La historia de Zoe (10 page)

Read La historia de Zoe Online

Authors: John Scalzi

BOOK: La historia de Zoe
7.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Por qué no eres un gran luchador? —pregunté.

—Creo que te tiene que gustar un poco pelear —dijo Enzo. Entonces pareció darse cuenta de que eso desafiaba su propia masculinidad y le sacaba del club de adolescentes masculinos—. No me malinterpretes. Puedo defenderme bien sin tener a Magdy cerca. Simplemente, formamos un buen equipo.

—Tú eres el cerebro de la empresa —sugerí.

—Es posible —concedió él, y entonces pareció deducir que había conseguido que hiciera un puñado de declaraciones sobre sí mismo sin averiguar nada sobre mí—. ¿Y tu amiga y tú? ¿Quién es el cerebro de esa empresa?

—Creo que Gretchen y yo llevamos bien nuestro puesto en el departamento de cerebros —dije.

—Eso da un poco de miedo.

—No es malo ser un poco intimidadora.

—Bueno, tienes eso a tu favor —dijo Enzo, con la cantidad justa de casualidad. Traté de no ruborizarme—. Así que escúchame, Zoë —empezó a decir Enzo, y entonces miró por encima de mi hombro. Vi que abría muchísimo los ojos.

—Déjame adivinar —le dije a Enzo—. Tengo detrás a dos aliens de aspecto aterrador.

—¿Cómo lo sabías? —preguntó Enzo después de un minuto.

—Porque lo que estás haciendo ahora es la reacción habitual —contesté. Me volví hacia Hickory y Dickory—. Dadme un minuto —les dije. Ellos dieron un paso atrás.

—¿Los conoces? —preguntó Enzo.

—Son algo así como mis guardaespaldas.

—¿Necesitas guardaespaldas?

—Es un poco complicado.

—Ahora sé por qué tu amiga y tú podéis ser las dos el cerebro de la empresa —dijo Enzo.

—No te preocupes —me volví hacia Hickory y Dickory—. Chicos, éste es mi nuevo amigo Enzo. Decidle hola.

—Hola —dijeron ellos, en su letal monótono.

—Uh —dijo Enzo.

—Son perfectamente inofensivos, a menos que piensen que eres una amenaza para mí.

—¿Qué pasa entonces? —preguntó Enzo.

—No estoy segura del todo —contesté—. Pero creo que es algo en la línea de convertirte en un número muy grande de cubitos muy pequeños.

Enzo me miró durante un momento.

—No te lo tomes a mal —dijo—. Pero ahora mismo me das un poco de miedo.

Sonreí.

—No te asustes —dije, y le cogí la mano, cosa que pareció sorprenderlo—. Quiero que seamos amigos.

Hubo un despliegue interesante en el rostro de Enzo: placer por el hecho de que le hubiera cogido la mano y aprensión porque si demostraba demasiado placer por ello sería encubado sumarialmente. Estuvo muy bien. Él estaba muy bien.

Como siguiendo una indicación, Hickory cambió audiblemente de postura.

Suspiré.

—Tengo que hablar con Hickory y Dickory —le dije a Enzo—. ¿Me disculpas?

—Claro —respondió Enzo, y me soltó la mano.

—¿Te veré luego? —pregunté.

—Eso espero —dijo Enzo, y luego puso esa expresión que decía que su cerebro le estaba diciendo que se mostraba demasiado entusiasta.

Cállate, cerebro estúpido. El entusiasmo es bueno. Enzo se dio media vuelta y se fue. Lo vi alejarse.

Entonces me volví hacia Hickory y Dickory.

—Será mejor que sea bueno —dije.

—¿Quién era ése? —preguntó Hickory.

—Era Enzo —dije—. Cosa que ya os he dicho. Es un chico. Y guapo, además.

—¿Tiene intenciones impuras?

—¿Qué? —dije, ligeramente incrédula—. ¿«Intenciones impuras»? ¿Hablas en serio? No. Sólo lo conozco desde hace veinte minutos. Incluso para un chico adolescente, sería ir demasiado rápido.

