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Authors: Michael Ende

La Historia Interminable (29 page)

BOOK: La Historia Interminable
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—¿Perelín? —repitió el león—. ¿Qué es eso?

Y entonces Bastián le habló de las maravillas de la jungla hecha de luz viva. Mientras Graógraman escuchaba inmóvil y sorprendido, le describió la diversidad y magnificencia de las plantas brillantes y fosforescentes que se multiplicaban por sí solas, su crecimiento incesante y silencioso, su hermosura y su tamaño indescriptibles. Hablaba con entusiasmo y los ojos de Graógraman resplandecían cada vez más.

—Y todo eso —concluyó Bastián— sólo puede ser mientras estás petrificado. Pero Perelín lo invadiría todo y se sofocaría a sí mismo si no tuviera que morir y deshacerse en el polvo, una y otra vez, en cuanto tú despiertas. Perelín y tú, Graógraman, sois una misma cosa.

Graógraman calló largo rato.

—Señor —dijo luego—, ahora sé que mi muerte da la vida y mi vida la muerte, y que ambas cosas son buenas. Ahora comprendo el sentido de mi existencia. Gracias.

Se dirigió lenta y solemnemente al rincón más oscuro de la caverna. Lo que hizo allí no pudo verlo Bastián, pero oyó un ruido metálico. Cuando Graógraman volvió, llevaba en la boca algo que puso ante los pies de Bastián con una profunda inclinación de cabeza.

Era una espada.

De todas formas, no parecía muy magnífica. La funda de hierro en que se alojaba estaba oxidada y el puño era casi como el de un sable de juguete hecho de algún viejo pedazo de madera.

—¿Puedes darle un nombre? —preguntó Graógraman.

—¡Sikanda! —dijo Bastián.

En aquel mismo instante, la espada salió chirriando de su funda y voló literalmente a sus manos. Bastián vio que la hoja era de una luz resplandeciente que apenas podía mirarse. La espada tenía doble filo y se sentía ligera como una pluma en la mano.

—Esa espada —dijo Graógraman— estuvo siempre aquí para ti. Porque sólo puede tocarla sin peligro quien ha cabalgado sobre mis espaldas, ha comido y bebido de mi fuego y se ha bañado en él como tú. Pero únicamente porque has sabido darle su verdadero nombre te pertenece.

—¡Sikanda! —murmuró Bastián, observando maravillado su luz centelleante mientras hacía girar despacio la espada en el aire—. Es una espada mágica, ¿verdad?

—Sea de acero o de piedra —respondió Graógraman—, nada hay en Fantasia que pueda resistirla. Sin embargo, nunca debes forzarla. Sólo cuando salte por sí misma a tus manos, como ahora, deberás utilizarla… sea cual fuere la amenaza. Sikanda guiará tu mano y hará, por sí sola, lo que haya que hacer. Sin embargo, si la desenvainas por capricho, traerás una gran desgracia sobre ti y sobre Fantasia. ¡No lo olvides nunca!

—No lo olvidaré —prometió Bastián.

La espada regresó a su funda y volvió a parecer vieja y sin valor. Bastián se ató a la cintura las correas de cuero de las que colgaba la vaina.

—Y ahora, señor, si te place —propuso Graógraman—, vamos a cazar juntos en el desierto. ¡Súbete a mis espaldas, porque tengo que salir!

Bastián se subió a él y el león trotó hasta el aire libre. El sol de la mañana ascendía sobre el horizonte del desierto y la Selva Nocturna se había convertido otra vez, hacía tiempo, en arena de colores. Los dos pasaron raudos sobre las dunas como una antorcha danzante o como un viento tempestuoso incandescente. Bastián se sentía como si cabalgara sobre un cometa en llamas a través de luces y colores. Y una vez más sintió una embriaguez salvaje.

Hacia el mediodía, Graógraman se detuvo de pronto.

—Éste es el lugar, señor, en que nos encontramos ayer.

