«ella duerme entre las sábanas, cansada,
y yo debería
dormir también…»
«ella» es aquí, seguramente, Zoé… el poema comienza con un «autorretrato»; Block se ve reflejado en el cristal de la ventana, a través de la cual contempla la vista de tejados, gatos y canarios, y también, por encima de estas visiones cotidianas, los efectos del monzón de mayo… las lluvias y las riadas monzónicas preparan la aparición del tema del «río de la vida», que el poema desarrolla con rasgos realistas, casi con humor… a partir de aquí, el tono es cada vez más confidencial, la angustia crece —no sabemos muy bien por qué… la invocación a Amithaba, al monte Calvario y al
satori
, sugieren las lecturas o preocupaciones de Block en esa época… los temas de la búsqueda de la identidad, el intento de comprender el instante presente («somos los vivientes») y el paso del tiempo, vienen quizá como desarrollo subconsciente del tema del río, que de «río de la vida» ha pasado a su significado mucho más vulgar de «río del tiempo»…
«ella duerme…»
la buhardilla donde ahora vivía Block estaba cerca de la Sociedad Teosófica de Países, en cuya biblioteca trabajaba Zoé por las mañanas… un día ella, camino del trabajo, compró
croissants
y zumo de naranja y subió a casa de Block para «invitarle» a desayunar; a partir de ese día, muchas veces ella pasaba por su casa, desayunaban juntos y hablaban de temas diversos…
fue así como Block y Zoé comenzaron a hacerse amigos; Block en seguida descubrió que le encantaba hablar con ella, y que era una muchacha encantadora, que su voz era preciosa y también sus ojos, y que estaba loca, que creía en los silfos del aire, en la energía del universo, en la música del sol y de las piedras, en los infinitos mundos de la belleza y del deseo… ella le dejaba libros de Zen, el
Abbidhamma Sangaha
(cuya lectura dificilísima encantó a Block), de Rudolf Steiner, y él le daba a leer Infancia de Tolstoi o
El preludio
de Wordsworth, sorprendido por las lecturas anagógicas que hacía ella…
una mañana, Jaime apareció de improviso en medio de uno de sus desayunos, Zoé y Block cada uno ante su tazón de té con leche y cardamomos, las tostadas en el centro y el cuchillo atravesando el frasco de mermelada, y nadie pudo quitarle de la cabeza que Zoé no había dormido allí… Jaime se fingió violento, les felicitó y les abrazó a los dos, se negó a oír nada, asintió con sorna cuando le aseguraron que no había nada entre ellos, y les gastó tal cantidad de bromas y les tomó tanto el pelo, que a partir de esa noche Block y Zoé comenzaron a ser amantes…
ninguno de los dos deseaba comprometerse mucho; dos o tres veces por semana, Zoé se quedaba a dormir en casa de Block… Zoé tenía otros amantes, y se sorprendió de que Block llevara tal vida de ermitaño… lo comprendió mejor cuando Block una noche la llamó «Estrella» mientras hacían el amor…
El monzón de mayo suele azotar la región de Países desde finales de abril hasta principios de junio. Las lluvias más fuertes se registran por lo general a mediados de mayo. Con las lluvias monzónicas, la naturaleza del valle del Obrantes cobra el aspecto exuberante y florido que le es característico. El Obrantes, el Labre, el Seluco y los demás ríos de la región suelen sufrir inundaciones, y a menudo hay también inundaciones en la ciudad de Países.
El monzón de mayo significa el final de la primavera y el principio de la estación seca. Es una época de grandes cambios, tanto materiales como espirituales, y por eso la gente de Países intenta en esa época no empezar ni terminar nada importante. La Exposición Universal se inaugurará el día 1 de junio, y esto, para algunos, es un síntoma de mal agüero.
Es famoso que los niños que nacen en esta época suelen ser revoltosos de pequeños, y de mayores se dedican a políticos o banqueros.
Las aguas del monzón significan también purificación y limpieza. Las culturas antiguas de la península de Países solían hacer coincidir el inicio del nuevo año con el final de los monzones.
