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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (63 page)

BOOK: La música del mundo
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comenzó una época de sufrimientos para Block… por supuesto, al día siguiente no llamó a Estrella… decidió dejar pasar un día más, y llamarla luego, pero pasó el día y no la llamó… ¿qué sucedería si la llamaba? ¿qué podrían decirse? de pronto, ya no eran amigos, sino animales torvos… el amor, pensó Block, le había convertido en un animal torvo —pero no sólo era el amor… ya que no tenían nada que decirse… pureza, límite y final —y al otro lado ¿qué podría haber al otro lado, si la llamaba? se imaginaba, paseando con ella, por ejemplo, a las puertas del parque Servadac, y al otro lado de las puertas, para elegir, el Mar de la Sangre o el Mar de la Muerte… el Mar de la Sangre estaba surcado por lechos, con querubines desnudos, el de la Muerte, por butacas, y silencio… silencio… pasó otro día y no la llamó… si la llamaba ¿qué pasaría?… Block compraba fruta, hojeaba un libro de Arthur Machen en busca de diversión (y sus terrores le parecían triviales), leía el periódico, subía la escalera —y en todo momento, la serpiente insistía: si la llamo ¿qué pasaría?… imaginaba lo que pasaría: no importa cómo lo planeasen, cuando se encontraran los dos estarían tristes, y cada uno sería la causa de la tristeza del otro… durante las mañanas… ah, durante las mañanas, comprando unas flores, o tomates para la ensalada, lo veía todo diferente: debería llamarla, pensaba, se va a enfadar conmigo; Jaime está fuera, quedamos en llamarnos, debería llamarla… la noche le arrancaba la careta, con un gesto travieso… la noche era una mujer madura, color azul… oh, la elocuencia de la noche… oh, la voz suave, apasionada, oh la azul opulencia de la noche: he aquí mis reinos, dice la noche entrando por la ventana, he aquí mis temores, he aquí mis rayos de luna… algo se abría en su interior por la noche, y de pronto sentía que todo era posible… tú la deseas, le decía la noche, sentada en su ventana, y ella te desea a ti… no perdía el tiempo en largos discursos; Block era el de los largos discursos, Block era el que despreciaba (decía) el tiempo… pero ha sido así desde hace mucho, decía Block… ¿qué diferencia hay ahora?… tú la deseas, repetía la noche… Block consultaba el libro de Djuna Barnes como un viajero consulta su Baedeker… una mañana la llamó desde la calle —una llamada desde la calle era menos peligrosa, pensaba, no tendría magia ni misterio una llamada con ruido de tráfico y pitidos y voces grabadas pidiendo más monedas… inútil, ella no estaba… y así pasó la primera semana… el domingo de la primera semana: pero era demasiado terrible, toda la furia del domingo… oh, domingo, bendícenos con tus espigas, niños que juegan en el parque, tiendas cerradas y pasteles de la familia… pensó: ya ha pasado una semana… la tarde del domingo venció: ¿cómo es posible evitar la tentación? se dijo, llamándose interiormente necio, estúpido, ¿para qué evitar la tentación? ¿cómo es posible
no caer
? benditos los tentados, benditas sean las tentaciones… en qué estabas pensando, se dijo Block, necio, cobarde, en qué estabas pensando… la llamó: no estaba… la volvió a llamar: había salido, por supuesto, ¿cómo soportar su casa, sola, aquella tarde de domingo? tampoco podía soportarla él… la llamó a las once, a las once y media, a las doce, a las doce y media… ahora deseaba compulsivamente hablarle, oír su voz… en su fantasía, sentía que tenía una extraña enfermedad, que sólo el sonido de su voz podía curar… ¿qué me dirá ella? pensaba… me gritará, me odiará, colgará el teléfono… llamó otra vez a la una, y a la una y media, a las dos, y a las dos y media… quizá hubiera llegado a casa y estuviera dormida, ¿qué importa? pensaba Block… el que está dormido, se despierta… sus piernas, su estatura, son iguales… a las tres volvió a llamar, dejó que sonara veinte o treinta veces —ya que tenía que hablar ahora mismo con ella… entonces comprendió: el teléfono sonando una y otra vez en una casa vacía, con las persianas bajadas y el gas desconectado: ella había salido de Países… había preferido dejar de sufrir, se había marchado… ya no podía hablar con ella ni verla —tampoco mañana, ni al otro… luego Jaime volvería… sí, estaba claro que quería verla antes de que Jaime volviera… quería estar a solas con ella, quería estar con ella y que el mundo entero agonizara… era como si hubiese sucedido el fin del mundo y sólo ellos dos hubieran sobrevivido… la peste roja mató a millones, y sólo respetó a un Block y a una Estrella… solos en Países, solos en Países del mundo… aquella noche salió a pasear por las calles y llegó a su casa cuando amanecía… y qué invasión de muertos, todos aquellos que caminaban a su alrededor, repitiendo torpemente los gestos que usaban cuando vivos… Estrella… ella tampoco le llamaba, y no podía imaginar mayor fidelidad, mayor prueba de amor… ella no le llamaba, y era como si se desnudara para él, como si danzara y cantara desnuda para él…

