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Authors: Milena Agus

Tags: #Relato, Romántico

La imperfección del amor (6 page)

BOOK: La imperfección del amor
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Se siente feliz en el pueblo, está lejos pero sabe que con el todoterreno en dos horas llega a la ciudad y a Noemi.

Le gustaría que todos hiciesen como si nada.

Pero a su tía le resulta imposible no demostrarle lo feliz que se siente, como si él estuviese acometiendo una empresa de siervo de la gleba que conquista a la señora del castillo. Cada vez que se marcha por la mañana temprano o llega por la noche tarde, como todos los amantes clandestinos, ella se asoma a la puerta que da al rellano y lo invita a pasar y a desayunar, con pan
moddizzosu
tostado y café con leche o dulces sardos. Pero a Elias le gusta más el desayuno del café De Candia.

De niño soñaba con casarse con una de las condesitas para las que trabajaba su tía. Llegaban al pueblo acompañadas de su padre y el ama de llaves. A la madre nadie la veía nunca.

Había vuelto a verlas ya adolescentes, cuando su tía se había casado, pero desde ese día sólo se acuerda de la impresión que le había causado su regalo de bodas, un resplandeciente juego de café de plata, con bandeja, cafetera, lechera, azucarero y las tacitas y los platos de plata y oro y un azul parecido al del manto de las vírgenes en los cuadros del siglo XV.

Capítulo 9

A pesar de ser estrábico y de llevar esas graciosas gafas de submarinista, Carlino no es feo. Y aunque pronuncie mal las palabras y con frecuencia balbucee, no es tonto. Desde que descubrió que una de las cabezas del dragón mágico vive al otro lado del muro, no hace más que encaramarse a una escalerita de ladrillos y asomarse para gritar:


¡Dagón, dagón!
¡Ven!

Si el vecino no le contesta, sigue y sigue y a veces los vecinos de los apartamentos vendidos se asoman, lo reprenden y le dicen que se vaya para dentro y deje de molestar o llamarán a la policía.

Entonces él regresa desolado para su casa.

Pero cuando el vecino está y lo oye, se acerca al muro y se queda hablando con el niño. El muro es tan bajo que apenas alcanza la altura de un hombre, pero el vecino se queda siempre de su lado. La condesa se da cuenta de su presencia por los movimientos de su hijo y entonces, primero se pinta los labios, se pone sombra de ojos y se peina, y después sale con cualquier excusa, como por ejemplo, tender la ropa seca o regar las plantas que ya están regadas.

Intenta pegar la hebra y a veces lo invita a saltar el muro para ver su hermoso jardín, o a que pase por su casa, pero él siempre tiene algún compromiso y dice que gracias, que otra vez será. En el vecindario nadie sabe nada de este hombre, que sigue siendo un misterio.

Pero el niño debe de hacerle un montón de preguntas y recibir respuestas, porque, a su manera, cuenta que tiene una barca, que va a pescar, que pilota aviones y enseña a volar a la gente. Carlino se pasa ahora todo el tiempo con la nariz vuelta hacia el cielo.

—¡El
vión!
—exclama eufórico al ver uno en el cielo—. ¡El
vión!

Desde hace poco, cuando pesca mucho, el vecino ha tomado la costumbre de darle al niño una bolsita con pescados para su mamá.

Ella casi se desmaya de la emoción y corre a invitarlo a comer pescado con ellos, pero él ya se ha metido en su casa y no la oye y si la condesa sale a la calle, vuelve la esquina y le toca el timbre desde el portón, no le abre. Ella se arma de valor y enfila por el largo pasillo hasta la escalerita y desde la puerta de cristales a lo mejor ve que se filtra la luz, o bien oye que el televisor está encendido. En cierta ocasión le preguntó por qué en su casa se oyen ruidos incluso cuando no hay nadie, y el vecino le contestó que él necesita siempre tener voces y sonidos de fondo. Cuando está en casa o cuando regresa de la calle necesita el efecto «familia numerosa», por eso siempre lo deja todo encendido.

La mujer con la que vivía el vecino, la que tocaba el violín y cuidaba de las flores, ya no está. Ahora es otoño y las plantas se han doblado sobre sí mismas y se han quedado ahí, secas.

Capítulo 10

Elias invitó a Noemi a salir con él de noche, por la ciudad, con más gente, donde todos pueden verlos.

Maddalena se puso contenta porque Noemi dejará de ser una solterona y quiso festejarlo. De primero hizo ñoquis con salsa de mariscos, de segundo,
bottarga
[4]
con alcachofas cortadas en láminas, acompañadas de una guarnición de pencas de acelgas con una salsa de anchoas. Canturreó todo el tiempo mientras preparaba los ñoquis y todo lo demás, y Salvatore se encargó de los vinos.

La condesa de mantequilla también quería llamar la atención con una comida original y exquisita y le pidió a Angelica que la ayudara con un rico plato de Rumania. El más extraordinario.

—¡Bistec! —le contestó Angelica—. ¡Bistec sin grasa!

—Pero eso no es elaborado. No sorprende a nadie.

