La maldición del demonio (34 page)

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Authors: Mike Lee Dan Abnett

BOOK: La maldición del demonio
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La mente del noble trabajaba a toda velocidad, esforzándose en comprender la trascendencia de todo aquello.

—¿Y cómo vas a sacar al fantasma y hacer que hable? —preguntó, confuso.

Kul Hadar sonrió mientras la mano que tendía hacia adelante se cerraba en un nudoso puño.

—Pues le vamos a dar tu boca para que hable con ella, druchii.

De la mano del chamán saltaron rayos de fuego verde. Instintivamente, Malus se lanzó hacia un lado, y el vello de la nuca se le erizó cuando las energías mágicas sisearon al atravesar el espacio que él había ocupado una fracción de segundo antes.

El terror y la cólera que hirvieron en sus venas desterraron el cansancio y el dolor, y Malus se lanzó ladera abajo, corriendo de una formación de cristal a otra. Una segunda andanada de rayos mágicos impactó en el suelo, tras él, y abrió agujeros oscuros en la herbosa tierra. Un trueno mágico resonó y crepitó por el interior de la grieta.

Malus se agachó cerca de un afloramiento de cristal. Un rayo verde cayó entre una lluvia de chispas, y se oyeron los gritos de Hadar y los sacerdotes. «¡Piensa, Malus, piensa!» El cerebro del noble trabajaba furiosamente para dar con una salida. Sintió un bulto tibio bajo el borde del peto. El talismán de Nagaira. «Tal vez sea lo que ha estado haciendo que Hadar errara el blanco.»

Se detuvo durante un instante para recobrar el aliento mientras oía que los sacerdotes corrían ladera abajo tras él. Malus consideró las opciones que tenía, pero ninguna era buena. «El bastardo ha estado planeando esto desde el principio —pensó con tristeza—. No es de extrañar que aceptara tan fácilmente mi cambio de planes. Sabía que no tendría importancia una vez que me trajera hasta aquí arriba.»

El noble clavó el espadón de Machuk en el suelo. Con una mano desenvainó el cuchillo que llevaba en la bota, mientras con la otra sacaba el talismán de su hermana. Un plan tomó forma. «Me alegro de que Lhunara no esté aquí para ver esto —pensó, enloquecido—. Me diría que es un suicidio..., como si eso no resultara perfectamente obvio.»

Malus salió de un salto de detrás del cristal al mismo tiempo que echaba atrás la mano con que sujetaba el cuchillo. Buscó a Kul Hadar y lanzó la daga justo en el momento en que el chamán disparaba otra tormenta de rayos. Las energías mágicas impactaron contra el cuchillo y lo arrojaron a un lado con una brillante chispa y una detonación atronadora. «Bueno, eso se acabó», pensó el noble.

Los sacerdotes se lanzaron hacia él por la derecha y la izquierda, con las manos tendidas hacia sus brazos. Malus se agachó por debajo de las zarpas del primero y le dio un puñetazo en el vientre. El sacerdote se dobló por la mitad y se desplomó en el camino de otro compañero; ambos cayeron en un enredo de brazos y piernas. «Gracias a la Madre Oscura no todos son como Machuk», pensó Malus. Se volvió para coger el espadón y blandido en un mortífero arco, que mantuvo a distancia a los sacerdotes restantes mientras él bajaba rápidamente por la ladera.

Entonces, el aire se volvió verde brillante, y las crepitantes energías golpearon el pecho de Malus, que se quedó rígido cuando el fuego brujo le recorrió las extremidades. Los labios del noble se separaron en un silencioso grito de dolor. El talismán que le colgaba del cuello se puso rojo brillante mientras intentaba rechazar el poder de Kul Hadar, hasta que la esfera de cristal se hizo añicos en un brillante destello de luz y con una aguda detonación.

