Read La historia de Zoe Online
Authors: John Scalzi
Los Dragones eliminaron al último miembro de los Mohos de Fango y empezaron a celebrarlo. La multitud de colonos que veía el encuentro empezó a vitorear también, preparándose para el ambiente del acontecimiento realmente grande de la noche: el salto a Roanoke, que sucedería en menos de media hora.
Papá se levantó.
—Esta es mi señal —dijo—. Tengo que prepararme para entregar el premio a los Dragones. Una lástima. Mis favoritos eran los Mohos de Fango. Me encanta ese nombre.
—Intenta superar la decepción.
—Lo haré. ¿Vas a quedarte por aquí para el salto?
—¿Estás de broma?
Todo el mundo
estará presente para el salto. No me lo perdería por nada del mundo.
—Bien —dijo papá—. Siempre es buena idea enfrentarse al cambio con los ojos abiertos.
—¿Crees que todo va a ser realmente diferente?
Papá me besó la coronilla y me dio un abrazo.
—Cariño, sé que va ser diferente. Lo que no sé es en qué medida.
—Supongo que lo averiguaremos —dije.
—Sí, y dentro de unos veinticinco minutos —dijo papá, y entonces señaló-. Mira, ahí están tu madre y Savitri. Vayamos juntos al nuevo mundo, ¿quieres?
Hubo una sacudida y luego un golpe y después un gemido mientras los propulsores y motores de la lanzadera se apagaban. Eso fue todo: habíamos aterrizado en Roanoke. Estábamos en casa, por primera vez.
—¿Qué es ese olor? —preguntó Gretchen, y arrugó la nariz.
Olfateé y arrugué la nariz un poco yo también.
—Creo que el piloto ha aterrizado sobre una pila de calcetines sucios —dije. Calmé a
Babar,
que nos acompañaba y que parecía excitado por algo; tal vez le gustaba el olor.
—Este es el planeta —dijo Anna Faulks.
Era uno de los miembros de la tripulación de la
Magallanes
, y había bajado al planeta varias veces para llevar la carga. El campamento base de la colonia estaba casi preparado para los colonos; Gretchen y yo, como hijas de los líderes de la colonia, pudimos bajar en una de las primeras lanzaderas de carga en vez de tener que tomar una lanzadera de transporte de ganado con todos los demás. Nuestros padres llevaban ya varios días en el planeta, supervisando la descarga.
—Y tengo noticias para vosotras —dijo Faulks—. Este olor es de los mejores que hay por aquí. Cuando sopla la brisa desde el bosque, entonces sí que huele mal.
—¿Por qué? —pregunté—. ¿A qué huele entonces?
—Es como si todo el mundo que conoces te hubiera vomitado en los zapatos —dijo Faulks.
—Maravilloso —comentó Gretchen.
Se oyó un tañido resonante mientras las enormes puertas de la bodega de carga se abrían. Una suave brisa entró en la bodega, traída por el aire de Roanoke. Y entonces el olor nos alcanzó de verdad.
Faulks nos sonrió.
—Disfrútenlo, señoritas. Van a olerlo todos los días durante el resto de sus vidas.
—Igual que usted —le dijo Gretchen a Faulks.
Faulks dejó de sonreímos.
—Vamos a empezar a mover estos contenedores de carga dentro de un par de minutos —dijo—. Tenéis que quitaros de en medio. Sería una lástima que vuestras preciosas personitas quedaran aplastadas debajo.
Se dio media vuelta y se dirigió al resto de la tripulación de la lanzadera.
—Qué simpática —le dije a Gretchen—. Me parece que no ha sido buen momento para recordarle que está atrapada con nosotros aquí.
Gretchen se encogió de hombros.
—Se lo merecía —dijo, y se dirigió hacia las puertas de carga.
Me mordí la lengua y decidí no hacer más comentarios. Los últimos días nos habían puesto a todos bastante nerviosos. Es lo que pasa cuando sabes que estás perdido.
* * *
El día que saltamos a Roanoke, papá dio así la noticia de que estábamos perdidos.
—Como sé que corren ciertos rumores, déjenme decir esto primero: estamos a salvo —dijo papá a los colonos. Se hallaba en la plataforma donde un par de horas antes habíamos descontado los minutos para el salto a Roanoke—. La
Magallanes
está a salvo. No corremos peligro por el momento.
A nuestro alrededor, la multitud se relajó visiblemente. Me pregunté cuántos de ellos pillaron la parte de «por el momento». Sospeché que si John había dicho eso era por algún motivo.
Y estaba en lo cierto.
—Pero no estamos donde deberíamos —continuó—. La Unión Colonial nos ha enviado a un planeta distinto del que esperábamos ir. Lo hizo porque descubrió que una coalición de razas alienígenas llamada el Cónclave planeaba impedirnos colonizar, por la fuerza si era necesario. No hay ninguna duda de que nos habrían estado esperando tras el salto. Así que nos enviaron a otro lugar: a otro planeta. Ahora nos hallamos sobre el Roanoke real. No corremos peligro por el momento. Pero el Cónclave nos está buscando. Si nos encuentra intentará expulsarnos de aquí, de nuevo por la fuerza. Si no puede expulsarnos, destruirá la colonia. Ahora estamos a salvo, pero no os mentiré. Nos buscan.