la siguiente semana fue más o menos igual que la anterior… una noche Zoé se quedó a dormir; mientras hacían el amor, él murmuró el nombre de Estrella… no sabía si ella lo había oído —lo había dicho muy suave, había sido algo tan involuntario como un suspiro… sentía vergüenza, él no imaginaba que hacía el amor con Estrella cuando estaba con Zoé… nunca… quizá alguna vez… siempre la luz encendida le había ayudado a ser honesto con Zoé… ella sí le había oído; al final, se separaron, él besó su hombro desde detrás, ella se levantó de la cama, ella volvió por el otro lado de la cama y se inclinó para coger algo de su bolso y volvió a desaparecer… más tarde, él no podía acabar de ver su rostro… papeles, espejos, oscuras matas de pelo rizado… un papel verde, como el de un bombón… la miró a los ojos: ella sí le había oído… Block intentó quitarle importancia, pero no sabía hacer tal cosa, Block sólo sabía añadirle importancia a las cosas… misterios… ¿quién soy yo? dice Zoé… ¿soy tu sombra de Estrella? cuando estás dentro de mí, estás haciendo el amor a Estrella, y yo soy una luz, un espíritu… no, no, se quejó Block, te juro que jamás intentaría defenderme, ni disculparme… no es así, tú eres Zoé, mi amante, es Estrella la que sólo es una luz y un espíritu… persona mía, no huyas (como una lechuza blanca)… persona mía, repitió Zoé confusa, quién sabe si llorando o a punto de llorar… en aquellos instantes casi la amaba… no reniegues de Estrella, le dijo Zoé, tú que la amas… ¿era tan absurdo llamarla «persona mía»? se dijo Block ¿es que en el mundo occidental la lechuza tenía extrañas connotaciones? falena de las noches, ¿hay un pájaro más parecido a un ángel?… el problema es que vosotros no conocéis a los ángeles, les atribuís una extraña belleza que a ellos les produciría tan sólo terror… es ella la construida de sueño y de silencio —¿alguna vez? jadeó Block, ¿alguna vez he buscado la oscuridad, las máscaras que bailan allá en el fondo, la indeterminación…? no, no, dijo Zoé… «vivimos en medio de fabulosos destinos», había dicho Jaime, cinco mil años atrás… de pronto, entramos en la irrealidad, de pronto, somos encerrados en la irrealidad del otro… un rostro nos mira y nos desconoce, nos arroja irrealidad, un rostro nos malinterpreta, un rostro me mira y no me ama, me arroja irrealidad… persona mía… sigue, le había dicho Zoé, o uno de los libros de Zoé, sigue

