La nave fantasma (25 page)

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Authors: Diane Carey

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La nave fantasma
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Las dos mujeres compartieron una larga mirada, cada una con la esperanza de que la otra encontrara otra posibilidad.

Picard les concedió la cortesía de esperar, lo cual, claro está, era una manera de acuciarlas e insistir en su idea.

—¿Qué puedo esperar?

Crusher levantó la hipodérmica.

—Bueno, el primer efecto será…

—Señor —interrumpió Troi—, ellos no sabían lo que les aguardaba cuando les sucedió esto.

Picard la miró de hito en hito, durante un desconcertado momento. Por primera vez, la perspectiva de lo que estaba a punto de hacer lo asustó. Su gratitud porque ella se encargara de la exacta realización del experimento, estaba teñida de irritación por el hecho de que tuviera que hacerlo tan bien.

—Mmmmm. Supongo —dijo, frunciendo el ceño—. De acuerdo, comencemos.

Permaneció de pie y rígido mientras la doctora presionaba el émbolo y la aguja hería su arteria carótida produciendo un leve sonido sibilante.

—Voy a limitar el tiempo —le dijo la doctora al entrar el capitán en el cubículo de aislamiento.

—No me diga cuánto —solicitó él.

—¿Cree que lo haría? Por cierto, no es como dormir, lo sabe, ¿no?

—La verdad, es que sé muy poco sobre esto —admitió el capitán, y casi parecía orgulloso de sí mismo.

—Preparada cuando usted diga, capitán.

—Adelante.

La unidad de aislamiento se cerró con una gruesa y sólida pared insonorizada, el tipo de material que amortiguaría cualquier sonido inferior al fragor de un terremoto.

Con creciente aprensión, Troi observó cómo se cerraba y avanzó hasta ponerse el lado de la doctora mientras ésta completaba las instrucciones para el programa de aislamiento.

—¿Qué efecto le causará?

La doctora se encogió de hombros.

—Físicamente, el narcótico le paralizará el cuerpo y amortiguará todos los impulsos sensoriales externos que llegan al cerebro. No le hará absolutamente nada a su consciencia. Una vez que entre estas instrucciones, la cámara reproducirá una gravedad cero. Picard estará suspendido, pero con una ligera sujección para evitar que se dé contra las paredes al flotar. Y quedará completamente a oscuras.

Troi se estremeció.

—Estará justo como ellos.

Con un asentimiento de la cabeza, la doctora dijo:

—E igual de indefenso.

El capitán Picard se hallaba de pie en el centro de la pequeña cámara gris, esperando a que se produjera la privación sensorial. Los dedos de las manos le cosquilleaban desde que la hipodérmica se apartó de su cuello, y ya no podía sentir los dedos de los pies, pero por lo demás aún no había efectos. Recorrió la cámara con la vista, un lugar gris sin relieves. Treinta segundos y esto ya parecía interminable. Las descripciones de Troi hicieron que lo recorriera un escalofrío al recordar las horas pasadas y cuán profundamente afectada estaba ella por lo que sentía. Por lo que hacían que ella sintiera.

—Bueno, comience de una vez —murmuró. ¿Cuánto tiempo hacía falta para programar una cosa tan sencilla? Después de todo, esto no era el simulador de hologramas.

Intentó darse golpecitos con los dedos sobre el muslo para desahogar la impaciencia, mentalmente lo consiguió; pero sus manos se negaban a adoptar la forma que ordenaba su mente. Se sobresaltó y se las miró… pero no pudo conseguir que su cuello se inclinara. La cabeza le daba vueltas cuando intentaba moverse, sólo sus ojos podían desplazarse en las órbitas. Tenía las piernas como de masilla, su espalda se arqueó y comenzó a dolerle mientras las sensaciones lo abandonaban rápidamente. Tras unos segundos, también el dolor empezó a desaparecer, y de pronto él perdió su tranquilizador latir. Le acometió un alfilerazo de pánico y tuvo que luchar contra él mientras contemplaba una desnuda pared gris.

