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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (4 page)

BOOK: La lista de los doce
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Observando en tenso silencio a que su comandante diera la señal.

Schofield se puso de cuclillas junto al cuerpo decapitado y lo examinó.

Los hombres de la unidad Delta no llevaban insignias ni ningún tipo de identificación, pero no las necesitaba para saber de quién se trataba. Podía saberlo por su físico.

Era el especialista Dean McCabe, uno de los líderes del equipo de la unidad Delta.

Schofield miró a su alrededor, al área más inmediata. La cabeza de McCabe no estaba allí. Schofield frunció el ceño. No solo le habían cortado la cabeza, se la habían llevado…

—¡Espantapájaros! —oyó de repente por el auricular—. Aquí Toro. Estamos en la torre de oficinas. No va a creerlo.

—Pruebe.

—Están todos muertos, todos los hombres de Delta. Y, Espantapájaros… le han cortado la cabeza a Farrell.

Un fuerte escalofrío le recorrió la espalda.

Su cerebro se puso en funcionamiento. Sus ojos escudriñaron el lugar: ventanas resquebrajadas y rotas y paredes cubiertas de hielo, fundiéndose y tornándose borrosas a modo de caleidoscopio.

El complejo Krask-8. Vacío y aislado…

Ni rastro de los terroristas chechenos desde que llegamos…

Hemos perdido el contacto por radio con Alaska…

Y todos los miembros de los equipos Delta están muertos… por no hablar del no menos singular detalle de las cabezas extraviadas de McCabe y Farrell.

Y entonces lo supo.

—¡Toro! —susurró por su micro de cuello—. ¡Vengan aquí ahora mismo! ¡Nos han tendido una trampa! ¡Nos han tendido una trampa!

Y en ese momento, mientras hablaba, los ojos de Schofield se detuvieron en un pequeño montículo de nieve en un rincón del inmenso dique… y, de repente, una forma escondida tras el montículo entró en foco: un hombre cuidadosamente camuflado con un uniforme de combate para la nieve que apuntaba, con un fusil de asalto Colt Commando, al rostro de Schofield.

Maldición
.

Y entonces los veinte asesinos dispuestos por todo el almacén abrieron fuego sobre Schofield y sus hombres y el dique se convirtió en un campo de batalla.

1.4

Schofield se agachó por acto reflejo justo cuando dos balas le pasaron rozando la cabeza.

Libro II y Clark hicieron lo mismo, tirándose al suelo, entre los cuerpos de los Delta, cuando una ráfaga de disparos impactó en el suelo.

El cuarto marine, Gallo, no tuvo tanta suerte. Quizá fueran las gafas reflectantes que llevaba (que hacían que se pareciera a Schofield) o quizá fuera simplemente mala suerte. Una ráfaga de disparos atacó sin piedad su cuerpo, haciéndolo jirones, zarandeándolo a pesar de estar ya muerto.

—¡Al foso! ¡Ahora! —gritó Schofield, prácticamente placando a Clark y Libro II para sacarlos de la línea de fuego. Los tres rodaron hasta el borde y cayeron al dique en el mismo instante en que miles de balas impactaron a su alrededor.

Cuando Schofield y los demás cayeron al foso del dique, lo hicieron bajo la atenta mirada del comandante de la fuerza armada que los tenía rodeados.

Su nombre era Wexley, Cedric K. Wexley, y en su vida anterior había sido comandante de la unidad de reconocimiento del ejército sudafricano.

Así que este es el famoso Espantapájaros
, pensó Wexley mientras observaba a Schofield moverse.
El hombre que derrotó a Gunther Botha en Utah. Bueno, he de reconocer que sus reflejos son buenos
.

Antes de su caída en desgracia, Wexley había sido un brillante miembro de los Recces, en gran medida por haberse tratado de un ferviente seguidor del régimen del
apartheid
. De alguna manera había logrado que sus tendencias racistas pasaran desapercibidas y había sobrevivido a la transición a la democracia. Pero entonces mató a un soldado negro en un campamento militar, golpeándolo hasta la muerte. Ya lo había hecho con anterioridad, pero esa vez no logró pasar desapercibido.

Y cuando soldados como Cedric Wexley (psicópatas, sociópatas, matones…) eran dados de baja de las fuerzas armadas legítimas, acababan siempre en las ilegítimas.

Razón por la que Wexley era el soldado al frente de esa unidad: un equipo de operaciones especiales que pertenecía a una de las organizaciones mercenarias más destacadas del mundo: Executive Solutions, o ExSol, con sede en Sudáfrica.

