La Palabra (25 page)

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Authors: Irving Wallace

BOOK: La Palabra
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—Pero, ¿podrá recuperar el oído totalmente?

—Su otólogo siempre lo ha creído así. La cirugía… la posible serie de intervenciones quirúrgicas, es costosa. El cirujano recomendado para hacer ese trabajo está en Suiza, lo cual siempre ha estado más allá de las posibilidades económicas de Florian. Apenas le alcanza para su alimentación. Además, él mantiene a su madre viuda, que vive en Manchester y depende enteramente de él. Yo me he ofrecido para ayudar a Florian (bastante poco puedo hacer), pero él es demasiado orgulloso para aceptar siquiera eso. Ya vio usted cómo vive. Su pequeño apartamento le cuesta ocho libras a la semana. Él necesita un automóvil, de cualquier clase, pero no puede costeárselo. Con toda su brillantez, siendo un respetable científico de Oxford y trabajando tan valiosamente para el doctor Jeffries, sólo gana tres mil libras al año. Ya se imaginará lo poco que puede hacer con eso. Consecuentemente, Florian ha resuelto ganar más dinero. Su sordera lo obsesiona. No sólo por las dificultades que actualmente eso le crea, sino también por el aspecto psicológico. Ese defecto lo ha amargado; así es que su meta más importante ha sido ganar el suficiente dinero para llevar a cabo la cirugía. Después de eso, a él… bueno, a él le gustaría poder casarse conmigo y formar una familia. ¿Se da usted cuenta?

—Sí, ya veo.

—Su única gran esperanza era que el doctor Jeffries, su superior, se jubilara antes de la edad obligatoria de setenta años, lo que le brindaría a Florian una oportunidad para ocupar el puesto de Primer Catedrático de Hebreo. Al principio era sólo una esperanza, pero hace dos años se convirtió en promesa. De hecho, el doctor Jeffries le prometió a Florian que si aceptaba irse como lector al Museo Británico, sería recompensado; recompensado con la pronta jubilación del doctor Jeffries y la recomendación de éste para que Florian lo reemplazara. El ascenso significaría un salario suficiente para que Florian se operara y, eventualmente, pudiera casarse. Bajo tal entendimiento, Florian estuvo muy complacido de dedicarse a los asuntos del doctor Jeffries en Londres. Pero, demasiado pronto, Florian oyó un inquietante rumor (de una fuente fidedigna) en el sentido de que Jeffries había cambiado de parecer con respecto a su jubilación. Los motivos eran ambiciones políticas egoístas. Según lo que Florian escuchó, el doctor Jeffries había sido nominado candidato principal para presidir el Consejo Mundial de Iglesias en Ginebra. Para promover su propia candidatura, el doctor Jeffries había decidido retener su puesto en Oxford tanto tiempo como le fuera posible.

—Aprovechando ese puesto como una mera vitrina —inquirió, afirmando, Steven.

—Exactamente. El pobre Florian estaba muy disgustado, pero no podía verificar el rumor, así es que mantuvo una leve esperanza de que el doctor Jeffries se jubilaría, tal como se lo había prometido. No obstante, a sabiendas de que no podría depender de eso, Florian urdió otro plan para ganar dinero. Él siempre había deseado escribir y publicar una nueva biografía de Jesucristo, basada en lo que hoy se sabe acerca de Jesús (lo mismo por los evangelios que por las fuentes no cristianas y las especulaciones de los teólogos), así como por deducciones originales que el propio Florian había hecho. Así pues, desde hace dos años, trabajando mañana y tarde para el doctor Jeffries, esclavizándose todas las noches hasta pasadas las doce, incluyendo los días festivos, casi todos los fines de semana, y hasta durante sus vacaciones, Florian realizó sus investigaciones y finalmente escribió su libro. Una maravilla de libro que tituló
Simplemente Cristo
. Hace algunos meses, Florian mostró una parte del libro a uno de los más importantes editores británicos, quien se impresionó profundamente y estuvo de acuerdo en suscribir con Florian un contrato de publicación y en otorgarle un jugoso anticipo de dinero (lo suficiente para costear su operación y hasta para poder casarnos) contra la entrega del libro terminado. Pues bien, Florian había concluido la obra y estaba haciendo ya la revisión final. Planeaba entregar el manuscrito en un lapso de dos meses, firmar su contrato y vivir una posición holgada (o, digamos, solvente) después de lo que parecía haber sido una eternidad. No puedo describirle cuan feliz estaba. Hasta ayer.

—¿Quiere usted decir cuando el doctor Jeffries le dijo…?

