Authors: Irving Wallace
Randall extrajo de su cartera una tarjeta de visita y se la entregó junto con su pluma de oro.
Valerie garabateó algo al reverso de la tarjeta, regresándola luego a Randall junto con la pluma.
—Ése es el domicilio de Florian en Hampstead… Hampstead Hill Gardens, a un costado de la calle Pond. Probablemente será una pérdida de tiempo pero, de todas formas, venga al apartamento de Florian esta noche a las ocho. Yo estaré allí. Si Florian no lo recibe… bueno, usted sabrá que lo intenté y no tuve suerte.
—Pero tal vez sí me reciba.
—Nada me haría más feliz —dijo Valerie Hughes—. Florian es una persona realmente maravillosa, una vez que uno traspasa la superficie. Bien, mantengamos los dedos cruzados hasta las ocho. —Por primera vez ella le ofreció una sonrisa triste, enfatizada por los hoyuelos que se le marcaron en las mejillas—. Y que Dios nos bendiga a todos.
Randall había dejado a Darlene, disgustada, en un cinema cercano a Picadilly, para luego continuar en el taxi sobre un trayecto aparentemente interminable hasta el domicilio señalado en Hampstead Hill Gardens.
Desde la oscura calle, Steven Randall había inspeccionado la casa victoriana de tres pisos, con su intrincado remate triangular, ladrillos rojos y un dosel de adornos cursis sobre el ornato de la puerta principal. Una vez adentro y conforme ascendía por la escalera, Randall supuso que la casa había sido dividida en cinco o seis modestos apartamentos.
El que correspondía al doctor Florian Knight estaba ubicado en el primer piso y, al no encontrar un timbre, tocó en la puerta sin obtener respuesta, para luego tocar más vigorosamente por segunda vez. Finalmente la puerta se abrió, apareciendo Valerie Hughes, afligida, vestida con falda, blusa y zapatos de tacón bajo. Ella lo miró furtivamente a través de sus anteojos de lechuza.
—¿Nos ha bendecido Dios? —preguntó Randall suavemente.
—Florian está de acuerdo en recibirlo —dijo Valerie susurrando—. Aunque sólo por unos minutos. Sígame.
—Gracias —dijo Randall, siguiéndola a través de la anticuada sala (con aquellos muebles viejos y amarillentos, los montones de libros sobre el piso y los expedientes encima de los sillones) y entrado en la atiborrada recámara.
Steven tuvo que adecuar su vista a la tenue luz del dormitorio. Una lámpara de mesa que estaba a un lado de la cabecera de la cama de latón, proporcionaba a ese sucio y lúgubre cubículo la única iluminación.
—Florian —escuchó decir a Valerie Hughes—, éste es el señor Steven Randall, de los Estados Unidos.
Inmediatamente, Valerie se arrinconó contra la pared detrás de Randall, quien apenas pudo distinguir una ¿gura sobre la cama, apoyada contra dos almohadas. Florian Knight sí se parecía a Aubrey Beardsley, tal como Naomí lo había descrito, sólo que se veía como más esteta, excéntrico, y estaba sorbiendo de una copa de vino lo que Randall supuso que era jerez.
—Hola, Randall —dijo el doctor Knight con un tono de voz seco y algo arrogante—. Tiene usted todo un abogado en Valerie. Consentí en recibirlo sólo porque tenía curiosidad por contemplar con mis propios ojos semejante ejemplar de la sinceridad. Me temo que será inútil, pero ya está usted aquí.
—Me complace el que me haya permitido venir —dijo Randall con intencionada afabilidad.
El doctor Knight había puesto a un lado su jerez y con la mano señaló una silla que estaba al pie de la cama.
—Puede usted sentarse, en tanto no lo tome como una invitación a quedarse para siempre. Creo que en cinco minutos podemos abarcar todo lo que tenemos que decir.
