La música del mundo (64 page)

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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

BOOK: La música del mundo
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era la exaltación de la primavera… de día o de noche, la fiebre de la primavera… y fuera de esta exaltación, la semana fue plana… vacía… ríos de agua, inundaciones de amor… ni siquiera tenía una fotografía de Estrella…

fueron salvados… ¿salvados? una mano blanca, descendiendo de las alturas… y ¿acaso no maldicen siempre los salvados a su salvador? ¿acaso no ama el condenado su horrible destino?… el jueves, Block encontró un telegrama en su buzón… era de Antibes, de su tío Yvain… en el estilo entrecortado propio de los telegramas, pero arreglándoselas para utilizar un montón de palabras innecesarias, le decía que su padre había tenido un ataque al corazón… que ya estaba fuera de peligro, pero que estaba descansando en el hospital… que sabía que le gustaría mucho ver a Block… que les llamara… había algo cómico en aquel telegrama, intentaba ahorrar palabras, pero no sabía prescindir de las preposiciones o los artículos… y estaba todo lleno de «stop»; a cada dos o tres palabras aparecía un stop… sí, era algo realmente gracioso… stop, stop… cuando llamó, su tío le contó que el estado de su padre no era muy bueno, estaba hospitalizado… y tampoco podía hablar con él, en el hospital no le permitían recibir llamadas… Block se asustó un poco, cuéntamelo todo, le dijo a su tío, no tienes que ocultarme las cosas… qué más quieres, le había dicho su buen tío el obispo, ¿no te parecen bastantes malas noticias?… se asustó, y decidió ir a Antibes inmediatamente… mañana mismo iré a sacar un billete de tren, le dijo a su tío, y ya os avisaré de cuándo llego a Antibes…

el salvado maldice a su salvador… ya no llamaré a Estrella, pensó, alguien, en las alturas, se ha apiadado de este sufrimiento… ¡hemos sido salvados!… finalmente, ella se quedará sola en Países, y yo saldré de viaje… y nuestro amor se quedará irrealizado… mi amor, quedará como uno de esos vagos proyectos del ideal… sueño, será sueño… será tierra… será polvo… y ella será como la virgen de Países, la soberana solitaria, apareciéndose por encima de las acacias, con un mantón azul… no, pero ya no necesitará un mantón azul, ya que estará sola… y además, en toda su pureza, y en toda su pureza sólo podría aparecer desnuda…

será la virgen desnuda, con una rama de olivo… la diosa del amor… la diosa de las tardes vacías, de los vasos vacíos, de la inactividad, de la duda frente al teléfono, todo eso que parece quedar al borde de lo hermoso, no participar en absoluto de la hermosura —y, sin embargo, su contacto nos produce terror… será la virgen de lo imperfecto… no sabrá nada… lo imperfecto, lo irrealizado…

a la mañana siguiente fue a la estación… era un día nublado, sin lluvias —paz y amor en el mundo, parecían proclamar las embajadas del monzón, tregua, alto el fuego, tiempo de paz… la brisa del monzón movía las palmeras que había enfrente de las arcadas de la estación; habían plantado allí fuera palmeras para sugerir los países exóticos, la lejanía de los viajes… no pudo encontrar un billete para antes del lunes… era mágico… cuando volvía a salir por las arcadas blancas, le parecía que las palmeras le miraban con amor… la luz gris del aire, el perfume envidioso de las flores irrepetibles… era mágico: no había billetes para la Costa Azul para ese fin de semana, tendría que esperar al lunes… tendría que esperar hasta el lunes a las ocho y media de la noche… uno de esos expresos, pensó con un escalofrío de placer, uno de esos expresos decimonónicos que viajan día y noche y paran en todas las estaciones, y van siempre atiborrados de gente, una mitad intentando charlar con otra mitad que intenta simplemente dormirse… un horrible viaje largo y cansadísimo…

