La lista de los doce (7 page)

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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

BOOK: La lista de los doce
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En el suelo, junto a los silos, un nivel por debajo de él, vio diez figuras desplomadas en el suelo: los seis miembros del equipo Delta de Farrell y el pelotón marine de cuatro hombres de Toro Simcox.

Schofield miró el reloj, la cuenta atrás que indicaba que el misil del Typhoon regresaría a Krask-8 en 15.30… 15.29… 15.28…

—A la planta baja —le dijo Schofield a Libro—. Tenemos que llegar a la planta baja.

Corrieron a la escalera más cercana, comenzaron a bajar… Y una ráfaga de disparos los recibió.

Mierda
.

Los mercenarios habían llegado primero a la planta baja. Debían de haber cruzado la carretera cubierta de nieve situada entre el almacén del dique seco y la torre.

—¡Maldición! —gritó Schofield.

—¿Y ahora qué? —gritó Libro II.

—¡No parece que tengamos muchas opciones! ¡Subamos!

Y eso hicieron.

Subieron y subieron, trepando por las escaleras como un par de monos fugitivos, esquivando el fuego mercenario en su ascenso.

Habían subido diez plantas cuando Schofield se atrevió a detenerse y mirar hacia abajo.

Lo que vio hizo añicos cualquier atisbo de esperanza que pudiera haber albergado hasta ese momento.

Vio que la unidad mercenaria al completo se colocaba alrededor de los silos misilísticos de hormigón de la planta baja de la torre: unos cincuenta hombres en total.

Y entonces el grupo de mercenarios se separó cuando un hombre se colocó en el medio.

Era Cedric Wexley, con la nariz rota y completamente ensangrentada.

Schofield se quedó petrificado.

Se preguntó qué haría Wexley a continuación. El comandante de los mercenarios podía enviar a sus hombres por las escaleras tras Schofield y Libro y contemplar cómo los abatían uno a uno hasta que los dos marines se quedaran sin munición y se convirtieran en blancos seguros. No era una estrategia muy atrayente que dijéramos.

—¡Capitán Schofield! —La voz de Wexley resonó por el ancho hueco de la torre—. ¡Corra todo lo que quiera, pero ya no tiene adónde ir! Recuerde mis palabras, ¡muy pronto ya no podrá correr más!

Wexley sacó varios objetos pequeños de su uniforme.

Schofield los reconoció al instante y se quedó helado.

Pequeños y cilíndricos; las cargas de demolición de termita y amatol. Cuatro. Wexley debía de haberlas cogido de los cuerpos de los marines muertos de Schofield.

Y entonces supo cuál era el plan de Wexley.

Wexley le pasó las cargas de termita a cuatro de sus hombres que, al momento, corrieron a las cuatro esquinas de la planta baja y las colocaron junto a los pilares de la torre.

Schofield cogió sus prismáticos y se los llevó a los ojos.

Alcanzó a ver una de las cargas de termita fija en la columna y vio los interruptores de los temporizadores: rojo, verde y azul.

—¡Inicien los temporizadores! —gritó Wexley.

El hombre al que Schofield estaba observando a través de los prismáticos presionó el interruptor azul de la carga de demolición.

Azul significaba «un minuto».

Los tres mercenarios a cargo de las otras cargas de demolición hicieron lo mismo.

Schofield abrió los ojos de par en par.

Libro II y él disponían de solo sesenta segundos hasta que el edificio volara por los aires.

Puso en marcha el cronómetro de su reloj:

00.01…

00.02…

00.03…

—¡Capitán Schofield! ¡Cuando esto acabe, buscaremos entre los escombros y hallaremos su cuerpo! Y cuando lo hagamos, ¡yo personalmente le cortaré la puta cabeza y me mearé en su cadáver! ¡Caballeros!

Tras eso, los mercenarios se dispersaron cual bandada de pájaros a las salidas dispuestas en la planta baja.

Schofield y Libro II solo pudieron contemplar impotentes cómo se marchaban. Schofield pegó la cara a la ventana más cercana y los vio reaparecer en el terreno exterior cubierto de nieve. Rodearon el edificio, cubriendo todas las salidas con sus armas.

Schofield tragó saliva.

Libro y él estaban encerrados en ese edificio; un edificio que, en cincuenta y dos segundos, iba a estallar.

