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Authors: Andrea Camilleri

Tags: #Policial, Montalbano

La luna de papel (24 page)

BOOK: La luna de papel
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Una vez cuando era pequeño, su padre, para gastarle una broma, le dijo que la luna del cielo estaba hecha de papel. Y él, que siempre confiaba en lo que le decía su padre, se lo creyó. Y ahora de mayor, hombre experto, cerebral y al mismo tiempo intuitivo, había vuelto a confiar como un chiquillo en dos mujeres, una muerta y otra viva, que le habían dicho que la luna estaba hecha de papel.

La rabia le nublaba tanto la vista que estuvo a punto de matar a una viejecita y luego por poco choca contra un camión. Cuando aparcó delante de la casa de Elena ya era más de la una. No era fácil que hubiese salido a esa hora. En efecto, llamó al portero automático y ella le contestó.

Lo esperaba en la puerta con atuendo deportivo y una sonrisa en los labios.

—¡Salvo, cuánto me alegro! Ven, pasa.

Lo precedió. A su espalda, Montalbano observó que sus pasos no eran ágiles y nerviosos como de costumbre, sino suaves y relajados. Además, su manera de sentarse en el sillón fue casi de lánguido abandono. La pantera estaba evidentemente más que ahíta de carne fresca recién devorada, y en ese momento no suponía ningún peligro. Mejor así.

—No me has avisado y por eso no he preparado café. Lo hago en un momento.

—No, gracias. Tengo que hablar contigo.

Seguía siendo un animal salvaje, pues enseñó todos sus blanquísimos y afilados dientes a medio camino entre una sonrisa y un bufido felino.

—¿Acerca de nosotros? —Estaba claro que sólo quería provocarlo en broma, sin verdadera intención de hacerlo.

—No; acerca de la investigación.

—¡¿Todavía?!

—Sí. Tengo que hablarte de tu falsa coartada.

—¿Falsa? ¿Y por qué falsa? —Simple curiosidad, casi como si le hiciera gracia, sin el menor atisbo de turbación, sorpresa o temor.

—Porque tú, la noche de aquel famoso lunes, no pudiste haber conocido a tu Luigi. —Enfatizó el «tu» sin darse cuenta, se ve que le quedaban dentro unos cuantos celos.

Ella lo comprendió y le apretó las tuercas.

—Te aseguro que hubo un encuentro y fue de lo más agradable.

—No lo dudo, pero no un lunes, porque los lunes la gasolinera está cerrada. Día de descanso.

Elena cruzó los dedos de las manos, levantó los brazos por encima de la cabeza y se desperezó.

—¿Cuándo lo descubriste?

—Hace unas horas.

—Luigi y yo habríamos jurado que a nadie se le ocurriría ir a comprobarlo.

—Pero a mí se me ha ocurrido. —Una trola dicha no para presumir, sino sólo para no pasar por un capullo integral a ojos de ella.

—Aunque un poco tarde, comisario. En cualquier caso, ¿qué cambia ese gran descubrimiento?

—Que tú no tienes coartada.

—¡Uf! Pero ¿es que no te dije enseguida que no tenía coartada? ¿Lo has olvidado? No te dije una cosa por otra. Pero tú dale que te pego, ¡mira que si no tienes te van a detener! ¿Qué quieres de mí? Al final me la busqué, tal como tú querías.

Habilísima, rápida, inteligente, guapa. En cuanto cometías el más mínimo fallo, ella lo aprovechaba. ¡Ahora le echaba la culpa a él por haberla obligado a mentir delante de Tommaseo!

—¿Cómo convenciste a Luigi? ¿Con la promesa de acostarte con él?

No conseguía dominarse, el atisbo de celos lo impulsaba a pronunciar palabras equivocadas. El conejo aún no reconocía que la pantera lo había rechazado.

