—¿Está tratando de decirme —dijo el banquero— que, después de todo, el cuerpo encontrado es el de Mabelle Sainsbury Seale?
—¡Claro que sí! Fue un ardid muy inteligente... Por eso destrozaron su rostro, con la inten-ción de confundir su personalidad.
—Pero podía identificarla por la dentadura.
—¡Ah! Ahora llegamos a eso. No fue el
dentista en persona
quien la identificó. Morley había muerto. No pudo atestiguar su propio trabajo.
El
sabía quién era la muerta. Fueron las
fichas
las que sirvieron para identificación y las fichas fueron un engaño. Recuerde que ambas eran pacientes suyas. Todo lo que hubo que hacer fue cambiar los nombres.
Poirot añadió, después de una breve pausa:
—Y ahora ya sabe lo que quise decir cuando me preguntó si estaba viva o muerta y respondí. «Depende», porque si dice «miss Sainsbury Seale»,
¿a cuál de las dos se refiere?
¿A la que desapareció del Hotel Glengowrie Court o a la verdadera Mabelle?
Alistair Blunt repuso:
—Ya sé, mister Poirot, que está considerado una eminencia en su profesión, y admito que tiene dotes intuitivas..., porque esto es intuición..., nada más. Pero veo lo fantásticamente inverosímil que es todo esto. Usted dice que Mabelle Sainsbury Seale fue asesinada premeditadamente y Morley también, para evitar que identificara su cadáver; pero ¿por qué? Eso es lo que quiero saber. Una mujer de mediana edad, inofensiva, con muchos amigos y en apariencia sin enemigos. ¿Por qué toda esta complicación para hacerla desaparecer?
—¿Por qué? Sí. He ahí el problema: ¿por qué? Como usted dice, era una criatura inofensiva, incapaz de hacer daño a una mosca. ¿Por qué fue brutal y deliberadamente asesinada? Bien, le diré lo que pienso.
—¿Sí?
Hércules Poirot se inclinó hacia adelante.
—Creo que Mabelle Sainsbury Seale fue asesinada por ser demasiado fisonomista.
—¿Qué quiere decir?
—Tenemos por separado la doble personalidad. La inofensiva dama de la India y la actriz inteligente que representaba el papel de la primera. Existe un incidente que no sé a cuál de las dos corresponde. ¿Quién fue la que habló con usted en la puerta de la casa de mister Morley? Recordará que se declaró muy amiga de su esposa. Lo que negaron sus amistades. Podemos decir: era mentira, pues la verdadera miss Seale decía siempre la verdad. Así que la mentira fue ideada por la impostora para lograr sus fines.
Alistair Blunt asintió:
—Sí, este razonamiento está bastante claro, aunque no sé cuáles eran esos fines.
—¡Ah,
pardon
!—dijo Poirot—; pero consideremos primero el otro lado. Que fuese la
verdadera
Mabelle. La que
no
mentía. Entonces
la historia era cierta
.
—Supongo que puede enfocarse así, pero no parece probable.
—¡Claro que no! Pero, tomando esta hipótesis como cierta, resulta que miss Sainsbury Seale
conoció
a su esposa. Y la conoció a fondo. Además...,
su esposa debió de ser el tipo de persona que miss Seale pudo llegar a conocer bien
. Alguien de su propio nivel social. Una angloindia... misionera o, remontándonos más, una actriz; pero desde luego
no
Rebeca Arnholt. ¿Comprende ahora lo que quise decir al hablarle de su vida pública? Usted es un gran banquero. Pero también es un hombre que se casó con una mujer rica. Y antes de casarse con ella era tan solo un socio joven de la firma... Recién salido de Oxford. Y empecé a juzgar el caso
acertadamente
. El móvil no fue el dinero, ¿verdad? ¿Desprecio de la propia existencia? Tampoco, porque hace tiempo que es usted prácticamente un dictador, y para un dictador la propia vida cobra máxima importancia, mientras las de los demás la pierden.
—¿Qué está usted insinuando, mister Poirot?
—Insinúo que cuando se casó con Rebeca Arnholt,
ya estaba usted casado
. Ofuscado por la ambición de riquezas y poder, pasó por alto este detalle y deliberadamente cometió un acto de bigamia, al que se avino su verdadera esposa.