Si bien ExSol se especializaba en misiones de seguridad en el tercer mundo (como ayudar a mantener dictaduras africanas a cambio de un jugoso porcentaje de los beneficios de la extracción de diamantes) también, cuando la logística lo permitía, se embarcaba en la consecución de recompensas más lucrativas que surgían de manera ocasional.

Con casi diecinueve millones de dólares por cabeza, se trataba del botín más lucrativo jamás habido y, gracias al chivatazo de un amigo bien situado en el Consejo, Executive Solutions había tomado la delantera para hacerse con tres de esas cabezas.

El operador de radiocomunicaciones de Wexley se colocó junto a él.

—Señor, el equipo Azul ha entablado combate con los marines en la torre de oficinas.

Wexley asintió.

—Dígales que regresen al dique por el puente cuando hayan terminado.

—Señor, hay otra cosa —dijo el operador.

—¿Sí?

—Neidricht está en el tejado y dice que capta dos señales entrantes con el radar externo. —Se produjo una pausa—. Cree que se trata del Húngaro y del Caballero Oscuro.

—¿En qué posición se encuentran?

—El Húngaro a unos quince minutos. El Caballero está más lejos, a unos veinticinco quizá.

Wexley se mordió el labio.

Cazarrecompensas
, pensó.
Putos cazarrecompensas
.

Wexley odiaba ese tipo de misiones precisamente porque detestaba a los cazarrecompensas. Si no te levantaban el objetivo de primeras, los muy cabrones dejaban que hicieras el trabajo sucio, te acechaban de camino al lugar donde debías hacer entrega de las pruebas y te robaban el objetivo para reclamar la recompensa como suya.

En un intercambio militar frontal, el ganador era el último hombre que quedara en pie. Pero con las recompensas no era así. En ellas el ganador era el que presentaba la presa en el lugar acordado, independientemente de cómo la hubiera obtenido.

Wexley gruñó.

—Del Húngaro puedo encargarme, es un incompetente. Pero el Caballero Oscuro… él sí que va a ser un problema.

El comandante de ExSol bajó la vista al foso del submarino.

—Lo que significa que tendremos que hacer esto rápido. Acaben con ese gilipollas de Schofield y tráiganme su puta cabeza.

Schofield, Libro II y Clark cayeron por la pared del foso del dique.

Cayeron nueve metros hasta aterrizar sobre los dos cuerpos del equipo Delta desplomados en el suelo.

—¡Vamos! ¡Muévanse! —Schofield empujó a los otros dos bajo el enorme submarino Typhoon negro elevado sobre los bloques.

Cada bloque estaba fabricado en resistente hormigón y era del tamaño de un coche pequeño. Cuatro largas filas de bloques sostenían el gigantesco submarino, conformando una serie de estrechos callejones en ángulo recto bajo el casco de acero negro del Typhoon.

Schofield habló por su micrófono de cuello mientras avanzaba en zigzag por los oscuros callejones.

—¡Toro! ¡Toro Simcox! ¿Me recibe?

La voz de Toro, acelerada y desesperada:

—¡Espantapájaros, mierda! ¡Nos están disparando! ¡Todos los demás han caído y yo… yo estoy herido! No puedo… oh, joder… ¡no!

Se oyeron disparos al otro lado de la línea y la señal se cortó.

—Mierda —dijo Schofield.

Y, de repente, oyó varios golpes sordos en algún punto a sus espaldas.

Se volvió, MP-7 en ristre, y a través del bosque de gruesos bloques de cemento, vio al primer grupo de soldados enemigos descendiendo con cuerdas al foso.

Con Clark y Libro II tras él, Schofield se abrió paso por entre los oscuros callejones bajo el Typhoon, esquivando el fuego enemigo.

Sus perseguidores se encontraban ya también en el laberinto de hormigón, unos diez hombres en total, y estaban avanzando de manera sistemática, cubriendo los callejones con fuego pesado, arrinconando a Schofield y a sus hombres hacia la compuerta que había al otro extremo del dique.

Schofield observó el avance de sus enemigos, analizó sus tácticas, contempló sus armas. Sus tácticas eran estándar. Las habituales en una situación así. Pero sus armas…

Sus armas.

—¿Quiénes son estos tipos? —dijo Libro II.

Schofield respondió:

—Tengo una ligera idea, pero no le va a gustar.

—Pruebe.

—Mire sus armas.

Libro II echó un vistazo rápido. Algunos de los hombres, con máscaras blancas, llevaban MP-5 mientras que otros tenían fusiles de asalto franceses FAMAS o Colt Commando estadounidenses. Otros portaban AK-47 o versiones de este como el Tipo 56 chino.

