La paja en el ojo de Dios (37 page)

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Authors: Jerry Pournelle & Larry Niven

Tags: #Ciencia Ficción

BOOK: La paja en el ojo de Dios
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—Da la sensación de que no. Sin embargo la hembra no está preñada, ni lo ha estado en ningún momento desde nuestra llegada.

—Hemos de enterarnos —dijo el Amo—, Pero obrad con cautela. Como si fuese una pregunta casual. Debéis formularla con mucho cuidado, para revelar lo menos posible... Si lo que sospechamos es cierto... ¿Puede serlo?

—Todos los principios de la evolución lo contradicen —dijo uno—. Los individuos que sobreviven para procrear deben llevar los genes para la próxima generación. ¿Cómo, si no...?

—Son alienígenas. Recuérdenlo, son alienígenas —dijo la pajeña de Whitbread.

—Tenemos que descubrirlo. Elijan uno entre ustedes y que ése formule la pregunta al humano que les parezca. El resto debe evitar el tema, a menos que lo plantee el alienígena.

—Yo creo que no debemos ocultar nada —dijo uno frotándose el centro de la cara como para subrayar lo que decía—. Son alienígenas. Pueden ser la mejor esperanza de toda nuestra historia. Con su ayuda quizás podamos romper la vieja maldición de los Ciclos.

El Amo pareció sorprenderse.

—Prescinde usted de la diferencia crucial que existe entre el hombre y nosotros. Ellos no aprenderán de esto.

—¡Yo sostengo que no debemos hacerlo!

gritó la otra—. ¡Escúchenme! Ellos tienen sus propios métodos... ellos resuelven problemas, siempre... —los otros se acercaron a ella—. ¡No, escúchenme!¡Tienen que escucharme!

—Eddie el Loco —dijo el Amo—. Confínenla en una situación cómoda.

Necesitaremos de sus conocimientos. No debe asignarse ninguna otra a su Fyunch(click); la tensión la ha vuelto loca.

Blaine dejó que el transbordador guiase a la
MacArthur
hasta Paja Uno a 0,780 gravedades. Tenía plena conciencia de que la
MacArthur
era una nave de guerra capaz de arrasar la mitad del planeta pajeño y no le agradaba pensar en las armas que los inquietos pajeños podrían utilizar contra ella. Quería que primero llegase la nave embajadora... No porque eso fuese a ayudar realmente, aunque podría.

Ahora el transbordador estaba casi vacío. El personal científico vivía y trabajaba a bordo de la
MacArthur,
leyendo una serie interminable de datos de los bancos de la computadora, comparando y codificando e informando de sus hallazgos al capitán para que los transmitiese a la
Lenin.
Podrían haber informado directamente, desde luego, pero el rango tiene sus privilegios. Las cenas y las partidas de cartas de la
MacArthur
tendían a convertirse en tertulias y debates.

Todos estaban preocupados por la minera. Seguía empeorando y comía tan poco de los alimentos proporcionados por los pajeños como de las provisiones de la
MacArthur.
Resultaba descorazonador, y el doctor Blevins hizo infinidad de pruebas sin resultado. Las miniaturas habían engordado y procreado mientras permanecían ocultas a bordo de la
MacArthur,
y Blevins se preguntaba si no habría comido algo insólito, como propulsor de proyectiles o el aislamiento de los cables. Le ofreció una variedad de sustancias extrañas, pero los ojos de la Marrón estaban cada vez más mustios, se le caía el pelo y gemía. Un día dejó de comer. Al siguiente murió.

Horvath se puso furioso.

Blaine creyó prudente llamar a la nave embajadora. El sonriente y cortés Marrón-y-blanco que contestó no podía ser otro que la pajeña de Horvath, aunque Blaine no sabía muy bien cómo lo había descubierto.

—¿Está disponible mi Fyunch(click)? —preguntó Rod. La pajeña de Horvath le inquietaba.

—Me temo que no, capitán.

—Está bien. Llamo para informar de que la Marrón que estaba a bordo de nuestra nave ha muerto. No sé lo que puede significar esto para ustedes, pero hicimos cuanto pudimos. Todo el equipo científico de la
MacArthur
ha trabajado intentando curarla.

—Estoy seguro de ello, capitán. No importa. ¿Pueden entregarnos el cuerpo?

Rod lo pensó un instante.

—Me temo que no.

No creía que los pajeños pudiesen aprender mucho del cadáver de una alienígena con la que no se habían comunicado cuando estaba viva; pero quizás fuese influencia de Kutuzov. Podrían haberle hecho un microtatuaje por debajo del pelo... Y ¿por qué se preocupaban tan poco los pajeños de la Marrón? Desde luego esto no podía preguntarlo. Y de todos modos era preferible que así fuese.

—Dele recuerdos a mi Fyunch(click).

—Yo también tengo malas noticias —dijo la pajeña de Horvath—. Capitán, ya no tiene usted Fyunch(click). Se ha vuelto loca.

—¿Cómo? —dijo Rod, le impresionaba más de lo que hubiera creído—. ¿Loca? ¿Por qué? ¿Cómo?