—¿Quién era?
—El nombre que dio en las Residencias del rey Leopoldo fue el de mistress Chapman, un lugar cercano, que dista unos cinco minutos a pie de su casa de Chelsea. Usted utilizó el nombre de un verdadero agente secreto, pensando que así no levantarían sospechas. Su plan tuvo un rotundo éxito. Sin embargo, subsistía el hecho de que usted
nunca estuvo casado legalmente con Rebeca Arnholt
y era culpable de bigamia. Durante años vivió ajeno al peligro... Al fin apareció en la persona de una mujer que le recordaba después de veinte años como esposo de su amiga. La casualidad quiso que regresara a este país y se encontrase con usted en la calle Reina Carlota. También fue casualidad que le acompañara su sobrina y oyera lo que dijo. De otro modo, yo nunca hubiese podido descifrarlo.
—Yo mismo le hablé de ese encuentro, mi buen Poirot.
—No. Fue su sobrina quien insistió en contármelo, y usted no pudo protestar con demasiada violencia para no levantar sospechas. Después de este encuentro ocurrió otra desgraciada casualidad, según su punto de vista. Mabelle Sainsbury Seale encontró a Amberiotis y fue a comer con él, contándole su encuentro con el marido de una amiga suya..., ¡después de tantos años! Que le encontró algo más envejecido, claro, pero había cambiado poco. Esto, tengo que confesar, son puras suposiciones, pero creo que debió de ser así. Mabelle ni pensaría que mister Blunt, esposo de su amiga, fuese el gran personaje financiero. El nombre, después de todo, es bastante corriente; pero recuerde que Amberiotis, además de espía, era chantajista, y estos pájaros tienen un olfato especial para los secretos. Amberiotis sospechó. Era tan fácil saber quién era mister Blunt. Y entonces le escribió, sin duda, o le telefoneó. ¡Ah! Sí, ¡vaya una mina de oro para el griego!
Poirot hizo una pausa. Y continuó:
—Solo existe un medio eficaz para tratar con un chantajista con experiencia: hacerle callar. No fue, como creyeron erróneamente: «Blunt debe desaparecer», sino al contrario: «Amberiotis debe desaparecer.» Pero la solución fue la misma. La manera de atacar a un hombre es cuando está desprevenido, ¿y dónde mejor que en la silla del dentista?
Poirot hizo otra pausa con una ligera sonrisa en sus labios.
—La verdad de lo sucedido se dijo muy pronto. Alfred, el botones, estaba leyendo una historia de crímenes titulada
Muerte a las once cuarenta y cinco
. Debíamos haberlo tomado como un presagio. Porque esa fue la hora en que Morley fue asesinado. Usted le disparó cuando se iba a marchar. Luego, hizo sonar el timbre, abrió los grifos del lavabo y abandonó el gabinete. Lo calculó tan bien que bajaba la escalera mientras Alfred introducía en el ascensor a la falsa Mabelle Sainsbury Seale. Usted atravesó la puerta principal, pero mientras el ascensor subía, volvió a entrar en la casa y subir la escalera. Sé, por mis propias visitas, lo que hace Alfred. Llama a la puerta, la abre y se aparta para que entre el paciente. Dentro se oye el correr del agua mientras Morley se lava las manos. Pero Alfred no le ve. Tan pronto como Alfred hubo bajado en el ascensor, usted volvió a entrar en el gabinete. Con la ayuda de su cómplice arrastró el cuerpo hasta la salita contigua. Luego, rápidamente falsificaron las fichas de mistress Chapman y miss Sainsbury Seale. Entonces se vistió una de las batas blancas de Morley y tal vez su esposa le maquilló. No era necesario. El próximo cliente era Amberiotis y nunca le había visto. Su fotografía aparece rara vez en los periódicos. Además, ¿por qué había de sospechar? Un chantajista no teme a su dentista.
