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Authors: Morton Rhue

La ola (16 page)

BOOK: La ola
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En ese momento salió Robert del auditorio, vestido con chaqueta y corbata, e intercambió saludos con Brian y Brad.

—El auditorio está lleno —dijo Robert—. ¿Están los guardias en sus puestos?

—Sí —contestó Brad.

Robert parecía satisfecho.

—Muy bien. Pues vamos a comprobar todas las puertas. Asegurémonos de que todas estén cerradas.

Ben se frotó las manos, nervioso. Había llegado el momento de entrar. Fue hacia la entrada del estrado y vio que Christy estaba allí esperándole.

Le dio un beso en la mejilla.

—Hola. Quería desearte buena suerte.

—Gracias, voy a necesitarla —contestó Ben.

Christy le alisó la corbata.

—¿Te han dicho alguna vez que estás muy guapo vestido con traje y corbata?

—Pues sí. Owens me lo dijo el otro día —señaló, suspirando—. Si me veo obligado a buscar otro trabajo, es posible que tenga que llevarlo mucho.

—No te preocupes. Todo irá bien.

Ben intentó sonreír.

—Me gustaría tener tanta fe en mí mismo como la que tienes tú.

Christy se echó a reír y lo empujó hacia la puerta del estrado.

—¡Vamos! ¡A por ellos, campeón!

Ben se encontró de pie al lado del estrado, delante del auditorio atestado de miembros de La Ola. Acto seguido, Robert se colocó a su lado.

—Señor Ross —dijo, haciendo el saludo—. Todas las puertas están cerradas y los guardias en sus puestos.

—Gracias, Robert.

Había llegado el momento de empezar. Mientras se dirigía hacia el centro del estrado, Ben echó una ojeada al telón que tenía detrás y luego a la cabina del proyector que estaba al fondo de la sala, arriba. Se detuvo entre los dos grandes monitores que había pedido al departamento de audiovisuales aquel mismo día y los chicos empezaron a corear las consignas de La Ola de manera espontánea, levantándose de las sillas y haciendo el saludo de La Ola.

—¡Fuerza mediante disciplina!

—¡Fuerza mediante comunidad!

—¡Fuerza mediante acción!

Ben estaba de pie ante ellos, inmóvil. Cuando terminaron de recitar las consignas, levantó los brazos para pedir silencio. La enorme sala llena de chicos quedó en silencio al instante. Qué obediencia, pensó Ben con tristeza. Luego volvió a contemplarlos, consciente de que ésta probablemente sería la última vez que recibiría tanta atención de sus alumnos. Luego, habló.

—Dentro de un momento, nuestro líder nacional se dirigirá a nosotros.

Llamó a su guardaespaldas.

—Robert.

—Señor Ross, sí.

—Enciende los televisores.

Robert los encendió y las pantallas brillaron con una luz fuerte y azulada, pero sin imagen. En el auditorio, cientos de miembros de La Ola se inclinaron impacientes hacia adelante desde sus asientos, con la mirada puesta en las pantallas de color azul, expectantes.

Afuera, David y Laurie intentaban abrir una puerta, pero estaban todas cerradas. Buscaron otras, pero también las encontraron cerradas. Como había más puertas, dieron deprisa la vuelta al auditorio, para ver si podían entrar.

Las pantallas de los televisores continuaban sin imagen. Allí no aparecía ninguna cara ni se oía nada de los altavoces. Los chicos empezaban a impacientarse y a murmurar nerviosos. ¿Por qué no pasaba nada? ¿Dónde estaba su líder? ¿Qué se suponía que tenían que hacer? A medida que aumentaba la tensión en la sala, la misma pregunta se repetía una y otra vez en la mente de todos: ¿qué se suponía que tenían que hacer?

Desde un lado del estrado, Ben contemplaba todas aquellas caras que le miraban fijamente. ¿Sería verdad que la inclinación natural de la gente era buscar un líder? ¿Alguien que tomara decisiones por ellos? La verdad es que aquellas caras con la mirada puesta en él lo corroboraban. Ésta era la terrible responsabilidad que tenía cualquier líder: saber que un grupo como éste le seguiría Ben empezaba a comprender que su «pequeño experimento» era mucho más serio de lo que se había podido imaginar en un principio. Era aterrador ver con qué facilidad depositaban su fe en las manos de alguien y con qué facilidad dejaban que ese alguien decidiera por ellos. Ben pensó que si la gente estaba destinada a que la guiasen, había algo que los chicos debían aprender: cuestionarlo todo detenidamente, no poner nunca su fe en manos de otro a ciegas. De lo contrario...

En el centro del auditorio, de repente, un chico frustrado se levantó para dirigirse al señor Ross.

—¡Aquí no hay ningún líder!

Todos los demás se volvieron a mirarle, mientras dos guardias de La Ola sacaban rápidamente al perturbador de la sala. Aprovechando la confusión, David y Laurie se colaron por la puerta que habían abierto los guardias.

