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Authors: José Carlos Somoza

Tags: #Intriga

La llave del abismo (32 page)

BOOK: La llave del abismo
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—¿Lo opuesto?

—No ven visiones: las producen. Mirándolos, te asomas a lo oculto. Por eso nunca debes mirar a los ojos de un loco, dice la leyenda. La metáfora del Trapezoide es correcta. Los locos son como piedras talladas de mil maneras distintas, y cuando los contemplamos accedemos al mundo de tinieblas que se encuentra al otro lado...

—¿Y tú crees en esa leyenda?

—No, pero no quiero ser el primero en arriesgarme —repuso Darby.

Yuli se había detenido junto a un estanque de agua muy azul y hablaba con un hombre vestido con una ligera túnica transparente y adornado de brazaletes. Su piel era tan blanca que Daniel estuvo seguro de que podría ser usada para escribir un largo texto y que todas sus palabras resultaran comprensibles.

—Yo no puedo continuar más adentro —explicó Yuli dirigiéndose de nuevo a ellos—. Él es el
ariki
del centro y os guiará. Se llama Evengel. Suerte. —Se despidió con un reverencia después de que Darby le entregara la pequeña cantidad de oro estipulada.

—¿Habéis estado alguna vez con locos? —preguntó Evengel—. No les miréis a los ojos. Es
tapu.

—Ya se lo he dicho —comentó Darby.

La esbelta silueta los guió por sombrías veredas y plazuelas rodeadas de flores. Daniel contempló a varias personas sentadas en bancos o en el suelo. Eran cuerpos diseñados, más o menos igual de bellos que los de cualquier otro hombre o mujer. De hecho, Daniel ni siquiera estaba seguro de si se trataba de locos o empleados. Su confusión aumentó cuando Darby le dijo que ser empleado no significaba necesariamente no estar loco.

—Siempre he creído que la realidad la establece quien la ve —dijo Darby—, y aquí la mayoría ve
otra
realidad. Tú, por si acaso, no mires a los ojos de nadie.

—Pareces haber conocido a muchos locos —comentó Daniel de pasada—, a juzgar por lo que sabes sobre ellos...

—Mi padre fue uno —dijo Darby.

Desconcertado, Daniel intentó improvisar una disculpa, cuando de repente comprendió que habían llegado a su destino.

• •
9.6
• •

La mujer, sentada en un banco con varios setos de flores alrededor, tenía la piel ligeramente bronceada y el pelo castaño corto, pero fue la túnica que la cubría de la cintura a los pies lo que atrajo la atención de Daniel. Sus colores irisados variaban como si flotasen en un líquido. Observada desde distintos ángulos, la prenda pasaba del verde al azul y de este al rojo y el violeta en una cascada inagotable.

—Vestir ropa llamativa resulta útil para no mirar sus ojos —le susurró Darby—. Por eso se la ponen.

—Shane Davenport —la presentó Evengel con mucha seriedad. Luego se inclinó y los dejó solos.

Permanecieron de pie frente a ella mientras Darby improvisaba una conversación.

—Me han dicho que conoce bien la región de Otago, Shane. ¿Fue creada en Nueva Zelanda?

—Fui creada en el Sur. Arabia. —Shane Davenport hablaba al tiempo que sonreía. Su sonrisa (que Daniel veía de refilón, no se atrevía a alzar la vista) era bonita y su tono de voz también. Parecía encantada de estar allí, frente a ellos. A diferencia de Darby y Daniel, ella sí los miraba a los ojos—. Vine a la Tierra de Atua con el propósito de cazar.

—¿Es cazadora? —inquirió Darby.

—Digamos que lo fui. He viajado por Marlborough, Christchurch, Dunedin, hasta Invercagill... Solo hay ruinas.

—¿Qué cazaba? —se interesó Darby.

—Ejemplares como tú, pero híbridos.

Daniel manifestó sorpresa pero Darby le hizo un gesto que parecía querer decir: «Déjala que hable».

