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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (11 page)

BOOK: La lista de los doce
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—Necesito que investigue estos nombres por mí…

Schofield leyó en voz alta los nombres de la lista de objetivos, incluido el suyo.

—Averigüe qué tienen en común. Trayectoria profesional, destreza francotiradora, color de pelo, lo que sea. Cotéjelos con todas las bases de datos de que disponga.

—Entendido.

—Tercero, busque una base en Siberia llamada Krask-8. Averigüe todo lo que pueda sobre ella. Quiero saber por qué fue escogida como emplazamiento para la emboscada.

—De acuerdo. ¿Y la última tarea imposible?

Schofield frunció el ceño mientras pensaba en uno de los nombres que había oído mencionar en la radio en el complejo Krask-8.

Finalmente dijo:

—Esto va a sonar un poco extraño, pero ¿puede buscar a un tipo llamado el Caballero Oscuro? Busque en todas las bases de datos de mercenarios o de exmilitares. Es un cazarrecompensas y, hasta donde sé, es muy bueno en su trabajo y va tras de mí. Quiero saber quién es.

—Eso está hecho, Espantapájaros. Contactaré con usted tan pronto como pueda.

2.4

El vehículo de ocho ruedas blindado de Gant se detuvo en el interior de la oscura entrada a la cueva.

Sus puertas traseras dobles se abrieron hacia fuera y el equipo de seis marines salió con las armas en ristre y sus botas resonando en el suelo.

Gant salió del LAV y escudriñó el área con la descomunal Madre Newman a su lado. Las dos llevaban cascos, equipos de protección corporal y uniformes de combate color arena y blandían MP-7 y ballestas del tamaño de pistolas.

La cueva en ese punto era ancha y alta y sus paredes estaban recubiertas de hormigón. Unas anchas vías de tren descendían hasta desaparecer por un túnel muy pronunciado que tenían ante sí, por el que se accedía a la mina.

—Esfinge, aquí Zorro —dijo Gant por su micro de cuello—. Estamos dentro. ¿Dónde están?

Una voz con acento británico respondió:

—Zorro, aquí Esfinge. Santo Dios, ¡esto es un caos! ¡Estamos en el extremo este de la mina! ¡A unos doscientos metros del acceso! Se han replegado y están delante de los dos conductos de ventilación, en una bolsa de ai…

La señal se cortó.

—¿Esfinge? ¿Esfinge? Mierda. —Gant se volvió hacia dos de sus hombres—. Retaco, Freddy. Echen un vistazo a los lugares desde donde están lanzando las granadas propulsadas por cohetes. Tiene que haber algún túnel interno desde el que se pueda acceder a ellos. Trinquen a esos cabrones para que podamos abrir un pasillo seguro en esta mina.

—Sí, señora. —Los dos marines se fueron.

—El resto —dijo Gant—, síganme.

El Yak-141 de Schofield estaba en esos momentos sobrevolando las cimas montañosas de Tayikistán.

Fairfax contactó en ese momento con él.

—Bien, de acuerdo. ¿Me escucha? He encontrado a Gant. Su unidad está trabajando con la estación de mando móvil California-2, dirigida por el coronel Clarence W. Walker. California-2 se encuentra en las coordenadas GPS: 06730.20; 3845.65.

—Recibido —dijo Schofield mientras introducía las coordenadas en su ordenador de a bordo.

Fairfax prosiguió:

—También he obtenido un par de resultados con esa lista que me dio. Siete de los quince nombres aparecieron inmediatamente en la base de datos de personal de la OTAN: Ashcroft, Kinsgate, McCabe, Farrell, Oliphant, Nicholson y usted son mencionados en algo llamado «Estudio RRNM de las fuerzas conjuntas de la OTAN». Está fechado en diciembre de 1996. Parece una especie de estudio médico conjunto que hicimos con los británicos.

—¿Quién guarda ese estudio?

—El USAMRMC, el comando de material e investigación médica del ejército de Estados Unidos.

—¿Cree que podrá hacerse con él?

—Por supuesto.

—¿Y el otro resultado? —preguntó Schofield.

