Adiós al secreto de su misión. Pensó en los posibles bandos que dividirían Chalion. Iselle y Orico contra de Jironal, bien. Iselle contra Orico y de Jironal… espantosamente arriesgado.
—La noticia ha recibido una variopinta acogida —prosiguió el comandante—. Las damas aprueban la elección de Bergon y aceptan la situación como un romance de cuento de hadas, porque se dice que es valiente y apuesto. Las mentes más pragmáticas temen que Iselle venda Chalion al Zorro, porque es, ah, joven e inexperta.
En otras palabras,
tonta y ligera de cascos
. Esas mentes pragmáticas tenían mucho que aprender. Cazaril replegó los labios para dibujar una adusta sonrisa.
—No —musitó—. No es eso lo que hemos hecho. —Se dio cuenta de que estaba hablando para sus rodillas, con la frente pegada a la mesa, no sabía cómo, clavada a la madera.
Pasó un minuto antes de que Bergon le susurrara delicadamente al oído:
—¿Caz? ¿Estás despierto?
—Mm.
—¿Quiere usted acostarse, mi lord? —inquirió el comandante dedicado, tras otro instante de pausa.
—Mm.
Protestó un tanto cuando unas manos fuertes lo asieron por los brazos y lo pusieron de pie. Ferda y Foix, que se lo llevaban a alguna parte, qué crueles. Con lo mullida que estaba la mesa… Ni siquiera supo cuándo llegó a la cama.
Alguien lo zarandeaba tirándole del hombro.
Una voz espantosamente jovial le gritó al oído:
—¡Arriba enseguida, capitán Alegría!
Se estremeció y se aferró a las sábanas, intentó sentarse y desistió. Se obligó a abrir los párpados pegados; parpadeó a la luz de las velas: Por fin comprendió a quién pertenecía esa voz.
—¡Palli! ¡Estás vivo! —Su intención era proferir un grito de júbilo. Al menos consiguió que sus palabras fueran audibles—. ¿Qué hora es? —Volvió a hacer un esfuerzo por sentarse, apoyándose en un codo. Al parecer se encontraba en el espartano dormitorio de algún oficial dedicado al que habían desalojado.
—Falta una hora para que amanezca. Nos hemos pasado toda la noche cabalgando. Iselle me envió a buscarte. —Levantó su candelabro. Bergon estaba a su lado, con expresión ansiosa, y también Foix—. Demonios del Bastardo, Caz, pareces más muerto que vivo.
—No… no es la primera vez que me lo dicen. —Volvió a tumbarse. Palli había venido. Palli había venido y todo estaba en orden. Podía dejar que él cargara con Bergon y todas sus responsabilidades, quedarse allí tendido y no levantarse. Morir solo y en paz, llevándose a Dondo del mundo con él—. Lleva al róseo Bergon y a sus hombres junto a Iselle. Déjame…
—¿Cómo, para que nos descubran las patrullas de de Jironal? ¡No si quiero velar por mi futura fortuna como cortesano! Iselle te quiere a salvo junto a ella en Taryoon.
—¿Taryoon? ¿No en Valenda? —Parpadeó—. ¿A salvo? —Esta vez consiguió incorporarse con dificultad, hasta ponerse de pie, momento en el que se desmayó.
Cuando se hubo disipado la niebla negra, encontró a Bergon, con los ojos como platos, sosteniéndolo al borde de la cama.
—Siéntate un rato con la cabeza agachada —aconsejó Palli.
Cazaril obedeció y se inclinó sobre el estómago dolorido. Si Dondo se había pasado a visitarlo la noche anterior, él no estaba en casa. El fantasma le había propinado unas cuantas patadas mientras dormía, eso sí, al parecer. Desde dentro.
—Anoche cuando llegamos no cenó nada —dijo Bergon, en voz baja—. Cayó rendido directamente y lo metimos en la cama.
—Bien —dijo Palli. Hizo una seña al solícito Foix, que salió de la estancia.
—¿Taryoon? —farfulló Cazaril, con la boca cerca de las rodillas.