era mágico, pensó Block, ya que los salvados, finalmente, no habían sido salvados… oh, benigno universo, pensó Block… querido universo, amigo… volvió a su casa, en el buzón había una postal de Jaime y una carta del National Geographic… se sentó al piano, y estuvo tocando mazurcas de Chopin, las que más le gustaban: número 11, 12, 13, número 17… una de las que más le gustaban comenzaba y terminaba con la misma frase:

la primera vez no sabía por qué sonaba, no tenía un significado especial; inmediatamente comenzaba la mazurca, con otra melodía… era de sus favoritas por su «voz» angustiada, apasionada, que entraba y salía del modo mayor y se deslizaba sobre imaginativas armonías, cada vez con arabescos más fantásticos… hasta llegar, de nuevo, después de una coda malhumorada, en la que casi parecía posible transcribir las «palabras» que la voz decía, hasta esa frase inicial… de nuevo, era una frase que no decía nada, que no llevaba a ningún sitio… sugería una especie de tristeza de lo inútil… lo inútil, lo imposible… el anhelo… después de decirlo todo, después de saberlo todo y comprenderlo todo, el anhelo… la misteriosa permanencia del anhelo… Block tituló a esta mazurca «
Samsara
», que en sánscrito significa «rueda de las reencarnaciones»… y, quién sabe por qué, cogió su pluma estilográfica y escribió en lo alto de la partitura:

SAMSARA

al final de la vida, cuando el hombre muere y el cuerpo desciende a su habitación bajo tierra para disolverse, cuando la música, el temblor, el latido terminan, cuando llega la paz final, la tumba, el anhelo sigue… y la vida, la obra, apenas han servido para nada… los juegos en el modo mayor, las ricas armonías, eran las joyas, la seda rosa, los bienes de la tierra, las dulzuras de la vida, el vino, la canción… y al final del vino y la canción, sólo quedaba, igual que antes, sólo anhelo… después del placer, sólo anhelo…
Samsara
… y entonces, como deseaba el mundo, renacía otra vez… puesto que deseaba el mundo, renacía…

le pareció que hasta ese momento no había comprendido realmente lo que le pasaba… Estrella no era un juguete de su imaginación… quizá estaba fuera de Países y se había ido sin siquiera despedirse de él… Estrella era real… como él, Block, estaba loco, ya que había decidido seguir el impulso en todo, y al amor, y quien hace tal cosa esta loco, había imaginado toda una formidable leyenda épica… llamaría a Estrella, y darían una vuelta, y no sucedería nada… esto no serviría para nada, tan sólo para aumentar su angustia y su infelicidad… llamaría a Estrella, quedarían en cualquier parte, y entonces él empezaría a besarla —sí, esto es lo que sucedería… y entonces ella, puesto que era real y no una criatura de su imaginación, pondría fin a la escena —con exquisita dulzura, con lentas palabras… así sería, hasta ahí llegaría: hasta estar juntos en un café, y él manifestarle su deseo de hacerla suya, y ella decirle ah, mi querido Block, cuánto debes sufrir, pero es imposible… o quizá ni siquiera con palabras… ya que una mirada, una palabra bastan… y él sabría inmediatamente; ella comprendería inmediatamente, y él oiría su respuesta sin necesidad de que ella despegara los labios… en uno de sus momentos de desvarío y enloquecimiento sensual, paseando bajo la lluvia, había pensado que el silencio de Estrella (ya que ella tampoco le había llamado ni una vez en todo ese tiempo) era una declaración de amor, cuya elocuencia le traspasaba, cuya ternura le emocionaba hasta las lágrimas… lluvia, lágrimas, dulces compañeras… ahora pensaba que en cierto modo ella no quería verle y que nunca debía haber hablado aquella noche del primer día del año, nunca debía haberle dicho que la quería… ya que diciéndoselo, en cierto sentido, había destruido su amistad… desde aquella conversación, apenas se habían visto… no es que ella le rechazase, era que algo se había destruido… no era que ella intentara rehuirle, y si es que intentaba rehuirle, Block se daba cuenta de que durante todos esos meses él había estado rechazándola a ella de la misma manera… sin embargo, deseaba hablar con ella, y volvió a llamarla, y el teléfono sonó y sonó, sin que lo cogiera nadie

