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Authors: Craig Smith

Tags: #Histórico, Intriga

La lanza sagrada (22 page)

BOOK: La lanza sagrada
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Utilizó un dialecto de Berlín mezclado con una entonación rusa. Quería que Ohlendorf se imaginase lo peor.

—¡Lo que quiero es saber qué pasa!

—No suba la voz —le pidió Malloy con mucha educación, aunque la verdad era que no le importaba el ruido.

Ohlendorf lo insultó en voz alta, y Malloy le lanzó una mirada a Ethan, que se movió y le dio una palmada al cautivo en la cabeza. Después cerró el puño, por si Ohlendorf necesitaba una persuasión menos sutil. Malloy lo apartó con un gesto. El alemán se quedó mirando con aire desafiante la figura enmascarada de Ethan, aunque no dijo nada más. Su respuesta había sido muy instructiva, no era un hombre acostumbrado a aceptar órdenes y no se asustaba fácilmente. Después de pasarse toda su carrera profesional en los juzgados criminales y conspirando con gente como Xeno y Helena Chernoff, sin duda se consideraba capaz de tratar con delincuentes y, por supuesto, la primera regla de esa jungla era no demostrar miedo.

—¿Quiere un café? —insistió Malloy.

—Sí —respondió Ohlendorf, después de pensárselo un momento.

Malloy le hizo un gesto a Ethan, que fue a por una taza. Mientras esperaba, Ohlendorf examinó la habitación: la iluminación consistía en una sola lámpara, así que gran parte del lugar estaba a oscuras, aunque resultaba fácil adivinar que no era una vivienda normal, la decoración era demasiado espartana. Había un sofá y un sillón en una esquina, con una mesa de centro entre los dos. En otra área había un escritorio con un ordenador y, al lado, una estantería con novelas, libros y revisas en distintos idiomas.

Quiero que entienda que no queremos hacerle daño, Pero necesitamos información y haremos lo que sea necesario Para conseguirla —dijo Malloy.

La curiosidad hizo que a Ohlendorf se le iluminasen los ojos, aunque se resistió a la tentación de preguntar de qué información se trataba y también al impulso de afirmar que no sabía nada. Por el momento, su experiencia como abogado le daba bastante confianza. Ethan volvió con una taza de café y la sostuvo para que el alemán bebiera.

—¿Más? —preguntó Malloy. Ohlendorf asintió y dio otro trago. Ethan se apartó y dejó la taza, mientras el cautivo miraba a Kate, dejando patente su desconcierto por primera vez.

—Queremos información sobre Helena Chernoff —dijo Malloy.

Durante un segundo, Ohlendorf clavó la vista en Malloy. —¿De qué estás hablando? —preguntó. —No sea estúpido, nadie quiere hacerle daño. Nuestro objetivo es Chernoff, no usted. —¿Quién os envía?

—Un viejo amigo de una de las víctimas de Chernoff.

La alusión de Malloy a la mafia rusa tuvo el efecto deseado. La voz de Hugo Ohlendorf cambió de registro y empezó a hablar más deprisa.

—¡No conozco a esa persona! ¡No sé de qué me habla!

—Dale más café —dijo Malloy.

Ohlendorf observó a Ethan, como si esperase que lo achicharrara con la bebida. Cuando vio que Ethan le ofrecía la taza, preguntó:

—¿Qué lleva? ¿Por qué me hacéis beber esto?

Malloy le hizo un gesto a Ethan para que apartase la taza.

—Tenemos que cambiar de actitud, herr Ohlendorf. Tengo un plazo de tiempo muy limitado, después... —miró a posta a Kate—... intentaremos un método diferente. Ahora, dígame lo que sepa sobre Helena Chernoff.

—¡Lo único que sé es que os habéis equivocado de hombre!

—Hábleme de Jack Farrell.

—¿El americano?

La mención de Farrell pareció aturdirlo.

—Lleguemos a un punto medio. Sé que sabe quién es Farrell. Solo quiero saber cómo consiguió que Helena Chernoff trabajase para él. No es mucho pedir, ¿no?