—Se refiere...

—Me refiero a machos biológicos híbridos... No puedo creer que tu jovencito no sepa lo que son los híbridos... —Davenport lanzó una carcajada—. Más vale que le hables de la vida, si es que pretendes atravesar los condados del sur con él...

Darby siguió preguntando.

—¿Cuándo dejó de cazar, Shane?

—Cuando sucedió aquello que obliga a los cazadores a dejar de cazar: ser cazado.

Al tiempo que decía esto, apartó la túnica con un gesto violento, produciendo una ráfaga súbita de luces coloreadas.

Pese a la exacta labor quirúrgica, aún eran perceptibles las finas líneas que, a nivel de la zona media del muslo, separaban la piel del material sintético. La rodilla artificial brillaba bajo el sol artificial de los locos.

Y eso no era todo.

Casi más impresionante, para Daniel, resultó descubrir el vientre algo abultado, los cuantiosos lunares, las cicatrices, el espeso vello púbico, el inconfundible olor de la carne biológica liberado por el mismo movimiento.

Daniel se preguntó cómo no se había dado cuenta antes. Comprendió que su forma de mirarla, centrando la atención en la túnica, había impedido que se percatara.

—¿Cómo te sientes siendo biológico, Darby? —dijo Davenport—. Te diré cómo me siento yo: como un animal viejo. Tengo treinta y siete años y me parece que tengo ochenta. De modo que, amigo mío, te esperan dos tareas... No solo deberás proteger el culito diseñado de tu diseñado compañero sino tu propio y viejo culo... Porque te juro que en las Tierras de Atua hay híbridos que cazan a los biológicos como tú y se dan el festín de sus vidas...

Una vena latía en la frente de Darby, revelando su tensión. Sin embargo, cuando habló, su voz fue la más suave que Daniel le había escuchado hasta entonces.

—Siento mucho lo que te han hecho, Shane.

—No sucedió nada que no esperase que sucediera —murmuró Davenport, con idéntica y repentina suavidad—. ¿Cómo dice el Noveno? «Nada sucedió que se pueda demostrar que fuera contrario al orden natural.» —Volvió a reír y cambió de postura, apoyando la pierna artificial en el banco—. Había cazado varias veces en las cavernas al sur de Dunedin e iba acompañada del mejor guía que pueda concebirse, la persona cuyo nombre, probablemente, os interesará conocer. Dejadme contaros lo que ocurrió. Hay una tribu de guerreros híbridos. Viven más allá de Otago. Yo los cazaba. Un día ellos me cazaron a mí. Nos tendieron una emboscada, íbamos unos diez, todos cuerpos de diseño salvo yo. Los mataron a todos excepto a mi guía y a mí, después de hacerles ciertas cosas propias de su especie que no describiré en honor de tu lindo amigo. Luego os contaré lo que ocurrió con mi guía. En lo que a mí respecta, decidieron conservarme en cautividad. Estaban fascinados con mi cuerpo. No les interesaba el diseño genético sino aquellos de nosotros que olían a carne y vida. Estuve prisionera un mes, más o menos. Ellos no lo llaman «mes», y ni siquiera sé cómo lo llaman... No hablan como nosotros... Y no me ataban: tan solo me dejaban allí tirada, en las cavernas húmedas, y cuando les parecía que iba a morir, me sacaban al sol y me tendían sobre las piedras. Hicieron experimentos conmigo. Ellos quizá los llaman «juegos»... A veces me parecía que solo querían oírme gritar. No me dejaban desmayarme ni dormir... Fueron las últimas criaturas que he podido mirar antes de que la oscuridad entrara en mis ojos...

Hizo una pausa, pidió disculpas y siguió hablando. Daniel, que contemplaba su boca, advirtió unas facciones ajadas como un libro manoseado.

