió por encima de la niebla —se apresuró a concluir Brisa.

—Ésa es la mejor conjetura que he oído —dijo Afreyt, alargando el cazo a Brisa con el mango por delante—. Renueva el vapor —le pidió—. Un cazo.

La muchacha obedeció. Se oyó un siseo más suave y el vapor caliente les envolvió de nuevo.

—Tal vez esté esperando la niebla de esta noche —sugirió la niña—. Estoy mucho más preocupada por el tío Ratonero.

—La excavación del túnel continúa y se ha desenterrado otro indicio..., un
tik
de hierro afilado (la moneda menos valiosa de Lankhmar) como los que el Ratonero lleva habitualmente encima. Así me lo dijo Cif cuando vino aquí esta tarde para bañarse y cambiarse mientras vosotras dos aún dormíais. Ha habido ciertas dificultades a causa del aire, pero tu tía se ha ocupado de eso.

—Le encontrarán —le aseguró Brisa.

—Comparto vuestras esperanzas con respecto a los dos capitanes —dijo Dedos, volviendo un tanto a la formalidad.

—Fafhrd estará bien —afirmó Brisa llena de confianza—. Veréis, creo que necesita la niebla para que le mantenga a flote, por lo menos hasta que empiece a bracear bien, y la niebla volverá antes del alba. Entonces bajará nadando.

—Brisa cree que su tío puede hacer cualquier cosa —explicó Afreyt, restregándola vigorosamente—. Es su héroe.

—Claro que lo es —sostuvo la muchacha agresivamente—. Y como es mi tío, no puede haber nada entre nosotros para estropearlo cuando sea mayor.

—Ciertamente un héroe tiene muchas amantes: putas, inocentes, princesas —observó Dedos en un tono a la vez serio y mundano—. Ésa es una de las primeras cosas que mi madre me dijo.

—¿Friska? —quiso corroborar Afreyt.

—Sí, Friska —dijo la muchacha, y entonces pensó en un cumplido que alimentara el talante mundano del que disfrutaba—. Debo decir, señora, que admiro en gran manera la indiferencia y ausencia de celos con que consideráis las relaciones anteriores de vuestro amante, pues el capitán Fafhrd es sin duda un héroe..., así lo sospeché cuando tan rápida y resueltamente empezó a cavar para recuperar a su amigo y nos dirigió a todos los demás para ayudarle. Me aseguré del todo cuando se remontó tan despreocupadamente por el cielo para proseguir la búsqueda de su amigo.

—No sé nada de eso —replicó Afreyt, mirando a Dedos con una expresión algo dubitativa—, en especial mi indiferencia hace amantes rivales de cualquier edad o condición. Es cierto que Fafhrd, por lo que dice (y el Ratonero lo mismo) ha tenido una enorme cantidad de amantes, y no sólo de esas clases que mencionas, sino algunas realmente fantasmagóricas, como

la espectro Kreeshkra y esa princesa totalmente invisible del monte nevado, Hirriwi, mientras que el Ratonero tuvo relaciones con esa escurridiza Hisvet de ocho tetas..., en fin, de todo, desde diablesas hasta sirenas y hadas rielantes. Pero creo que Cif y yo estamos a su altura, por lo menos en calidad si no en cantidad. Hemos llevado dioses a la cama..., o por lo menos les hemos dispuesto su cama —corrigió, sintiéndose un poco culpable al recordar lo que en verdad había sucedido.

Mientras escuchaba sus palabras con los ojos muy abiertos, Brisa parecía un tanto incómoda. Dedos le rodeó los hombros con un brazo, diciéndole:

—Así que ya ves, es mejor que tu héroe sea sólo tu amigo y tu tío, ¿verdad?

Afreyt no pudo contenerse y replicó:

—¿No estás exagerando un poco el papel de tía prudente? —Entonces, recordando las circunstancias de Dedos, dejó de sonreír y añadió—: Pero me olvidaba... ya sabes de qué.

Dedos asintió gravemente y suspiró de una manera que le pareció adecuada para una camarera de a bordo contra su voluntad. Entonces soltó un chillido. Brisa le había tirado del pelo.

—Sobre el tío Fafhrd no sé —le dijo la muchacha isleña, haciendo una mueca—, ¡pero désele luego a ti te quiero como amiga y no como tiíta!

—Ya es hora de que dejemos de hablar de héroes y diablesas y nos ocupemos nuevamente de dos hombres reales. —Afreyt eligió aquel momento para decir—: Vamos, os enjuagaré.