—¿Cómo iba yo a saber algo sobre ese hombre?

—Mire, nadie quiere leer en los periódicos la noticia de la tortura y el asesinato de un importante abogado de Hamburgo. Nos haría la vida más difícil a todos.

—No conozco a Farrell, ni a esa otra persona. ¿Cómo se llamaba? —Como Malloy no respondía, añadió, en tono serio—: ya se lo he dicho, me han confundido con otro.

Kate, que estaba apoyada en la pared más cercana a la cocina con los brazos cruzados, empezó a dar vueltas por la habitación. Ohlendorf la miró, asustado por la máscara, el silencio y el mal genio.

—Esto no funciona —dijo Ethan; hablaba alemán lo bastante bien como para no sonar estadounidense—. ¡Nos está mintiendo!

Malloy levantó la mano derecha, como si pidiese paciencia. —Dale otra oportunidad —dijo. Kate volvió a cruzarse de brazos.

—¡No sé qué queréis de mí! —protestó Ohlendorf—. ¡Os digo que os equivocáis de hombre!

—Dime con qué frecuencia se reúne con Xeno.

El abogado puso cara de sorpresa y no dijo nada durante unos segundos. Era como si la mención de aquel hombre lo hiciese volver a calibrar la situación. Finalmente dijo, muy tranquilo: No conozco a nadie con ese nombre.

—Le he preguntado con qué frecuencia se reúne con él —Ohlendorf miró a Kate, intentando averiguar cuál era su papel en la operación: ¿la dirigía ella o Malloy?—. Sabemos lo de las reuniones en el Stadtpark —siguió diciendo Malloy.

—¡No sé de qué me hablas! —exclamó el abogado, pálido y sorprendido.

—Sabemos que es socio de Jack Farrell desde hace años.

—¡No conozco a Farrell!

—¡Se sienta en un consejo de administración con ese hombre!

—No, no lo conozco.

—Hábleme de Helena Chernoff.

—¡No la conozco!

Malloy se puso de pie con cara de resignación y miró a Kate.

—Tenías razón. Adelante, córtale la nariz —le pidió, en tono tranquilo, como un hombre que ha hecho todo lo que ha podido.

—¡Espera!

—¿Cómo funciona? —preguntó Malloy, levantando la mano como si pretendiese detener a Kate—. ¿Cómo entro en contacto con Chernoff si quiero contratarla para un trabajo? —Ohlendorf no respondió de inmediato, estaba usando el tiempo para calcular sus opciones—. No sabrá quién nos lo dijo, créame. Si nos ayuda, la borraremos de la faz de la tierra y usted volverá a ser un hombre libre.

Ohlendorf no se lo creía.

Kate se puso detrás de él y sacó su cuchillo de combate para que pudiera oír cómo la hoja salía de la funda y ver el reflejo de la luz en el acero durante un instante. Una vez fuera del campo de visión del prisionero, Malloy levantó la mano como si quisiera detenerla.

—Dale otra oportunidad, quiere contárnoslo —dijo. Ohlendorf intentó mirar a Kate, pero sus ataduras se lo impedían. Respiraba más deprisa y había perdido toda confianza—. ¿Cómo entro en contacto con ella?

Kate puso el filo con forma de diamante bajo la nariz del prisionero y apretó un poco. La sangre brotó al instante, y cayó sobre la hoja y sobre la barbilla de Ohlendorf.

—¡Es ella la que entra en contacto conmigo!

—Miente. ¡Usted le organiza los trabajos!

—¡No! —gritó Ohlendorf, apartando la barbilla para escapar del cuchillo—. Ella me pide que organice una reunión y yo me encargo.

Intentó mirar a Kate para ver cómo se tomaba la información.

—¿Cómo se pone en contacto con usted?

—El Zeitung de Hamburgo, en los anuncios personales. Si quiere ponerse en contacto me da un número de teléfono. El número cambia, pero siempre se encuentra en la sección de hombres que buscan mujeres. Pone tres anuncios idénticos y siempre usa las palabras clave regordeta, enérgica y discreta. Los últimos dos dígitos del número están al revés, para evitar llamadas no deseadas.

