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Authors: Andrés Ibáñez

Tags: #Fantasía, Relato

La música del mundo (68 page)

BOOK: La música del mundo
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el lunes, después de casi un mes de lluvias y tormentas, amaneció un día soleado… los paiseños, en cuanto ven un poco del sol, ya se sienten inclinados a pensar que el monzón ha terminado, y el monzón, que es traicionero, suele cogerles por sorpresa y despedirse con tremendos diluvios… era un día tan hermoso que Block no podía comprender que las cosas que le sucedían a Estrella y a él fueran tan dolorosas… desayunaron en la cocina, en silencio, mirando al infinito… todavía seguían desnudos… Estrella se levantó y fue al cuarto que durante esos días había sido de los dos, para recoger su ropa y vestirse… se iba a la estación de tren para recibir a Jaime y para contarle lo que había pasado durante esos días… «pero ¿se lo vas a decir ahora mismo, nada más verle?» le dijo Block… «no, hombre, dijo Estrella (los dos se estaban manteniendo muy enteros), esperaré una buena ocasión… por ejemplo, él me dirá, ¿qué tal, Estrella, qué has hecho estos días? y yo le diré: nada especial, los he pasado haciendo el amor con Block…» era todo tan triste… aunque ella acababa de vestirse, no se sorprendió mucho cuando Block empezó a desnudarla… ella había desaparecido en la habitación y se había vestido, ésta era la fuerza del Tiempo; Block la cogía en brazos, la dejaba caer en la cama y empezaba a desnudarla, ésta era la fuerza del Amor… la luz del sol entraba por la ventana iluminando todas las cosas inocentes… hacer el amor con ella era tan hermoso como un poema de Rilke, como una canción de amor… era el combate entre el Amor y el Tiempo… ¿quién vencía, el Amor o el Tiempo?… hacer el amor con ella, las flores y las frutas de la tierra, las nubes del amor, las palabras y las canciones de amor, los países de amor, el planeta del amor acercándose en medio del cielo del verano… hicieron el amor mirándose a los ojos, con los ojos abiertos… adiós, se decían mirándose a los ojos… ¿te volveré a ver? se decían mirándose a los ojos, ¿volveremos a vernos alguna vez? decían sus ojos… los ojos azules de Block le decían a los ojos verdes de Estrella: ojos verdes, sois tan bellos, ¿volveré a veros algún día?… y los ojos verdes de Estrella le decían a los ojos azules de Block: oh, hermosos ojos, parecéis los ojos de un dios… no os olvidaremos jamás…

en el pasillo de la entrada, se despedían

«¿nos veremos?» dijo Block… «pero Block, si tú te marchas esta tarde»… «pero volveré»… «¿vas a estar fuera un mes?»… «no lo sé, dijo Block… Estrella, dijo de pronto, cásate conmigo…» «¡Block! rio ella… querido, amado mío, ¿lo dices en serio?»… «totalmente en serio… una boda con velas encendidas, y un coro, y tú vestida de blanco, con una corona de rosas…» «pero Block, dijo ella riendo, con los ojos húmedos, Block, me dejas siempre sin saber qué decir… ¿lo dices en serio?» «pues claro, se quejó Block… Estrella, es la primera vez que le pido a una chica que se case conmigo»… «querido… tenemos un mes para pensar las cosas… todo esto que ha pasado… Block, todo esto ha sido muy rápido…» «sí, sí, es cierto, dijo Block, nos estamos complicando de nuevo… habíamos decidido no hablar, no hacer nada, no planear nada…» «sí…» «no pensar en nada», repitió Block… «tengo que marcharme», dijo Estrella, acercándose para besarle en los labios… «espera, dijo Block… quiero algo tuyo, necesito que me des algo…» «¿algo? dijo Estrella, ¿algo, un regalo?»… «sí, es una especie de superstición, dijo Block, yo te daré algo mío y tú me darás algo tuyo… toma», dijo, desapareciendo en su cuarto de trabajo, y volviendo con una figurita de Rajahstan que representaba a un pequeño maharajá vestido con un traje color claro de luna… «pero yo… dijo Estrella mirándose, no tengo nada, absolutamente nada… ni siquiera un broche de pelo… estoy como me encontraste en aquel cine, no llevaba nada… cuando fui a casa cogí ropa… no te voy a regalar mi cepillo de dientes ¿verdad? dudó, o un frasco de perfume…» «¿el collar?» dijo Block… «el collar… no, el collar es un regalo de Jaime; no quiero darte un regalo de Jaime…» «¿no tienes nada, una pulsera, un anillo?» «¡esta vez no! rio Estrella, siempre llevo pulseras, pero hoy nada, nada de nada…» «ya sé, dijo Block sonriendo, ya sé lo que puedes darme… un regalo maravilloso…» «¿el qué? dijo Estrella… ¿el qué?… no puede ser… ¿mis bragas? dijo abriendo mucho los ojos… ¿las quieres de verdad? ¡estás loco, Block!»… «¡pero si no tienes otra cosa!»… «bueno, está bien, dijo Estrella muerta de risa, ¡jamás me habría podido imaginar que me pedirías una cosa así, Block…!» y levantándose la falda se quitó sus pequeñas bragas azules y se las entregó a Block… «toma, le dijo… con todo mi amor… con toda mi pasión…» así terminaba todo… desde la ventana, la vio cruzar la calle… y la vio abrir los brazos cuando entraba en el sol, como saludando al sol y abriendo su cuerpo para recibir la luz… la vio rodear un charco azulado, casi lacustre, lleno del color de lo inexistente, y llegar al borde de la acera, donde se detuvo… pasó un coche rojo a toda velocidad y luego otro… soplaba el viento, y ella se sujetó la falda con ambas manos a la altura de los muslos… Block sonrió…