—Te equivocas, comisario. Todo lo que te dije que me ocurrió el lunes me había pasado la víspera, domingo. Me costó muy poco convencer a Luigi de que desplazara al día posterior, en presencia de Tommaseo, la fecha de nuestro primer encuentro. Y que sepas, si quieres interrogarlo, que seguirá jurando una y otra vez que nos conocimos aquel maldito lunes por la noche. Sería capaz de hacer cualquier cosa por mí.

¿Qué lo indujo a erguir las orejas? Tal vez un especial e inesperado cambio de tono al decir «aquel maldito lunes por la noche» que, en un abrir y cerrar de ojos, hizo surgir un pensamiento en su cerebro, una iluminación que casi le dio miedo.

—Tú aquella noche fuiste a casa de Angelo —dijo la boca del comisario antes de que el pensamiento se redondeara en su cabeza.

No era una pregunta, sino una clara afirmación. Ella cambió de postura, apoyó los codos sobre las rodillas, posó la cabeza en las manos y miró largo rato a Montalbano. Lo estaba estudiando. Bajo aquella mirada que estaba calibrando su peso de hombre, incluidos el cerebro y los cojones, el comisario experimentó el mismo malestar que había sentido al pasar desnudo su primera revisión de recluta en presencia de la comisión mientras el médico lo medía y manoseaba. Después ella tomó una decisión. Quizá lo había considerado apto.

—Sabes que yo podría insistir en mi versión y que nadie podría demostrar su falsedad —dijo a modo de premisa.

—Eso lo dices tú. El letrero sigue allí.

—Sí, pero quitarlo habría sido peor. Por eso me puse de acuerdo con Luigi. Él dirá que había olvidado un libro y que aquel lunes había ido a recogerlo. Se está preparando para los exámenes en la universidad. Yo lo vi y creí erróneamente que la gasolinera estaba cerrando. Lo demás ya lo sabes. ¿Funciona?

Maldita mujer, ¡vaya si funcionaba!

—Sí —admitió a regañadientes.

—Pues entonces puedo seguir. Has acertado, comisario. Aquella noche, tras haberme pasado aproximadamente una hora dando vueltas con el coche, acudí con mucho retraso a la cita en casa de Angelo.

—¿Por qué?

—Quería decirle que entre nosotros todo había terminado de verdad. Lo ocurrido la víspera con Luigi me había convencido de que Angelo ya no me decía nada. Por eso fui.

—¿Cómo entraste?

—Llamé al timbre. En el cuarto de la azotea también hay portero automático. Angelo contestó, abrió y dijo que subiera. Cuando llegué, lo sorprendí tratando de marcar un número en el móvil. Me explicó que, pensando que yo ya no aparecería, había llamado a Michela para que fuera a verlo. Ahora quería avisarle que yo estaba allí y, por consiguiente, era mejor que no viniese. Pero no lo conseguía, a lo mejor Michela había apagado su móvil. Me propuso bajar al apartamento. Quería hacer el amor, con Michela o sin Michela. Yo le contesté que no, que había ido para despedirme. Y aquí se inició una escena muy larga, hecha de lágrimas y súplicas por su parte. Llegó al extremo de caer de rodillas para implorarme. En determinado momento, me propuso que nos fuéramos a vivir juntos y me dijo a gritos que ya no aguantaba a Michela con sus celos. Dijo que era una sanguijuela, una ladilla. Después intentó abrazarme. Yo le di un empujón y él cayó sobre el sillón. Aproveché para largarme, ya no podía más. Y ésa fue la última vez que vi a Angelo. ¿Satisfecho?

Durante el relato, sus labios adquirieron una expresión más enfurruñada y sus ojos se tornaron de un azul celeste más intenso, casi oscuro.

—Por consiguiente, de tu relato se deduce que el que mató a Angelo fue Tumminello.

—No creo.

Montalbano pegó un brinco en el sillón. ¿Qué le estaba pasando por la cabeza a Elena? ¿No le resultaba cómodo sumarse a la opinión general y echar la culpa al mafioso? Por supuesto que sí. Entonces, ¿por qué ponía en tela de juicio todo el asunto? ¿Qué la inducía a hablar? Estaba claro que no conseguía reprimir su naturaleza.

