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Authors: José León Sánchez

Tags: #Histórico, Relato

La isla de los hombres solos (20 page)

BOOK: La isla de los hombres solos
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En todos esos años jamás recibí carta o recado de mi familia.

Un rumor sobre las cosas de mi pueblo se me acercaba allá de tiempo en tiempo entre los labios de algún recién llegado y por eso caí en la cuenta de que mi propia familia me valoraba como lo más malo, lo más sucio entre el mundo; igual que la serpiente que ronda en la orilla de las lagunas o de los coyotes que asaltan los ranchos en las noches y se roban los niños.

Y supe también que una de mis hermanas (la misma morena que yo siempre sentí más cerca del corazón que ninguna otra) rogaba a Dios que jamás me dejaran libre para que arrastrándose tras de mí, no regresara la vergüenza a nuestra casita de corredor de piedras donde había una quebrada y muchas matas de café…

Me enteré con los tiempos de la muerte de mi madre; papá también se había ido tras de ella y uno de mis hermanos se había casado con una hermana de María Reina y que un día en la cantina del pueblo un hombre le había preguntado:

—¿Cómo está tu hermano Jacinto?

—¿Cuál hermano? —le respondió Jaime con extrañeza.

—Pues… el que está en San Lucas…

—Ah…, es que…, no es hermano mío…, papá lo había recogido desde pequeño en la orilla de una callecilla… La mala semilla no es de mi sangre.

Cuando me contaron eso recordé que cuando Jaime era pequeño y yo tenía ocho años un caballo le intentó dar una patada y rápido me interpuse recibiéndola en un costado por lo que pasé más de seis meses en cama y muy enfermo. También recordé lo bueno que fui con mis hermanos, mis padres, amigos y vecinos.

Pero es que ya con la camisa de un reo sobre los hombros todo se va perdiendo poco a poco.

Eramos contados con las dos manos y nos tocaba realizar una serie de trabajos livianos.

Todos hombres inválidos.

Unos carecían de los dedos en la mano; otros les faltaba un pie, un brazo, o las dos manos. Uno de nuestros compañeros tenía lepra y otro más era totalmente ciego. Unos ingresaron ya baldados y esos perdieron un miembro en el penal después de recibir la gran sorpresa y la inmensa desgracia de quedar vivos luego del accidente sufrido.

El negro Carey fue después de Cristino como un hermano para mí.

Era un negro tan viejo que tenía más años que la historia misma del presidio de San Lucas.

Llegó a Costa Rica siendo un niño entre las gentes de color que vinieron contratadas a morir con precios de esclavitud en la Zona Atlántica y con destino a la construcción del ferrocarril donde por cada cuatro traviesas se quedó la piel alquitranada de un negro.

Solamente le conocíamos por
Míster Carey
y nunca supe que tuviera otro nombre. Su sentencia era a toda una vida por haber dado muerte a no sé quién en no sé dónde.

Era un negro alto como dos veces mi tamaño, de piernas largas y fuertes, cruzadas de venas como los criques que llevan el agua a los bananales en la zona de donde él venía. Cuando caminaba lo hacía encorvado como si su cuerpo alto y delgado de verolís estuviera en contraste perenne contra el equilibrio. Algunas veces me decían que este negro, de morir, sería porque se iba a quebrar en dos.

Su cabeza la tenía enteramente blanca como un copo de algodón. Y era manco. Hablaba cuatro idiomas con un enredo de los diablos hasta el extremo que para hablar con él, necesariamente tenía uno antes que aprender su manera de llamar a las cosas y la gente.

Tenía una especial energía y hoy, cuando le recuerdo, tengo que citarle con un profundo respeto.

Recién ingresado al penal con sus setenta años de edad, intentó fugarse lanzándose al mar por una de las haciendas llamadas Tumba Bote. Esperó que la mar estuviera en repunta y se fue nadando.

En sus años mozos había aprendido a jugar con las olas de Limón que a veces tienen muchos metros de alto y este mar no le asustaba. Pero no contaba con la corrientes del Golfo de Nicoya y después de dos días de ir al garete logró llegar no recuerdo a cuál lugar y cuando le faltaban como diez metros para acercar a la orilla, una raya oculta en el lodo le dio un punzazo con el chuzo y le horadó el brazo en una forma tal que le quedó guindando de un pedazo de piel. Sabía que si no lo atendían pronto se iba a morir sin remedio. Sacó el puñal que tenía (se había lanzado desnudo y con sólo un mecate alrededor de la cintura donde prendió su arma), se cortó el brazo del todo y luego, como mejor pudo, lo amarró con un mecate y se desmayó. Ahí lo encontró la patrulla que le buscaba, delirando.

Todavía no me es posible dar una explicación en la forma como este amigo sobrevivió.

Le preguntaba:

—¿Qué pensabas hacer? ¿Entregarte en alguna parte?

—¡No ser, no ser tal! Mí caminar adelante hasta liberto todo. Mano no ser nada. Liberto todo.