«Tal vez deberíamos cancelar esto.»

No pudo oír su voz. La había oído antes; ¿dónde estaba ahora? La lengua se le movió, era lo único que aún podía sentir.

Cuando se activó la gravedad cero y vio que la pared se movía con mucha lentitud ante él, de forma refleja se le llenaron de golpe los pulmones de aire, y oyó el ruido producido por la inhalación. Al menos había algo todavía conectado a su cerebro. Extraña sensación, sin embargo…

La lisa pared gris se onduló. ¿O no lo hizo? Ahora la pintura parecía más brillante… casi reflectante. Sí… ahí había una cara.

Una cara…

Un hombre. Picard descartó de inmediato la idea de su propio reflejo. No era su cara en absoluto.

Los ojos fueron lo primero que adquirió un dibujo definido. Miraban directamente a Picard, sin parpadear, mientras una mandíbula cuadrada y unos anchos hombros se formaban debajo. Su pelo era oscuro con un mechón blanco encima de una sien, y una resuelta expresión de pura determinación. Incluso de enojo.

Picard oyó que el corazón le latía en los oídos, un largo sonido distorsionado, y ni por un instante tuvo duda alguna respecto a quién compartía su cubículo o la realidad de lo que estaba viendo. Riker lo había descrito exactamente y Picard no consideraba pregunta ni conjetura alguna. Paralizado, le devolvía la mirada.

Capitán ante capitán, a través del tiempo, el silencioso encuentro se hizo interminable. La mente de Picard se afanaba por poder abrir la boca y hablar a Arkady Reykov, formularle preguntas que lo harían todo mucho más simple, pero su cuerpo estaba insensible, como inexistente. Y el cubículo cada vez era más oscuro.

«¡Maldición! ¿Por qué ahora? ¡Déme diez segundos más!»

Reykov alzó una mano y la mano se convirtió en un puño. Se lo enseñó a Picard, no como una amenaza, sino como si quisiera decirle algo. Picard intentó sacudir la cabeza, comunicarle que no entendía. También eso falló.

Reykov abrió el puño e hizo un gesto familiar a Picard, un gesto perteneciente a su inconsciente cultural europeo… hacía tanto tiempo, aquel gesto: «¿Y bien?».

La oscuridad se cerraba en torno a ellos. Más oscura… y más oscura.

«¡Aún no, maldición!»

Y una negrura lo envolvió todo. Más negro que el espacio, más negro que la pantalla apagada de una computadora. ¿Estaba Reykov todavía allí?

Un pánico absoluto se apoderó de él. Fue como si se le rompiera el corazón. La mente de Picard regresó de pronto a la infancia, a aquellas espantosas historias de terror de las que los niños nunca tienen bastante, a lo que no estaba allí y que parecía encontrarse allí… y a lo que realmente había. Por un momento creyó que una misteriosa criatura lo iba a apresar.

Pero ni siquiera lo sentiría en caso de que ocurriese. Podrían haberlo apresado ya. ¿Estaría Beverly controlando los latidos de su corazón? ¿Sus ondas cerebrales? No lo había comentado con la doctora. Había pensado en eso, ¿no?

«Muy bien, domínate. Sólo acabas de ver un fantasma. No puedes hacer nada. Mantén la cabeza fría. Concéntrate en la tarea que tienes entre manos. Estás bien. Te encuentras en la cámara de aislamiento, está oscuro y no puedes moverte. Son las condiciones correctas, tú mismo las pediste. De todas formas necesitabas un descanso. Por unas horas así no puede ocurrirte nada malo…»

Geordi se paseó por la reducida área en la que Data lo había encerrado, durante todo el tiempo que pudo resistirlo antes de ponerse a arrancar el revestimiento de la pared en busca de un circuito que pudiera empalmar para hacer que se abriera el panel de aislamiento. O tal vez pudiera entrar en la red de comunicación y enviar una señal para pedir auxilio. Cualquier cosa sería mejor que dar vueltas por allí como un animal en espera de su comida mientras Data se alejaba hacia la nada para que lo frieran. Vaya un par.