—Uno de nuestros satélites espías de la red Echelon captó una transmisión de datos en banda vocal de un avión desconocido que sobrevolaba esta misma mañana Tayikistán. En la transmisión se mencionaban algunos nombres de su lista. Le leeré la transcripción: «Base, aquí Demonio, tenemos a Weitzman vivo, tal como se nos ordenó. Nos dirigimos a la mina Karpalov. Es el premio gordo, la mayor concentración de objetivos de la lista, cuatro de ellos en un mismo lugar: Ashcroft, Khalif, Kinsgate y Zawahiri. La novia de Schofield también está allí».

Schofield sintió que se le hacía un nudo en el estómago.

Fairfax dijo:

—Hay una anotación aquí. Dice que la voz de la transmisión interceptada tenía acento británico y que esa voz pertenece a… uau…

—Siga hablando.

Fairfax volvió a leer:

—Voz perteneciente a Damon F. Larkham, alias Demonio. Otrora coronel del SAS británico. —Fairfax hizo una pausa—. Gozó de gran reputación en la década de los noventa, pero fue juzgado por un tribunal marcial en 1999 por su relación con el que fuera el oficial al frente del SAS, un cabrón llamado Trevor J. Barnaby.

—Sí, me las he visto con Barnaby —dijo Schofield.

—Larkham fue condenado a once años de cárcel, pero escapó durante el traslado a la prisión de Whitemoor. Mató a nueve guardias.

»En la actualidad es el presunto líder de una organización de cazarrecompensas conocida como la Guardia intercontinental, Unidad 88 o «IG-88», con sede en Portugal. Joder, Espantapájaros, ¿dónde demonios se ha metido?

—En algo que puede hacerme perder la cabeza si no tengo cuidado. —Schofield y Libro II intercambiaron miradas.

—Respecto al sitio que me mencionó, Krask-8 —continuó Fairfax—, lo único que he podido encontrar ha sido esto: en junio de 1997, toda la ciudad de Krask, junto con las instalaciones de mantenimiento limítrofes, fue vendida a una compañía estadounidense, la Atlantic Shipping Corporation. Además de sus negocios navieros, Atlantic también se dedica al negocio del petróleo. Adquirió Krask-8 tras comprar cerca de diez mil hectáreas en el norte de Siberia para la búsqueda de petróleo.

Schofield ponderó la información.

—No. No me sirve.

Fairfax dijo:

—Oh, y no he encontrado nada sobre ese Caballero Oscuro en las bases de datos de exmilitares. En estos momentos estoy pasando un programa de búsqueda a algunas de las bases de datos secretas de Inteligencia.

—Gracias, David. Siga con ello. Cuando averigüe algo, hágamelo saber. Tengo que colgar.

El avión ganó velocidad.

Nueve minutos después, el Yak-141 aterrizó verticalmente en una nube de arena sobre un claro no muy alejado de una considerable congregación de vehículos de patrullaje del desierto y tiendas de campaña.

Schofield había oído que la campaña en Afganistán se había convertido en un nuevo Vietnam (sobre todo porque Afganistán, incluso en tiempos de guerra, era uno de los principales productores de heroína del mundo).

Los hombres de las montañas afganas no solo tenían la habilidad de desaparecer en sistemas de cuevas ocultos, sino que, de tanto en tanto, cuando se veían acorralados, intentaban sobornar a los soldados aliados con ladrillos de heroína pura prensada. Y, teniendo en cuenta que un ladrillo así podía alcanzar el millón de dólares en el mercado, en ocasiones funcionaba.

Precisamente la semana pasada había llegado a oídos de Schofield la deserción de una unidad rusa. Una unidad entera de fuerzas especiales de soldados del Spetsnaz, un total de veinticuatro hombres que en teoría estaban allí como unidad de observación, había robado un helicóptero de transporte de fabricación rusa Mi-17 y había desaparecido en busca de una cueva que supuestamente contenía treinta palés de ladrillos de heroína.

Bienvenidos a Afganistán.

El avión de Schofield fue recibido por un círculo de marines fuertemente armados que no se tomaron muy bien que un caza ruso no autorizado estuviera aterrizando en su territorio. Pero en cuestión de segundos reconocieron a Schofield y a Libro II y los escoltaron a la tienda del comandante de la base, el coronel Clarence Walker, del Cuerpo de Marines de Estados Unidos.

La tienda del comandante se hallaba en la base de una montaña poco pronunciada tras la que se encontraba la entrada a la mina de Al Qaeda.