1.8

Fue mientras miraba por la ventana a los soldados mercenarios cuando lo oyó.

Un estruendo fuerte y retumbante.

El sonido inconfundible de un caza.

—La transmisión de antes —musitó Schofield.

—¿Qué? —preguntó Libro II.

—Cuando estábamos dentro del Typhoon, dijeron que habían captado un contacto aéreo entrante: un caza polivalente Yak-141. Pilotado por alguien a quien llamaron «el Húngaro». Dijeron que venía de camino.

—¿Un cazarrecompensas?

—Un competidor. Pero en un Yak-141. Y un Yak-141 es un… —dijo Schofield—. ¡Vamos! ¡Rápido!

Corrieron a la escalera más cercana y subieron en dirección al tejado de la torre de oficinas.

Schofield abrió la trampilla del tejado. Libro II y él la atravesaron y al instante fueron golpeados sin piedad por el fuerte viento siberiano.

Su cronómetro seguía avanzando:

00.29

00.30

00.31

Conformaban una imagen de lo más singular: dos diminutas figuras en lo alto de la torre, rodeadas por los edificios abandonados de Krask-8 y las inhóspitas montañas siberianas.

Schofield corrió al borde del tejado para ver de dónde provenía el ruido del motor.

00.33

00.34

00.35

¡Allí
!

Estaba sobrevolando un edificio bajo ligeramente abovedado a unos cuatrocientos cincuenta metros al oeste: era un caza supersónico Yakovlev-141.

El Yak-141, el equivalente ruso al avión a reacción Harrier, era probablemente la aeronave más horrible jamás construida; con sus bordes cuadrados y su abultado motor de combustión residual, no había sido fabricado para ser bonito. Pero su tobera trasera permitía vectorizar su posquemador de combustible para que apuntara hacia abajo, posibilitando de esa manera que despegara y aterrizara verticalmente, y que también se mantuviera inmóvil en el aire cual helicóptero.

00.39

00.40

00.41

Schofield sacó su MP-7 y descerrajó un cargador entero de treinta balas en dirección al morro del Yak en un intento a la desesperada por atraer la atención del piloto.

Funcionó.

Como si de un
Tyrannosaurus rex
al que le han interrumpido el almuerzo se tratara, el Yak-141 viró en el aire y pareció mirar directamente a Schofield y Libro II. Entonces, con un bandazo, incrementó la potencia y se acercó a la torre.

Schofield agitó los brazos hacia el avión como un idiota.

—¡Aquí! —gritó—. ¡Acércate! ¡Acércate más!

00.49

00.50

00.51

El Yak-141 se aproximó aún más, de manera que en esos momentos se encontraba a unos cuarenta metros del tejado de la torre.

No lo bastante cerca…

Schofield podía ver al piloto desde esa distancia, un hombre de rostro ancho que llevaba un casco de vuelo y parecía confuso. Schofield agitó los brazos frenéticamente, gritando una vez más.

00.53

00.54

00.55

El Yak-141 se acercó una fracción más.

Treinta y cinco metros…

00.56

—¡Joder, aprisa! —gritó Schofield mientras contemplaba el tejado bajo sus pies, esperando a que de un momento a otro las cargas de termita explotaran.

00.57

—Demasiado tarde. —Schofield se giró hacia Libro con gesto elocuente y bajó el arma. Al ver a Schofield, Libro hizo lo mismo.

—Haga lo que le diga —dijo Schofield de repente—, y seguirá con vida. ¡Ahora corra!

Echaron a correr, a gran velocidad, codo con codo, acercándose al borde del tejado de quince plantas de altura.

00.58

Llegaron rápidamente al borde…

00.59

… Y, cuando el cronómetro de Schofield marcó el minuto, Libro II y él saltaron al vacío. Sus pies abandonaron el parapeto en el mismo instante en que la sección inferior del edificio estalló en una lluvia de hormigón, y toda la torre (los sesenta metros, el tejado, las paredes acristaladas, las columnas de hormigón…) se desplomó bajo ellos como si de un gigantesco árbol recién talado se tratara.

1.9

El piloto del Yak-141 observó anonadado cómo el edificio de quince plantas que tenía ante sus ojos se desintegraba, desmoronándose al ritmo de una extraña cámara lenta, derrumbándose en su propia nube de polvo.