Bastián estaba un poco aturdido aún por la salvaje correría. Miró a su alrededor pero no pudo descubrir ni la colina de arena azul ultramar ni la de color rojo encendido. Tampoco se veían las letras. Las dunas eran ahora de color verde oliva y rosa.

—Todo es muy distinto —dijo.

—Así es, señor —respondió el león—. Eso ocurre cada día… siempre es distinto. Hasta ahora no sabía por qué. Pero ahora que tú me has contado que Perelín nace de la arena puedo comprenderlo también.

—Pero, ¿cómo sabes que es éste el lugar de ayer?

—Lo siento, lo mismo que siento cualquier otro punto de mi cuerpo. El desierto es parte de mí.

Bastián bajó de las espaldas de Graógraman y se sentó en la colina de color verde oliva. El león se echó junto a él; ahora era también verde oliva. Bastián apoyó la barbilla en la mano y miró pensativamente el horizonte.

—¿Puedo preguntarte una cosa, Graógraman? —dijo tras un largo silencio.

—Tu servidor escucha —fue la respuesta del león.

—¿Es verdad que estás aquí desde siempre?

—Desde siempre —aseguró Graógraman.

—Y el desierto de Goab, ¿ha existido también siempre?

—Sí, también el desierto. ¿Por qué lo preguntas?

Bastián pensó un rato.

—No comprendo —reconoció por fin—. Yo hubiera apostado a que sólo estaba aquí desde ayer.

—¿Qué quieres decir, señor?

Y entonces Bastián le contó todo lo que le había pasado desde su encuentro con la Hija de la Luna.

—Todo es muy extraño —dijo para terminar—: se me ocurre cualquier deseo y enseguida sucede algo que concuerda con ese deseo y lo cumple. No es que me lo imagine, ¿sabes? Jamás hubiera podido inventarme todas las plantas nocturnas distintas de Perelín. Ni los colores de Goab… ¡Ni a ti! Todo es mucho más grandioso y real de lo que podría imaginar. Y, sin embargo, todo está ahí cuando lo deseo.

—Eso es porque llevas a ÁURYN, el Esplendor —dijo el león.

—Lo que no entiendo es otra cosa —trató de explicar Bastián—. ¿Todo está ahí sólo cuando yo lo deseo? ¿O estaba ya antes y únicamente lo adivino de algún modo?

—Las dos cosas —dijo Graógraman.

—Pero, ¿cómo puede ser? —exclamó Bastián casi con impaciencia—. Tú llevas ya quién sabe cuánto tiempo aquí, en el Desierto de Colores de Goab. La habitación de tu palacio me esperaba desde siempre. Sikanda, la espada, me estaba destinada desde tiempo inmemorial… ¡Tú mismo lo has dicho!

—Así es, señor.

—Pero yo… ¡yo estoy sólo desde ayer por la noche en Fantasia! ¡Por lo tanto, no es verdad que todo exista sólo desde que estoy aquí!

—Señor —respondió el león serenamente— ¿no sabes que Fantasia es el reino de las historias? Una historia puede ser nueva y, sin embargo, hablar de tiempos remotos. El pasado surge con ella.

—Entonces también Perelín debe de hacer existido siempre —dijo Bastián desconcertado.

—Desde el momento en que le diste su nombre, señor —contestó Graógraman— existió desde siempre.

—¿Quieres decir que yo lo creé?

El león guardó silencio un rato, antes de responder:

—Eso sólo puede decírtelo la Emperatriz Infantil. De ella lo has recibido todo.

Se levantó.

—Ya es hora, señor, de que volvamos a mi palacio. El sol declina y el camino es largo.

Aquella noche Bastián se quedó con Graógraman, que se echó otra vez sobre el negro bloque de piedra. No hablaron más. Bastián se sirvió alimentos y bebidas de la alcoba, donde la mesita baja había sido puesta otra vez por manos fantasmales. Devoró la comida, sentado en los escalones que llevaban al bloque de piedra.