—Gracias, doctor Knight —Randall se dirigió a la silla y se sentó. Ahora se daba cuenta de que el joven que estaba en la cama usaba un audífono. No estaba seguro de por dónde comenzar, de cómo penetrar la hostilidad del científico. Lo hizo afablemente—. Lamenté mucho enterarme de que ha estado usted enfermo. Espero que ya se sienta mejor.
—Nunca estuve enfermo. Fue una mentira; cualquier cosa para librarme de nuestro jactancioso y mentiroso amigo Jeffries. En cuanto a que me sienta mejor… no me siento mejor; me siento peor que nunca.
Randall se dio cuenta que no habría tiempo para afabilidades. Tendría que ser tan franco y directo como le fuera posible.
—Mire, doctor Knight, no tengo la más vaga idea de por qué se siente usted así. Yo soy un extraño. Simple y llanamente, me he metido en algo acerca de lo cual no sé nada. Sea lo que fuere, espero que se pueda resolver, porque yo lo necesito a usted. A mí se me ha concedido muy poco tiempo para preparar la promoción de lo que parece ser una extraordinaria nueva Biblia. A pesar de ser hijo de un clérigo, yo no tengo más conocimientos acerca del Nuevo Testamento o de teología que un lego. Necesito ayuda desesperadamente. Desde el principio se me informó que usted era la única persona que me podía brindar la asistencia que requiero. Con toda seguridad, cualquier cosa que usted tenga en contra del doctor Jeffries, no tiene por qué obstaculizar nuestra mutua colaboración en Amsterdam.
El doctor Knight aplaudió burlonamente con sus delgadas y nerviosas manos.
—Bonito discurso, Randall; pero esté usted seguro de que le faltó un gran trecho para que fuera suficiente. Puede usted apostar a que no me dejaré involucrar en nada en lo cual ese maldito bastardo de Jeffries esté mezclado. Por mucho que me fastidien, no voy a cambiar de parecer. Estoy harto de someterme a ese ostentoso hijo de puta.
Randall se percató de que no había nada más que perder.
—¿Qué tiene usted en contra del doctor Jeffries?
—¡Ja! ¿Qué es lo que no tengo yo en contra de ese asqueroso cerdo? —El doctor Knight miró más allá de Randall—. Le podríamos decir tantas cosas…, ¿verdad, Valerie? —Haciendo gestos de dolor, Knight se acomodó en una posición más alta en la cama—. Esto es lo que tengo en contra de Jeffries, mi querido camarada. El doctor Bernard Jeffries es un bestial y maldito mentiroso que me ha usado por última vez. Estoy hastiado de verme colocado entre los basureros, haciendo la limpieza detrás de ese cretino, mientras él asciende más y más alto. Me mintió, Randall. Me hizo desperdiciar dos años de mi preciosa vida. No perdonaría a ningún hombre que me hiciera semejante cosa.
—¿Por qué? —insistió Randall—. ¿Qué fue lo que él…?
—Hable en voz alta, por amor de Dios —dijo el doctor Knight casi gritando, mientras se ajustaba el audífono—. ¿Qué, no ve que estoy sordo?
—Lo siento —dijo Randall levantando la voz—. Estoy tratando de averiguar por qué está usted tan furioso contra el doctor Jeffries. ¿Acaso es que apenas hasta ayer le dijo la verdad acerca de la investigación que le había encomendado?
—Randall, póngase usted en mis zapatos, si es que puede. Ya sé que no es fácil que un norteamericano próspero se ponga en el pellejo de un pobre y mal formado teólogo. Sin embargo, inténtelo usted. —A Knight le temblaba la voz—. Hace dos años, Jeffries me persuadió de dejar mi confortable situación en Oxford y venir a esta ciudad inmunda a vivir en este mugroso apartamento, para trabajar sobre un documento sensacional que él estaba preparando. A cambio de ello, me hizo ciertas promesas que jamás ha cumplido. No obstante, yo le había tenido confianza y colaboré. Me esclavicé por él, y lo hice con gusto. Me apasiona mi trabajo…; siempre me ha apasionado y siempre me apasionará. Me entregué por completo, sólo para enterarme ayer de que todo había sido una farsa… para enterarme de que ese hombre en quien yo había depositado mi fe y mi confianza no había ni confiado ni creído en mí. Que se me haya revelado, por vez primera, que todo mi maldito esfuerzo no había estado encaminado hacia lo que yo creía, sino hacia la traducción de un nuevo Evangelio, una nueva y revolucionaria Biblia. El haber sido tratado con semejante falta de respeto, incluso con desprecio… me puso completamente loco de ira.