—Cuando el doctor Jeffries le reveló el secreto del descubrimiento de Ostia Antica, cuando le informó que el Nuevo Testamento Internacional estaba ya en las prensas y le manifestó todos esos hechos acerca de Jesucristo, hasta ahora desconocidos, que van a hacerse públicos. Para Florian, aquello fue como si lo golpearan en la cabeza con un mazo. Estaba deshecho, completamente aterrado. A causa de sus sueños y esperanzas había puesto en
Simplemente Cristo
hasta el último grano de energía. Ahora, con este nuevo descubrimiento, esta nueva Biblia, la hermosa biografía de Florian resultaba obsoleta, impublicable; carecía de sentido. Lo más amargo de todo fue que si hace dos años le hubieran hablado acerca de ese nuevo descubrimiento, Florian no hubiera desperdiciado sus esperanzas y energías específicamente en ese libro suyo. Peor aún, se dio cuenta de que el doctor Jeffries, sin saberlo, lo había usado para ayudar en la investigación y traducción del libro que había destruido su propia obra y su futuro. ¿Puede usted comprender ahora lo que le sucedió ayer a Florian y explicarse por qué estaba tan agobiado, tan amargado como para verlo y aceptar ir con usted a Amsterdam?

Steven Randall contemplaba desconcertado su cerveza.

—Eso es espantoso; ha ocurrido una cosa terrible —dijo finalmente—. No puedo decirle cuánto lo siento por el doctor Knight. Si eso me hubiera sucedido a mí… bueno… me habría querido suicidar.

—Ya lo intentó Florian —espetó Valerie—. No… no se lo iba a decir a usted… pero… es igual. Ayer estaba tan enfermo de desesperación, después de que dejó al doctor Jeffries, que cuando regresó a su apartamento tomó una docena (o dos) de somníferos y se tendió en su cama listo para morir. Afortunadamente, yo le había prometido venir y prepararle la cena. Tenía llave, así que entré y lo encontré inconsciente. Cuando vi el frasco vacío, llamé al médico de mi madre (el que me trajo al mundo) porque sabía que podía confiar en él; llegó a tiempo y salvó a Florian. Gracias a Dios. Estuvo muy enfermo toda la noche, pero comenzó a recuperar sus energías hoy.

Impulsivamente, Randall tomó la mano de la muchacha entre las suyas.

—Honestamente, no puedo decirle cuán mal me siento, Valerie.

Ella inclinó la cabeza.

—Yo sé cómo se siente. Usted es un hombre decente.

—Lamento mucho haber molestado al doctor Knight esta noche. Francamente, no puedo culparlo por rehusarse a colaborar en nuestro proyecto.

—Oh, pero en eso está usted equivocado, señor Randall —dijo Valerie con repentina animación—. Si usted no hubiera venido esta noche, no estaría yo aquí para decirle lo que le voy a decir. Mire usted, yo creo que éste es justo el momento en que Florian necesita un entretenimiento; mantenerse ocupado, relajarse en su trabajo. Yo siento que él definitivamente debe participar en Resurrección Dos. Antes de su visita, yo pensaba que no habría ninguna oportunidad; pero cuando usted sacó el asunto a colación, yo estaba observando la cara de Florian, escuchándolo hablar. Conozco cada matiz de su voz. A él lo conozco tan íntimamente que, con cualquier cosa que diga, sé lo que realmente está sintiendo. Lo escuché decir que no estaba rechazando completamente el descubrimiento de Ostia Antica. También le oí decir que lo creería sólo si pudiera verlo por sí mismo. Yo conozco a Florian, y sé distinguir las diferentes señales entre cuando está resentido y cuando está volviendo a la vida. Allí estaban las señas, sólo que él estaba demasiado disgustado para que por sí mismo pudiera admitirlo.

—¿Quiere usted decir que…?

Valerie le ofreció su extraña y triste sonrisa.

—Quiero decir que Florian me tiene absoluta confianza y que yo puedo influir en él para que haga casi cualquier cosa, cuando resulta necesario. Pues bien, yo quiero que él esté con usted en Resurrección Dos. Yo creo que, por encima de su orgullo, él desea estar allí. Yo me encargaré de que él se reúna con usted en Amsterdam. Casi puedo garantizarle que lo hará, digamos, en una semana. Necesitará una semana para recuperarse. Después de eso, usted lo tendrá a su lado; amargado, elusivo, rencoroso, pero siempre entusiasmado y haciendo el trabajo que usted necesita que se haga. Lo tendrá con usted; le doy mi palabra. Gracias por su paciencia… y… y por la cerveza. Será mejor que me marche.

Fue hasta más tarde (después que consiguió un taxi en Hampstead y se recordó a sí mismo que debía telefonear al doctor Jeffries para informarle que ya contaba con un asesor-traductor), que Randall desdobló la edición vespertina del
London Daily Courier
.

En la primera página, el encabezado a tres columnas le saltó a la vista:

MAERTIN DE VROOME INSINÚA EL

DESCUBRIMIENTO DE UN SORPRENDENTE NUEVO

TESTAMENTO; NIEGA LA NECESIDAD DE OTRA

BIBLIA. CALIFICA EL PROYECTO DE

«INÚTIL E IRRELEVANTE»

La noticia estaba fechada en Amsterdam. La referencia y el crédito decían: «Exclusiva de Nuestro Corresponsal, Cedric Plummer. Primera de Tres Partes.»

«Tanto secreto —pensó Randall— para llegar a esto.»

Descorazonado, había intentado leer el artículo bajo la débil luz del taxi.