Y cogiendo el recipiente de agua, vertió una parte sobre las cabezas rubia y pelirroja y luego lo vació sobre la suya.

23

Volviendo al oscuro principio de ese mismo día lleno de acontecimientos, hallamos a Fafhrd avanzando frenéticamente hacia el este, alumbrándose con la luz de la lámpara de leviatán que llevaba consigo. Se deslizaba con una ligereza de pies y una exaltación febril que le sorprendía y alarmaba, a través del helado Gran Prado hacia Puerto Salado, envuelto en la niebla, y el horizonte que se extendía más allá, palideciendo con los primeros albores. Su inquietud por la situación desesperada del Ratonero, su impulso egoísta de quitarse de encima esa servidumbre y su anhelante esperanza de una solución milagrosa a este problema... estos tres sentimientos se embrollaban de una manera insoportable en su interior, por lo que se llevó a la boca la jarra marrón de aguardiente que llevaba en la mano derecha, clavó los dientes en el corcho sobresaliente, escupió el tapón a un lado y tomó dos tragos que fueron como dos marcas con fuego candente en su garganta.

Entonces, cediendo a un impulso imprevisto pero imperativo, tal vez nacido de los dos ardientes tragos, exploró el cielo delante de él, por encima de las nubes.

¡Y se produjo el milagro! Una ancha corriente de brillantez que se deslizaba por el cielo pálido antes de la salida del sol llamó su atención hacia la flotilla de nubes errantes. Y mientras inspeccionaba aquellas cinco formas de un gris perlino y bordes blancos con una visión aguda que era como la juventud recobrada, observó que la nube central tenía la forma de una chalupa grande y esbelta con un alto castillo de proa e impulsada por una sola vela transparente que se hinchaba suavemente hacia él. Todos estos detalles la identificaban como una nave del reino nuboso de Arilia, que ya no era ninguna fábula.

Y como si hubiera resonado en su oído un solo tañido, infinitamente excitante y dulce, de la campana de plata con la que señalan las guardias en un barco, le llegó el conocimiento —un mensaje y más— de que su antigua camarada y amante Frix estaba a bordo y capitaneaba a su tripulación. Fafhrd experimentó entonces la confiada determinación de reunirse con ella allá arriba, y su preocupación por el Ratonero y lo que Afreyt y sus hombres esperaban de él desapareció, dejó de interesarse en si las niñas Dedos y Brisa le seguían y sus pasos se hicieron ligeros y libres de cuidados como los de su juventud en el Rincón Frío una mañana de caza. Tomó otro sorbo de aguardiente y siguió adelante.

Cuando Fafhrd pensaba seriamente en ello, le parecía que las mujeres a las que había amado de verdad (y rara vez había amado de otro modo) se dividían en las dos clases de camaradas—amantes y muchachas queridas. Las primeras eran intrépidas, sagaces, misteriosas y a veces crueles; las segundas eran tímidas, enamoradas fervientes, encantadoras y fieles en grado sumo, a veces incluso hasta la exageración. Las mujeres de ambas clases eran —parecía ser indispensable que lo fueran— jóvenes y hermosas, o por lo menos aparentarlo. En conjunto, las compañeras—amantes eran mejores en ese último aspecto.

Curiosamente, las muchachas queridas solían haber sido más compañeras auténticas que las otras, habían compartido más los acontecimientos, infortunios y hastíos cotidianos. Entonces, ¿por qué las otras daban la impresión de ser más parecidas a cámara das? Cuando Fafhrd se planteaba este interrogante, cosa que hacía pocas veces, tendía a decidir que se debía a que aquellas mujeres eran más realistas y lógicas, pensaban más como los hombres o, por lo menos, como él mismo, lo cual era una cosa deseable, excepto cuando llevaban su realismo y su lógica hasta el punto en que le resultaban desagradablemente dolorosos. Sin duda eso explicaba su vena cruel.

Por otro lado, las camaradas—queridas con frecuencia solían tener un aura sobrenatural o por lo menos preternatural, inexplicable. Participaban de lo demoníaco y lo divino.

La primera muchacha querida de Fafhrd fue la amiga de su infancia Mará, a la que dejó embarazada antes de fugarse con su primera camarada—querida, la actriz errante y ladrona frustrada Viana, una de las que no eran sobrenaturales, y los únicos elementos que la idealizaban eran los del escenario y el delito.

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