—¡Entonces salchichas!

Al final la condesa no preparó nada. Como de costumbre.

Pese a las protestas de Carlino, la fiesta terminó antes de medianoche.

Maddalena y Salvatore apagaron las luces y dejaron las ventanas abiertas, porque en otoño todavía hace calor en Cerdeña; se caen las hojas, pero te puedes bañar en el mar.

La luna iluminaba como un ópalo la mesa todavía puesta y hacía que todo fuese fosforescente.

—Desnúdate y siéntate a la mesa, donde te ilumine la luna —le ordenó Salvatore.

Ella se desnudó y se sentaron otra vez y ella se pasó la copa de vino helado por los pezones para que se le pusieran duros. Las tetas estaban bien erguidas, e iluminadas parecían todavía más grandes.

—Abre bien las piernas. Mójate el
joni
con vino y lámete los dedos. Dime a qué saben.

Él se levantó de la mesa y se puso delante.

—Ahora desabróchame el cinturón y sácamela. Chúpamela bien como sabes tú. Dime a qué sabe mi
lingam
con el vino y el sabor de tu
joni
.

Ella se metía los dedos en el
joni,
después de mojarlos en el vino. Se los lamía y trataba de describir todos los sabores. Hasta que ya no aguantaron más y se corrieron juntos, él en la boca de ella, y ella en su propia mano, y gozaron y no les dio tiempo a entrar el uno en la otra y a lo mejor justo ese día ella era fértil.

Por eso Maddalena no es feliz. Porque el presente sin futuro no existe. Estaban tan locos de deseo que han desperdiciado una ocasión, y a lo mejor los espermatozoos de Salvatore eran los más fuertes y los óvulos de Maddalena los más acogedores.

Después, él se fue para el dormitorio y se durmió enseguida. Ella se asomó al balcón con su camisón transparente, porque nunca piensa que alguien pueda verla, y eso que la noche era clara, azul y dulce, y más allá de la calle se veían muchas luces sobre el mar.

Se oían voces. Elias caminaba delante con una muchacha muy joven y detrás, en un pequeño séquito, llegaban otras más en compañía de Noemi. Se había puesto su vestido tubo rojo, el chal de raso, el collar de perlas y parecía una buena madre que acompaña a casa a sus hijas en minifalda de talle bajo y camisetas cortas y ceñidas. Fueron las muchachas quienes la acompañaron hasta el portón. La besaron: «Buenas noches. Buenas noches». Entonces Elias, que iba en cabeza del séquito, volvió un momento sobre sus pasos y la besó, primero en una mejilla y luego en la otra. La pequeña comitiva siguió su camino. El portón se cerró. El toque ligero y seco de Noemi que no quiere molestar.

Maddalena fue a darle las exquisitas sobras a Míccriu, que sueña con volver a su vida callejera.

Pero después le entró la preocupación y entonces subió a casa de su hermana. La encontró bañada en lágrimas, como temía, con el maquillaje que le chorreaba por las mejillas.

—El amor no es para mí —sollozaba—, ya sabía yo que no estoy hecha para estas cosas. No sé cómo hacer. En esta cena horrible a la que me invitó ni siquiera estuve sentada a su lado y él como si nada, como si yo fuera una amiga más. Es un hombre falso, que oculta un segundo fin. ¿Por qué no me habrá dejado en paz? Con lo bien que estaba yo y ahora sólo tengo ganas de morirme cuando pienso que no le veré más. No me importa nadie. Ni siquiera vosotros, que sois mi familia. No me importa nada de tu hijo y pensar que antes rezaba. No me importa si nuestra hermana intenta suicidarse. Te digo más, creo que haría bien si se quitara la vida. ¿Qué hace una persona como ella en este mundo? ¿Qué hacemos todos en este mundo? Y tampoco me importa nada de la casa. Acuérdate de cómo la quería, de cómo la cuidaba, de los ahorros, los planes, todas las noches haciendo cálculos. Y ahora, si él tarda en llegar, si no llega, la derribaría con estas manos, la casa con todo lo que hay dentro. Baratijas. Recuerdos de muertos. Fíjate que hasta a Dios sólo le rezo para que él me telefonee, para que venga, para que me recoja y vayamos a ese sitio suyo tan horrible. Horrible. Y me parece el mejor del mundo. No estoy hecha para el amor. No lo soporto. Odio el amor. Lo odio.

Capítulo 11

Durante todo el viaje las tres hermanas cantaban por la alegría de la aventura, ir al pueblo de Elias, que seguramente quería que la familia de su hermano conociera a las hermanas de su novia.

Salvatore estaba trabajando y a Carlino lo dejaron con la tata para estar tranquilas.

Subieron a los montes entre senderos de lentiscos, olivillos, terebintos, enebros, madroños. Y cuanto más viejos eran los arbustos, mayor era la impresión de estar en un mundo encantado. Y allá abajo, al fondo, se veía el mar.

A pesar de la cara de enfado, Noemi ha adquirido destreza en el campo, y sus hermanas se quedaron boquiabiertas al comprobar que no tiene miedo a nada.