dejó las bragas de Estrella en su mesa de trabajo, y pensó ¿dónde voy a guardarlas?… luego pensó en todo lo que tenía que hacer ese día

NACIMIENTO DE LA «LEYENDA ÉPICA DE BLOCK»

«por una parte está la
verdad
de los hechos, por otra, la
leyenda épica del yo
» (J. Lacan)

primero: ir a la Biblioteca Nacional

segundo: hacer la maleta

tercero: llamar a Zoé

cuarto: ir a la estación

Block siempre recordaría ese día como uno de los más tristes de su vida —y sin embargo, recordaría también cómo en medio de la profunda desdicha había sentido la forma, el vislumbre, de una casi inimaginable felicidad… ¿era quizá la presencia, la gravitación del planeta de la Felicidad? ¿el planeta de la Felicidad, que irrumpía en los cielos de verano del Planeta de los Sueños…?

consultó su archivo, sus carpetas, sus libros —no tenía mucho tiempo… páginas sueltas de aquí y allá, algunos volúmenes… cajas de cartón llenas de fichas de distintos tamaños… quedar con Zoé, pensó, para llorar en su hombro… contarle todo lo que había pasado —ya que necesitaba contarle a alguien todo lo que había pasado

fue andando a la Biblioteca Nacional: necesitaba estar cansado… en contra de la opinión popular y medieval, que asegura que los excesos amatorios producen agotamiento, anemia o incluso tisis, se encontraba mejor que nunca, fuerte, ligero y lleno de vida… le sorprendía el optimismo de su cuerpo… pensaba en el cuerpo de Estrella, por allí perdido en algún rincón de Países, cogiendo un autobús, cruzando una calle o saltando un charco, y su cuerpo no lo dudó un instante; oh, sí, vamos con ella… ella también se sentiría horriblemente triste y al mismo tiempo fuerte, ligera y llena de vida, y sonreiría sin saber por qué… pensar en ella le llenó de buen humor, de felicidad, de amor, y a partir de aquí todo iba muy mal, todo se hacía muy amargo… ¿por qué no estamos con ella? le decía su cuerpo… tenía ganas de correr, de subir y bajar colinas cubiertas de hierba, saltando arroyos y rocas…