—¡Llévennos de vuelta! —gritó alguien. Hubo murmullos de acuerdo.
—No podemos volver —dijo John—. El capitán Zane ha sido apartado de los sistemas de control de la
Magallanes
por las Fuerzas de Defensa Coloniales. Su tripulación y él se unirán a nuestra colonia. La
Magallanes
será destruida cuando hayamos aterrizado y trasladado todos nuestros suministros a Roanoke. No podemos regresar. Ninguno de nosotros puede.
La sala estalló en gritos y discusiones furiosas. Papá consiguió calmarlos al cabo de un rato.
—Ninguno de nosotros lo sabía. Yo no lo sabía. Jane no lo sabía. Sus representantes coloniales no lo sabían. Y, desde luego, el capitán Zane no lo sabía. Nos lo ocultaron a todos por igual. La Unión Colonial y las Fuerzas de Defensa Coloniales han decidido que es más seguro mantenernos aquí que llevarnos de regreso a Fénix. Estemos de acuerdo o no, esto es lo que hay.
—¿Qué vamos a hacer? —otra voz desde la multitud.
Papá miró en la dirección de donde procedía la voz.
—Vamos a hacer lo que vinimos a hacer en primer lugar —dijo—. Vamos a colonizar. Entiendan una cosa: cuando decidimos colonizar, todos sabíamos que habría riesgos. Todos saben que las colonias seminales son sitios peligrosos. Incluso sin este Cónclave que nos busca, nuestra colonia seguiría corriendo el riesgo de ser atacada, seguiría siendo un objetivo para otras razas. Nada de eso ha cambiado. Lo que sí ha cambiado es que la Unión Colonial sabía con antelación quién nos buscaba y por qué. Eso les permitió mantenernos a salvo a corto plazo. Eso nos da ventaja a la larga. Porque ahora sabemos cómo impedir que nos encuentren. Ahora sabemos cómo mantenernos a salvo.
Más murmullos por parte de la multitud. Justo a mi derecha, una mujer preguntó:
—¿Y cómo vamos a mantenernos a salvo?
—Sus representantes coloniales se lo explicarán —contestó John—. Comprueben sus PDA: cada uno de ustedes tiene una localización en la
Magallanes
donde ustedes y sus antiguos compañeros de mundo se reunirán con su representante. Ellos les explicarán lo que hay que hacer, y responderán a las preguntas que tengan. Pero hay una cosa que quiero dejar clara. Esto va a requerir cooperación por parte de todos. Va a requerir sacrificio por parte de todos. Nuestro trabajo de colonización en este mundo no iba a ser fácil. Ahora se ha vuelto mucho más difícil. Pero podemos hacerlo —dijo papá, y la fuerza con que lo dijo pareció sorprender a algunos de la multitud—. Lo que se nos pide es difícil, pero no imposible. Podemos hacerlo si trabajamos juntos. Podemos hacerlo si sabemos que podemos confiar los unos en los otros. De donde quiera que vengamos, ahora todos tenemos que ser de Roanoke. No es así como yo habría querido que sucediera. Pero es así como vamos a hacerlo funcionar. Podemos lograrlo. Tenemos que lograrlo. Tenemos que hacerlo juntos.
* * *
Bajé de la lanzadera y puse los pies en el suelo del nuevo mundo. La caña de mi bota se hundió en el barro.
—Maravilloso —dije.
Eché a andar. El barro me chupaba los pies. Traté de no pensar que fuera una metáfora de nada.
Babar
bajó de la lanzadera y comenzó a olfatear las inmediaciones. Al menos él era feliz.
A mi alrededor, la tripulación de la
Magallanes
trabajaba. Otras lanzaderas que habían aterrizado antes descargaban; otra lanzadera se preparaba para aterrizar un poco más allá. Los contenedores de carga, de tamaño estándar, cubrían el terreno. Normalmente, una vez que los contenidos eran vaciados, los contenedores eran enviados de vuelta a las lanzaderas para volver a ser utilizados: no malgastes para no necesitar. Esta vez, no había ningún motivo para devolverlos a la
Magallanes.
La nave no iba a regresar: estos contenedores nunca volverían a ser rellenados. Y lo cierto es que algunos de ellos ni siquiera serían abiertos: nuestra nueva situación en Roanoke hacía que no mereciera la pena el esfuerzo.
Pero eso no significaba que los contenedores no tuvieran un sentido: lo tenían. Ese sentido estaba justo delante de mí, a un par de cientos de metros de distancia, donde se estaba levantando una barrera, una barrera hecha con contenedores. Dentro de la barrera estaría nuestro hogar temporal, una diminuta aldea donde los dos mil quinientos colonos (y la reacia tripulación de la
Magallanes)
quedaríamos encerrados mientras papá y mamá y los otros líderes de la colonia exploraban el nuevo planeta para ver qué había que hacer para vivir en él.