Plummer había obtenido una entrevista exclusiva con el cada vez más popular revolucionario de la Iglesia protestante, el reverendo Maertin de Vroome, de Amsterdam. El augusto clérigo había declarado que disponía de información secreta en el sentido de que, en base a un descubrimiento arqueológico recientemente realizado, se estaba preparando una flamante traducción del Nuevo Testamento que pronto sería puesto a la venta, como un engaño al público, por un sindicato internacional de comerciantes editores apoyados por los codiciosos miembros ortodoxos de la tambaleante Iglesia mundial.

«No necesitamos otro Nuevo Testamento para hacer relevante la religión en este mundo cambiante —según citaban a De Vroome—. Necesitamos reformas radicales dentro de la religión y de la propia Iglesia; cambios en el clero y en las interpretaciones de las Escrituras, para hacer que la religión tenga de nuevo un sentido verdadero. En estos tiempos de inquietud, la fe requiere de algo más que nuevas Biblias, nuevas traducciones o nuevas anotaciones basadas en otro nuevo descubrimiento arqueológico, para que tenga un valor real para la Humanidad. La fe requiere de una nueva casta de hombres de Dios que trabajen por el bienestar de los hombres que viven sobre esta Tierra. Ignoremos o boicoteemos este constante comercialismo de nuestras creencias. Resolvámonos a resistir otro irrelevante e inútil Libro Sagrado, y en su lugar hagamos relevante el mensaje del Jesús simbólico, familiarizado ya con la gente que padece y sufre en todas partes del mundo.»

Y decía más, mucho más acerca de lo mismo.

Pero en ninguna parte de la noticia había siquiera un solo hecho concreto. Ninguna mención de Ostia Antica, ni de Resurrección Dos; ni siquiera mencionaba por su nombre al Nuevo Testamento Internacional.

El reverendo Maertin de Vroome conocía sólo los primeros rumores, y ésta no era más que su advertencia inicial hacia los miembros de la Iglesia establecida, contra quienes se estaba preparando para la batalla.

Randall cerró el periódico. Después de todo, Wheeler no había exagerado la necesidad de una estrecha seguridad. Con un personaje tan poderoso como De Vroome ya tras ellos, el futuro del proyecto podía estar en grave peligro. Como parte del proyecto, el propio Randall se sintió amenazado y temeroso.

Y entonces, otro pensamiento lo intimidó.

Acababa de responsabilizarse de haber logrado arreglar el viaje a Amsterdam de un joven disgustado y amargado llamado Florian Knight. Si Maertin de Vroome era enemigo de Resurrección Dos, entonces ese clérigo podría encontrar en el doctor Knight un aliado que odiara el proyecto aún más que él.

Sin embargo, De Vroome no había penetrado todavía las defensas internas de Resurrección Dos. Pero cualquier día, con la presencia en Amsterdam del doctor Knight, el reformista radical podría, después de todo, tener su propio caballo de Troya.

Randall se preguntaba qué era lo que debía hacer.

Decidió que vigilaría y esperaría, y que trataría de averiguar si el caballo de Troya estaba destinado a permanecer vacío o si se convertiría en un portador de destrucción para lo que se había convertido en su última esperanza sobre la Tierra.

III

D
esde su asiento junto al pasillo del jet de la compañía holandesa KLM, Randall se inclinó sobre Darlene a tiempo para alcanzar a echar un vistazo a la capital de los Países Bajos, que se encontraba muy por debajo de ellos. Amsterdam semejaba un tablero de ajedrez grisáceo y enmohecido, con las casillas ocupadas por torres en espiral y construcciones al estilo de los cuentos de hadas, y subrayados por las brillantes líneas líquidas que reflejaban los canales de la vieja ciudad.

En sus años oscuros, cuando aún vivía con Bárbara, Randall había estado una vez en Amsterdam durante dos días, y había contemplado la ciudad rutinaria, impacientemente: la plaza principal, conocida como Dam, la zona comercial llamada Kalverstraat, la Casa de Rembrandt, y las pinturas de Van Gogh en el Museo Stedelijk.

Ahora, desde su asiento en el avión, esperaba con entusiasmo el momento de retornar. Lo que allí le esperaba prometía toda una nueva vida. Incluso la velada amenaza implícita en aquel diario vespertino de Londres, la entrevista que alguien llamado. Plummer había hecho al formidable reverendo Maertin de Vroome, añadía un aire de incertidumbre y riesgo y, por lo tanto, estimulaba su visita. Dentro de ese tablero, allá abajo, dos fuerzas antagónicas se movían secretamente una contra la otra: las legiones ortodoxas de Resurrección Dos, que pretendían salvar y reforzar la fe existente, se oponían a un revolucionario llamado De Vroome, que quería asesinar al Jesucristo vivo y destruir una Iglesia que había existido desde el siglo primero.

Randall se divertía interiormente con el modo simple como había alineado, en blanco y negro, los pros y los contras, como si estuviera confrontando a uno de sus clientes industriales contra un competidor; como si estuviera escribiendo apresuradamente una gacetilla para la Prensa. Sin embargo, durante mucho tiempo había sido condicionado a la lealtad hacia sus clientes, y así seguía entendiéndolo.

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