—No creo que haya sido él —insistió.

—Pues entonces, ¿quién?

—Michela. Comisario, pero ¿es que todavía no has comprendido la clase de relación que mantenían esos dos? Se amaban hasta que Angelo se enamoró de mí. Cuando salí del cuarto, me pareció ver un movimiento en la parte oscura de la azotea. Una sombra moviéndose rápidamente. Creo que era Michela. No había recibido la llamada de Angelo y había ido a verlo. Había oído el llanto y las terribles palabras de su hermano contra ella… Creo que bajó al apartamento, cogió el revólver y esperó a que yo me fuera.

—No encontramos armas en casa de Angelo.

—¿Y eso qué importa? Se llevaría el revólver para deshacerse de él. Angelo tenía uno en el cajón de la mesita de noche. Una vez me lo enseñó y me dijo que lo había encontrado por casualidad a la muerte de su padre. Y además, ¿por qué crees que Michela se suicidó?

Y de pronto Montalbano recordó la hoja de papel timbrado con la notificación del hallazgo de un arma que él había visto en el cajón del escritorio de Angelo y a la cual no había dado importancia. Sin embargo, tenía importancia, y mucha, pues correspondía punto por punto a lo que le decía Elena y demostraba finalmente que la luna ya no estaba hecha de papel; ahora ella estaba diciendo la verdad.

—Bueno pues, ¿ha terminado el interrogatorio? ¿Te preparo de una vez ese café? —preguntó.

Él la miró. Y ella también a él. Ahora el color de sus iris volvía a ser azul cielo y sus labios estaban entreabiertos en una leve sonrisa. Sus ojos eran un cielo de principios de verano, un cielo despejado y claro que reflejaba los cambios del día, de vez en cuando aparecía una nubecita blanca, pero bastaba una ligera ráfaga de viento para hacerla desaparecer de golpe.

—¿Por qué no? —contestó Montalbano.

Nota del autor

Es la consabida advertencia que ya estoy harto de hacer: esta historia me la he inventado. Por consiguiente, los personajes (con sus nombres y apellidos) y las situaciones en que se encuentran también pertenecen a la fantasía. Cualquier homonimia es, por tanto, enteramente fortuita.

A. C.

Acerca del autor

Andrea Camilleri (Porto Empedocle, Sicilia, 6 de septiembre de 1925): guionista, director teatral y televisivo y novelista.

Entre 1939 y 1943 estudió en el bachiller clásico Empedocle di Agrigento donde obtuvo, en la segunda mitad de 1943, el diploma. En 1944 se inscribió en la Facultad de Letras, pero no continuó los estudios, y comenzó a publicar cuentos y poemas. Se inscribió también en el Partido Comunista Italiano.

Entre 1948 y 1950 estudió Dirección en la Academia de Arte Dramático Silvio d

Amico y comenzó a trabajar como director y libretista. En estos años, y hasta 1945, publicó cuentos y poemas, ganando el «Premio St. Vincent». En 1954 participó con éxito en un concurso para ser funcionario en la RAI, pero no fue empleado por su condición de comunista. Entró a la RAI algunos años más tarde.

En 1957 se casó con Rosetta Dello Siesto, con quien tuvo 3 hijas. En 1958 empiezó a enseñar en el Centro Experimental de Cinematografía de Roma. Durante cuarenta años fue guionista y director de teatro y televisión. Camilleri se inició con una serie de montajes de obras de Luigi Pirandello, Eugène Ionesco, T. S. Eliot y Samuel Beckett para el teatro, y como productor y coguionista de la serie del inspector Maigret de Simenon para la televisión italiana y las aventuras del teniente Sheridan, que se hicieron muy populares en Italia.

En 1978, debutó en la narrativa con
El curso de las cosas
(
Il corso delle cose
), escrito 10 años antes y publicado por un editor pagado: el libro fue un fracaso. En 1980 publicó en Garzanti
Un hilo de humo
(
Un filo di fumo
), primer libro de una serie de novelas ambientadas en la ciudad imaginaria siciliana de Vigàta, entre fines del siglo XIX e inicios del siglo XX.