Malloy se levantó y miró la hora en su reloj; se quedaba sin tiempo.

—Entonces, ¿qué pasa cuando llama a ese número?

—Me dice lo que necesita.

—¡Córtale la nariz!

—¡Estoy diciendo la verdad!

Malloy levantó la mano, pidiéndole a Kate que esperase. Ohlendorf tenía la respiración acelerada; los ojos se le salían de las órbitas y movía la cabeza adelante y atrás. Kate le había Puesto el cuchillo delante de la cara, mientras sujetaba la parte de atrás de la cabeza de Ohlendorf con el cuerpo, de modo que no pudiera apartarse de ella.

—Ultima oportunidad —le dijo Malloy—. Si quiere que su hija lo vea sin nariz, no tiene más que volver a mentirme.

—¡No estoy mintiendo!

—¿Le pidió Farrell que se pusiera en contacto con Chernoff?

—¡No! ¡No sé qué pretende! —Así que lo conoce.

—Lo he visto varias veces, pero tampoco es que lo conozca. —¿Cuándo fue la última vez que Chernoff requirió sus servicios?

—A finales del año pasado. No sé..., finales de diciembre, creo.

—Cuéntemelo.

—Necesito agua —parpadeó, pensativo, intentando ganar tiempo.

—¿Conoce a un buen cirujano plástico?

Ohlendorf bajó la mirada. Malloy le hizo una señal a Kate para que diese un paso atrás, y ella le dio una palmada en la cabeza antes de apartarse. Malloy le cogió el cuchillo, bloqueó la cabeza del hombre con su torso y apoyó el cuchillo en su nariz.

—¡Lo haré yo mismo, si no me da algo!

—Estaba preparando un asesinato múltiple. ¡Necesitaba especialistas! Me puse en contacto con algunas personas siguiendo los protocolos.

—¿Múltiple? ¿Quiénes eran las víctimas?

—No me lo dijo. Yo solo le proporciono la gente que necesita para cada trabajo, ¡no me involucro en el resto!

—No le creo —respondió Malloy, soltándole la cabeza y poniéndose frente a él.

—No puedo hacer nada para convencería. ¡Es la verdad!

—¿Conoce el alias de Langer?

—A veces me transfiere dinero bajo ese nombre —respondió él, sorprendido, después de tomarse su tiempo.

—¿Es ella la que paga, no usted?

—Le organizo las cosas, ¡me paga por eso!

—¿Qué banco usa?

—Sardis and Thurgau, en Zúrich.

—¿Qué relación tenía Xeno con Chernoff?

—Xeno trabajaba para mí, me proporcionaba gente cuando ella lo necesitaba, gestionaba algunos de sus pisos francos, suministraba equipo, armas, teléfonos.

—¿Eran amantes?

—¡Ella se mueve en mejores ambientes! —exclamó Ohlendorf riéndose.

—¿En los suyos, Hugo? —Como no respondía, apretó la punta del cuchillo contra su entrepierna.

—¡A veces! ¡De vez en cuando!

—¿Cuánta gente necesitó Chernoff en diciembre? —le preguntó Malloy, después de darle una bofetada para que no se despistase.

—No lo sé. Depende del trabajo...

—¿Cuánta gente para el trabajo de diciembre, Hugo?

—Ocho personas..., ¡nueve! Ocho en la ciudad y... el otro.

—¿El otro?

—El especialista. El resto era gente normal, de la calle.

—¿Le buscó pasaportes? —preguntó Malloy, poniéndose detrás de él y devolviéndole el cuchillo a Kate.

—No —respondió Ohlendorf, sorprendido—. Eso... no lo hago.

—¿Quién lo hace?

—No lo sé.

—¡Miente! —le gritó Malloy, poniéndose de nuevo frente a él.