Data. Se lo tomaba todo de forma tan personal… Si eso no afirmaba su pertenencia a lo humano, ¿qué podía hacerlo? Sólo las personas pueden tomarse las cosas de modo personal. Las máquinas, no… ¿Por qué sería que Data últimamente escuchaba a todo el mundo?

—¿Por qué no me prestas atención a mí, para variar? —aulló Geordi. Levantó la mirada del minucioso trabajo de rebuscar entre todos los circuitos destapados de la pared—.¿Qué soy yo? ¡También yo soy en parte máquina, ¿sabes?! Maldición… ¿dónde está la conexión principal?

En una lanzadera. Fantástico, sencillamente fantástico. Era probable que Data se hubiera marchado ya, y no había manera de cambiar el curso de los acontecimientos.

Las manos comenzaron a sudarle. La progresión de su trabajo se hizo más lenta al comenzar los dedos a temblarle y a resbalársele las cosas. Sólo los microfiltros de su visor evitaban que incurriera en el doble de errores de los que ya estaba cometiendo. Y sólo el ánimo que le infundía su inveterada socarronería le evitaba admitir que estaba muy asustado.

Esa cosa, esa pesadilla de luz de ahí fuera… Geordi se estremeció mientras entresacaba con cuidado los chips del circuito que necesitaría para hacer un puente. Él tenía pesadillas que se parecían a esa cosa. En los momentos en que su visor se estropeaba, él veía las cosas mal. La luz quedaba distorsionada, el calor alargaba las imágenes… era como tener fiebre y ningún medio para bajarla.

Los demás no sabían por lo que Data había pasado cuando la cosa lo atacó; ellos no veían como lo hacía Geordi. Nunca lo entenderían, y jamás acabarían de creerle si no lo experimentaban por sí mismos. «No los culpo… del todo. Es de esas cosas que uno no cree hasta que las ve por sí mismo. Aunque tenga que conectarme directamente con el núcleo de la computadora por los globos de los ojos, haré que lo vean. Haré que lo traigan de vuelta. Sobre todo usted, señor Riker. Sí, señor. Usted.»

Esto era ciertamente extraño. Placentero. No había pensado en Laura durante años. ¿Cuántos? Toda una era, quizá. Había un poema que le gustaba. ¿Cuál era? Le gustaban los poemas largos y las obras épicas. Perdía la noción del tiempo cuando las leía… ¿Quién lee obras épicas? A veces las leía en voz alta, y de una sentada. Y muy bien para una voz no educada. ¿O es que los años habían añadido calidad a su voz?

La ausencia, como delicadas nubes en el glorioso brillo,

cubre los débiles sentidos de la naturaleza ante la hiriente luz.

La ausencia preserva el tesoro del placer para el placer, parca en elogios;

La ausencia cuida el fuego, que padece hambre y alimenta el deseocon dulces tardanzas.

Lo había oído antes aquel soneto. Una vez. Y no había vuelto a pensar en él desde entonces. Escuchado y olvidado; su cerebro retuvo a la muchacha y su voz pero no el poema, y sin embargo ahora recordaba y volvía a saborear cada palabra, cada sílaba, cada matiz. El significado de las frases, las palabras aisladas, incluso la música de las letras. Todo el poema. Fulke Graville, lord Brook…
Coelica
, ¿verdad? ¿Cuándo había adquirido tales conocimientos literarios? Ciertamente, había prestado muy poca atención a esa clase en la que se había matriculado, sólo para poder acompañar a Laura hasta allí cada dos días. Juventud… Muchachas…

Esta experiencia también era fascinante, esta libertad absoluta de su mente para recordar y examinar las cosas que había visto en su vida. Viejas experiencias que había creído desvanecidas retornaron luminosas. Una vez más, y uno por vez, revivió íntimamente sus recuerdos, todo el pasado que un hombre de su edad podía acumular. La verdad es que no era un pasado gravoso, descartando algunos golpes y traspiés a lo largo del camino.