—¿Ve las armas? —preguntó Schofield mientras seguían avanzando—. Todos llevan armas diferentes.

—Mierda —dijo Libro II—. Mercenarios.

—Eso era lo que estaba pensando.

—Pero ¿por qué?

—No lo sé. Al menos, no aún.

—¿Qué vamos a hacer? —preguntó Clark con tono desesperado.

—Estoy en ello —dijo Schofield mientras alzaba la vista al grueso casco de acero que se cernía sobre ellos, buscando posibles opciones de escape.

Con la espalda apoyada contra uno de los bloques de hormigón, asomó la cabeza por una de las esquinas exteriores y contempló el foso del dique… y vio la enorme compuerta de acero que separaba el foso del tanque de agua cubierta de hielo del extremo este.

Se le vino a la mente la mecánica del dique.

Para meter un Typhoon de enormes dimensiones en el foso había que hacer descender la compuerta, inundar el dique y gobernar el submarino hasta allí. A continuación se subía de nuevo la compuerta y se extraía el agua del dique, momento en el que a su vez se colocaba el submarino sobre los bloques para poder trabajar con mayor facilidad en este.

La compuerta…

Schofield la observó con detenimiento y pensó en la cantidad de agua que contendría. Miró en la otra dirección: hacia la proa del submarino. Y entonces lo vio.

Era su única oportunidad.

Se volvió a los demás.

—¿Llevan los Maghook?

—Eh… sí.

—Sí.

—Prepárense para usarlos —dijo Schofield mientras contemplaba la compuerta de acero, de tres plantas de altura y más de veinticinco metros de ancho. Sacó su Maghook de la funda de la espalda.

—¿Vamos en esa dirección, señor? —preguntó Clark.

—No. Vamos en la otra, pero para hacerlo necesitamos volar la compuerta.

—¿Volar la compuerta? —acertó a decir Clark mientras miraba a Libro II.

Libro se encogió de hombros.

—Esto es habitual. Destroza todo…

Justo entonces, una ráfaga inesperada de balas golpeó sin piedad los bloques de hormigón que tenían a su alrededor. Provenía de la dirección de la compuerta.

Schofield se puso a cubierto tras un bloque, se asomó y vio que diez mercenarios más habían bajado a ese extremo del foso.

Mierda
, pensó,
ahora estamos atrapados en el foso entre dos grupos enemigos
.

El nuevo grupo de mercenarios comenzó a avanzar.

—Ahora veréis —dijo.

Cedric Wexley seguía contemplando el dique desde arriba.

Vio que sus dos pelotones de mercenarios cercaban a Schofield y a sus hombres desde ambos flancos.

Y una gélida sonrisa se esbozó en su rostro.

Iba a ser demasiado sencillo.

Schofield cogió dos cargas de demolición de termita y amatol de su ropa de combate.

—Caballeros. Sus Maghook.

Los tres sacaron sus ganchos magnéticos.

—Ahora hagan esto. —Schofield se desplazó hasta el costado izquierdo del Typhoon, levantó el Maghook y lo disparó a poca distancia, hacia el casco del submarino.

¡Clangggg!

Clark y Libro II hicieron lo mismo.

¡Clangggg! ¡Clangggg!

Schofield contempló el submarino en toda su extensión.

—Cuando la ola nos golpee, dejaremos que los cables del Maghook se desenrollen, así podremos desplazarnos a lo largo del exterior del submarino.

—¿Ola? —dijo Clark—. ¿Qué ola?

Pero Schofield no respondió.

Simplemente cogió las dos cargas de demolición que tenía en las manos y seleccionó el interruptor del temporizador que quería.

Los interruptores de los distintos temporizadores de que disponían las cargas de termita y amatol eran de tres colores: rojo, verde y azul. Si accionabas el interruptor rojo, disponías de cinco segundos antes de la explosión; el verde concedía treinta segundos; el azul, un minuto.

Schofield escogió el rojo.

A continuación arrojó las dos cargas, que volaron por encima de las cabezas del equipo mercenario que avanzaba hacia ellos hasta rebotar contra la compuerta de acero como si de dos pelotas de tenis se tratara. Fueron a parar al punto más débil de la compuerta, donde esta se juntaba con la pared derecha de hormigón del foso.

Cinco segundos. Cuatro…

—Esto va a doler… —dijo Libro mientras se enrollaba el cable del Maghook en el brazo. Clark hizo lo mismo.

Tres… dos…

—Uno —susurró Schofield, con la mirada fija en la presa—. Ahora.

¡Bum!

1.5

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