Malus salió despedido y rodó un largo trecho ladera abajo, antes de resbalar por el suelo hasta detenerse. El espadón continuaba aferrado por su ensangrentada mano en el momento en que giró sobre sí mismo, dolorido, y se puso de pie. «Gracias por el impulso», pensó el noble, enloquecido, y corrió a toda velocidad.

Giró en el primer recodo del sendero y casi se estrelló contra Yaghan y sus campeones, que corrían en dirección contraria. Éste vio a Malus y rugió una orden, y los otros campeones se desplazaron de inmediato para rodear al noble. Malus gruñó y saltó hacia Yaghan al mismo tiempo que le lanzaba un tajo dirigido al pecho con la pesada arma; pero el campeón paró fácilmente el golpe con la ancha hoja del hacha. Otro hombre bestia se lanzó al ataque y golpeó a Malus en un lado de la cabeza con el pomo del espadón que llevaba, y el noble se tambaleó y parpadeó para librarse de las estrellas que le nublaron la vista.

Él hombre bestia de la derecha, envalentonado por sus amigos, se lanzó hacia el aturdido druchii, pero Malus no estaba tan desorientado como aparentaba. Cuando el campeón se le acercó, clavó la espada en un pie del hombre bestia. Al vacilar la acometida del campeón en medio de un bramido de dolor, el noble arrancó la espada y la clavó en el mentón del hombre bestia. Sangre y dientes volaron por los aires y el campeón cayó hacia atrás con un alarido, a la vez que lanzaba un tajo enloquecido con el arma.

Malus esquivó el ataque con soltura y respondió con un tajo, que abrió el abdomen del hombre bestia y derramó sus entrañas humeantes por el suelo. El campeón se desplomó sobre la hierba aferrándose vanamente los intestinos, mientras Malus escapaba del círculo y rodeaba con cautela a Yaghan para llegar al sendero que bajaba por la ladera.

Había dado dos pasos cuando algo grande se estrelló contra su espalda y lo lanzó de cabeza. La punta del espadón se clavó en el suelo y se le escapó de la mano cuando impactó de cara sobre el sendero. El dolor irradió desde la nariz y el mentón, y la sangre manó por encima de sus labios, pero Malus ya intentaba apoyar los pies e incorporarse de un salto.

Recibió otro golpe tremendo en un costado y cayó de espaldas. Uno de los campeones de Yaghan se encontraba de pie junto a él y bramaba una gutural carcajada al mismo tiempo que agitaba un enorme garrote como si no pesara más que una vara de sauce. El hombre bestia descargó el nudoso garrote de madera sobre el pecho del noble y la armadura se curvó bajo el impacto. Malus sintió que se le hundían las costillas y que los pulmones se le vaciaban de aire.

Mientras sonreía ferozmente, el campeón plantó una pezuña hendida en el centro mismo del peto del noble y apoyó el nudoso extremo del garrote sobre la frente de Malus. El hombre bestia se inclinó hacia adelante para descargar todo el peso en el garrote, y Malus apretó los dientes al acometerlo un lento estallido de dolor. Dobló la pierna derecha hasta casi tocarse el pecho y la estiró con toda la fuerza de que fue capaz para patear con el tacón la entrepierna del hombre bestia dos veces en rápida sucesión. El campeón aulló y se le doblaron las rodillas, y Malus rodó velozmente a un lado mientras el hombre bestia caía al suelo.

El noble se puso de pie y se volvió durante el tiempo suficiente para patear la cara del campeón caído antes de lanzarse una vez más hacia el sendero. Sin embargo, el momento de venganza le costó caro. Una mano ancha se cerró sobre la nuca del noble, y de repente se encontró con que lo empujaban a la carrera hacia los árboles de negro tronco del otro lado del camino. Agitó los brazos con desesperación, buscando vanamente algo que aferrar, hasta que uno de sus pies chocó contra una piedra semienterrada y cayó hacia adelante, estrellándose contra el tronco de un árbol cubierto de enredaderas. Al instante, los oscuros zarcillos se deslizaron como serpientes que bajaran por la lustrosa corteza para enrollársele en el cuello. Las espinas finas como agujas se le clavaron profundamente, y al instante, la piel comenzó a escocerle a causa de alguna toxina nociva. Se le hinchó el interior de la garganta mientras la enredadera continuaba apretándose alrededor de su cuello, y le cortó el paso del aire al mismo tiempo que el flujo sanguíneo.