puesto que en el monzón de mayo las lluvias no eran continuas, y de vez en cuando el sol asomaba su cara sonriente y sorprendía al mundo con hojas vaciando su carga de agua sobre las otras hojas y así hasta el suelo y pájaros cantando hasta el éxtasis y las manos extendidas de los que salían del portal, sin poder creer lo que su ojos veían (ah, esas anaranjadas lluvias
con sol
, con arco iris brotando de unas cornisas a otras, de la cúpula de una iglesia a la copa de un castaño), una tarde, Jaime y Block quedaron para darse un paseo por la avenida de Verdulia y recorrer los puestos de libros viejos de la cuesta de Moyano… se encontraron en la terraza del café y luego fueron bajando por uno de los bulevares de la avenida, entre los troncos de los pinos gigantes, las tiendas de jardinería (cuyas estatuas de leones, ninfas y niños desnudos, fuentes de bronce y canteros de anémonas, ocupaban parte de la acera) en dirección a la plaza de Cibeles, diosa de las espigas… Jaime y Block ya no se veían tan a menudo como antes; Block ya no vivía en la Residencia Jorge de Montemayor… había alquilado una buhardilla en el barrio de la Ópera, casi en el otro extremo de la ciudad, y ahora cada vez que querían verse tenían que llamarse por teléfono y quedar en algún sitio a alguna hora, cosa que ellos no habían hecho nunca antes en toda la historia de su amistad… en un principio, Block había intentado alquilar alguna casa cerca de la de Jaime y Estrella, pero aquel barrio estaba subiendo demasiado de precios y había sido imposible… el barrio de la Ópera, con sus edificios viejos y románticos, llenos de antiguas cucarachas y venerables ratones, con sus buhardillas bohemias y sus maravillosas vistas de tejados, campanarios, mansardas y copas de acacia, eran ahora el nuevo mundo en el que vivía Block, junto con sus libros, un piano alquilado, un escritorio muy parecido al que Tolstoi tenía en Yasnaia Poliana (lo había encontrado en los sótanos de un anticuario, sucio y sin barnizar), alfombras, telas de flores, un laúd isabelino resquebrajado que había colgado de la pared, plantas tropicales, un par de lámparas japonesas de papel, y varios grabados de flores del siglo XVIII y un par de reyezuelos entre peonías o flores de ciruelo que alguien pintó en el Sur de China con pinceladas rápidas e inspiradas varios siglos atrás… pero el hecho de que se vieran menos que antes se debía no sólo a una razón espacial… Jaime estaba ahora trabajando como «profesor ayudante» en el Abuelo del Mar, y andaba siempre tan atareado preparando sus clases que nunca tenía tiempo para nada… había conseguido aquel trabajo a través de Agustín Montoliu —no estaba claro si Jaime había pedido ayuda a Montoliu (cosa que habría sido perfectamente normal en las paladinas costumbres de la universidad y la palauniversidad) o si era Montoliu el que le había propuesto a Jaime la idea de dar clases en el Abuelo del Mar, aunque lo segundo es lo más probable… Jaime había abandonado su tesis, y por tanto había renunciado a la beca (es decir, había «renunciado» para evitar que se la retiraran), y Estrella y él necesitaban ahora algún medio de vida… en realidad, Jaime llevaba bastante tiempo sin trabajar en su tesis, pero había conseguido falsificar un par de informes de la beca usando el material que su búsqueda de la Región Confabulada le iba deparando… todo había cambiado desde que había decidido abandonar su «búsqueda» de la Región Confabulada… el nuevo mapa, el que Saaremaa había rescatado para ellos en la embajada de Estonia, tampoco servía para nada, y esto había acabado por desesperarle… había guardado todos los manuscritos, fotocopias y fichas relativas a la Región en una gran caja de cartón, la había atado con una cuerda, había escrito en la tapa con un rotulador negro: «R. C.», y la había metido debajo de la cama —lo cual equivalía a decir: adiós, adiós para siempre… esta decisión había traído consigo una imparable reacción en cadena y había precipitado todo eso que los tres sentían como «el final de una época del mundo»: abandonada la búsqueda de la Región Confabulada, Jaime decidía dejar de visitar la Biblioteca Nacional y abandonar «oficialmente» su tesis —lo cual implicaba renunciar a la beca, buscar un medio de vida, aceptar la sugerencia de Montoliu… la Academia de los Dormidos había sido otra de las víctimas de esa reacción en cadena; Jaime la había disuelto, en una sesión nostálgica que había durado hasta altas horas de la mañana y que les había dejado a todos bastante tristes y aliviados, como tras la muerte de un pariente querido, pero muy viejo y enfermo desde hace tiempo… ahora los Dormidos casi no se veían, lanzado cada uno en pos de su propio sueño personal; Jesús acababa de terminar la tesis, Pedro acababa de renunciar a empezar la suya e Isabel preparaba un libro de poemas para presentarlo al premio Endymión…
—pensaba que vendría también Estrella, dijo Block, cuando Jaime apareció dejándose caer de un tranvía todavía en movimiento y se acercó a él cruzando por la hierba (sus transgresiones eran cada vez más simbólicas)
—¿Estrella? está muy liada… ya sabes que le ha salido un contrato para ilustrar tres libros de Kipling, ¿no? está pintando sin parar: tiene que entregar todo el trabajo antes de dos meses
—¿qué clase de ilustraciones?