—Eso lo puedo comprender, doctor Knight. No obstante, usted ha admitido que estaba apasionado por su trabajo, y resulta evidente que realizó una magnífica labor (tal como el doctor Jeffries sinceramente lo admitió, encomiándolo); usted hizo un trabajo importante para una causa importante.
—¿Qué causa? —gruñó el doctor Knight—. ¿Ese maldito papiro y los fragmentos del pergamino de Ostia Antica? ¿La revelación del Jesucristo humano? ¿Espera usted que yo crea esa historia tan sólo en base a la palabra del doctor Jeffries?
Randall frunció el ceño.
—Ha sido completamente autentificado por los principales expertos tanto de Europa como del Medio Oriente. Yo estoy ciertamente listo para aceptar…
—Usted no sabe ni una maldita cosa acerca de eso —interrumpió el doctor Knight—. Usted es un amateur y está en la nómina de ellos. Usted cree lo que le digan que crea.
—No es así —dijo Randall, tratando de controlarse—; ni remotamente. Pero por la evidencia que he contemplado y escuchado, no tengo razón para dudar del trabajo de Resurrección Dos ni para desacreditarlo. Usted seguramente no está sugiriendo que este descubrimiento..,
—Yo no estoy sugiriendo nada —interrumpió nuevamente el doctor Knight—, excepto esto: que ningún erudito en todo el mundo sabe más acerca del Jesucristo histórico y de Su tiempo y de Su tierra que yo..,; ni Jeffries, ni Sobrier, ni Trautmann, ni Riccardi. Estoy aseverando que nadie merecería estar al frente de ese proyecto más que Florian Knight. Hasta que no vea su maldito descubrimiento con mis propios ojos y lo examine a mi entera satisfacción, no lo voy a aceptar. Hasta ahora, todo es meramente un rumor.
—Entonces acompáñeme a Amsterdam y póngalo a prueba, doctor Knight.
—Demasiado tarde —dijo el doctor Knight—. Demasiado poco, demasiado tarde. —Se recostó sobre las almohadas, fatigado y pálido—. Lo siento, Randall. No tengo nada en contra de usted; sin embargo, yo no me prestaré a fungir como asesor de Resurrección Dos. No soy tan autodestructivo ni tan masoquista —Knight se pasó la mano sobre la frente—. Valerie, estoy transpirando nuevamente. Me siento muy mal.
Valerie había venido al lado de la cama.
—Ya te has agotado demasiado, Florian. Debes tomar otro sedante y descansar. Acompañaré al señor Randall a la puerta. En seguida vuelvo.
Ofreciendo a Florian Knight su agradecimiento por haberle concedido ese tiempo, pero sintiéndose renuente a marcharse sin haber logrado su objetivo, Randall salió de la recámara siguiendo a Valerie hacia la sala.
Desconsolado, Randall había salido al pasillo y se disponía a subir la escalera, cuando se percató de que Valerie venía detrás de él.
—Espéreme en el «Roebuck» —musitó ella apresuradamente—. Es nuestra taberna local, a la vuelta de la esquina sobre la calle Pond. No lo haré esperar más de veinte minutos. Yo… yo creo que hay algo que más vale que le diga.
Todavía estaba esperando a Valerie a las nueve cuarenta y cinco.
Se sentó en el banco de madera que estaba pegado a la pared, cerca de las puertas de vidrio de la entrada. A pesar de no tener hambre, Steven había ordenado una empanada de ternera y jamón para llenar más el tiempo que su estómago. Había comido el huevo duro, un poco de ternera y jamón, y todo el centro del pan.