El noble buscó a tientas un cuchillo para cortar la enredadera, pero su campo visual ya comenzaba a reducirse. Le zumbaban los oídos. Tocó con los dedos el pomo del cuchillo que llevaba en el cinturón y lo aferró espasmódicamente, pero el arma se negó a salir de la vaina.

Unas figuras oscuras avanzaban hacia él con las manos extendidas. Detrás de ellas vio otra muy grande y cornuda, entre cuyas manos danzaba un fuego verde, y oyó la risa áspera como un rebuzno de Yaghan y sus campeones. Malus sintió las manos de los sacerdotes encima, y la enredadera lo apretó aún más posesivamente, reacia a renunciar a la comida. Con un último arranque de fuerza, logró desenvainar la daga, pero ya no podía ver dónde cortar.

Clavó el cuchillo en el vientre de uno de los sacerdotes justo en el instante en que lo abrazaban las tinieblas.

19. La Puerta del Infinito

Cuando despertó, Malus estaba suspendido dentro del círculo de piedras, sujeto en al aire por siseantes bucles de fuego brujo.

Las energías lo mantenían inmóvil y le impregnaban el cuerpo de un dolor sordo. Tenía todos los músculos tensos, como si luchara involuntariamente contra las fuerzas que lo sujetaban. La garganta ya no estaba hinchada. Lo habían colocado de tal modo que el Cráneo de Ehrenlish descansaba sobre las palmas de las manos, que tenía unidas a la altura de la cintura. Su cabeza estaba ligeramente echada hacia atrás, cosa que le permitió atisbar el cielo y determinar que había pasado muy poco tiempo desde que había sucumbido a las terribles enredaderas. Percibía la presencia de los sacerdotes, que formaban un círculo en torno a él y murmuraban una salmodia con grave voz gutural. «Que la Madre Oscura me conceda que ahora haya uno menos que antes», pensó con ferocidad.

Luego, sintió que una sombra caía sobre él, y vio que el enorme Kul Hadar ocupaba su lugar a la cabeza del círculo ritual de sacerdotes. El chamán había dejado a un lado el enorme báculo y alzaba ambas manos hacia el cielo. Un gruñido grave comenzó a sonar en las profundidades de la garganta del hombre bestia, y ascendió hasta un poderoso trueno, que adoptó la forma de palabras guturales. El poder crepitaba en los labios del chamán, y el noble entendió el nombre de Ehrenlish.

El cráneo se estremeció en las manos de Malus. Aunque no podía ver la reliquia, sentía que comenzaba a relumbrar con luz propia mientras el chamán invocaba al fantasma del hechicero.

Sintió que el cráneo se entibiaba entre sus manos. En el aire se oía un zumbido como el que haría un enjambre de abejas furiosas. ¿Era un sonido físico, o una vibración que reverberaba en sus huesos? De repente, una sacudida hizo que le temblara todo el cuerpo; luego, otra. Una ardiente energía hormigueante se agitó contra su vientre e intentó metérsele dentro. El chamán estaba obligando al espíritu de Ehrenlish a entrar en el cuerpo de Malus. Era similar a la sensación que había experimentado en el Santuario de los Caballeros Muertos, pero más lenta y decidida, como una daga que se clavara centímetro a centímetro en su carne. Apretó los dientes de rabia y opuso su voluntad a aquella invasión indeseada, pero era incapaz de impedir la inexorable violación de su cuerpo.

El poder oscuro se filtró con lentitud dentro de su abdomen y le contaminó las entrañas con la impureza de la corrupción física. El estómago se le rebeló ante el gélido contacto, pero no podía expulsarlo por mucho que lo intentara. Malus chilló con rabia impotente, y la sombra de Ehrenlish avanzó como una araña por sus huesos.