—Cuando se hartaron de los «juegos», me devoraron. Quizá tuve una única suerte: no les gustó la carne de hembra biológica treintañera. Tras probar mi pierna izquierda, me dejaron sobre las rocas y se marcharon. Habían restañado la sangre del muñón con emplastos, esperando seguir consumiéndome, y esa fue la causa de que no muriera... Al quedarme sola, me arrastré entre la arena y las rocas hasta que ya no pude seguir moviéndome. Quise morir, pero comprobé que cuesta mucho... —Volvió a brotar su risa—. Unos exploradores me encontraron, me llevaron a una laguna, me dieron agua y me cuidaron hasta que, al mirarme a los ojos, uno de ellos empezó a gritar y se disparó la pistola en la cabeza... Así supieron que yo estaba loca. Al final decidieron que sería menos peligrosa en Wellington, y me trajeron aquí. ¿Quieres saber por qué se disparó cuando me miró, jovencito? —susurró Davenport en dirección a Daniel—. ¿Por qué no me miras? Hace tiempo que nadie me mira a los ojos...

A Daniel le pareció que era posible obedecerla. No creía que sucediera nada malo. Se contaban muchas cosas sobre los locos, pero en el Norte no se les tomaba tan en serio. Durante un fugaz instante sus ojos treparon, dóciles, por el pecho, el cuello y la oscuridad que envolvía los ojos de Shane Davenport, hasta que... la mano de Darby se interpuso. Una ronca carcajada sacudió el escuálido pecho de la mujer biológica.

—Siempre es igual —rugió—: el joven quiere mirarme y el viejo lo impide.

—Shane —terció Darby—, dígame quién fue su guía y cómo encontrarlo...

—Ah, sí, mi guía... Es el mejor de todos. No podréis dar dos pasos a partir de Balclutha sin él. Se llama Nath Svenkov y vive en una torre a pocos minutos de aquí, en el mismo barrio del puerto. Estará deseoso de acompañaros si se le paga bien...

—¿Cómo logró sobrevivir él a la emboscada? —preguntó Daniel.

Los cabellos de la mujer le azotaron el rostro, donde se removían las sombras de sus ojos enloquecidos.

—No necesitó sobrevivir, muchachito —dijo—. Él
tendió
la emboscada. Hizo tratos con los híbridos, me vendió a ellos... ¡Espera! ¡No te vayas! ¿No quieres mirarme a los ojos? ¿No quieres...? ¡Cobarde!

La risa de Davenport pareció seguir a Darby y Daniel mientras se alejaban.

• •
9.7
• •

—¿Te vas a fiar de un loco?

—¿No has creído su historia?

Caminaban junto al muelle. El oleaje de la Casa de Dios se fundía con la noche y solo era visible cuando la espuma lo subrayaba.

—En su mayoría, no —repuso Darby—. ¿Cazadora de híbridos? ¡Nadie ha visto realmente un «híbrido»!

—Entonces, la traición de su guía...

—Quizá no sea un tipo de fiar el tal Svenkov, pero es el único nombre que tenemos y debemos probar con él —dictaminó Darby—. En cuanto a la señorita Davenport, lo que sabemos es que un día vino a Wellington sin una pierna y con algo que contar.

—Pero me impediste que la mirara a los ojos —dijo Daniel—, y buscas al guía que ella nos aconseja... No lo entiendo, Héctor... Afirmas no tener creencias, como yo, pero te comportas como si las tuvieras...