Antes de que los alumnos tuvieran tiempo de pensar en lo que había sucedido, Ben se dirigió otra vez hacia el centro del estrado.

—¡Sí, tenéis un líder! —gritó.

Ésta era la señal que esperaba Carl Block, escondido detrás de los bastidores. Descorrió el telón del fondo del estrado y apareció una gran pantalla de proyección. En el mismo instante, Alex Cooper, que estaba en la sala de proyección, encendió el proyector.

—¡Ahí está! —gritó Ben, dirigiéndose al auditorio lleno de alumnos—. ¡Ahí está vuestro líder!

Se oyó una exclamación general de asombro, mientras una gigantesca imagen de Adolf Hitler aparecía en la pantalla.

—¡Eso es! —le susurró Laurie emocionada a David—. ¡Es la
peli
que nos enseñó aquel día!

—¡Ahora, escuchadme todos bien! —gritó Ben—. No hay ningún Movimiento Nacional de Juventudes de La Ola. No hay ningún líder. Pero si lo hubiera, sería
él
. ¿Veis en qué os habéis convertido? ¿Veis hacia dónde os dirigís? ¿Veis hasta dónde habríais llegado? ¡Echad una ojeada a vuestro futuro!

Adolf Hitler desapareció de la pantalla y aparecieron los jóvenes nazis que lucharon por él en la Segunda Guerra Mundial. Muchos eran adolescentes, algunos incluso más jóvenes que los chicos del auditorio.

—¿Os habéis pensado que sois muy especiales, verdad? —preguntó Ben—. Mejores que los que no están en esta sala. Habéis vendido vuestra libertad por lo que decís que es igualdad. Pero habéis convertido vuestra igualdad en superioridad sobre los que no son de La Ola. Habéis aceptado que la voluntad del grupo prevalezca sobre vuestras propias convicciones, sin importaros a quién podáis herir para conseguirlo. Algunos de vosotros pensabais que sólo seguíais la corriente y que podíais alejaros de La Ola en cualquier momento. Pero, ¿lo habéis hecho? ¿Lo ha intentado alguien? Sí, todos habríais sido unos buenos nazis. Os habríais puesto los uniformes, habríais mirado hacia otro lado y habríais permitido que vuestros amigos y vecinos fueran perseguidos y aniquilados. Dijisteis que eso nunca podría volver a ocurrir, pero mirad lo cerca que habéis estado de repetirlo. Habéis amenazado a los que no querían unirse a vosotros, no habéis permitido que los que no eran de La Ola se sentaran con vosotros en los partidos de fútbol americano. El fascismo no es algo que hicieran estas otras personas; está aquí mismo, en todos nosotros. ¿Os preguntáis cómo pudieron los alemanes no hacer nada mientras millones de seres inocentes morían asesinados? ¿Cómo pudieron decir que ellos no habían tenido nada que ver? ¿Qué lleva a los pueblos a negar su propia historia?

Ben se acercó al borde del estrado y continuó en voz más baja.

—Si la historia se repite, todos vosotros querréis negar lo que ha ocurrido con La Ola. Pero si nuestro experimento tiene éxito (y entiendo que así es), habréis aprendido que todos somos responsables de nuestras propias acciones y que siempre hay que cuestionarse lo que se hace, en lugar de seguir a un líder ciegamente, y que jamás, jamás en la vida, permitiréis que la voluntad de un grupo usurpe vuestros derechos individuales.

Ben hizo una pausa. Hasta ese momento, había hablado como si ellos fueran los culpables. Pero había algo más.

—Escuchadme, por favor. Os debo una disculpa. Sé que ha sido doloroso. Pero, en cierto sentido, ninguno de vosotros es tan culpable como yo, por haberos metido en este lío. Yo quería que La Ola fuera una gran lección para vosotros y quizá lo haya conseguido incluso demasiado bien. Desde luego, me convertí en más líder de lo que quería. Y espero que me creáis si os digo que para mí también ha sido doloroso. Todo lo que puedo añadir es que espero que ésta sea una lección que compartamos para el resto de nuestras vidas. Si somos inteligentes, no nos atreveremos a olvidarla.

El efecto de aquellas palabras en los alumnos fue tremendo. Por todas partes, empezaban a levantarse. Algunos lloraban, otros trataban de no mirar a los que tenían al lado. Todos parecían estar aturdidos por la lección que acababan de aprender. Al salir, tiraban los posters y las pancartas. El suelo se cubrió enseguida de tarjetas de socios amarillas; todos salían del auditorio habiendo olvidado por completo la actitud militar.

David y Laurie echaron a andar lentamente por el pasillo, entre las caras entristecidas de los alumnos que abandonaban la sala. Amy venía hacia ellos, cabizbaja. Al levantar la mirada y ver a Laurie, rompió a llorar y corrió a abrazar a su amiga.