El coronel Walker estaba de pie delante de un mapa gritando por su radio cuando Schofield y Libro entraron:

—¡Bueno, encuentren el modo de restablecer las señales de radiofrecuencia ahí abajo! ¡Pongan un cable de antena! ¡Usen vasos de plástico y un puto cordel si es necesario! ¡Tengo que hablar con los hombres que están en la mina antes de que lleguen los bombarderos!

—Coronel Walker —dijo Schofield—, siento interrumpirle, pero se trata de algo muy importante. Soy el capitán Shane Schofield y tengo que encontrar a la teniente…

Walker se volvió con el ceño fruncido.

—¿Qué? ¿Quién coño es usted?

—Señor, soy el capitán Shane Schofield y creo que en esa cueva puede haber algo más que terroristas islamistas. Probablemente también se encuentren unos cazarre…

—Capitán, a menos que esté pilotando un C-130 Hércules con una bomba MOAB guiada por láser a bordo, no quiero hablar con usted en estos momentos. Siéntese y espere su puto turno.

—¡Eh! ¿Qué demonios es eso? —gritó alguien.

Todos salieron de la tienda de campaña a tiempo de contemplar cómo un enorme helicóptero ruso de transporte sobrevolaba el área situada justo delante de la entrada de la mina y aterrizaba en la arena.

Una veintena de hombres enmascarados saltó del helicóptero y desapareció en el interior de la mina bajo los disparos de los terroristas ocultos en la ladera de la montaña.

Tan pronto como los hombres se internaron en la mina, el helicóptero despegó al tiempo que disparaba con sus cañones laterales a los francotiradores antes de desaparecer tras una montaña en dirección norte.

—¿Qué demonios ha sido eso? —gritó el coronel Walker.

—¡Era un Mi-17! ¡Con una insignia rusa en el costado! —gritó un observador—. ¡Era la unidad Spetsnaz desertora!

—Este lugar es una locura, una puta locura… —murmuró Walker, y se giró—. Bien, capitán Schofield, ¿sabe algo de esto?

Pero Schofield y Libro II ya no estaban allí.

Es más, lo único que Walker vio fue que un vehículo ligero de asalto se marchaba de allí a gran velocidad con Schofield y Libro II en su interior.

El vehículo ligero de asalto recorrió la franja de terreno situada en tierra de nadie, delante de la entrada de la mina, levantando una enorme nube de arena tras de sí.

Los disparos de los francotiradores apostados en la montaña impactaron en el terreno, muy cerca de sus ruedas.

Un vehículo ligero de asalto es como un arenero. No tiene parabrisas ni está blindado. Consiste en una serie de barras protectoras antivuelco que conforman una estructura que protege al conductor y al copiloto. Es ligero, rápido e increíblemente ágil.

Schofield giró el volante, trazando un amplio círculo con el vehículo y levantando una polvareda a su alrededor que los ocultó por completo. Los disparos de los francotiradores comenzaron a alejarse más de sus objetivos.

A continuación se dirigió a la entrada de la mina.

Los disparos se tornaron más intensos…

Y de repente se produjeron varias explosiones en la zona de la montaña situada sobre la entrada de la mina y seis de los nidos de francotiradores estallaron en simultáneas lluvias de arena.

Y, un segundo después, los disparos cesaron. Alguien había volado los emplazamientos desde el interior.

Schofield pisó el acelerador a fondo y se adentró en la oscuridad de la mina.

2.5

A seiscientos metros bajo la superficie, Libby Gant recorría a pie un largo túnel rocoso guiada por las linternas dispuestas en su casco y en su MP-7.

La seguían tres marines. En todo momento comprobaba el metanómetro, un dispositivo que detectaba los niveles de metano en la atmósfera.

En esos momentos, el porcentaje era del 5,9%.

Mal dato. Seguían en el anillo exterior de protección de la mina.

Aquello era un laberinto, una serie de túneles bajos y de forma cuadrada, cada uno del ancho de un túnel ferroviario y con pronunciados ángulos rectos. Algunos túneles parecían adentrarse eternamente en la oscuridad, mientras que otros terminaban en abruptos callejones sin salida.

Y todo era gris. Las paredes rocosas, los techos bajos horizontales, incluso las vigas de madera que sujetaban el techo, todo estaba cubierto de aquel espectral polvo gris.

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