—No es eso lo que hemos oído —dijo Hickory.

—¿Por parte de quién?

—Del mayor Perry. Dijo que una vez él también fue un chico adolescente.

—Oh, Dios —dije—. Muchísimas gracias por la imagen mental de papá convertido en un saco de hormonas. Es el tipo de imagen que sólo superas con una terapia.

—Nos has pedido que intercedamos por ti con chicos adolescentes otras veces

dijo Hickory.

—Aquello fue un caso especial —dije.

Y lo era. Justo antes de que dejáramos Huckleberry mis padres fueron a una exploración planetaria de Roanoke y me dieron permiso implícito para que organizara una fiesta de despedida con mis amigos. A Anil Rameesh se le ocurrió colarse en mi dormitorio y desnudarse. Al ser descubierto, me informó de que me ofrecía su virginidad como regalo de despedida. Bueno, no lo expresó de esa forma; intentó evitar mencionar el aspecto de la «virginidad».

En cualquier caso, era un regalo que yo no quería, aunque ya estuviera desenvuelto. Le dije a Hickory y Dickory que lo escoltaran a la salida; Anil respondió gritando, saltó por la ventana y aterrizó en el tejado, y luego corrió desnudo por toda la casa. Cosa que fue todo un espectáculo. Hice que le enviaran la ropa a su casa al día siguiente.

Pobre Anil. No era mala persona. Sólo ingenuo y lleno de esperanzas.

—Si Enzo me da algún problema, os lo haré saber —dije—. Hasta entonces, dejadlo tranquilo.

—Como quieras —dijo Hickory. Me di cuenta de que no le hacía gracia del todo.

—¿De qué queríais hablar conmigo?

—Tenemos noticias para ti del gobierno obin —dijo Hickory—. Una invitación.

—¿Una invitación para qué?

—Una invitación para visitar nuestro mundo hogar, y recorrer nuestros planetas y colonias —dijo Hickory—. Ahora ya eres lo bastante mayor para viajar sin compañía, y aunque todos los obin te conocen desde que eras muy joven, gracias a nuestras grabaciones, todos desean conocerte en persona. Nuestro gobierno te pregunta si quieres acceder a esta petición.

—¿Cuándo?

—Inmediatamente —dijo Hickory.

Los miré a los dos.

—¿Me lo pedís
ahora?
Faltan menos de dos horas para que zarpemos hacia Roanoke.

—Acabamos de recibir la invitación. En cuanto nos la han enviado, hemos venido a buscarte.

—¿No podía esperar?

—Nuestro gobierno deseaba pedírtelo antes de que empezara tu viaje a Roanoke —dijo Hickory—. Cuando te hayas establecido allí, puede que no quieras marcharte durante una cantidad significativa de tiempo.

—¿Cuánto tiempo? —pregunté.

—Hemos enviado una propuesta de itinerario a tu PDA.

—Os lo estoy preguntando —dije.

—El viaje completo ocupará trece de tus meses estándar —dijo Hickory—. Aunque si te sientes cómoda, podría ampliarse.

—Entonces, recapitulando: queréis que decida en las próximas dos horas si dejo o no a mi familia y amigos durante al menos un año, tal vez más, para recorrer yo sola los mundos obin.

—Sí —dijo Hickory—. Aunque por supuesto Dickory y yo te acompañaríamos.

—Pero ningún otro humano.

—Podríamos buscar a alguien, si quieres.

—¿De verdad? Eso sería magnífico.

—Muy bien —dijo Hickory.

—Estoy siendo sarcástica, Hickory —dije, irritada—. La respuesta es no. Quiero decir, venga ya, Hickory. Me estáis pidiendo que tome una decisión de las que te cambian la vida con dos horas de plazo. Es completamente ridículo.

—Comprendemos que la oportunidad de esta petición no es óptima.

—Creo que no. Creo que sabéis que es un plazo muy corto, pero creo que no comprendéis que es ofensivo.