—Sí. Ha burlado la vigilancia de los dos mil hombres de de Jironal, eso ha hecho. Bueno, antes de eso, su tío de Baocia cogió a sus hombres y se fue a casa. Los muy cretinos dejaron que se marchara; pensaron que se quitaban un peligro de encima. ¡Y así era, un peligro que ya era libre de moverse a su antojo! Iselle cabalgó sin descanso durante cinco días, escoltada en todo momento por una tropa de jinetes de de Jironal, manteniéndolos demasiado ocupados para su gusto. Estaban totalmente convencidos de que pensaba escapar a caballo. De modo que cuando lady Betriz y ella salieron a pasear un buen día con la anciana lady de Hueltar, las dejaron caminar a su antojo. Yo estaba esperándolas con dos caballos ensillados y dos mujeres que cambiaron las capas con ellas y regresaron con la anciana. Bajamos aquella quebrada a toda prisa… La vieja provincara se ocupó de ocultar su fuga todo lo posible, propagando el rumor de que yacía enferma en los aposentos de su madre. Seguramente ya lo hayan descubierto a estas alturas, pero apuesto a que estaba a salvo en Taryoon con su tío antes de que nadie en Valenda supiera que se había escapado. ¡Santos dioses, cómo montan esas chiquillas! Noventa kilómetros a campo traviesa de la noche a la mañana bajo la luna llena, y sólo cambiamos los caballos una vez.
—¿Chiquillas? —dijo Cazaril—. ¿Lady Betriz también está a salvo?
—Oh, sí. Las dos frescas como lechugas cuando las dejé. Me hicieron sentir mayor.
Cazaril miró con los ojos entornados a Palli, cinco años menor que él, pero lo dejó pasar.
—¿Sir de Ferrej… la provincara, lady Ista?
El semblante de Palli se ensombreció.
—Todavía rehenes en Valenda. Todos ellos apoyaron a las muchachas, sabes.
—Ah.
Foix le trajo un cuenco de potaje con judías, caliente y aromático, en una bandeja, y el propio Bergon le ordenó las almohadas y le ayudó a sentarse para que comiera. Cazaril pensaba que estaba famélico, pero descubrió que era incapaz de probar más que un par de bocados. Palli quería partir mientras aún fuera de noche para disimular su número. Cazaril se esforzó por complacerlo y permitió que Foix le ayudara a vestirse. Lo atemorizaba subirse de nuevo al caballo.
En el patio del establo de la posta descubrió que su escolta, una docena de hombres de la Orden de la Hija que habían seguido a Palli desde Taryoon, aguardaba con unas parihuelas dispuestas entre dos monturas. Al principio se sintió indignado, pero consintió que Bergon lo convenciera de que sería lo más conveniente y la cabalgata se adentró en la noche gris. Los abruptos caminos secundarios y los senderos que tomaron imprimían a la camilla un vaivén y un balanceo mareantes. Al cabo de media hora de bamboleos, pidió clemencia y accedió a montar a lomos de un caballo. A alguien se le había ocurrido traer un manso de paso pausado para tal fin; se aferró a la silla y soportó el oscilante desfile mientras rodeaban Valenda y las patrullas de sus ocupantes.
Por la tarde, salieron de unas pendientes boscosas para tomar una carretera más amplia y Palli cabalgó a su lado. Su amigo lo observaba curioso, un tanto disimuladamente.
—Me he enterado de que haces milagros con las mulas.
—Yo no. La diosa. —La sonrisa de Cazaril se torció—. Tiene mano con las mulas, diría yo.
—También me he enterado de que eres inflexible con los bandidos.
—Formábamos una compañía fuerte, bien armada. Si de Joal no les hubiera ordenado atacarnos, ni siquiera lo habrían intentado.
—De Joal era uno de los mejores espadachines de de Jironal. Foix dice que lo abatiste en cuestión de segundos.
—Eso fue un error. Además, resbaló.
Palli sonrió fugazmente.