El espíritu lo sumergió en una marea de locura y odio. La mente del noble se llenó de visiones, visiones de planos ultraterrenos que atacaban su cordura y le helaban el alma. En su corazón pululaban gusanos y las venas se le llenaron de corrupción. El brujo se le filtraba de modo inexorable dentro de la cabeza, se retorcía y reptaba como una serpiente, y sondeaba los oscuros confines donde se encontraban todos sus secretos.

Luego, Hadar gritó una orden, y Ehrenlish retrocedió como si le hubieran dado un golpe físico. Las palabras se abrieron paso a través de la boca de Malus, salvajes maldiciones cargadas de odio hacia el animal que se atrevía a dar órdenes al campeón de los Poderes Malignos. El noble se enfureció y gritó en los rincones remotos de su mente al entablarse la batalla entre los dos brujos. Kul Hadar oponía su voluntad a la de Ehrenlish, y cada golpe reverberaba a través del cuerpo del noble en olas de dolor cegador.

La lucha se prolongó durante una eternidad, sin que ninguno cediera ante el otro. Ehrenlish rugía de forma desafiante a través de la boca de Malus, y los cielos tronaban y se agitaban a modo de respuesta. La sombra escupía sartas de maldiciones que cuajaban el aire, pero cada vez que Hadar contraatacaba, Malus sentía el miedo del espíritu de Ehrenlish.

Había sentido antes ese mismo terror, en el Santuario de los Caballeros Muertos, cuando el cráneo había caído en su mano, aunque entonces no supo qué significaba realmente la salvaje sacudida. A pesar de todo el poder que tenía la sombra, también temía a la oscuridad que esperaba fuera de los confines de su prisión mágica. Ehrenlish había sido un poder antiguo y terrible mucho antes de que reuniera al grupo de conspiradores para someter a su voluntad al poder del interior del templo. Había hecho muchos pactos oscuros y espantosos con cosas mucho más antiguas y terribles que él, y que aún aguardaban para cobrar lo que se les debía. Si Hadar lo presionaba demasiado, Ehrenlish daría cualquier cosa para diferir su disolución.

Malus se preguntaba si su cuerpo sucumbiría antes de que el brujo acabara por quebrantarse.

Hadar atacaba a Ehrenlish con blasfemas palabras de poder, y la sombra le respondía de igual modo. Malus sentía que se le desgarraba la garganta a causa de la fuerza de las temibles maldiciones. El calor rielaba en el aire por encima de las piedras erectas, y el noble veía evidenciarse el esfuerzo en la cara del hombre bestia. Pero los años de obsesión dotaban a Hadar de una voluntad febril que se equiparaba golpe a golpe con la voluntad de Ehrenlish, y el noble sentía que el brujo comenzaba a debilitarse.

Empezaban a arderle los dedos de manos y pies. Malus sentía el calor que le fluía por las extremidades mientras su cuerpo intentaba estar a la altura de las pasmosas energías que lo recorrían. Estaba consumiéndose como una vela que ardiera por ambos extremos, y los dos brujos continuaban el enfrentamiento, indiferentes ante lo que pudiera sucederle a él.

Malus oyó gritos. «¿Gritos?» Al principio pensó que lo engañaban sus propios pensamientos enloquecidos, pero, pasado un momento, se dio cuenta de que la voz de Hadar había vacilado y que los gritos de dolor competían con las blasfemias que bramaba Ehrenlish.

Una sombra cayó sobre las piedras erectas... No, no sobre las piedras, sino dentro del círculo, donde penetraba a toda velocidad entre los sacerdotes desde la parte inferior de la ladera. Hadar retrocedió al mismo tiempo que gritaba de rabia, y entonces uno de los jinetes de Urial entró en el círculo ritual y extendió un brazo para coger el cráneo que Malus tenía en las manos.

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