En 1992 retomó la escritura luego de 12 años de pausa publicando
La temporada de caza
(
La stagione della caccia
) en Sellerio Editore: Camilleri se transformó en un autor de gran éxito y sus libros, con sucesivas reediciones, han vendido un promedio de 60.000 mil copias cada uno.

En 1994 se publicó
La forma del agua
(
La forma dell’acqua
), primera novela de la serie protagonizada por el Comisario Montalbano (nombre elegido como homenaje al escritor español Manuel Vázquez Montalbán). Gracias a esta serie de novelas policiacas, el autor se convierte en uno de los escritores de más éxito de su país. El personaje pasa a ser un héroe nacional en Italia y ha protagonizado una serie de televisión supervisada por su creador.

Bibliografía:

  • 1959,
    I teatri stabili in Italia (1898-1918)
  • 1978,
    Il corso delle cose
    (
    El curso de las cosas
    )
  • 1980,
    Un filo di fumo
    (
    Un hilo de humo
    )
  • 1984,
    La strage dimenticata
  • 1992,
    La stagione della caccia
    (
    La Temporada de caza
    )
  • 1993,
    La bolla di componenda
  • 1995
    • Il gioco della mosca
    • Il birraio di Preston
      (
      La ópera de Vigàta
      )
  • 1998,
    La concessione del telefono
    (
    La concesión del teléfono
    ), Premio Società dei Lettori, Lucca-Roma
  • 1999,
    La mossa del cavallo
    (
    El movimiento del caballo
    )
  • 2000
    • La scomparsa di Patò
      (
      La desaparición de Patò
      )
    • Biografia del figlio cambiato
      (
      Biografía del hijo cambiado
      )
    • Favole del tramonto
  • 2001
    • Racconti quotidiani
    • Gocce di Sicilia
      (relatos)
    • Il re di Girgenti
    • Le parole raccontate. Piccolo dizionario dei termini teatrali
  • 2002
    • L’ombrello di Noè. Memorie e conversazioni sul teatro
    • La linea della palma. Saverio Lodato fa raccontare Andrea Camilleri
    • Le inchieste del Commissario Collura
  • 2003
    • La presa di Macallè
      (
      La captura de Macallè
      )
    • Teatro
    • Un inverno italiano
      (con Saverio Lodato - BUR)
  • 2004,
    Romanzi storici e civili
  • 2005
    • Privo di titolo
      (
      Privado de título
      )
    • Il medaglione
    • Il diavolo - Tentatore/Innamorato
  • 2006
    • La pensione Eva
      (
      La pensión Eva
      )
    • Vi racconto Montalbano, Interviste
  • 2007
    • Pagine scelte di Luigi Pirandello
    • Il colore del sole
      (
      El color del sol
      )
    • Le pecore e il pastore
      (
      Las ovejas y el pastor
      )
    • Boccaccio-La novella di Antonello da Palermo
    • Voi non sapete. Gli amici, i nemici, la mafia, il mondo nei pizzini di Bernardo Provenzano
      (
      Vosotros no sabéis
      , sobre la mafia siciliana)
    • Maruzza Musumeci
  • 2008
    • Il tailleur grigio
    • Il casellante
    • La Vucciria
    • La muerte de Amalia Sacerdote,
       II Premio Internacional de Novela Negra RBA 2008
  • 2009
    • Un sabato, con gli amici
    • Il sonaglio
    • Il cielo rubato-Dossier Renoir
    • La tripla vita di Michele Sparacino
    • La rizzagliata
      (original en lengua italiana de
      La muerte de Amalia Sacerdote
      )
    • Un inverno italiano
      (con Saverio Lodato - Chiarelettere)
    • Un onorevole siciliano, le interpellanze parlamentari di Leonardo Sciascia
  • 2010
    • Il nipote del Negus
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