—No hace falta que vayas contando eso por ahí, sabes. —Miró al frente, entre las oscilantes orejas de su caballo, por un momento—. Así que el muchacho al que defendiste en la galera roknari era Bergon en persona.
—Sí. Raptado por los sicarios de su hermano, por lo visto. Ahora sé por qué la flota ibrana remaba con tanto ahínco tras nuestra estela.
—¿Nunca sospechaste quién era en realidad? ¿Ni entonces ni luego?
—No. Tenía… tenía mucho más autocontrol del que supe darme cuenta en su momento.
Ése
sí que será un roya al que merezca la pena servir cuando ascienda al trono.
Palli miró al frente, hacia donde Bergon cabalgaba junto a de Sould, y se persignó maravillado.
—Los dioses están de nuestro lado, eso está claro. ¿Cómo podemos fracasar?
Cazaril bufó resentido.
—Podemos. —Pensó en Ista, en Umegat, en el mozo sin lengua. En el mortal apuro en que estaba metido—. Y cuando nosotros fracasamos, los dioses también fracasan. —No pensaba que se hubiera dado cuenta antes de eso, no en esos términos.
Al menos Iselle se encontraba a salvo ahora al amparo de su tío; como Heredera, atraería a otros hombres ambiciosos. Habría muchos, Bergon entre ellos, que estarían dispuestos a protegerla de sus enemigos, aunque le costaría más encontrar consejeros lo bastante sabios para protegerla de sus amigos… Pero ¿qué defensa contra los inminentes peligros podía suponer él para Betriz?
—¿Tuviste ocasión de conocer mejor a lady Betriz mientras escoltabas al cortejo hasta Valenda, y luego? —preguntó a Palli.
—Oh, sí.
—Es guapa, ¿no te parece? ¿Conversaste con su padre, sir de Ferrej?
—Sí. Un hombre honorable.
—Lo mismo opino.
—Ella está muy preocupada por él en estos momentos —añadió Palli.
—Me lo imagino. Y él por ella, por lo que pueda ocurrir ahora y lo que ocurra después. Si… si todo sale bien, ella será la predilecta de la futura royina. Esa clase de influencia política sería más importante para un hombre sin escrúpulos que una mera dote nupcial. Si ese hombre supiera darse cuenta.
—Sin duda.
—Es inteligente, llena de vitalidad…
—Y monta muy bien. —El tono de Palli era extrañamente
seco
.
Cazaril tragó saliva y, esforzándose por aparentar indiferencia, consiguió preguntar:
—¿No la ves como futura marcesa de Palliar?
Palli dibujó una sonrisa torcida.
—Me temo que sería una causa perdida. Creo que ya le ha echado el ojo a otro. A juzgar por todas las preguntas que me hizo sobre él, por lo menos.
—¿Eh? ¿Sobre quién? —Intentó, brevemente y sin éxito, convencerse de que Betriz soñaba con, digamos, de Rinal, o con cualquier otro cortesano de Cardegoss… je. Pesos ligeros, todos ellos. Pocos jóvenes tenían los posibles ni la influencia, y ninguno el ingenio, para hacer pareja con ella. De hecho, ahora que Cazaril se paraba a pensarlo, ninguno de ellos era lo bastante bueno para ella.
—Me habló confidencialmente. Pero creo que harías bien en preguntarle a ella al respecto, cuando lleguemos a Taryoon. —Palli sonrió y espoleó a su caballo.
Cazaril pensó en las posibles implicaciones de la sonrisa de Palli, y en el gorro blanco de piel que guardaba todavía en sus alforjas.
La mujer que amas, ¿te ama?
¿Acaso albergaba alguna duda? Lamentablemente, había impedimentos de sobra para convertir esta dichosa sospecha en pesar.
Demasiado tarde, demasiado tarde
,
demasiado tarde
. A cambio de su fidelidad sólo podía ofrecerle desdicha; su féretro sería demasiado duro y estrecho para servir de cama de matrimonio.