el edificio de la Biblioteca Nacional, repetía, al otro lado de los pinos de la avenida de Verdulia, la imagen mítica de la «Gran Pared» neoclásica… los árboles de la Biblioteca recordaban a los de la perdida Biblioteca de Alejandría… ¿árboles en la Biblioteca?… ya que el árbol se hace libro —o, mucho más raramente, un libro se hace árbol… el misterio se hace libro… cada misterio, es decir, cada idea, cada mañana vivida en el mundo, cada ratón, cada flor… era una experiencia digna de ser vivida, venir desde los dulces brazos de Estrella, para entrar en la Casa de los Libros… la extrema desdicha suele coincidir con la extrema pureza… desde la casa del amor, a la casa de los libros… en el
hall
de la Biblioteca, un atrio de incomprensibles dimensiones, un bosque de grises columnas de piedra, consumó su transformación… ya que Block era entonces como un mago, y estaba preparándose (como un mago) para realizar su último truco asombroso, ese que debe convencernos de la existencia de un poder oculto…

entró sin mostrar a nadie su carnet, pasó por delante de un empleado que debiera haberle impedido entrar con un libro bajo el brazo —no le hicieron ni caso… la sala de los ficheros generales también era desmedidamente grande… los ficheros eran como armarios, y se organizaban en pasillos, corredores —calles y avenidas, a lo largo y ancho de una cripta tan inmensa y tan bien iluminada que se hacía «exterior», «atmosférica»: le llamaba la atención la manera en que todo se transformaba en algo que no era, unos ficheros generales en un armario, en una calle, una avenida, un exterior con atmósfera… era la imagen de lo desmedidamente grande reducido a una dimensión posible, del infinito desvarío, del orden que se confunde con el caos: unos ficheros generales imitan el universo, juegan con su «idea», unos ficheros generales «archivan»: allí todo se puede encontrar y todo está perdido, nadie sabe, nadie es responsable de unos armarios y de otros: no vive nadie en estos armarios, tampoco existen silfos o gnomos allí, es un país deshabitado y que interminablemente remite, la Summa Teológica de los viajes de la imaginación cuando el proceso se ha cumplido, el acto se ha hecho memoria, la memoria se ha hecho libro, el libro ha atravesado la fina pared de agua del lector o del amor, el libro ha sido archivado… ¡oh, pensó su cuerpo, venir desde su cuerpo rosa y perfumado para languidecer en unos ficheros generales!… bellos ojos verdes… dudó, caminando por unos pasillos y otros; luego pensó ¡qué diablos!… entró en el pasillo de la B, hasta llegar al fichero BARBAR-BARBOSO, lo abrió y empezó a pasar fichas… tal como se había temido, había muchos otros Barbosas —o quizá fuera mejor así… Arias Barbosa remitía a la A… Duarte Barbosa, el geógrafo portugués del Renacimiento, que recorrió la costa occidental de la India y murió asesinado en Cebú, junto con su cuñado Magallanes cuando ambos estaban ocupados en dar la vuelta al mundo, y la edición de 1563 de su
Libro en que da relación de lo que vio y oyó en el Oriente
, junto con la de 1813, en portugués… «lo que vio y oyó», pensó Block, que jamás había oído hablar de aquel libro… las premoniciones nos rodean, vivimos en un universo de murmullos… Ruy Barbosa, político brasileño, y sus
Cartas de Inglaterra
de 1893,
A emancipaçao dos Escravos
, de 1884,
Contra o militarismo
-
Campanha eleitoral de 1909-1910
, de 1910, unas
Páginas literarias
de 1918,
Dictadura e República,
de 1932… Manuel García Barbosa du Bocage (mal colocado), el «Elmano Sadino» de la Nova Arcadia, y sus tres tomos de Rimas de 1791, 1799, 1804; la monumental Biblioteca Lusitana
, historia, critica e cronologica
del bibliógrafo Diogo Barbosa Machado, obra que Thomas F. Dibdin calificó en 1825 como «gran oráculo»… había muchos otros Barbosa, un
Acatamiento de la preeminencia
(1925) de Suzannah Barbosa, el
Filocolo lusitano
de Lope de Barbosa, y muchos más:
Flores y esquejes
(cuentos),
El campo y el gato
(novela),
El impacto de la tecnología en la ciudad americana, Los poemas de Iris a su gato Asunción
(Asunción del Paraguay, 1885),
Una nueva visión sobre las leyes de Mendel, El esplendor de las tumbas indias
(tomo III),
Nudos en los catéteres uretrales, Santiago, ruta mística, Los vinos portugueses, Federico II
(drama),
Guía de restaurantes de Alicante, Autoexploración mamaría, Effie Briest y el otro mundo
, ensayo interpretativo de la novelística de Theodor Fontane,
El buda venerable, El Massenet que yo amo
, todos ellos obra de Barbosas innumerables… abrió su carpeta, extrajo la ficha (estaba escrita a mano, como casi todas las otras, con la típica cursiva inclinada de los bibliotecarios de principios de siglo) y la colocó con los otros Barbosa, en el lugar correspondiente:

Luis María de Barbosa, S. J.