Cuando la luz de las lámparas disminuyó y comenzó a palpitar como un corazón que latiera cada vez más despacio, Bastián se puso en pie y ciñó en silencio con sus brazos el cuello del león. La melena de Graógraman era dura y parecía de lava solidificada. Y entonces volvió a oírse aquel ruido espantoso, pero Bastián no tuvo ya miedo. Lo que, una vez más, hizo que se le llenaran los ojos de lágrimas fue la irrevocabilidad de la desgracia de Graógraman.

Más tarde en la noche, Bastián se dirigió de nuevo a tientas al exterior y contempló largo tiempo el silencioso crecimiento de las luminosas plantas nocturnas. Luego volvió a la caverna y se echó a dormir entre las zarpas del león petrificado.

Muchos días y muchas noches fue Bastián huésped de la Muerte Multicolor y se hicieron amigos. Pasaron muchas horas en el desierto, entregados a juegos salvajes. Bastián se escondía entre las dunas de arena, pero Graógraman lo encontraba siempre. Hicieron apuestas sobre quién corría más, pero el león era mil veces más rápido. Hasta lucharon entre sí para divertirse, se enzarzaron y pelearon… y en eso Bastián lo igualaba. Aunque, naturalmente, sólo se trataba de un juego. Graógraman tenía que emplear todas sus fuerzas para estar a la altura del muchacho. Ninguno de los dos podía vencer al otro.

Un día, después de haber estado alborotando, Bastián se sentó, un poco sin aliento, y preguntó:

—¿No podría quedarme siempre contigo?

El león sacudió la melena.

—No, señor.

—¿Por qué no?

—Aquí sólo hay vida y muerte, sólo Perelín y Goab, pero no hay historias. Y tú tienes que vivir tu propia historia. No debes quedarte aquí.

—Pero, ¡si no puedo marcharme! —dijo Bastián—. El desierto es demasiado grande para que nadie pueda salir de él. Y tú no puedes llevarme, porque llevas el desierto contigo.

—Los caminos de Fantasia —dijo Graógraman— sólo puedes encontrarlos con tus deseos. Y sólo puedes ir de un deseo a otro. Lo que no deseas te resulta inalcanzable. Eso es lo que significan aquí las palabras «cerca» y «lejos». Y tampoco basta con querer marcharse de un lugar. Tienes que querer ir a otro. Tienes que dejarte llevar por tus deseos.

—Pero si yo no deseo marcharme… —respondió Bastián.

—Tendrás que encontrar tu próximo deseo —contestó Graógraman casi serio.

—Y si lo encuentro —preguntó Bastián—, ¿cómo podré marcharme de aquí?

—Escucha, señor —dijo en voz baja Graógraman—: hay en Fantasia un lugar que conduce a todas partes y al que puede llegarse desde todas. Ese lugar se llama el Templo de las Mil Puertas. Nadie lo ha visto nunca por fuera, porque no tiene exterior. Su interior sin embargo, está formado por un laberinto de puertas. El que quiera conocerlo, tiene que atreverse a entrar.

—¿Cómo es posible, si uno no puede acercarse por fuera?

—Cada puerta —prosiguió el león—, cada puerta de Fantasia entera, hasta una puerta completamente corriente de establo o de cocina, incluso la puerta de un armario, puede ser, en un momento determinado, la puerta de entrada al Templo de las Mil Puertas. Si el momento pasa, la puerta vuelve a ser lo que era. Por eso nadie puede entrar una segunda vez por la misma puerta. Y ninguna de las mil puertas conduce otra vez al lugar de dónde se vino. No hay vuelta atrás.

—Pero, cuando se está dentro, ¿se puede salir otra vez a alguna parte?

—Sí —respondió el león—, pero no es tan fácil como en las casas corrientes. Porque a través del laberinto de las mil puertas sólo puede guiarte un deseo auténtico. Quien no lo tiene ha de vagar por el laberinto hasta que sabe lo que desea. Y a veces hace falta mucho tiempo para eso.

—¿Y cómo se puede encontrar la puerta de entrada?

—Hay que desearlo.