Hickory se encogió levemente.

—No pretendíamos ofenderte —dijo.

Estuve a punto de replicar algo pero me detuve y empecé a contar mentalmente, porque en algún lugar la parte racional de mi cerebro me hacía saber que me encaminaba hacia territorio desmadrado. La invitación de Hickory y Dickory era de último minuto, pero arrancarles la cabeza por ello no tenía mucho sentido. Algo en la petición me fastidiaba de verdad.

Tardé un momento en comprender qué era. Hickory y Dickory me estaban pidiendo que dejara a todas las personas que conocía, y a todas las que acababa de conocer, durante un año para estar sola. Ya había hecho eso, mucho tiempo atrás, cuando los obin me sacaron de Covell, en la época que tuve que esperar a que mi padre encontrara un modo de reclamarme. Fue una época distinta con circunstancias distintas, pero recuerdo la soledad y la necesidad de contacto humano.

Amaba a Hickory y Dickory; eran familia. Pero ellos no podían ofrecerme lo que yo necesitaba y podía obtener con el contacto humano.

Y además, acababa de decirle adiós a toda una población de gente que conocía, y antes les había dicho adiós a la familia y los amigos, normalmente para siempre, en muchas más ocasiones que la mayoría de la gente de mi edad. En esos momentos acababa de encontrar a Gretchen, y Enzo parecía interesante. No quería decirles adiós antes de llegar a conocerlos adecuadamente.

Miré a Hickory y Dickory, quienes a pesar de todo lo que sabían sobre mí no podían comprender que lo que me pedían fuera a afectarme así. No es culpa suya, decía la parte racional de mi cerebro. Y tenía razón. Por eso era la parte racional de mi cerebro. No siempre me gustaba esa parte, pero normalmente recalcaba este tipo de cosas.

—Lo siento, Hickory —dije al final—. No pretendía gritaros. Por favor, aceptad mis disculpas.

—Por supuesto —respondió Hickory. Se distendió.

—Pero aunque quisiera ir, dos horas no es tiempo suficiente para pensárselo —dije—. ¿Habéis hablado con John o Jane sobre esto?

—Nos pareció mejor acudir a ti —contestó Hickory—. Tu deseo de ir tendría influencia en su decisión de dejarte hacerlo.

Sonreí.

—No tanto como creéis —dije—. Puede que penséis que soy bastante mayor para pasarme un año entero recorriendo los mundos obin, pero os garantizo que papá tendrá una opinión distinta. Jane y Savitri tardaron un par de días en convencerlo de que me dejara celebrar una fiesta de despedida mientras ellos estaban fuera. ¿Pensáis que diría que sí a dejarme ir durante un año con un plazo de decisión de dos horas? Eso sí que es optimista.

—Es muy importante para nuestro gobierno —dijo Dickory. Lo cual fue sorprendente. Dickory casi nunca decía nada; sólo abría la boca para emitir sus saludos monocromáticos. El hecho de que se sintiera obligado a intervenir hablaba a gritos por sí mismo.

—Lo comprendo —respondí—. Pero sigue siendo demasiado repentino. No puedo tomar una decisión así ahora. No puedo. Por favor, decidle a vuestro gobierno que me siento muy honrada por la invitación, y que quiero hacer un recorrido por los mundos obin algún día. De verdad. Pero no puedo hacerlo así. Y quiero ir a Roanoke.

Hickory y Dickory guardaron silencio un momento.

—Tal vez si el mayor Perry y la teniente Sagan oyeran nuestra invitación y se mostraran de acuerdo, podrían persuadirte —dijo Hickory.

Vaya, vaya.

—¿Qué se supone que es esto? —pregunté—. ¿Primero queréis que diga que sí porque así ellos podrían estar de acuerdo, y ahora queréis intentarlo al revés? Me habéis preguntado, Hickory. La respuesta es no. Si pensáis que preguntárselo a mis padres va a hacerme cambiar de opinión, entonces no comprendéis a los adolescentes humanos y, desde luego, no me comprendéis a mí. Aunque ellos dijeran que sí, cosa que, creedme, no van a hacer, puesto que lo primero que harán es preguntarme qué me parece la idea. Y les diré lo que os he dicho. Y que os lo he dicho.