salió a la calle… era viernes por la mañana, y su tren para Antibes no salía hasta el lunes por la tarde —y así, salía a la calle, y también salía a esos tres días… farolas de hierro, rejas de hierro, palmas de Semana Santa, indicios de una fuerza… la creencia se hacía concreta, se amarilleaba la palma y se amarilleaba bajo el peso de una creencia, y se pudría por las lluvias excesivas… pero una mano salía de una ventana, en lo alto, una mano blanca… detrás de los cristales, una mujer envuelta en una bata semitransparente: era esta mano la que les había salvado… la mujer entreabrió las dos hojas del balcón, y dejó un plato de leche sobre las losetas, un gato gris y blanco surgió entre sus tobillos, y se puso a lamer —antes de entrar de nuevo, volvió a extender la mano (¿llovía? no, no llovía…) era esta mano la que les había salvado… extendida en lo alto, les había llevado dulcemente a través de esos días, los dos solos, los dos respirando en la oscuridad, los dos contemplando la lluvia, cada uno en su casa, a medio vestir, con la taza del desayuno aún en la mesa, la luz del baño encendida, la cama sin hacer… ¿qué estaría haciendo Estrella ahora? se preguntó de nuevo… les habían salvado, no se habían visto… y sin embargo, cómo la había querido sin verla, sin hablarle, qué palabras de amor le había dicho, qué conversaciones —caminando juntos entre granados y terebintos, contemplando desde lo alto los muros de Jerusalén, una tarde de las Cruzadas, cerca del río Amoris —no te he llamado, pequeña Estrella, no he oído tu voz en todos estos días (canturreó)… es mejor así… oh, aquella tarde en la colina de las Fieras Salvajes, habían contemplado a lo lejos los dorados muros, las fumarolas y los estandartes del campo de batalla… tendidos en la hierba, habían contemplado el combate de Argante y Tancredo, al otro lado de un abismo, al otro lado del cual se levanta Jerusalén…

un hombre vendía tabaco a la entrada de un bar: parecía árabe, por un instante se miraron a los ojos —Block comprendió que los dos eran viajeros, de pronto él era de nuevo un viajero, un nómada…

¿qué hacer? gracias, mano blanca… decidió envolverse con Países, emborracharse con Países… un globo aerostático flotaba por encima de las mansardas, lentamente, un globo pintado con alegres colores, como el de los hermanos Montgolfier… dos prostitutas, apoyadas en la pared como seres inertes, fumaban y miraban a su alrededor: él las miró a los ojos y ellas apartaron la mirada con disgusto como diciendo: eh, déjanos en paz, sabemos de sobra que no nos necesitas… eran tan vulgares, tan deformes —no las busca el que necesita a una mujer, piensa Block, sino el que necesita olvidar lo que es una mujer… enormes culos caídos, tetas caídas, caras severas como las de un hombre —era peor si sonreían, entonces sí que parecían animales… putas, pensó Block, maravillado por el sonido y la exactitud de la palabra; son las putas… éstas eran viejas y profesionales —las otras, muy jóvenes y muy delgadas, eran drogadictas; la expresión de los rostros era la misma… ¿quién podría superar el terror y acostarse con ellas?… el que estuviera más allá de la belleza, más allá del amor, un santo quizá, o un dios… eran las putas más viejas y feas de Países, eran las más feroces destructoras de la ilusión… eran el límite del amor, de sus matrices cansadas surgían las palabras y allí morían también las palabras… eran la carne y la sangre de Dios, la hez y la redención del mundo… el que hablara con una de ellas, el que besara una de sus bocas llenas de desprecio, el que yaciera con una de ellas, hallaría la salvación, se liberaría al instante de su envoltura carnal, volaría como un pájaro… es decir, se hundiría entre las flores hediondas…

en una glorieta con chopos, le pareció que de pronto iba a salir el sol… un grupo de chicos oían música sentados en un banco; una chica alta y pelirroja había sacado a pasear a su pastor alemán, y todo en torno, fuerte y poderoso, como la procesión de los caballos de una batalla, los nobles italianos y las picas turcas, las verdes hojas turcas y los rayos del sol italianos, girando a su alrededor… varios miraban a la chica pelirroja desde la barra de un bar, cada uno con un vaso de vino tinto, luego había una tienda de maderas, y un coche saltaba a la acera y se detenía allí, los caballos de la batalla y las banderas capturadas a los turcos, los tablones de las naves vencidas, arrastrados por los que van a morir en la cruz: y el sol, pero no el sol, sino su relumbre, su resol, ya pasado, ya ido… no saldría el sol…