»Miss «Sainsbury Seale» bajó y el botones la acompañó hasta la puerta. Sonó el timbre y Amberiotis fue introducido. Encontró al «dentista» lavándose las manos detrás de la puerta. Luego, le acompañó al sillón. Él le indica el diente dañado. Usted charla como es costumbre. Le explica que será mejor anestesiar la encía. Allí está la adrenalina y la procaina y le inyecta una dosis capaz de matarle. ¡Casualmente no siente ninguna molestia en su presencia! Amberiotis se marcha ajeno a toda sospecha. Usted vuelve a sacar el cuerpo de Morley y lo coloca en el suelo arrastrándole sobre la alfombra, ya que ahora no dispone de ayuda. Saca la pistola y se la coloca en la mano. Limpia el pomo de la puerta para que sus huellas dactilares no sean las últimas. El instrumental está en el esterilizador. Abandona la estancia, baja la escalera y sale de la casa en un momento propicio. Este ha sido su único riesgo. ¡Pudo haberle salido tan bien! Dos personas que amenazaban su tranquilidad, muertas; y una tercera también, pero eso desde su punto de vista era inevitable. Y todo tan bien explicado. El suicidio de Morley se explicaba por su equivocación. Las dos muertes se complementaban. Un accidente lamentable.
»Pero, por desgracia para usted, aparezco en escena. Y
dudo
, y hago comentarios. No va todo tan bien como esperaba, y organiza una segunda línea de defensa, que tenga una víctima propiciatoria si es necesario. Se ha informado minuciosamente de la vida de mister Morley. Francis Carter le sirve. Su cómplice hace que le empleen en su misteriosa misión de jardinero. Si después cuenta la ridicula historia, nadie le creerá. A su debido tiempo aparece el arcón de pieles con el cadáver. Primero se cree que es el de miss Seale; luego, se la identificará por la dentadura. ¡Gran sensación! Puede parecer una complicación innecesaria, pero no lo es. Usted no desea que la Policía busque a la esposa de Albert Chapman. Que la crean muerta... y que se busque a Mabelle Sainsbury Seale..., puesto que no han de encontrarla. Además, con su influen-cia puede hacer que el caso sea relegado al olvido. Y eso hace. Pero como le es necesario saber lo que
yo
hago, envía a buscarme y me ruega que busque a la dama desaparecida. Continúa «forzándome la carta». Su cómplice me telefonea para que me retire, para que siga creyendo que se trata de espionaje... del aspecto
público
. Su esposa es una actriz inteligente, pero para disfrazar una voz la tendencia natural es imitar la de otra persona. Su esposa imitó la entonación de mistress Olivera. Eso me desconcertó bastante. Luego, me llevan a Exsham, donde habían preparado el último acto de la comedia. ¡Qué fácil es disparar contra un hombre tras un seto de laurel y arrojar la pistola por encima para que caiga a los pies de Carter! Este, sorprendido, la recoge. ¿Qué más quiere? Le sorprenden con las manos en la masa..., con una defensa ridicula y un arma gemela a la que mató a Morley. Una trampa tendida ante Hércules Poirot.
Alistair Blunt movióse inquieto en su silla. Su rostro se puso grave al decir:
—No me confunda, mister Poirot, ¿Qué es lo que imagina y qué es lo que
sabe
?
El detective repuso:
—Tengo el certificado de matrimonio del Registro Civil de Oxford, de Martin Alistair Blunt y Gerda Grant. Francis Carter vio salir a dos hombres del gabinete de Morley después de las doce y veinticinco. El primero era grueso... Amberiotis. El segundo, naturalmente, era usted. Francis Carter no le reconoció, pues le vio desde arriba.
—¡Qué lealtad por su parte confesarlo!
—Entró en la clínica y encontró el cuerpo de Morley con las manos frías y sangre seca alre-dedor de la herida. Eso significaba que había muerto hacía rato. Por tanto, el dentista que atendió a Amberiotis no pudo haber sido Morley, sino su asesino.
—¿Algo más?
—Sí.
Esta tarde han arrestado a Helen Montresor
.
Alistair Blunt hizo un movimiento. Luego, volvió a quedar inmóvil. Hércules Poirot prosi-guió:
—Sí. La verdadera Helen Montresor, su parienta lejana, murió hace siete años en Canadá. Usted se aprovechó de esta circunstancia.