—Capitán, no creo que pueda usted comprender lo terrible que ha sido para ella esta tensión. Hay pajeños que dan órdenes y hay pajeños que construyen y reparan herramientas. Nosotros no pertenecemos a ninguno de estos dos grupos: nosotros comunicamos. Podemos identificarnos con uno que dé órdenes sin ninguna tensión, pero un
alienígena
que da órdenes... Eso es demasiado. Ella... ¿cómo le diría? Se amotinó. Ésa sería la palabra de ustedes. Nosotros no tenemos. Está ya a salvo y encerrada, y es mejor para ella que no vuelva a hablar con alienígenas.

—Gracias —dijo Rod.

Vio cómo la imagen de suave sonrisa se borraba de la pantalla y no hizo otra cosa durante cinco minutos. Por último, suspiró y empezó a dictar informes para la
Lenin.
Trabajó solo y era como si hubiese perdido una parte de sí mismo y esperase que volviera.

Tercera parte

El encuentro con Eddie el Loco

26 • Paja Uno

PAJA UNO: Mundo parcialmente habitable del sector Trans-Saco de Carbón. Primario: enana amarilla G-2 aproximadamente a diez parsecs de Nueva Caledonia, sector central de la zona Trans-Saco de Carbón. Denominado generalmente la Paja del Ojo de Murcheson
(q.v.)
o la Paja. Masa 0,91 Sol; luminosidad 0,78 Sol.

Paja Uno tiene una atmósfera parcialmente tóxica, respirable con ayuda de filtros comerciales y de los normales de la Marina.
Contraindicada
en caso de afecciones cardíacas o de problemas enfisemáticos. Oxígeno: 16 por ciento. Nitrógeno: 79,4 por ciento. CO
2
: 2,9 por ciento. Helio: 1 por ciento. Compuestos hidrocarbúricos, incluidas acetonas: 0,7 por ciento.

Gravedad: 0,780 normal. El radio del planeta es de 0,84 y la masa de 0,57 normal Tierra; planeta de densidad normal. Período: 0,937 años normales, o 8.750,005 horas. El planeta se halla inclinado en 18 grados con eje semiprincipal de 0,93 UA (137 millones de kilómetros). Temperaturas frías, polos inhabitables y cubiertos de hielo. El clima de las regiones ecuatoriales y tropicales varía de templado a caliente. El día local es de 27,33 horas.

Hay una luna, pequeña y próxima. Es de origen asteroidal y la cara posterior tiene un cráter indentado característico, típico de los planetoides del sistema pajeño. El generador de fusión y la estación energético-radial de base lunar son fuentes esenciales de la civilización de Paja Uno.

Topografía: 50 por ciento de océano, excluidas las extensas capas de hielo. La superficie es lisa en la mayor parte del área terrestre. Hay cadenas montañosas bajas y muy erosionadas. Los bosques son muy escasos. Las tierras cultivables son objeto de una explotación extensiva.

Las características más sobresalientes son formaciones circulares visibles en todas partes. Las más pequeñas están tan erosionadas que apenas es posible detectarlas; y las mayores sólo pueden verse orbitando.

Aunque los rasgos físicos de Paja Uno tienen cierto interés, sobre todo para ecólogos interesados por los efectos de la vida inteligente en planetografía, el mayor interés de la Paja reside en sus habitantes...

Dos exploradores convergieron ante el transbordador y subieron a bordo figuras enfundadas en trajes espaciales. Los humanos y los pajeños examinaron la nave y los tripulantes que se habían trasladado a ella para ponerla en órbita se la entregaron de nuevo gustosos a los guardiamarinas y volvieron a la
MacArthur.
Los guardiamarinas ocuparon con impaciencia sus puestos en la cabina de control y examinaron el paisaje que se extendía debajo.

—Tenemos que decirles que todos los contactos con ustedes se harán a través de esta nave —dijo Whitbread a su pajeña—. Lo siento, pero no podemos invitarles a subir a bordo de la
MacArthur.

La pajeña de Whitbread se encogió de hombros de modo muy humano para expresar su opinión sobre aquellas órdenes. La obediencia no le planteaba ninguna tensión, ni a ella ni a su humano.

—¿Qué harán con el transbordador cuando se vayan?

—Es un obsequio —contestó Whitbread—. Quizás le sirva para un museo. Hay cosas que el capitán
quiere
que sepan sobre nosotros...

—Y cosas que quiere ocultar. Lo comprendo.

Desde la órbita el planeta era todo círculos: mares, lagos, el arco de una cadena montañosa, la línea de un río, una bahía... Había una, erosionada y enmascarada por un bosque. Habría sido indetectable de no ser porque quedaba exactamente al otro lado de una cadena montañosa, quebrando la espina dorsal de un continente, lo mismo que el pie de un hombre aplasta una serpiente. Más allá, un mar del tamaño del Mar Negro mostraba una isla llana en su centro exacto.

—El magma debe de haber ascendido donde el asteroide rompió la corteza —dijo Whitbread—. ¿Se imaginan el ruido que debió de hacer? La pajeña de Whitbread asintió.

—No me extraña que trasladasen ustedes todos los asteroides a los puntos troyanos. ¿Fue ésa la razón, verdad?