¿qué estará haciendo Estrella?… caminando, llegó a la Filmoteca… había cola frente a la taquilla: eso quería decir que la película estaba a punto de empezar… oh, bien, pensó Block, entremos al cine… se metió la mano en el bolsillo para ver si tenía dinero… ni siquiera miró qué película ponían, simplemente se puso en la cola y esperó su turno para sacar la entrada… en realidad, estaba jugando… hasta en los peores momentos de nuestra desesperación, jugamos… Block estaba jugando con su desesperación: no miraba qué película ponían, entraba en el cine a lo loco… toda nuestra vida, quizá, está construida a base de impulsos parecidos, en los que nuestro deseo de juego, o de construir un arco, una imagen o una sucesión teatral, proyectan nuestra existencia en una causalidad poética, en la cual hallamos la verdad más profunda… en la cual, a veces, hallamos nuestra razón de ser, nuestra verdad…

se sentó en la butaca cuando se apagaban las luces… allí hundido, se preguntó qué película iba a ver; se había dejado llevar por el destino, y ahora el destino no podía defraudarle…
Los viajes de Sullivan
, de Preston Sturges… Joel Mcrea era un director de cine que se dedica a hacer películas terriblemente pesimistas y trágicas; los directivos de su productora se preguntan por qué un hombre que nunca ha tenido problemas en su vida, insiste siempre en hacer películas tan tristes, y por qué desprecia tanto la comedia y las historias felices… entonces Sullivan, o Joel Mcrea, dice: tienen razón, señores, yo jamás he conocido las dificultades de la vida, y lo que voy a hacer es vestirme como un vagabundo y salir al mundo para conocer el dolor, el cansancio y el trabajo… la historia de la película le intrigaba… era la historia de los jóvenes de esta época, pensaba Block… alejados de la experiencia, llevando una vida cómoda… a Sullivan le costaba trabajo tener dificultades: le seguían por todas partes… finalmente, consigue desembarazarse de sus protectores, y comienza a llevar una sucia vida de vagabundo… le acusan de un crimen que él no cometió, le condenan a trabajos forzados; en la prisión, ni siquiera recuerda quién es… le castigan, le golpean… una tarde, llevan a toda la cuerda de presos (vestidos con harapos, encadenados) a una iglesia cercana, donde proyectan unas películas de Mickey Mouse… viejas películas de Walt Disney, en blanco y negro… todos los presos ríen, hasta los vigilantes ríen, el propio Sullivan ríe viendo a Mickey Mouse, a Pluto y a Donald, y entonces comprende para qué sirve la risa… comprende (es decir, esto es lo que Preston Sturges quiere que comprenda) que el arte está para hacer más felices a las personas, y que la vida ya tiene suficiente dolor en sí misma… ¿estaba de acuerdo Block con esto?… no, claro que no, pero la historia le seguía pareciendo emocionante… era una defensa de la risa, una vindicación de la felicidad… terminó la película, todos se incorporaban ahora en sus asientos, mirándose avergonzadamente unos a otros… ¿quiénes serían estos tipos raros que iban al cine a estas horas de la tarde?… todos se movían lánguidamente por entre las butacas… caminaban por los pasillos que había a ambos lados de la sala, cuesta arriba, y uno tras otro iban desapareciendo por las cortinas de terciopelo rojo… al llegar a las cortinas, Block, que subía por el pasillo izquierdo, se encontró con una muchacha que subía desde el pasillo derecho… ella levantó los ojos, sorprendida…

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