Antes de ingresar al penal, Carey trabajaba en la construcción de puentes para la compañía. Cuando se le consideró muy viejo para andar allá arriba en las alturas poniendo tornillos y haciendo malabares con hierros al rojo para remachar, le regalaron siete cien de colones y de ahí le internaron en un asilo de ancianos para negros que existía en Matina. Pero él no era para vivir así y se salió para caer en la desgracia que le tenía esperada en la cárcel por matar a un hombre blanco que le quiso robar sus ahorros. (Eso es lo que se murmuraba, pues él jamás lo explicó.)

—Yo ser inocente. Pero mí ser negrito. Testigos míos negritos todos. Juez ser blanco, periódico ser blanco, radio ser blanca y el mundo entero ser blanco. Mí ser negrito. Y Dios no querrer a los negritos. Ser los tiempos en que negritos no poder ir a San José y no pasar de Turrialba.

Y a pesar de las heridas que mostraba en todo su cuerpo como una muestra de la defensa propia, siempre se le aplicó la pena indeterminada en primer grado: toda una vida.

Cuando el negro Carey hablaba de su vida, a mí se me entristecía el corazón, y me daba mucha lástima porque en esta imaginación mía él había sufrido diez veces más que yo y que ninguno otro de los hombres que conocí.

Con sus palabras de un español que costaba entender, con una gran tristeza, contaba la historia de su vida como cuando uno quiebra piedras con un mazo de veinte libras.

—Mi rancho, Jacinto, ser grande y bonito. Y alto por ser muy cerca de las mareas con sus olas grandes de ese mar que nunca tiene cosas buenas para los negritos. El mar en tiempo a pesar de eso, subir hasta las tablas rajadas del piso. Por ser eso así es que mi rancho yo hacer sobre pilotes largos y grandes de madera dura que resistir el agua. Y haber un grande galerón donde yo tener para guardar cacao, donde hacer harina de yuca y donde Josefina apilar también estañones con aceite de coco.

»Hacer muchos años cuando yo tener sesenta y Josefina cincuenta y ser jóvenes, nosotros tener un ternero, una burra y servir mucho para traer semillas del cacaotal. Por eso ser años mejor de buenos cuando ella y yo ser jóvenes y reír la vida y reír el todo.

»Venir entonces el tiempo de maldad y tener que vender cosecha de cacao en flor y la burrito y vender el vaca. Ya para entonces en mi vida como en mi rancho ver empezar mucho la miseria y el agua de mar crecer tanto hasta juntar agua de mar y agua de aire y querer ahogar negritos.

»Josefina pensar ser mejor irnos para asilos de negritos que hacer compañía en Matina, pero yo responder que no y que no y que no.

»Ella y yo ser jóvenes y además tener un amigo metido en asilo y él contar cosas muy malas y feas y la vida ser como perro sin señor.

»Cada dos años yo pagar a compañía dos dólar por tener tierras y lo hacer así para que tierra no estar sin uso.

»Cerca de nuestro rancho pasar línea del tren. Ser un línea negra como mil veces mi color y vieja como mis manos o más vieja porque la línea traer los blancos de otros lugar dondo no hay negritos y de un ferrocarril que ellos no usar.

»Ser línea mala como el corazón de los blancos y larga como la miseria de los negros.

»Sobre esa línea cada hora, en la noche, pasar máquina que arrastra saco, bananos, mercadería, guaro. Sobre todo guaro porque a los negros en los comisariatos de la compañía es el único cosa que dar de fiado. Pero ellos no fiar todo el arroz que nosotros querer y frijoles y fósforos, candelas, cuchillos, hachas, que todos nosotros tener que pagar al contado. Pasar el tren a veces con carga de hombres y son los que trabajar en todo el línea cada día más larga, más larga hasta llegar un día, quién saber, si hasta llegar al mar que rodea nuestro penal. Los trabajadores ser siempre negritos Y lo que venir a ser que decir las veces en el tren ir y venir y llevar mercadería más mercadería más barata que el blanco comprar en toda la zona; la mano de los negritos.

»El tren pasar como a un metro por encima de nuestro rancho y como a cinco metros del orilla. Recordar que cuando yo ser niño tener miedo al tren por amenazar volcar sobre nuestra casa Y matar a todos. Pero pasar siempre y cuando ocurrir dejarse caer encima del rancho de los negritos.

»Venir también muchos blancos en trabajar por línea pero no ser mercadería porque cuando ellos venir a trabajar aquí recibir sueldos que ser más hasta veinte veces del mismo nuestro. Y algunos de esos blancos ganar en un semana más que lo que ganar un familia de negritos en todo el año.

»Muchas veces yo pensar en las cosas negras y raras de los blancos y decir a mi hijo Esteban —que ya es muerto— que si nosotros los negros saber hacer todo lo que saber el blanco, nuestra miseria no ser entonces tan larga como una línea sino corta como el temblor de la tierra que deja el tren cuando pasar sobre nuestro rancho.