Bastián meditó largo tiempo y dijo luego:

—Es extraño que no se pueda desear simplemente lo que se quiere. ¿De dónde vienen realmente los deseos? ¿Y qué es eso, un deseo?

Graógraman miró al muchacho con los ojos muy abiertos, pero no respondió.

Unos días más tarde, tuvieron otra vez una conversación muy importante.

Bastián le enseñó al león la inscripción del reverso de la Alhaja.

—¿Qué significa? —preguntó—. «HAZ LO QUE QUIERAS.» Eso quiere decir que puedo hacer lo que me dé la gana, ¿no crees?

El rostro de Graógraman pareció de pronto terriblemente serio y sus ojos comenzaron a arder.

—No —dijo con voz profunda y retumbante—. Quiere decir que debes hacer tu Verdadera Voluntad. Y no hay nada más difícil.

—¿Mi Verdadera Voluntad? —repitió Bastián impresionado—. ¿Qué es eso?

—Es tu secreto más profundo, que no conoces.

—¿Cómo puedo descubrirlo entonces?

—Siguiendo el camino de los deseos, de uno a otro, hasta llegar al último. Ese camino te conducirá a tu Verdadera Voluntad.

—No me parece muy difícil —opinó Bastián.

—Es el más peligroso de todos los caminos —dijo el león.

—¿Por qué? —preguntó Bastián—. Yo no tengo miedo.

—No se trata de eso —retumbó Graógraman—. Ese camino exige la mayor autenticidad y atención, porque en ningún otro es tan fácil perderse para siempre.

—¿Quieres decir que no siempre son buenos los deseos que se tienen? —trató de averiguar Bastián.

El león azotó con la cola la arena en que estaba echado. Agachó las orejas, frunció el hocico y sus ojos despidieron fuego. Bastián se agachó involuntariamente cuando Graógraman, con una voz que hizo vibrar nuevamente el suelo, dijo:

—¡Qué sabes tú lo que son deseos! ¡Qué sabes tú lo que es o no es bueno!

Bastián pensó mucho al día siguiente en todo lo que la Muerte Multicolor le había dicho. Sin embargo, muchas cosas no se pueden averiguar pensando: hay que vivirlas. Y por eso sólo mucho más tarde, cuando había vivido mucho, recordó las palabras de Graógraman y empezó a comprenderlas.

En aquella época se produjo otra vez una transformación en Bastián. A todos los dones que había recibido desde su encuentro con la Hija de la Luna se había añadido ahora el valor. Y, como cada vez, también ésta había perdido algo a cambio: concretamente, el recuerdo de su pusilanimidad anterior. Como no temía ya nada, comenzó a tomar forma en él, imperceptiblemente al principio pero con más claridad cada vez, un nuevo deseo. No quería seguir solo. Porque también con la Muerte Multicolor estaba, en cierto sentido, solo. Quería demostrar sus cualidades a otros, quería ser admirado y hacerse famoso.Y una noche, mientras contemplaba otra vez el crecimiento de Perelín, sintió de pronto que era la última vez, que debía despedirse de la magnificencia de la Selva Nocturna. Una voz interior lo llamaba lejos de allí.

Echó una última mirada sobre la ardiente riqueza de colores y bajó luego a la cueva sepulcral de Graógraman y se sentó en las tinieblas sobre los escalones. No hubiera podido decir qué esperaba, pero sabía que aquella noche no debía acostarse.

Sin embargo, mientras estaba sentado se quedó sin duda adormecido, porque de pronto se sobresaltó como si alguien lo hubiera llamado por su nombre.

La puerta que daba a la alcoba se había abierto. Por la rendija entraba una larga franja de luz roja a través de la cueva oscura.

Bastián se levantó. ¿Se habría cambiado la puerta en aquel instante en la entrada del Templo de las Mil Puertas? Indeciso, se dirigió hacia la abertura e intentó mirar por ella. No pudo reconocer nada. Luego, la rendija comenzó a cerrarse de nuevo lentamente. ¡Pronto desaparecería la única oportunidad de pasar al otro lado!

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