—Tiene contactos en España. ¡No toco ni documentos de identidad, ni pasaportes! Me encargo..., me pongo en contacto con gente que le consigue lo que quiere.

—¿Qué le pagó por los asesinatos de diciembre?

—No me ha pagado.

—¿Por qué no?

—Todavía no ha concluido el negocio. Mira, te he dicho lo que querías. Dijiste que si te contaba lo que sabía sobre Chernoff me dejarías marchar.

—No me ha contado lo que sabe, ¡me oculta cosas, Hugo! ¡Miente más que habla!

—¡No! ¡Te lo he contado todo!

Malloy salió del cuarto para buscar en las bolsas el fusil de dardos de Kate y un dardo extra. Cuando regresó a la habitación, Ohlendorf abrió los ojos como platos.

—¿Qué estás haciendo? —preguntó—. Te lo he dicho..., no, espera. ¡Espera!

Se encogió al recibir el disparo del dardo. Intentó hablar, tembló y se le cayeron los párpados. Unos segundos después perdió la conciencia.

—Ponedle algo en la cabeza —dijo Malloy— y llevad el equipo al Toyota. Estaré en la calle, delante del bar, cuando estéis listos.

—¿Qué tienes, T.K.? —le preguntó Josh Sutter a Malloy cuando entró en el bar.

—Una posible ubicación de Jack Farrell.

—¡Me tomas el pelo!

—La verdad es que no, todo lo contrario. Venga, vámonos.

Encontraron a Randal aparcado en doble fila junto al bar. Una prostituta estaba de pie en su puerta, intentando hacer un trato. Malloy le dio cincuenta euros y le dijo que se largase. Cincuenta era el precio correcto, porque desapareció entre la multitud.

—Creía que solo te gustaban las animadoras —comentó Malloy, de pie junto a la ventanilla del conductor.

—¿Qué puedo decir? —respondió Randal sonriendo mientras alzaba un hombro—. Estaba sentado tan tranquilo cuando, de repente, me encuentro con el especial de medianoche.

—Creemos que Chernoff tiene a Jack Farrell en un edificio de viviendas cerca de aquí. —El Toyota salió del callejón, se metió en su calle y paró al lado de Malloy—. Tenemos que estar allí en diez minutos, ¡no nos perdáis!

Malloy se acomodó en el asiento de atrás del Toyota y marcó un número de la memoria al tiempo que Kate aceleraba. Dale Perry cogió al segundo timbrazo. —Sí.

—Ya vamos.

—Tres manzanas al norte del objetivo hay una gasolinera BP que está cerrada de noche —respondió Dale.

Malloy le dio la dirección a Ethan y miró por la ventanilla trasera para asegurarse de que Sutter y Randal los seguían. Las calles estaban abarrotadas de peatones y coches, aunque empezaron a escasear conforme se alejaban del barrio del sexo.

—¿Qué te parece Ohlendorf? —preguntó Kate.

—Creo que sigue escogiendo lo que quiere contarnos. ¿De verdad crees que Chernoff tiene a nueve personas ^abajando para ella?

Necesita a gente para que le haga los recados, vigile, y quizá un par de guardaespaldas —respondió Malloy—. Y eso veinticuatro horas al día... Podrían ser nueve, sí. Lo que me preocupa es lo del especialista. ¿Cuál será su trabajo? .1

—Yo también le estaba dando vueltas —respondió Ethan, que miraba el GPS y le decía a Kate dónde girar.

—¿Qué hace un tío como Ohlendorf mezclándose con asesinos? —preguntó Kate.

—Me da la impresión de que tiene una agencia de talentos.

—¿Crees que trabaja para alguien? —preguntó Ethan.

—Quizá... o puede que se trate de una liga de ayuda mutua. Ohlendorf suministra personal freelance a Chernoff por un precio. Si necesitan pasaportes, van a su amigo de España...

—¿Luca? —sugirió Ethan.

—Sabemos que Luca trafica con pasaportes. Sabemos que Giancarlo y Jack Farrell blanquean dinero. Si Ohlendorf se encarga de los recursos humanos...

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