»Y es que el temblor de la tierra después de pasar el tren ser corto aunque repetir cada vez como si tierra entera temblar de vergüenza cuando pasar tren que costar tantas vidas de humanos con la piel negra.

»Mi padre traer desde Jamaica para hacer este línea. Y contar que ser tantos y tantos los medio seres que morir aquí que cuando terminar desde Limón, por cada durmiente quedara el corazón de un negro y por cada clavo un humillación y un lágrima grande por cada riel sin fin, sin nombre…

»Por ser mi papá decir que ser la obra mis cara que costar en este país. Y el cementerio más largo por el mucho negrito que todo el día enterrar lado a lado de la línea por lo que me hace reír cuando escuchar que tierra ser de todos: blancos y negritos.

»Por saber un poco de leer y un poco de escribir papá pasar ante mis paisanos como un hombre de mucha saber y por eso creer que lo que decir línea de Limón es más que un leyenda que hacer grande y terrible por el rencor que los negros guardar por cosas del blanco.

»También decir que cuando trabajar nunca recibir dinero en dólar, en oro o plata, y que capataz dar látigo como en esta isla. Pagar en mercadería y aguardiente siempre.

»Antes traer muchos chinos que morir todos y por ser traer negritos que morir también, pero no muchos.

»Yo contar cómo era el mi vivir en aquella línea 9 ser igual a un clavo de durmiente.

»Un rancho de patas largas cerca de la Pasada del tren que cuando ir dejar la tierra con temblor de cólera o no saber qué…

»Allá, al bajar, cerca de donde empezar la escalera, cerca de un pilar que sostener otro pilar, haber una hamaca hecha de fibras de coco trenzadas por el mano de Josefina y sobre ello yo pasar quince años cada tarde y yo matar el tiempo leyendo un libro de mi padre en inglés y hacer pendular el hamaca con el dedo gordo pues toda mi vida ser descalzo ya que el zapato enferma mi pie. Y como de vez en vez leer periódicos sobre le que decir los blancos del negro en Limón lo que extrañar es no saber lo que decir el negro de lo malo que ser los blancos.

»Mí leer entonces mucho el Biblia. Hablar de un gran hombre blanco que ser Moisés, el que un día matara un hombre y salir corriendo hasta el monte donde encontrar a Dios y hablar y decir mucho de cosas buenas para todos. Gustar por eso mucho el historia de Sodoma y Gomorra cuando Dios enojar mucho en que reunió en un lugar a todos los negritos y quemar a todos los demás blancos. Y ahí estar el rey grande que tuvo amores con una negra de Saba. La gente verme en mi hamaca leyendo el Biblia acerca a mí y respetar un poco.

»Cuando ser joven yo ser de religión «pocomía» que ser de nuestros viejos muertos traer de África pero que es llena de brujería. Yo dejar de serlo cuando un noche el sacerdote negro de ese religión llegar con un niña blanco entre manos y después que todos bailar durante un hora a pesar de que el niña lloraba por ser robada de casa de los blancos, y cuando todos estar cansados tomar un cuchillo con filo y sacar ojos al niña y luego lengua y por último el cabeza. Y beber el sangre de la chiquita. Muchos años después perder otra niña y alguien decir a los blancos los que llegaron al lugar recogiendo la niña y matando a todos los negros que estaban eh esa brujería.

»Entonces negritos acusarme de ser delator y decir al policía, pero nunca hacer eso.

»Mi mujer Josefina contar cuando la conocer que estar rondando por el mundo desde la edad de diez años y que no tener papá ni mamá ni un nombre a tal edad. Pero llegar a una casa donde criar caballos y haber un potranca bonita que llamar Josefina y así poner a la niña por siempre. Así llamar hasta el día en que enterrarla. Ella Josefina al igual que yo Carey y nada más.

»Cuando conocer yo a ella era mujer muy hermosa.

»Al cumplir los catorce años su patrón la usar como mujer y que cuando llegar algunos hombres blancos él se la prestar para pasar un noche. Después fugar del casa hasta encontrar conmigo.

»Nosotros tener hijos que se nos morir. Y ya vieja ella morir y yo enterrar.

»Después yo estar muy enfermo y en los puentes me faltar la vista por lo que la compañía pensionar e ir a vivir al asilo de ancianos donde ya no estar bien y fugar.

»Entonces yo tener mi finca con mata de yuca, mata de banana y mata de marihuana que siempre a mí gustar mucho fumar.

»Y tener un chancho.

»Y entonces pasó lo que paso aunque yo hacer en defensa propia pero el juez blanco no crer.

»Y pasar a mí lo mismo que todos los negritos que no tener abogado ni dinero.

»Y así el tren amarrado con cadenas traer hasta aquí y ser así todo en la vida mía».

No he logrado imitar esa forma ingenua y sencilla que tenía Carey, pero al menos espero que usted me haya entendido ya que su palabrerío era extraño y solamente sus viejos amigos le entendíamos bien. El era como el «otro gemelo» de mi amigo Cristino. Para Carey la vida era mala. Allá afuera del presidio «el vida ser mala y ser más».

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