Mientras observaba, algunos de los miembros de la tripulación encajaban en la barrera un contenedor, utilizando elevadores de carga para situarlo en su sitio y luego desconectando la energía y dejando que cayera un par de milímetros hasta el suelo con un golpe. Incluso desde la distancia noté la vibración del suelo. Hubiera lo que hubiese dentro de aquel contenedor, era pesado. Probablemente equipo agrícola que ya no podían utilizar.
Gretchen se me había adelantado. Pensé en correr para alcanzarla pero entonces advertí que Jane salía de detrás del contenedor recién colocado y hablaba con uno de los miembros de la tripulación. Me dirigí hacia ella.
* * *
Cuando papá habló de sacrificio, estaba hablando de dos cosas a corto plazo.
Primero: ningún contacto entre Roanoke y el resto de la Unión Colonial. Todo lo que enviáramos a la Unión Colonial podía delatarnos, incluso una sencilla cápsula remota llena de datos. Todo lo que nos enviaran podía delatarnos también. Esto significaba que estábamos verdaderamente aislados: ninguna ayuda, ningún suministro, ni siquiera correo de los amigos y seres queridos que habíamos dejado atrás. Estábamos solos.
Al principio no pareció gran cosa. Después de todo, habíamos dejado nuestras vidas atrás cuando nos convertimos en colonos. Le dijimos adiós a la gente que no llevábamos con nosotros, y la mayoría sabía que pasaría muchísimo tiempo hasta que volviéramos a ver a esa gente de nuevo, si es que llegaba a ocurrir. Pero incluso así, los vínculos no quedaban completamente cortados. Supuestamente una sonda salía de la colonia cada día, llevando cartas y noticias e información a la Unión Colonial. Otra sonda llevaba también diariamente, además del correo, noticias y nuevas películas y canciones e historias y otras formas de información para que pudiéramos seguir sintiendo que éramos parte de la humanidad, a pesar de estar atascados en una colonia, plantando grano.
Pero ahora, no había nada de eso. Todo se había perdido. El no a las nuevas historias y la música y las películas era lo primero que te golpeaba, mala cosa si estabas enganchada a una serie o a un grupo antes de partir y esperabas seguir su desarrollo, pero entonces te dabas cuenta de que realmente significaba que de ahora en adelante no sabrías nada de las vidas de la gente que habías dejado atrás. No verías los primeros pasos de un sobrino querido. No sabrías si tu abuela había muerto. No verías las grabaciones que tu mejor amiga hizo de su boda, ni leerías las historias que otra amiga estaba escribiendo y trataba desesperadamente de vender, ni verías las imágenes de los sitios que amabas, con la gente que aún querías en primer plano. Todo eso se había perdido, tal vez para siempre.
Cuando lo comprendimos, fue un duro golpe... y aún más duro fue comprender que todos aquellos a quienes queríamos no sabían nada de lo que nos había pasado. Si la Unión Colonial no iba a decirnos dónde estábamos para engañar a ese Cónclave, desde luego no iba a decirle a nadie más que se había apuntado un tanto al ocultar nuestro paradero. Toda la gente que conocíamos pensaba que estábamos perdidos. Algunos probablemente pensaban que habíamos muerto. John y Jane y yo no teníamos mucho tiempo para preocuparnos por esto (éramos toda la familia que teníamos), pero todos los demás tenían a alguien que en esos momentos lloraba por ellos. La madre y la abuela de Savitri estaban todavía vivas; la expresión de su cara cuando comprendió que probablemente pensaban que había muerto me hizo correr a darle un abrazo.
Ni siquiera quise pensar en cómo estarían encajando los obin nuestra desaparición. Sólo esperé que el embajador de la Unión Colonial ante los obin tuviera puesta ropa interior limpia cuando los obin le hicieran una visita.
El segundo sacrificio fue aún más duro.
* * *
—Estás aquí —dijo Jane mientras me acercaba a ella. Se agachó para acariciar a
Babar,
que había llegado dando brincos.
—Eso parece —contesté—. ¿Siempre es así?
—¿Así, cómo? —preguntó Jane.
—Fangoso. Lluvioso. Frío. Pegajoso.
—Hemos llegado al principio de la primavera —dijo Jane—. Seguirá así durante algún tiempo. Creo que las cosas mejorarán.
—Eso crees.
—Eso espero. Pero no lo sabemos. La información que tenemos sobre el planeta es escasa. La Unión Colonial no parece haber hecho una exploración normal. Y no podremos emplazar un satélite para que rastree el clima. Así que tenemos que esperar que mejore. Sería mejor si pudiéramos saberlo. Pero la esperanza es todo lo que tenemos. ¿Dónde está Gretchen?
Señalé con la cabeza la dirección por la que se había marchado.
—Creo que está buscando a su padre —dije.
—¿Todo va bien entre vosotras dos? —preguntó Jane—. Rara vez estáis la una sin la otra.
—Va bien. Todo el mundo está nervioso estos días, mamá. Supongo que nosotras también.
—¿Y tus otros amigos?