En pocos meses aprendió a orientarse por las plantas y las piedras y era bonito ver lo tierna que se mostraba con los animales, mientras que a Míccriu nunca le hizo ni caso.

En el rebaño había muchos corderitos, como siempre en otoño, y Noemi le entregó uno a Maddalena para que lo tuviera en brazos y le trajera suerte, porque se dio cuenta de que se derretía al ver a las ovejas tan contentas con sus hijos. Pero la madre del animalito se puso a balar tristemente y Maddalena lo depositó enseguida en el suelo.

Noemi conocía bien sobre todo a las cabras y las llamaba por sus nombres, porque si falta ese conocimiento, las cabras no vuelven al redil y van a su aire. Las ovejas no. Con las ovejas es fácil. Basta con que vayas delante y ellas detrás.

El redil del hermano de Elias tiene el techo de vigas de enebro, una chimenea que Noemi sabe encender y ventanucos desde los que se ve el mar.

Elias les llevó cuatro tipos distintos de queso de oveja y tocino de la carrillada del cerdo con
coccioetti
[5]
y después
sebadas
[6]
con miel de madroño y almorzaron alegremente hasta que llegó el momento de ir al pueblo.

Su casa ya la habían visto hacía muchos años, para la fiesta de compromiso de la tata. Perteneció a su padre y a su abuelo, antes de ir a servir a Cagliari, también a su tía, naturalmente. Ahora en esa casa viven él, su hermano, su cuñada y su sobrino.

Al verla otra vez, Maddalena y la condesa comprendieron por qué Noemi ya no ha vuelto a hablar de echar a la tata, que no sabe adónde ir, porque en la casa de la familia ya no hay sitio y mientras estuvo casada, vivió en la casa de su marido.

Como las casas de montaña sardas, la de Elias y de su hermano es de piedra y está construida a lo alto. Una escalera estrecha y oscura conduce a las habitaciones ciegas de la primera y segunda plantas, pero en la tercera, donde se encuentra la única habitación de Elias, todo cambia y se transforma en luz, aire y colores, y la cama y las mesitas de noche de Noemi lucen mucho, debajo de la ventana, que da a los montes y al cielo, como el cuadro de una Virgen.

En la cocina pequeñísima, las decoraciones de las vajillas antiguas de Elias representan casi el mismo paisaje que se ve desde la pequeña terraza, que Noemi ha transformado en una alegría para los ojos, con macetas de flores y hierbas aromáticas para la cocina.

El hermano de Elias dispone de mucho espacio, pero es tan oscuro que se tiene la impresión de estar en una cárcel y, en el fondo, tiene razón en llevar a juicio a los vecinos, con los que no se hablan, porque desde la época de los abuelos no les dejan abrir dos ventanas sobre su patio, y se trata de una injusticia, porque las habitaciones son casi todas ciegas y sólo dos dan al camino.

Noemi está estudiando la manera de plantear el juicio a los vecinos y ayudar a Elias, pero a él, en el fondo, le basta con la habitación pequeña y la cocina, que dan a los tejados. El que está realmente interesado es el hermano y para Noemi eso es muy importante, porque se convertirá en su cuñado. Aunque, a decir verdad, el otro día el futuro cuñado no parecía tener la menor idea del futuro parentesco, porque trataba a Noemi con respeto, puesto que era una de las condesas en cuya casa había trabajado su tía, pero sin afecto, y con ella sólo hablaba del juicio a los vecinos.

En fin, que esta excursión al pueblo de Elias no tuvo nada que ver con ningún compromiso ni ningún noviazgo.

Al final, el hermano de Elias las saludó con un «gracias por todo» y ellas se marcharon para Cagliari.

Las estrellas estaban encima de sus cabezas, eran muchas, brillantes y cercanas como jamás las habían visto. Hasta la luna era enorme. Un cuarto de luna gigante vuelta hacia arriba. Pero ¿para qué servían? Para nada.

Hicieron el viaje en silencio, sólo Noemi en un momento dado dijo:

—Gracias por todo. Hay que ser caradura. Según él ya tienen las ventanas en el patio.

—¡Que no, mujer! —contestó la condesa de mantequilla—. ¡Nos ha dado las gracias porque acogemos a su tía!

Capítulo 12

Cuando Salvatore vuelve a casa y siente el aroma de la sopa y el ruido del pedal de la máquina de coser y se encuentra a su mujer desastrada, casi casi está más contento. Pero es algo que rara vez ocurre, porque ya se sabe que las sopas, o encontrar a una mujer concentrada en las tareas femeninas van contra la tentación.

Cuando llega la hora de que su marido regrese a casa, Maddalena siempre se asoma a la ventana y se inclina tanto que se le ven por completo las tetas. Después, se nota que él entra en la habitación y la ve desde atrás, a lo mejor en liguero y sin bragas, con la falda levantada, y él se la folla y a ella las tetas le bailan sobre el alféizar, y menos mal que la casa de enfrente está alquilada a unas estudiantes.

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