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Authors: Matthew Reilly

Tags: #Intriga, #Aventuras, #Policíaco

La lista de los doce (12 page)

BOOK: La lista de los doce
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Nada escapaba de aquel manto. Era polvo de piedra caliza, una sustancia inerte que evitaba que el altamente inflamable polvo de carbón se desprendiera de las paredes y el peligro de explosión fuera mayor.

Cuando Gant y su equipo llegaron al final del pronunciado túnel de acceso, fueron recibidos por un soldado del SAS. Después de que se cortaran las comunicaciones por radio, lo habían enviado como mensajero.

—¡Giren a la izquierda aquí y luego sigan recto hasta llegar a la cinta transportadora! ¡A continuación sigan la cinta hasta la barricada! ¡No se aparten de la cinta, es fácil perderse! —les había advertido el soldado.

El equipo de Gant siguió sus instrucciones al pie de la letra: echaron a correr por un túnel rocoso y curvado de doscientos metros de largo que albergaba una cinta transportadora elevada.

Metanómetro: 5,6%… 5,4%…

Los niveles de metano iban descendiendo a medida que se adentraban en la mina.

5,2%… 4,8%… 4,4%…

Mejor
, pensó Gant.

—¿Sabes? —dijo Madre mientras corrían—. Creo que te va a hacer la pregunta en Italia.

—Madre… —dijo Gant.

Tras esa misión, Madre y Gant (junto con Schofield y el marido de Madre, Ralph) iban a irse de vacaciones a Italia. Pensaban alquilar una villa en la Toscana durante dos semanas antes de acudir a la famosa exhibición aérea «Aerostadia Italia» en Milán, cuyo principal reclamo eran dos X-15, el famoso avión cohete construido por la NASA, el avión más veloz jamás fabricado. Madre estaba impaciente.

—Piénsalo; la Toscana. Una villa antigua. Un hombre con clase como Espantapájaros no desperdiciaría una oportunidad así.

—Te ha dicho que iba a pedírmelo, ¿no? —quiso saber Gant mientras miraba al frente.

—Sí.

—Es un gallina —se burló Gant mientras doblaba una curva. Entonces, oyó disparos—. Continuará —dijo, y miró a Madre.

Delante de ellas, en la oscuridad, vieron los haces de luz de linternas dispuestas en cascos y las sombras de los soldados aliados en movimiento. Todos corrían a colocarse tras una barricada improvisada a partir de viejos equipos de extracción: barriles, cajas, minicontenedores de acero…

Y, tras la barricada, Gant descubrió los valiosísimos conductos de ventilación.

En aquel lugar estrecho, reducido, de techos bajos, la cueva donde se encontraban los conductos de ventilación era una más que bienvenida franja de espacio abierto. De seis plantas de altura e iluminada por bengalas de fósforo blanco, brillaba cual catedral subterránea.

Los conductos de ventilación, de diez metros de ancho, desaparecían por el techo a través de dos huecos de idéntica forma cónica dispuestos en el mismo.

Y, bajo los conductos de ventilación, se estaba librando una de las batallas más brutales de la historia.

Los miembros de Al Qaeda se habían preparado bien.

Habían construido también una barricada en aquella caverna de techo elevado, una barricada que era infinitamente superior a la de los soldados aliados.

La habían levantado con aquellos equipos de extracción de mayores dimensiones que habían sido abandonados en la mina: enormes vehículos equipados con taladradoras semiesféricas, palas cargadoras frontales, algunos camiones antiguos similares a los Humvee (más conocidos como Driftrunner), y cubetas llenas de carbón que absorbían el impacto de las balas.

Cuando Gant llegó a la barricada aliada, vio a los terroristas al otro lado de la caverna: eran cerca de un centenar, todos vestidos con chalecos de cuero marrón, camisas blancas y turbantes negros.

También iban armados hasta los dientes: AK-47, M-16, granadas propulsadas por cohetes… Gracias al aire fresco que proporcionaban los conductos de ventilación, las armas podían dispararse con total seguridad en el interior de aquella área subterránea.

Gant se unió a los soldados aliados.

Eran unos veinte, una mezcla de marines estadounidenses y soldados del SAS británico.

Se colocó junto al comandante aliado, un hombre del SAS llamado Ashcroft, alias Esfinge.

—¡Esto es una puta pesadilla! —gritó el comandante inglés—. Se han parapetado delante de los conductos y, cada pocos minutos, uno de ellos… ¡Mierda! ¡Aquí viene otro! ¡Dispárenlo!

Gant se volvió para mirar al otro lado de la barricada aliada.

Con una impresionante rapidez, un terrorista árabe barbudo había salido de la barricada de Al Qaeda en una moto, disparando un AK-47 con una mano e invocando a Alá.