EL ORDEN CÓSMICO

el orden cósmico… salir por la puerta de las estrellas… salir del yo, salir de la obra de arte… terminará
el efecto Montoliu
y habrá una primavera, un mundo mejor…

soñaba con un mundo mejor, bajo las acacias de Países embellecidas y verdes por el monzón de mayo… caminando por las calles, Estrella se le aparecía encima de cada acacia, vestida con una larga túnica azul —era como la virgen María, «estrella de la mar»… y Block se detenía, con su barra de pan bajo el brazo, y se dirigía a ella:
«Vergine bella, che de sol vestita, coronata de luce…»
y así en cada acacia, ella, coronada de luces… avanzaba, con su túnica azul… el lunes (después de aquel domingo angustioso) había vuelto a llamarla, una y otra vez, a lo largo de la mañana, y acabó por convencerse de que ella no estaba en Países… y mientras tanto…

el monzón de mayo

eléctrico

sobre los tejados de países… la lluvia, los geranios… los gatos, los canarios… las nubes del oeste traían escondidos a los ejércitos del oeste, al décimo relámpago saltaban como salvajes las trombas de agua, y las sábanas y las camisas colgadas quedaban empapadas al instante, y la mujer de negro que salía por una puertecita para quitarlas de la cuerda, también… había inundaciones en Países… Block no tenía televisión ni leía los periódicos, pero un día quiso salir de casa y halló que el tramo de escaleras que iba del segundo al primer piso, se hundía en las aguas… verdes, oscuras… un osito de juguete flotaba… imaginó una historia morbosa: un osito de juguete flotaba, y fuertemente agarrado a su brazo, a su pequeña dueña arrastraba… soñó con la furia purificadora del agua… purificación por agua… Hilda Doolitle y William Carlos Williams caminan por el campo, a lo lejos, se acerca una tormenta, con truenos y nubes negras; William Carlos Williams propone echar a correr, Hilda Doolitle se sienta en medio del claro y grita: «¡ven, hermosa lluvia! ¡ven, ven a mí, hermosa lluvia!»… una vez, estando en el mirador de la Pavorosa contemplando la ría de Países, empezó la tormenta y él decidió no moverse de donde estaba… Estrella —purificación por agua… apoyado en la barandilla metálica, contemplando el paisaje… de pronto, las grandes ráfagas de lluvia… un minuto después estaba empapado, y se decía: seguiré aquí, seguiré aquí todo lo que dure la tormenta… pensó con terror que quizá fuera peligroso; de niños, nos enseñan a temer los rayos —¿un rayo del cielo? ¿lanzado contra él? sonrió —sí, se permitía sonreír, debajo de una tempestad de agua… el mar se ha puesto vertical, pensó; la ropa se le pegaba a la piel, por el suelo de losas los ríos serpenteaban entre la arena… ríos, brazos del estuario, agua de plata entre la arena, corría sobre el mármol… ¿y si yo lanzara un rayo a las alturas? pensó Block… ¿y si yo mandara mi maldición o mi amor a los inmortales? Hölderlin lo hizo… Rilke lo hizo… oh, sí, ellos respondieron… le sacó de su ensimismamiento un policía —Dios mío, su gabardina negra brillaba como las entrañas azules de una ballena, y era como una premonición del color de la noche… ¿le pasaba algo?… no, nada… ¿por qué estaba allí, inmóvil debajo de la lluvia?… ¿estaba prohibido quedarse inmóvil debajo de la lluvia? le dijo Block con malos modos… ¿la ley no lo permitía? ¿iban a detenerle por mojarse? ¿qué demonios quería de él? avergonzado, volvió a su casa… qué vergüenza, pensó, abusar de mi poder con un policía, qué estúpido, qué maleducado… volvió a la terraza del mirador en su imaginación (en su imaginación volaba hasta allí agarrado de un paraguas) y contestaba: «no, no, estoy perfectamente, gracias»… otra vez: «usted también se está mojando, ¡le invito a un café!» ¿podrían tomar café los policías de servicio? los ojos de Estrella revelaban amor por los seres del mundo, por los pequeños animales, por las pequeñas flores… los ojos de Estrella también amaban a los policías

de nuevo en casa, después de ducharse (purificación por agua), se acercaba al teléfono como el que roza un mármol sagrado… o, tendido en la cama —Dios mío, tendido en la cama, pensaba en el teléfono: se acercaba, pues, al teléfono, rozarlo era casi como rozarla a ella… le asustaba que la sensación fuera tan física: «voy a llamar a Estrella», se decía una y otra vez (era un juego inagotable), fingía ir a coger el auricular para llamarla, le detenía siempre la sorpresa de su placer… ya que, desde que Jaime se había ido de Países, en lo único que pensaba (con una intensidad perfeccionada por el tiempo, por la nostalgia de los bellos días de «Invierno de zarzamora», ya idos para siempre, por esos últimos meses en que apenas se habían visto) era en hacer el amor con Estrella… y a todas horas le obsesionaba la idea de que ella quizá hubiera salido de Países, y que al otro lado de ese auricular, que él rozaba apenas, y de esa irradiante línea de teléfono, excitada como una transmisión nerviosa, llameante como un pensamiento de amor, no hubiera en realidad nadie…