—No lo sé. Nuestros archivos no
alcanzan hasta
esa época. Supongo que los asteroides debían de ser más fáciles de minar. Y que sería más fácil construir una civilización sobre ellos, una vez agrupados.

Whitbread recordó que la Colmena era piedra fría sin rastro de radiación.

—¿Cuánto hace que sucedió todo eso?

—Oh, por lo menos diez mil años. ¿Hasta qué fecha alcanzan vuestros archivos más antiguos?

—No sé. Podría preguntarlo.

El guardiamarina miró hacia abajo. Estaban cruzando el límite de iluminación, que era una serie de arcos. El lado nocturno brillaba con una galaxia de ciudades. La Tierra había debido tener aquel mismo aspecto durante el Condominio; pero los mundos del Imperio jamás habían estado tan densamente poblados.

—Mira allí delante —indicó la pajeña de Whitbread, señalando el fleco de una llama en el borde del planeta—. Ésa es la nave de transferencia. Ahora podremos mostraros nuestro mundo.

—Creo que vuestra civilización es mucho más antigua que la nuestra —dijo Whitbread.

El equipo y los efectos personales de Sally estaban empaquetados y dispuestos en el vestíbulo del transbordador, y su minúsculo camarote parecía desnudo y vacío. Sally observaba ante la escotilla, la cabeza de flecha dorada de la
MacArthur
que iba aproximándose. Su pajeña no miraba.

—Yo, ejem, tengo una pregunta un poco delicada —dijo la Fyunch(click) de Sally.

Sally se volvió. Fuera, la nave pajeña se había colocado en posición paralela y se aproximaba una nave pequeña procedente de la
MacArthur.


Adelante.

—¿Qué hacen las humanas cuando no quieren tener hijos?

—Oh, querida —dijo Sally, riendo.

Era la única mujer entre casi un millar de hombres... y en una sociedad orientada hacia el varón. Sabía todo esto antes de ir, pero aún echaba de menos lo que ella consideraba charlas de muchachas. El matrimonio y los niños, y las tareas domésticas y los escándalos: formaban parte de la vida civilizada. No se había dado cuenta de hasta qué punto la formaban hasta que la sorprendió la rebelión de Nueva Chicago, y ahora tenía aún más nostalgia. A veces, desesperada, había hablado de recetas de cocina con los cocineros de la
MacArthur
como mísero sustituto, pero la única inteligencia femenina, además de la suya, en años luz a la redonda era... su Fyunch(click).

—Fyunch(click) —le recordó la alienígena—. No habría tocado el tema pero creo que debo saberlo... ¿Ha tenido usted niños a bordo de la
MacArthur?

—¿Yo? ¡No! —Sally rió de nuevo—. ¡Ni siquiera estoy casada!

—¿Casada?

Sally habló a la pajeña sobre el matrimonio. Procuró no olvidar ningún supuesto básico. Resultaba difícil recordar que la pajeña era una alienígena.

—Esto debe de sonar un poco raro —concluyó.

—Como diría el señor Renner, «ven, no te ocultaré nada». —La imitación era perfecta, incluidos los gestos—. Las costumbres humanas me parecen extrañas. Dudo que adoptemos ninguna de ellas, dadas las diferencias psicológicas.

—Bueno...
sí.


El matrimonio es para tener niños. ¿Quién cuida a los niños nacidos sin matrimonio?

—Hay centros de caridad —contestó hoscamente Sally. Le resultaba difícil ocultar su disgusto.

—Supongo que usted nunca... —La pajeña se detuvo delicadamente.

—No, por supuesto que no.

—¿Cómo no? Yo no pregunto
por qué no,
sino
cómo.


Bueno, ya sabes que hombres y mujeres tienen que tener relaciones sexuales para hacer un hijo, lo mismo que ustedes... he examinado todo su cuerpo.

—Así que si no hay matrimonio, simplemente no... no hay unión...

—Así es. Por supuesto, una mujer puede tomar pildoras si le gustan los hombres y no quiere tener hijos.

—¿Pildoras? ¿Cómo funcionan? ¿Hormonas? —La pajeña parecía interesada, aunque algo distante.

—Eso mismo. —Habían hablado ya de las hormonas. También la psicología pajeña empleaba activadores químicos, pero su composición era muy distinta.

—Pero una mujer decente no las utiliza —sugirió la pajeña de Sally.

—No.

—¿Y cuándo se casará usted?

—Cuando encuentre el hombre adecuado. —Lo pensó un instante, vaciló y añadió—: Quizás le haya encontrado ya. —Y el maldito idiota puede estar casado ya con su nave, añadió para sí.

—¿Por qué no se casa con él, entonces? Sally se echó a reír.

—No quiero hacer nada precipitadamente. Puedo casarme cuando quiera. —Su cultivada objetividad le hizo añadir—: Bueno, cuando quiera dentro de los cinco años próximos. Si para entonces no me he casado seré una solterona.

—¿Solterona?

—La gente lo consideraría raro. —Curiosa ahora, preguntó—: ¿Y si una pajeña no quiere tener hijos?

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