Después de haber disfrutado del pasado, algo le recordó la física cuántica, y en esa rápida nave se alejó a través de toda la ciencia que alguna vez le habían enseñado o él mismo había deducido o aprendido fuera de las aulas. ¡Todo parecía tan simple ahora! Ecuación, después de teoría; teoría después de hipótesis; hipótesis después de experimentación… aturdidor y deslumbrante, todos los compartimentos que su mente había cerrado y atesorado durante todos estos años. Parientes muertos, camaradas de armas y amigos desaparecidos, o ausentes, uno tras otro acudieron a visitarlo en ese silencioso lugar y él volvió a experimentar lo que ellos le habían inspirado, desde el placer al dolor, y se sintió gritar. O pensó que lo había hecho… ¿Dónde estaban sus ojos? ¿Por qué no podía sentir las lágrimas en sus mejillas?

«¿Cuánto tiempo he permanecido aquí? ¿Dónde estoy?»

«Ah, sí. La nave. Debería hacerle probar esto a Riker. Es estimulante, fascinador… el no tener distracciones, ni un reloj al que atender, nada que ocupe mi mente excepto mis pensamientos, ni siquiera un picor que distraiga mi atención. Aunque sería tranquilizador si al menos pudiera mover los dedos de los pies…»

«¿Cómo voy a saberlo si la nave me necesita? Podrían borrarnos del espacio y yo no llegaría a enterarme. No… Riker me habría hecho sacar de aquí si me necesitaran… ¿Qué es esta extraña falta de lógica?»

¿Eran pájaros, eso? Había oído ese tipo de canto de pájaros en una ocasión anterior… ¿Canis IV? Sí, claro. Los pájaros cubiertos de pelusa con cara de tontos. Su canto era bonito. Tal vez se quedaría allí a escuchar durante un rato.

…Algo sobre Canis IV… hacía mucho tiempo.

«No. No, no quiero recordar eso. No…»

Riker se paseaba por el puente contemplando el engañoso vacío del espacio en la pantalla frontal. La luz del puente estaba reducida a una penumbra de cabaret. Las paredes y la moqueta, habitualmente de color topacio, eran ahora como de ónice y Riker tenía la sensación de estar sumergido en un pozo de petróleo. Los brillantes paneles negros de la computadora y diagramas líquidos de los sistemas operativos de la nave habían visto degradarse sus habituales verde y azul mar en pálidas y mudas desdibujadas formas. Con las luces bajas y las pantallas mortecinas, la amplia pantalla frontal resaltaba de forma asombrosa.

De pronto eran actores en un drama, y todo lo que hicieran sería crucial. El nivel de sus voces, el brillo del sudor sobre sus pieles, la secuencia de sus movimientos. Todo se veía aumentado. Y ante ellos, el espacio, su público.

Por vacío que pareciera el espacio, y por frío que fuera, nunca había tenido ese mismo aspecto. Siempre se veían estrellas que parpadeaban, en ocasiones con tonos pastel, y grandes nebulosas que rielaban en la distancia, pero a la mente humana le resultaba difícil aceptar la totalidad de esa distancia que parecía colmada de cuerpos celestes. Con frecuencia le gustaba contemplar cómo pasaba el espacio, pero hoy no le proporcionaba el acostumbrado sosiego. Hoy una amenaza se cernía sobre ellos allá fuera. Escondida detrás de toda esa falsa nada. Riker apretó los puños y mentalmente la desafió a salir.

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