Perezosamente, Randall observó a la más joven de las dos mujeres que estaban tras la barra del «Roebuck» servir del grifo un vaso de cerveza de barril Double Diamond, esperar a que se disolviera la espuma y después llenar el vaso hasta el borde. Se lo dio a un parroquiano sentado a la barra; un hombre con ropa de obrero que mordisqueaba una salchicha caliente.
Randall especuló de nuevo acerca de lo que Valerie habría querido decir cuando salía del apartamento de Florian:
Hay algo que más vale que le diga
.
¿Qué cosa sería lo que él no sabía?
También se preguntaba qué era lo que la demoraba tanto.
En ese momento oyó que la puerta de entrada al «Roebuck» se abría y se cerraba. Valerie se detuvo ante él y Randall se puso de pie de un salto, la tomó del brazo y la condujo hacia el banco tras la mesa, sentándose enfrente de ella.
—Lo lamento —se disculpó ella—. Tuve que esperar hasta que Florian se durmiera.
—¿Desea comer o beber algo?
—No me molestaría un poco de cerveza oscura, si usted me acompaña.
—Por supuesto. Yo también tomaré una.
Valerie llamó a la camarera que tenía aspecto de matrona.
—Dos cervezas Charrington. Que sea un tarro grande y uno chico.
—Siento mucho haber perturbado al doctor Knight —dijo Randall.
—Oh, estaba peor anoche y lo estuvo también la mayor parte del día de hoy, antes de que usted llegara. Me dio mucho gusto que usted le haya hablado con franqueza. Lo escuché absolutamente todo. Por eso quería hablarle en privado.
—Usted dijo, Valerie, que tenía algo que decirme.
—Así es —dijo ella.
Esperaron hasta que la camarera les hubo servido. El tarro grande con cerveza de barril fue colocado frente a Randall, y Valerie ya estaba bebiendo del suyo, más pequeño. Finalmente, ella dijo, bajando su bebida:
—¿Notó usted algo extraño acerca de lo que Florian le dijo?
—Sí —dijo Randall— He estado pensando en eso mientras la esperaba. Él habló de ciertas promesas que le hizo el doctor Jeffries y que no cumplió. Habló de que no se uniría a Resurrección Dos porque no era tan autodestructivo o masoquista… y quién sabe qué quiso decir con eso. Habló también de haber sido utilizado por razones enfermizas y de que no se había confiado en él; sin embargo, yo no puedo creer que se haya enfurecido tanto como para retirarse de todo, tan sólo por una mera cuestión de vanidad ultrajada. Entonces sentí (y aún siento) que debe haber mucho más que eso.
—Tiene usted toda la razón —dijo Valerie simplemente—. Hay mucho más que eso y creo que debo decírselo, si usted se lo reserva confidencialmente.
—Le prometo que así lo haré.
—Muy bien. No tengo mucho tiempo. Tengo que regresar de nuevo y dormir un poco. Lo que le voy a decir se lo revelo por el propio bien de Florian; por su supervivencia. No siento estarlo traicionando.
—Ya tiene usted mi palabra —le reaseguró él—. Esto queda entre nosotros.
La regordeta cara de Valerie era solemne, y su tono de voz también era formal y apremiante.
—Señor Randall, Florian está más sordo de lo que él mismo admite. Su aparato para la sordera ayuda a establecer la comunicación con él, pero no es realmente efectivo. Florian se las arregla solamente porque aprendió a leer los labios hace mucho tiempo. Él puede hacer cualquier cosa que se proponga; creo honestamente que es un genio. Sea como fuere, hasta donde puede saberse, los tímpanos de Florian se perforaron o semidestruyeron a raíz de una infección que sufrió después de su adolescencia. La única posibilidad de curación implica cirugía y trasplantes… tal vez una serie de operaciones. La intervención quirúrgica se llama timpanoplastia.