Otro momento de silencio. Los observé a los dos con mucha atención, buscando los temblores o retortijones que a veces sufrían cuando se hallaban en un brete emocional. Los dos permanecieron firmes como rocas.

—Muy bien —dijo Hickory—. Informaremos a nuestro gobierno de tu decisión.

—Decidle que lo consideraré en otro momento. Tal vez dentro de un año —dije. Quizá para entonces podría convencer a Gretchen para que viniera conmigo. Y a Enzo. Puestos a soñar...

—Se lo diremos —dijo Hickory, y entonces Dickory y él hicieron una pequeña inclinación con la cabeza y se marcharon.

Miré a mi alrededor. Algunas personas de la zona común estaban mirando marchar a Hickory y Dickory; las demás me observaban con expresiones extrañas. Supongo que nunca antes habían visto a una chica con sus propias mascotas alienígenas.

Suspiré. Saqué mi PDA para contactar con Gretchen pero me detuve antes de acceder a su dirección. Porque por mucho que no quisiera estar sola en sentido general, en ese momento lo necesitaba. Estaba pasando algo, y necesitaba descubrir qué era. Porque fuera lo que fuese, me ponía nerviosa.

Me guardé la PDA en el bolsillo, pensé en lo que Hickory y Dickory acababan de decirme, y me preocupé.

10

Esa noche, después de la cena, recibí dos mensajes en mi PDA. El primero era de Gretchen. «Ese tal Magdy me ha localizado y me ha pedido una cita —decía—. Supongo que le gustan las chicas que se burlan de él. Le dije que vale. Porque es mono. No me esperes.» Eso me hizo sonreír.

El segundo era de Enzo, que de algún modo había conseguido la dirección de mi PDA; sospecho que Gretchen pudo tener algo que ver. Se titulaba: «Un poema para la chica que acabo de conocer, específicamente un haiku, cuyo título es ahora sustancialmente más largo que el poema mismo, oh, ironía», y decía:

Se llama Zoë.

Sonríe como una brisa de verano, por favor no me hagas cubitos.

Me reí en voz alta.
Babar
me miró y agitó el rabo, esperanzado. Creo que pensaba que toda esa felicidad se traduciría en más comida para él. Le di una loncha de bacon de las sobras. Así que supongo que tenía razón. Un perro listo,
Babar.

* * *

Después de que la
Magallanes
partiera de la Estación Fénix, los líderes de la colonia se enteraron del conato de pelea en la zona común, porque yo se lo conté en la cena. John y Jane se miraron de manera significativa y luego cambiaron de tema. Supongo que el problema de integrar a diez grupos de personas completamente distintos con diez culturas completamente distintas ya había salido en sus discusiones, y ahora recibían la versión juvenil también.

Supuse que encontrarían un modo de manejar el tema, pero en realidad no estaba preparada para su solución.

—Balón prisionero —le dije a papá, en el desayuno—. Vais a hacer que todos los chicos juguemos al balón prisionero.

—No todos —dijo papá—. Sólo aquellos que de otro modo se enzarzarían en peleas estúpidas y sin sentido.

Estaba mordisqueando una tarta de café;
Babar
montaba guardia por las migajas. Jane y Savitri habían salido a arreglar alguna cosa: eran el cerebro de esta solución concreta.

—¿No te gusta el balón prisionero? —preguntó papá.

—No me parece mal. Pero no estoy segura de por qué os parece que es la solución a este problema.

Other books

Reluctantly Married by Victorine E. Lieske
Seduce by Buchanan, Lexi
Northern Borders by Howard Frank Mosher
Trail Ride by Bonnie Bryant
The House by Anjuelle Floyd
Against Medical Advice by James Patterson
La Profecía by Margaret Weis & Tracy Hickman
Courage in the Kiss by Elaine White