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Authors: Markus Zusak

Tags: #Drama, Infantil y juvenil

La ladrona de libros (70 page)

BOOK: La ladrona de libros
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A Liesel le resultó extraño verla sin el albornoz. El vestido veraniego era amarillo con un ribete rojo. Tenía un bolsillo con un florecilla. Sin esvásticas. Zapatos negros. Nunca se había fijado en las pantorrillas de Ilsa Hermann. Tenía piernas de porcelana.

—Frau Hermann, siento… Lo que hice la última vez que estuve en su biblioteca.

La mujer la tranquilizó. Buscó en el bolso y sacó un librito negro cuyas tapas no albergaban una historia, sino papel pautado.

—Se me ocurrió que si ya no ibas a leer mis libros, tal vez te gustaría escribir uno. Tu carta era… —le tendió el libro con ambas manos—. Sabes escribir. Escribes bien —el libro pesaba. Las tapas eran de pasta apelmazada, como las de
El hombre que se encogía de hombros
—. Y, por favor, no te castigues como dijiste que harías —le pidió Ilsa Hermann—. No seas como yo, Liesel.

La niña abrió el libro y tocó el papel.


Danke schön
, frau Hermann. Puedo preparar café si le apetece. ¿Quiere entrar? Estoy sola, mi madre está en la casa de al lado, con frau Holtzapfel.

—¿Por la puerta o por la ventana?

Liesel sospechó que era la sonrisa más amplia que Ilsa Hermann se había permitido en años.

—Creo que será mejor que entre por la puerta, es más fácil.

Se sentaron en la cocina.

Tazas de café y pan con mermelada. Les costó entablar conversación y Liesel la oía tragar, pero en cierto modo no le resultó incómodo; incluso encontraba agradable ver cómo la mujer soplaba con suavidad el café para que se enfriara.

—Si alguna vez escribo algo y lo acabo, se lo enseñaré —le aseguró.

—Eso estaría bien.

Liesel siguió con la mirada a la mujer del alcalde cuando esta enfiló Himmelstrasse, fascinada por el vestido amarillo, los zapatos negros y las piernas de porcelana.

—¿Esa era quien creo que era? —preguntó Rudy, junto al buzón.

—Sí.

—Estás de guasa.

—Me ha traído un regalo.

Al final resultaría que Ilsa Hermann no sólo le había entregado un libro ese día, sino también una razón para pasar más tiempo en el sótano, el lugar favorito de Liesel Meminger, primero con su padre y luego con Max. Le había entregado una razón para escribir sus propias palabras, para que descubriera que las palabras también le habían salvado la vida.

De noche, cuando sus padres dormían, Liesel bajó al sótano con sigilo y encendió la lámpara de queroseno. Durante la primera hora estuvo mirando fijamente el lápiz y el papel. Se obligó a recordar y, como solía hacer, no apartó la mirada.

Schreibe
, se exhortó. Escribe.

Más de dos horas después, Liesel Meminger empezó a escribir sin saber si iba a salirle bien. ¿Cómo iba a adivinar que alguien recogería su historia y la llevaría consigo a todas partes?

Nadie espera esas cosas.

No las planea.

Liesel escogió un pequeño bote de pintura como asiento, uno grande como mesa y hundió el lápiz en la primera página. En el centro, escribió lo siguiente:

«LA LADRONA DE LIBROS»

un breve relato

de

Liesel Meminger

Los aviones con caja torácica

En la tercera página ya tenía la mano dolorida.

«Cómo pesan las palabras», pensó, pero a medida que transcurría la noche consiguió completar once páginas.

PÁGINA 1

«Intento hacer oídos sordos, pero sé que todo empezó con el tren y la nieve y la tos de mi hermano. Ese día robé el primer libro, un manual para cavar sepulturas. Me hice con él de camino a Himmelstrasse…»

Se quedó dormida en el sótano, sobre un lecho de sábanas viejas, con el papel rizado en los bordes sobre el bote de pintura más alto. Por la mañana, Rosa se alzaba vigilante sobre ella con sus ojos clorados de mirada inquisitiva.

—Liesel, ¿qué puñetas haces aquí abajo? —preguntó.

—Escribo, mamá.

—Jesús, María y José —Rosa volvió a subir, pisoteando los escalones—. Te quiero arriba en cinco minutos o probarás mi medicina.
Verstehst?

—De acuerdo.

Liesel bajaba al sótano todas las noches y nunca se separaba del libro. Escribía durante horas, intentando completar cada noche diez páginas de su vida. Había muchas cosas que debía tener en cuenta, tantas que corrían peligro de quedar fuera. Sé paciente, se decía, y la fuerza de su puño y letra fue aumentando al tiempo que la pila de páginas.

A veces escribía sobre lo que ocurría en el sótano mientras escribía. Había llegado hasta el momento en que su padre la había abofeteado en los escalones de la iglesia y habían «heilhitlereado» juntos. Enfrente, Hans Hubermann estaba guardando el acordeón. Había estado tocando media hora, mientras Liesel trabajaba.

PÁGINA 42

«Papá me ha acompañado esta noche. Se trajo el acordeón y se sentó cerca de donde solía hacerlo Max. A menudo observo su cara y sus dedos cuando toca. El acordeón respira. Papá tiene las mejillas surcadas de arrugas que parecen dibujos y no sé por qué, pero cuando las veo siento ganas de llorar, aunque no por tristeza o porque me sienta orgullosa, sino porque me gusta cómo se mueven y cambian. A veces pienso que mi padre es un acordeón porque oigo sus notas cuando me mira y sonríe y respira.»

Tras diez noches de redacción, Munich volvió a sufrir un bombardeo. Liesel había llegado a la página 102 y estaba dormida en el sótano. No oyó ni el cucú ni las sirenas, y estaba abrazada al libro cuando su padre bajó a despertarla.

—Liesel, ven.

La joven cogió
La ladrona de libros
y todos sus otros tesoros y fueron a buscar a frau Holtzapfel.

PÁGINA 175

«Un libro flotaba en el Amper. Un niño saltó al agua, lo atrapó y lo alzó con una mano. Sonrió de oreja a oreja. Estaba hundido hasta la cintura en las gélidas aguas de diciembre.

»—¿Y ese beso,
Saumensch
? —preguntó.»

Liesel había terminado el relato cuando se produjo el siguiente bombardeo, el 2 de octubre. Sólo quedaban unas pocas hojas en blanco y la ladrona de libros ya había empezado a leer lo que había escrito. La historia se dividía en diez partes, todas ellas encabezadas con títulos de libros o relatos que explicaban cómo habían afectado a su vida.

A menudo suelo preguntarme en qué página se encontraría cuando cinco noches después me paseé por Himmelstrasse bajo el repiqueteo de las gotas de lluvia. Me pregunto qué estaría leyendo cuando cayó la primera bomba de la caja torácica de un avión.

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