—¿Y quién no se comporta así en nuestra época? A falta de datos fiables, prefiero hacer caso de la explicación más común. —Tras una pausa, Darby se detuvo y apartó la vista de Daniel fijándola en un punto del aire negro—. Mi padre era creyente del Noveno. Ya te dije que muchos piensan que la piedra Trapezoide del Noveno es un símbolo de la locura, y sus facetas los distintos opuestos que conviven en un mismo pensamiento, y citan como prueba las palabras de la revelación final, en las que el protagonista declara: «Soy el ser, el ser soy yo»... Mi padre ansiaba llegar a ese final, fundirse en una sola cosa con la contradicción para hallar la verdad... Yo fui creado según sus deseos. Su cargo de jerarca de la secta le permitía vivir holgadamente, y pagó por obtener una criatura a partir de una de sus células. Quería tener un hijo biológico para conocer la vida que se desarrolla «por sí sola», según me explicó. Luego he pensado que lo que deseaba era buscar de nuevo la contradicción, ya que él mismo era un símbolo del artificio: su cuerpo era divergente, tenía ambos sexos... De modo que fue mi padre y mi madre a la vez. Mi razón y mi locura. Mi luz y mi oscuridad. Me desarrollé, pues, en la casa de un ser de cuerpo y mente escindidos. Brent Schaumann solía decir que esa educación fue la que me enseñó a dudar de todo... —Sonrió—. Nunca vi un solo aspecto de la verdad sin ver también su opuesto. Era difícil para mi mente de niño entender aquella dualidad encerrada en una sola persona, pero, pese a todo, creo que... mantuvimos una relación aceptable. Luego sus creencias lo enfermaron. En el manicomio se sentaba frente a mí cuando yo lo visitaba, y yo procuraba no mirar sus ojos...

Dio la espalda a Daniel y siguió caminando. El viento hinchaba los flancos de su chaqueta. De pronto se detuvo y se volvió hacia él.

—Daniel, ¿recuerdas que reaccioné con cierta violencia cuando me acusaste de ser creyente? Ahora puedo confesarte algo que nunca le conté a Brent Schaumann ni a nadie... —Su semblante se crispó en una mueca—. En el fondo
odio
la creencia. Odio el mundo de los creyentes, cualquiera que sea su religión, ese mundo de tinieblas lleno de criaturas atroces y un Dios que sueña bajo las aguas hasta el momento en que decida destruirnos... Sin embargo... ¿quién nos asegura que
es falso?
Y eso es lo peor. Odio a los creyentes, pero no puedo prescindir de lo que creen. He llegado a pensar que los odio porque los necesito. ¡Si tuviera datos fiables...! ¡Algún dato!

Héctor Darby siguió caminando a solas, con las manos en los bolsillos.

• •
9.8
• •

La torre se alzaba entre los picudos tejados del extremo opuesto del puerto. En realidad, constaba de dos partes: un viejo edificio y, sobre su azotea, un cilindro de metal al que parecía accederse mediante una escalerilla. No podía descartarse que aquel herrumbroso añadido fuera también una especie de vivienda. Las dos ventanas del edificio se hallaban iluminadas. Darby se quedó mirándolas mientras llamaba.

Un sirviente polinesio de bonita sonrisa los invitó a subir al salón de la planta superior, donde los muebles destacaban por su tamaño y vejez, como rescatados gracias a un febril trabajo de restauración. A Daniel le hizo pensar en la casa de alguien otrora rico que no estaba atravesando su mejor momento.

Había dos personas en el salón. Como el sirviente no se dirigía a ninguna en particular, Darby alzó la voz.

—¿El señor Svenkov?

—Soy yo.

Daniel se desplazó un poco para verlo, ya que Svenkov no se había movido de la silla donde se sentaba. De inmediato supo dos cosas sobre él: que era de linaje polinesio y que poseía una personalidad arrolladora. Llevaba el largo cabello, negro y lacio, dividido por una blanca raya central, y se cubría con una espléndida chaqueta de plumas blancas hasta la cintura y calzas grises hasta medio muslo con sandalias de cordones. El resto eran adornos tribales: collares, pendientes, ajorcas de bellísimas conchas y sortijas en los dedos de sus largas y cuidadas manos. Pero, sobre todo, era el conjunto de su cuerpo, no solo su perfección sino su modo de estar retrepado en la silla, lo que hacía pensar a Daniel en una soterrada pero discernible fuerza.

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