Era un hombre fornido y bajo, con el rostro redondo, rasgos de Europa del Este y ceño permanentemente fruncido. Su nombre era Oleg Omansky. Pero nadie lo llamaba así.

Otrora miembro de la policía secreta húngara, con fama de emplear más la violencia que el cerebro, era conocido en el mundillo como «el Húngaro».

En esos momentos, sin embargo, el Húngaro estaba confundido.

Había visto a Schofield, a quien había reconocido al instante como uno de los integrantes de la lista, y a Libro II saltar del tejado un instante antes de que el edificio se hubiera desplomado.

Pero ahora no los veía.

Los restos y escombros del edificio habían levantado una enorme nube de polvo que lo cubría todo en un radio de un kilómetro a la redonda.

El Húngaro rodeó el emplazamiento, buscando el lugar donde Schofield había aterrizado.

Observó que un grupo de hombres estaba formando un perímetro alrededor del edificio derrumbado (cazarrecompensas, sin duda) y vio que corrían hacia las ruinas una vez que el desmoronamiento del edificio había cesado.

Pero seguía sin ver a Schofield.

Comprobó el estado de sus armas y se dispuso a aterrizar en el tejado de un edificio cercano.

El Yak-141 aterrizó sin problemas en el tejado de uno de los inmuebles más bajos del complejo. Su propulsor trasero, que apuntaba hacia abajo, se encargó de limpiar la superficie de escombros y restos.

Tan pronto como hubo aterrizado, la cubierta transparente de la cabina se abrió y el Húngaro salió por ella. Su cuerpo era tan orondo como su rostro y llevaba un fusil de asalto AMD, la versión húngara más rudimentaria pero igual de eficaz del AK-47, cuya principal diferencia era la empuñadura delantera extra.

Se había alejado cuatro pasos del avión cuando…

—Tire el arma.

El Húngaro se volvió…

… Y vio a Shane Schofield salir de debajo del Yak-141, con un MP-7 en ristre que apuntaba directamente a la nariz del Húngaro.

Cuando la torre acristalada voló en pedazos, Schofield y Libro II habían saltado a la nada, cayendo justo bajo la parte delantera del Yak-141, que sobrevolaba en esos momentos el edificio.

Antes de empezar a correr, Schofield había sacado de su funda el arma emblema de los marines, el Maghook. A continuación había saltado del edificio y había apuntado a la parte inferior del Yak y había disparado. Libro II había hecho lo mismo.

Los Maghook habían salido disparados y los cables unidos a sus ganchos habían comenzado a desenrollarse. Con dos golpes sordos, las dos potentes cabezas magnéticas habían conectado con la parte inferior del avión y las caídas respectivas de Libro y Schofield se habían visto abruptamente frenadas cuando los cables de sus Maghook se habían tensado.

Cuando el Yak se dispuso a aterrizar en el tejado más cercano, habían activado los carretes internos de sus Maghook y los cables habían comenzado a enrollarse de nuevo, subiéndolos así hacia la parte inferior delantera del caza, donde estarían a salvo durante el aterrizaje y al mismo tiempo (gracias a la nube de polvo) no podrían ser vistos por las fuerzas mercenarias en tierra.

El aterrizaje resultó bastante complicado debido a todos esos escombros y restos que surcaban el aire sin control alguno y al chorro de calor del propulsor trasero, pero lo habían conseguido.

El Yak-141 había aterrizado y Schofield y Libro II habían descendido hasta el tejado del edificio y se habían alejado del avión.

Schofield tenía un plan muy sencillo para el Yak-141.

Robarlo.

Schofield y Libro II se encontraban frente a frente con el Húngaro en el tejado del edificio bajo.

El Húngaro soltó su fusil de asalto, que repiqueteó al caer al suelo. Schofield cogió su rudimentaria arma.

—¿Otro cazarrecompensas? —preguntó, gritando por encima del estruendo del caza al ralentí.

—Da —gruñó el Húngaro.

—¿Cuál es su nombre?

—Soy el Húngaro.

—¿El Húngaro, eh? Bueno, llega tarde. Los mercenarios se le han adelantado. Ya tienen a McCabe y a Farrell.

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