—
El libro de la jungla
, dijo Jaime sentándose al lado de Block, que vaciaba el resto de la botella de cerveza en su vaso…
Cuentos llanos de las colinas
, cosas indias… está usando acuarela, y también plumilla y tinta china de colores… ven a casa algún día y verás lo que está haciendo… está pintando mejor que nunca
—¿mañana? aventuró Block
—mañana… mejor el jueves… llama el jueves… me gustan sobre todo los elefantes de Estrella, unos enormes elefantes azules que combaten con tigres diminutos… los elefantes de Estrella son animales-mundo
el jueves se alzó ante ellos también como una palabra-mundo, como un símbolo, como una bandera —una de esas banderas, precisamente, que aparecen adornando las demarcaciones políticas de un país, más o menos vigiladas por la policía… ya que Block en su buhardilla del barrio de la Ópera y Jaime dando clases en el Abuelo del Mar eran de pronto como dos embajadores de países extraños aunque amigos, y cuyas relaciones han de regirse por el protocolo y las exigencias de los compromisos del calendario de cada uno…
las brisas del monzón son famosas en Países, y no son pocos los que opinan que nunca se está en Países mejor que en esas largas tardes del monzón en que las nubes se abren y sale el sol, y todo el mundo está mojado y reluciente, y hay todavía corrientes de agua a lo largo de las aceras, espolvoreadas de pétalos de flores y de aladas semillas de arce, rápidamente devoradas por las alcantarillas, y el aire es fresco y se huele el perfume de las flores que las lluvias han alimentado y embellecido en los setos y en las ventanas de las casas, y se presiente casi en el aire… es decir ellos, ellos presentían casi en el aire, mientras bajaban caminando sin prisa en dirección a la plaza de Cibeles y charlando sobre lo que estaban haciendo esos días, la presencia inmaterial y casi por encima, como flotando y abriéndose en el aire, de la Puerta de las Islas, una de las cuatro puertas que daban paso a la Región Confabulada… era una dimensión perdida, una suave llamada, una música en el aire —pero quizá no hicieron caso, ya que la conversación les tenía demasiado absorbidos, y al fin y al cabo esos momentos raros, esas extrañas percepciones que nos asaltan a veces, esa sensación de que rozamos el borde de otro mundo —en una palabra que decimos o en la disposición de los elementos del paisaje cuando levantamos casualmente la vista, en la súbita visión de que algo «se abre», o nos invita, en dos cornisas que se separan mostrando las hileras de árboles de una calle, o «una calle que desciende, trazando una curva, en dirección a un país de sueños…»
—estuve el otro día en la lectura de la tesis de Jesús, dijo Jaime… por supuesto, le dieron sobresaliente
cum laude
—¿la lectura de la tesis? no me llamó
—no llamó a nadie… yo estaba en la facultad por pura casualidad… estaba hablando con el director de mi tesis, intentando darle algún tipo de explicación
—ah
—en realidad, no tendría por qué darle ninguna explicación, porque además llevaba meses sin verle… pero, qué sé yo, me molestaba que pensara que soy un imbécil… aunque, por supuesto, es ahora, después de las explicaciones que le di, cuando tiene todo el derecho a empezar a pensar que soy un imbécil
—¿por qué Jesús no llamó a nadie?
—ya sabes cómo es Jesús…
—¿Pedro tampoco estuvo?
—sí, pero por casualidad… estaba asistiendo a unos cursos de doctorado
—vida universitaria, murmuró Block
—vida de mierda, dijo Jaime con autoridad… Pedro ha desistido, finalmente… creo que ya no va a hacer su tesis, aunque sigue yendo a los cursos porque oír a Domingo Ynduráin hablando sobre Juan de Otálora o san Juan de la Cruz es un placer como cualquier otro…
—¿por qué es una vida de mierda? preguntó Block
aquella tarde, Block preguntaba y Jaime contestaba… Block no acababa de comprender esa especie de resentimiento que le había quedado a Jaime contra la universidad, contra los secretos placeres de la lectura sistemática y la investigación, que a él tanto le tentaban —últimamente—, era como si necesitara (a Jaime le había sucedido algo parecido) un canon que pusiera orden en medio del mar de la vida, pero para Jaime todo aquello era tiempo-pasado-que-no-se-desea-recordar, y después de murmurar un par de vagos y abstractos insultos más, quedó en silencio…
tardaron más de media hora en llegar a la cuesta de Moyano; más allá de la plaza de Cibeles, la avenida de Verdulia corría a lo largo del edificio dieciochesco que albergaba al Museo de Pinturas y sus jardines, y luego a lo largo de las verjas del Jardín Botánico… la cuesta de Moyano era una calle perpendicular a la avenida de Verdulia que corría paralelamente a la verja del Botánico; al otro lado, estaba el Ministerio de Agricultura, un macizo palacio de ladrillo rojo y mosaico, ese estilo arquitectónico tan típico del Países decimonónico que Jaime llamaba «estilo optimista», y que llegaba hasta las construcciones (universidades, ministerios, pabellones) de la República, para ser sustituido luego por el estilo «triunfal» de la dictadura… así pues subía entre las verjas del Jardín Botánico y las del Ministerio de Agricultura, desde la avenida de Verdulia hasta la calle de Alfonso XII, y terminaba allí mismo, en una placita dominada por una construcción seudobizantina que era en realidad un anexo del Ministerio de Agricultura, y al otro lado de la cual (todo a lo largo de la calle de Alfonso XII, que limitaba también con la verja norte del Jardín Botánico) se levantaban los cedros gigantes del parque Servadac…