Memoria de salidas y entradas secretas

de los conventos de la diócesis de Países

Países, 1888

no había nadie por allí cerca: nadie notó ni oyó nada raro en aquel cajón que salía y aquella ficha que entraba…

«salidas y entradas»: no era posible imaginar título más sugestivo…

hay cuatro puertas en la Región Confabulada: la Puerta de Fuego, la Puerta de las Islas, la Puerta de los Ciervos, la Puerta de los Bosques del Oeste…

el siguiente lugar al que debía dirigirse era la Sala de Raros e Incunables —para llegar hasta allí había que atravesar innumerables salas y pasillos, y subir unas escaleras circulares y atravesar la sala de ficheros de la sección de Mapas; no todo el mundo podía entrar en esta ala de la Biblioteca, pero a Block nadie le pidió su carnet, nadie intentó averiguar quién era ni qué estaba haciendo allí… la sala estaba protegida por una puerta acorazada… moqueta color canela, mesas individuales, atriles para los libros, viejos relojes de pared que daban agrias campanadas cada hora, ficus gigantes al otro lado de los cristales, arena blanca en el jardín interior, Block ya conocía este ambiente de lamasterio de la Sala de Raros, en cada mesa (de las pocas ocupadas) se inclinaba sobre un libro raro (o, francamente, rarísimo) alguien venerable, escogido… los empleados o vigilantes tampoco le hicieron aquí el menor caso, y Block pudo atravesar la sala, pasar al lado de la mesa donde los de las batas azules ordenaban las fichas de las peticiones de la mañana en medio de monumentales bostezos (y el crujido final de los bostezos armonizaba con el de una página pasada aquí o allá) sin el menor problema… había aquí un fichero donde se recogían tan sólo los títulos que tenían la signatura «R» («Raros e Incunables» —pero no, pensó, otra ficha sería demasiado… la puerta del fondo también estaba acorazada —pero antes de seguir adelante deberíamos quizá aclarar algo… ¿por qué nadie detiene a Block? ¿por qué nadie le pide el carnet, por qué atraviesa puertas y controles con toda tranquilidad?… ¿por qué Block puede entrar en la Biblioteca con un libro bajo el brazo?… bueno, el hecho es que no le detienen, no le controlan,
porque no le ven
… el hecho es que en estos momentos, y desde su entrada en la Biblioteca, Block es, literalmente, invisible…

caminando por unos pasillos y por otros, Block llegó por fin al lugar… el libro, en su sitio —por un momento pensó en descolocarlo, pero eso hubiera sido lo mismo que lanzarlo al mar… entonces dudó… ¿tan sólo este libro?… no: decidió hacerle un
regalo
a Jaime —es decir, algo más delicado, más personal… tenía forma de cuadernillo: lo metió al final del libro de Barbosa como si se tratara del último pliego del libro… se trataba de un manuscrito, con letra del siglo XIX, copia de algún otro anterior:
«Memoria sobre las Piedras y los Jardines Musicales»
, y estaba firmado por Agustín de Farfán… sí, era un regalo, una delicadeza… alguien del siglo XIX lo copió: es decir, un acólito (un agente) del siglo XIX copió lo que otro acólito del siglo XVIII escribió… así, todo encajaba… la
«Memoria…»
era ante todo la descripción de un ingenio llamado «
tamelet
» (era ésta la «máquina musical» que Hálifax y Farfán había intentado hacer funcionar, sin éxito, en su Jardín de Flores de Siam), una especie de columna de factura más o menos complicada, en cuya parte superior debería colocarse, para hacerlo funcionar, una «piedra musical»… una parte más novelesca, describía los viajes del autor en busca de esta rarísima especie de piedras, que sólo existen, al parecer, en ciertas laderas del Himalaya… Block suspiró… allí estaba todo… allí estaba todo…

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