Llevaba el pecho cubierto de explosivos C4.

Tres soldados del SAS le dispararon con sus fusiles automáticos y el suicida salió despedido de la moto y cayó al suelo.

El árabe se golpeó contra el suelo… y entonces explotó.

En cuestión de segundos había desaparecido de la faz de la tierra.

Gant abrió los ojos de par en par.

El líder del SAS, Ashcroft, se volvió hacia ella:

—¡Esto es un caos, cielo! De tanto en tanto esos cabrones nos lanzan un ataque suicida y tenemos que abatirlos antes de que lleguen a nuestra barricada. El problema es que tienen que disponer de una cueva con suministros en algún punto a sus espaldas. ¡Generadores, gasolina y munición, agua y comida suficientes para sobrevivir aquí hasta el año 3000! Es un callejón sin salida.

—¿Y si los sorteáramos? —preguntó Gant mientras señalaba los túneles que había a su derecha.

—¡No! ¡Hay bombas trampa! Cables detonantes. Minas antipersonas. ¡Ya he perdido a dos hombres por mandarlos allí! ¡Esos malditos llevan tiempo aguardando una pelea en este lugar! ¡Va a ser necesario un ataque frontal! ¡Lo que necesito son más hombres!

En ese momento, casi en fila, unas veinte linternas colocadas en cañones de armas aparecieron en el túnel que llevaba de regreso a la entrada de la mina.

—Ah, refuerzos —exclamó Ashcroft mientras se dirigía al túnel para recibirlos.

Gant observó cómo se marchaba y saludaba al líder del nuevo pelotón estrechándole la mano.

Qué raro
, pensó.
El coronel Walker había dicho que el siguiente equipo no entraría hasta al menos otros veinte minutos. ¿Cómo han entrado estos tipos tan rápido
?

Observó cómo Ashcroft les señalaba la barricada y les explicaba la situación. Ashcroft dio la espalda al recién llegado un solo segundo, segundo que el líder de ese nuevo grupo de soldados aprovechó para sacarse algo del cinturón y golpearle con fuerza la nuca.

Al principio Gant no supo qué había pasado.

Ashcroft no se movió.

Entonces, Gant vio horrorizada que la cabeza de Ashcroft se ladeaba en un ángulo imposible y caía al suelo, separada de su cuerpo.

Casi se le salieron los ojos de las órbitas.

¿Qué
…?

Pero no tuvo tiempo para más, pues tan pronto como Ashcroft hubo caído, las ametralladoras de ese nuevo grupo de hombres cobraron vida y comenzaron a disparar a los soldados aliados apostados tras la barricada.

Rápida como un destello, Gant saltó por encima de la barricada y cayó a uno de los minicontenedores de acero que la conformaban, justo cuando las balas impactaron a su alrededor. Un segundo después se le unieron Madre y sus otros dos marines.

El resto de los soldados aliados no tuvo tanta suerte.

La mayoría de ellos fueron acribillados sin piedad por aquella inesperada ráfaga de disparos a sus espaldas. Sus cuerpos estallaron en miles de sanguinolentos agujeros y se convulsionaron terriblemente.

—¡Mierda! ¡Qué coño es esto! —Gant se pegó a la oxidada pared de acero de su contenedor.

Estaban atrapados entre dos enemigos diferentes: uno, delante de su barricada; el otro detrás.

Un sándwich letal.

—¿Qué hacemos? —gritó Madre.

El rostro de Gant adoptó una expresión resuelta.

—Seguir con vida. ¡Vamos, por aquí!

Y, tras eso, Gant condujo a su equipo en la única dirección posible. Saltó por encima de la parte delantera del contenedor y aterrizó, cual gato, sobre el polvoriento tramo de terreno situado entre las dos barricadas.

2.6

En ese mismo momento, el vehículo ligero de asalto de Schofield y Libro II se detuvo en la entrada de la mina.

Schofield vio las vías del túnel, que descendían como una montaña rusa hacia la mina, y fue a dar un paso hacia ellas cuando dos figuras salieron de un túnel lateral cercano.

Schofield y Libro se dieron la vuelta a la vez con sus MP-7 en ristre. Las otras dos figuras hicieron lo mismo y…

—¿Paul? —dijo Schofield con los ojos entrecerrados—. ¿Paul de Villiers?

—¿Espantapájaros? —Uno de los hombres bajó el arma—. Joder, casi le disparo.

Era el cabo Paul
Retaco
de Villiers, que regresaba tras terminar con los nidos de los francotiradores en la ladera de la montaña con su compañero, un cabo lancero apodado Freddy.

—Tengo que encontrar a Gant —dijo Schofield—. ¿Dónde está?