Detrás de ella, David vio a Eric y a Brian. Los dos parecían impresionados. Se pararon al ver a David y por un momento los tres se quedaron callados, sin saber qué decirse.

—¡Menuda experiencia! —exclamó Eric con un hilo de voz.

David trató de quitarle importancia. Se sentía mal por sus amigos.

—Bueno, ahora ya ha terminado. Vamos a intentar olvidarlo... Bueno, quiero decir que no lo olvidemos, pero a la vez lo olvidemos.

Eric y Brian asintieron. Comprendían lo que quería decir, aunque no se hubiera expresado bien.

Brian parecía muy triste.

—Sí, tendría que haberme dado cuenta —dijo— la primera vez que el linebacker del Clarkstown me superó avanzando quince metros el sábado pasado. Tendría que haber visto que no servía para nada.

Los tres compañeros de equipo se rieron, y Eric y Brian se marcharon. David fue hacia el estrado a buscar al señor Ross. El profesor parecía muy cansado.

—Siento no haber confiado en usted, señor Ross —se disculpó David.

—Me alegro de que no lo hicieras —contestó Ross—. Has demostrado tener buen juicio. Yo sí tendría que disculparme, David. Debería haberte dicho lo que pensaba hacer.

Laurie se acercó a ellos.

—Señor Ross, ¿y ahora qué va a pasar?

Ben se encogió de hombros y movió la cabeza.

—No lo sé exactamente, Laurie. Todavía nos faltan bastantes lecciones de historia este semestre. Pero es posible que dediquemos una clase más a hablar de lo que ha pasado hoy.

—Sí, creo que es una buena idea —observó David.

—¿Sabe, señor Ross? —dijo Laurie—. En cierto modo, me alegro de que esto haya pasado. Quiero decir que siento que haya terminado así, pero me alegro de que funcionase. Creo que todos hemos aprendido mucho.

—Eres muy amable, Laurie. Pero he decidido que voy a saltarme esta lección el próximo curso.

David y Laurie se miraron y sonrieron. Se despidieron del profesor y se dirigieron hacia la salida.

Ben esperó a que ellos y los últimos ex miembros de La Ola salieran de la sala. Cuando ya se habían ido y pensó que estaba solo, suspiró.

—¡Menos mal que ya pasó!

Sentía un gran alivio porque todo había terminado bien y podía conservar su puesto en el Instituto Gordon. Todavía tendría que aplacar a algunos padres y profesores furibundos, pero sabía que, con el tiempo, lo conseguiría.

Iba a marcharse del estrado cuando oyó un sollozo y vio a Robert apoyado en uno de los televisores, con la cara llena de lágrimas.

Pobre Robert, pensó. Es el que ha salido peor parado de este asunto. Se acercó al tembloroso alumno y le pasó el brazo por los hombros.

—Robert, ¿sabes que estás muy bien con chaqueta y corbata? —intentó animarle—. Deberías vestirte así más a menudo.

Robert, entre lágrimas, consiguió esbozar una sonrisa.

—Gracias, señor Ross.

—¿Qué te parece si salimos a tomar algo? —propuso Ben, llevándoselo del estrado—. Creo que tenemos que hablar de unas cuantas cosas.

A modo de epílogo de la editorial

Muchas personas al leer la presente novela se preguntan si el experimento de La Ola sucedió realmente tal como se relata en la misma. La novela
La Ola
está basada en hechos reales que sucedieron en la clase de historia de un centro de enseñanza secundaria de Palo Alto, California, en 1969. Morton Rhue recreó de manera novelada el telefilm estadounidense
La Tercera Ola
, rodado en 1981 y basado en un libro escrito por William Ron Jones. En su libro el profesor Jones explica la historia del experimento protagonizado por él y sus alumnos. En el año 2008 una producción alemana, bajo la dirección de Dennis Gansel, se encargó de llevar a las pantallas de cine esta historia, basándose en la experiencia original.

Un extracto de la entrevista que se le hizo a Ron Jones, el auténtico «Sr. Ross», puede servir para aclarar algunas cuestiones. La entrevista fue publicada en la revista
Scholastic Voice
el 18 de septiembre de 1981 (Este extracto se ha tomado de la versión alemana de
La Ola,
publicada por la editorial Ravensburger. Traducción del alemán al castellano a cargo de Patric de San Pedro).

¿Qué es lo que pasó en realidad en el segundo día?

El caso es que para el primer día lo había previsto todo con exactitud; lo que pretendía era provocar una discusión animada y acabar así el experimento. Cuando llegué el segundo día a clase, esperaba que los alumnos estarían como siempre repanchingados en sus sitios. Pero para mi sorpresa, estaban sentados en esa rara postura disciplinada ante mí y me estaban pidiendo que continuara. Al principio quería dejarlo, pero luego pensé: «Veamos a dónde conduce esto». A partir de este día todo sucedió de manera espontánea y no planeada.

BOOK: La ola
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