¿estaba ella fuera de Países?… podía decidir no averiguarlo… podía ir hasta su casa, quizá la vería salir, y entonces lo sabría… ya que era imprescindible saber si ella estaba o no en Países, su sensualidad lo requería… ellos estaban solos en la ciudad, pero si ella había desertado… pensó en vigilar la puerta de la casa de Estrella, hasta verla salir… y luego seguirla por las calles… jamás había hecho una cosa así —era como esas cosas que hacen los personajes de Gide… seguiría a Estrella por las calles, por entre la multitud: ahora entra en una tienda, baja al metro, sale en una parada del centro, entra en un café… o bien: va al Jardín de los Amigos, o bien, baja hasta la bahía, monta en un barquito que lleva a la isla de Fontibrol, sube por entre los maizales, se sienta en la ladera de hierba con un libro —pero no lee, apenas lee, mira al mar, arranca espigas verdes y llora en silencio… ¿por qué llora, Estrella? ¿llora porque piensa que lleva una vida inútil? ¿llora por el crepúsculo, por la soledad? ¿llora por Jaime? ¿llora por él?… nunca sabrá por qué llora esta Estrella de su imaginación… nunca sabrá por qué se va allí sola a la isla, con un libro —por qué ni siquiera abre el libro, por qué decide que es mejor mirar al mar, que es mejor llorar…

los otros días llovió… martes, miércoles, jueves de lluvia… cuando dejaba de llover, las flores se abrían más hermosas que nunca… entonces comprendía que toda su exaltación no era sólo porque Jaime se hubiera ido y Estrella y él se hubieran quedado solos en Países —era también una exaltación de primavera… crecía la presencia de Estrella con las lluvias del monzón, crecía por su muslo…

solía pensar en su muslo como una forma griega y una forma musical… lo que subía por allí era una serpiente, sin duda, o un brazo de hiedra… trepa la hiedra serpentina por el muslo igual que una vena llena de sangre, y la música griega hace temblar el muslo, que se flexiona y entra entre las flores… es, entonces, el muchacho griego, que ha dado un paso, entrando entre los girasoles de un jardín, y la música es el canto de un áspid que espera entre las flores… el final de la fábula puede ser la mordedura de la serpiente en su sexo, o la llamada de una mujer que canta entre los girasoles… en ambas se caía por barrancos interminables… en ambas caía sin parar, pensando confusamente en los ángeles… no veía con claridad: simas azules, sin fondo… los ángeles, pensaba, ¿por qué me abandonan los ángeles? ¿me darán mis alas en el último momento, o seguiré cayendo así hasta estrellarme contra el suelo? de pronto, despertaba… una noche llamaba a Estrella… ella le invitaba a su casa, y él, por alguna razón, decidía ir andando… cruzaba calles y más calles, pero se daba cuenta de que apenas había avanzado, y que iba a tardar mucho… cogía un autobús… inexplicablemente, se había equivocado, iba en dirección contraria… estaba ya en las afueras de Países, cuando conseguía bajar del autobús, y echaba a correr por calles desconocidas… encontraba una parada de metro… el resto del sueño lo pasaba en el metro; jamás conseguía salir, cambiaba de línea varias veces, pero nunca lograba llegar a la parada de la casa de Estrella… aquella parada la habían cerrado, pero ¿cómo lo decían ahora? ¿por qué no se lo habían advertido antes de entrar en el metro?… a veces lograba despertarse, y librarse de estos sueños… a veces, en medio de la noche… y se acercaba a la ventana, y veía la lluvia brillante, y le parecía que la culpa de todo la tenía la lluvia…

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