—Abajo —dijo Retaco.

Treinta segundos después, Schofield recorría el pronunciado túnel al volante del vehículo ligero de asalto mientras Libro II viajaba como guardia armado y Retaco y Freddy compartían el asiento trasero del artillero.

Los faros del vehículo refulgían conforme descendían los treinta grados de inclinación del túnel, a horcajadas sobre las vías férreas que recorrían el centro de este.

Cerca del final del túnel, Schofield metió la marcha atrás, lo que hizo que las ruedas comenzaran a girar frenéticamente mientras el coche derrapaba en dirección a la base del túnel.

La estrategia funcionó: el coche aminoró la velocidad, si bien levemente. Pero fue suficiente y, cuando quedaban pocos metros para el final del túnel, Schofield quitó la marcha atrás y el vehículo ligero de asalto salió disparado de allí hacia el laberinto de cavernas, pasando de largo el cuerpo inerte del mensajero del SAS que allí yacía.

Gant estaba completamente expuesta al fuego enemigo.

Se hallaba al otro lado de la barricada aliada, y solo la separaban unos veintisiete metros de los doscientos letales soldados santos.

Si las fuerzas terroristas querían abatirla a ella y a sus tres marines, esa era su oportunidad. Gant esperó a que la ráfaga de disparos acabara con su vida. Pero no ocurrió así.

En vez de eso oyó disparos, pero en algún punto tras la barricada de Al Qaeda.

Gant frunció el ceño. Era un tipo de disparos que no había oído nunca antes. Sonaba demasiado rápido, muy rápido, como el zumbido de una minigun de seis cañones…

Y entonces vio algo que la cogió totalmente por sorpresa.

Vio cómo la barricada de Al Qaeda era acribillada a tiros desde el interior: sus paredes salieron despedidas, golpeadas por el impacto de millones de balas a gran velocidad… y de repente los terroristas comenzaron a saltar su propia barricada para salir a tierra de nadie, huyendo de una fuerza oculta apostada tras su propia barrera… exactamente lo mismo que había hecho Gant.

Una cosa sí estaba clara.

Los terroristas estaban huyendo de algo mucho peor que Gant.

Conforme saltaban y sorteaban desesperados su barricada, eran alcanzados y abatidos por disparos efectuados a sus espaldas.

Un segundo antes de que uno de los terroristas de Al Qaeda quedara reducido a jirones al intentar trepar la barricada, Gant alcanzó a ver un láser de localización verde apuntándolo.

Un láser verde

—¡Teniente! —gritó Madre, a su lado—. ¿Qué demonios ha pasado aquí? ¡Pensaba que las guerras se libraban entre dos fuerzas enemigas!

—¡Lo sé! —respondió Gant—. Pero aquí hay más de dos fuerzas enemigas. ¡Vamos, síganme!

—¿Adónde?

—Solo hay una manera de solucionar este problema, ¡y es haciendo lo que hemos venido a hacer!

Gant atravesó aquella tierra de nadie, se agazapó bajo la cinta transportadora elevada a su izquierda y echó a correr hacia el conducto de ventilación izquierdo.

Gant llegó al extremo norte de la cinta transportadora elevada justo cuando cuatro terroristas de Al Qaeda salieron corriendo de su barricada, perseguidos por fuego enemigo.

Los tres primeros guerreros treparon por las cajas que habían sido colocadas a modo de escalera y saltaron a la cinta transportadora mientras el cuarto pulsaba un botón verde de considerable tamaño de una consola.

La cinta transportadora cobró vida…

… Y los tres hombres subidos a ella desaparecieron de su campo de visión a gran velocidad en dirección a la barricada aliada. El cuarto hombre saltó a la cinta tras ellos y también desapareció.

—Uau. Va a toda leche… —exclamó Madre.

—¡Vamos! —gritó Gant mientras corría hacia la parte posterior de la barricada de Al Qaeda.

Salió a un espacio abierto: la zona de techos elevados situada bajo los conductos de ventilación. Parecía una catedral. La tenue luz blanca de las lámparas eléctricas iluminaba parcialmente la zona.

También vio el motivo por el que los terroristas de Al Qaeda habían salido de la seguridad de su barricada.

Un equipo de unos quince soldados vestidos de negro (sombríos espectros, unos con gafas de visión nocturna de cristales verdes y otros con gafas antidestellos Oakley parecidas a las de los que practican motocrós) estaba desplegándose desde un pequeño túnel ubicado tras la barricada de Al Qaeda, en el rincón nordeste de la caverna.

Fueron, sin embargo, sus armas lo que llamó la atención de Gant. Las mismas que habían desatado el infierno sobre los terroristas.

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