Había una nota de gracia en este mortífero enredo, no obstante, como encontrar un superviviente entre los restos de un naufragio o una flor en medio de un campo arrasado por la batalla. Bueno… bueno, tendría que desprenderse de esa malhadada atracción por él. Y él tendría que recurrir a toda su fuerza de voluntad para no animarla. Se preguntó si podría congraciarla con Palli si se lo pedía como última voluntad de un moribundo.
A unos veinte kilómetros de Taryoon, fueron recibidos por un nutrido grupo de guardias baocios. Ellos tenían una litera, y relevos de hombres para cargar con ella; Cazaril, demasiado exhausto a esas alturas para hacer otra cosa que sentirse agradecido, permitió que lo cargaran en ella sin protestar. Llegó incluso a dormir un par de horas, dando tumbos envuelto en una colcha de plumas, con la dolorida cabeza reposada en almohadas. Se despertó a la larga y vio cómo pasaba junto a él el lóbrego paisaje invernal, cada vez más oscuro, como si estuviera en un sueño.
Bueno, así que eso era morir. No parecía tan malo, tumbado.
Pero por favor, que viva para ver a Iselle libre de la maldición
. Era una proeza, algo a lo que cualquiera podría volver la vista atrás y decir:
Ésa fue mi vida; suficiente
. Ya sólo pedía que se le permitiera terminar lo que había empezado. La boda de Iselle, y Betriz a salvo… si los dioses le concedieran esos dos deseos, pensaba que podría marcharse satisfecho.
Qué cansancio
.
Cruzaron las puertas de la capital provincial baocia de Taryoon una hora después del crepúsculo. Los ciudadanos curiosos salieron al paso de su pequeño desfile, o caminaban junto a ellos con antorchas para iluminar el camino, o corrían para asomarse a los balcones y ver qué ocurría. En tres ocasiones las mujeres les tiraron flores que, tras un primer momento de indecisión, recogieron los compañeros ibranos de Bergon; ayudaba el que las damas tuvieran buena puntería. Los jóvenes lores respondían lanzando besos esperanzados y entusiastas. Dejaban murmullos de interés a su paso, sobre todo en los balcones. Cerca del centro de la ciudad, Bergon y sus amigos, escoltados por Palli, se desviaron camino del palacio que tenía en la ciudad el adinerado marzo de Huesta, uno de los principales partidarios del provincar y, no por coincidencia, su cuñado. La guardia baocia llevó las parihuelas de Cazaril a buen paso hasta el nuevo palacio del provincar en persona, calle abajo desde la atestada y menguada antigua fortaleza.
Cazaril, aferrado a las preciadas alforjas que contenían el futuro de dos países, fue conducido por el castellano de Baocia a un dormitorio caldeado por una chimenea. Las numerosas velas de cera revelaron a dos fámulos que lo esperaban junto a un polibán, abundante agua caliente, jabón, tijeras, perfumes y toallas. Un tercer hombre trajo una bandeja de suave queso blanco, pasteles de fruta y litros de té de hierbas caliente. Alguien se había preocupado de preparar el armario para Cazaril, que se encontró con una muda limpia encima de la cama, luto cortesano completo desde la ropa interior hasta los brocados y los terciopelos, pasando por un cinturón de plata y amatista. La transformación de vagabundo polvoriento en cortesano tardó apenas veinte minutos.
Cazaril sacó de las sucias alforjas su fajo de documentos, envueltos en hule y seda, y comprobó que no hubiera manchas de sangre o barro. No se había filtrado nada indebido. Prescindió del mugriento hule y se guardó las ofrendas bajo el brazo. El castellano guió a Cazaril a través de un patio en el que algunos obreros trabajaban a la luz de las antorchas para colocar las últimas piedras en el pavimento y un edificio adyacente. Cruzaron una serie de salas hasta llegar a una espaciosa cámara de baldosas cubiertas por alfombras y colgaduras. Unos candelabros de hierro tan altos como una persona, de cinco velas cada uno, elaboradamente forjados, emitían un cálido fulgor. Iselle estaba sentada en una gran silla labrada junto a la pared del fondo, atendida por Betriz y el provincar, también vestidos con ropas de luto.