Una sonrisa asomó en los labios del millonario, que dijo, como un chiquillo travieso:
—Quisiera que me comprendiese. Usted es un sujeto inteligente. Me casé con Gerda sin que en mi casa lo supieran. Ella actuaba en una compañía, mi familia era muy orgullosa, y yo iba a entrar como socio en la firma. Acordamos mantenerlo secreto, y ella continuó actuando. Miss Sainsbury Seale estaba en la misma Compañía. Sabía todo lo nuestro. Luego, se fue al extranjero en una
tournée
. Gerda supo de ella un par de veces que le escribió desde la India. Más tarde dejó de hacerlo. Mabelle se dejó engañar por algún hindú. Era una muchacha crédula y estúpida. Quisiera que pudiese comprender mi encuentro con Rebeca y nuestro matrimonio. Gerda lo comprendió.
»Le pondré un ejemplo. Tenía la oportunidad de casarme con una reina y representar el papel de príncipe consorte, e incluso rey. Gerda lo consideraba un matrimonio morganático. Yo la amaba a ella y no quería que nos separásemos. Todo salió a pedir de boca. Rebeca me gustaba mucho. Era una mujer con un cerebro privilegiado, igual que el mío. Eramos buenos compañeros de trabajo, lo que resultaba sumamente excitante. Fue una compañera excelente y creo que supe hacerla feliz. Sentí mucho su muerte. Lo curioso del caso es que Gerda y yo aprendimos a divertirnos con nuestros emocionantes encuentros secretos. Teníamos toda clase de ardides ingeniosos. Ella es actriz por naturaleza. Tiene un repertorio de seis o siete personalidades distintas... una de ellas es la de esposa de Albert Chapman. En París fue una viuda americana. Me encontraba con ella cuando iba a mis negocios. Ella iba a Norway a pintar, como si fuese una artista, y yo a pescar. Más tarde la hice pasar por mi prima Helen Montresor. Era muy divertido y creo que ha sido un medio de conservar nuestro amor. Pudimos casarnos oficialmente a la muerte de Rebeca, pero no quisimos. A Gerda le hubiese resultado difícil llevar mi vida oficial y, claro,
pudo
haberse descubierto todo, aunque yo creo que la verdadera razón es que
disfrutábamos
de nuestro secreto. Hubiésemos encontrado aburrida la vida de hogar.
Blunt hizo una pausa. Su voz cambió, endureciéndose.
—Y entonces esa condenada mujer lo estropeó todo. ¡Reconocerme al cabo de tantos años! ¡Y decírselo a Amberiotis! Ya ve usted... ¡Había que hacer algo! No solo por mí, por mi egoísmo. Si yo me arruinaba, este país, mi patria, también se hundiría, porque yo he hecho algo por Inglaterra. Le he dado firmeza y solvencia. Está libre de dictadores... fascistas o comunistas. A mí no me interesa el dinero como dinero. Amo el poder, me gusta gobernar, pero no tiranizar. En Inglaterra somos demócratas... verdaderos. Podemos reírnos y burlarnos de nuestros políticos... Somos libres. Yo me ocupo de todo esto... Ha sido el trabajo de toda mi vida. Pero si yo me fuese..., ya sabe lo que pasaría. Soy
imprescindible
, Poirot, y un chantajista burlón iba a destruir la labor de toda mi vida. Tenía que hacer algo. Gerda lo vio así también. Lo sentíamos por la pobre miss Sainsbury Seale..., pero no había más remedio. Teníamos que hacerla callar. Gerda fue a verla y la invitó a tomar el té, diciéndole que preguntase por mistress Chapman, en cuyo piso habitaba... Mabelle fue sin sospechar. No se enteró de nada..., el veneno estaba en el té... No se sufre. Se duerme uno para no despertar. Lo de la cara lo hicimos luego. Fue bastante desagradable, pero lo juzgamos necesario. Mistress Chapman había desaparecido para siempre. Yo había donado una casita a mi «prima» Helen; decidimos casarnos al cabo de algún tiempo. Pero primero teníamos que deshacernos de Amberiotis. Todo salió bien. No sospechó que yo no era un verdadero dentista. Me las compuse bastante bien con las tenazas. No me atreví a usar el torno. Claro que después de la inyección no sentía nada de lo que yo hacía.