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Authors: Marc Levy

Tags: #Aventuras, romántico

La primera noche (46 page)

BOOK: La primera noche
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Avancé hacia las pantallas para hacer frente a nuestros jueces.

—Este triste intercambio —dije— me hace pensar en aquel otro al que debieron de someter a Galileo. La humanidad ha acabado sabiendo lo que sus censores querían ocultar, ¡y pese a todo, el mundo no ha dejado de girar! Antes al contrario. Cuando el hombre, liberado de sus temores, decide avanzar hacia el horizonte, es el horizonte el que retrocede ante él. ¿Qué seríamos hoy si los creyentes de ayer hubieran logrado prohibir la verdad? El conocimiento forma parte de la evolución del hombre.

—Si revelan sus descubrimientos, el primer día contará cientos de miles de muertes en el cuarto mundo; la primera semana, millones en el tercer mundo. En la siguiente, se iniciará la mayor migración de la humanidad. Mil millones de seres hambrientos cruzarán los continentes y se harán a la mar para apoderarse de todo cuanto no tienen. Cada uno tratará de vivir en el presente lo que reservaba para el futuro. La quinta semana marcará el inicio de la primera noche.

—Si tan terribles son nuestras revelaciones, ¿por qué nos han puesto en libertad?

—No teníamos intención de hacerlo, hasta que, por su conversación en la celda, nos hemos enterado de que no son los únicos al corriente de todo esto. Su repentina desaparición incitaría a los científicos que los han conocido a proseguir sus investigaciones. Ahora sólo ustedes pueden detenerlos. Son libres de marcharse y están solos ante la decisión que tomarán. Desde el descubrimiento de la fisión nuclear, nunca un hombre y una mujer habrán tenido una responsabilidad tan grande.

Las pantallas se apagaron una después de otra. Sir Ashton se levantó y avanzó hacia nosotros.

—Mi automóvil está a su disposición, mi chófer los llevará a Londres.

Londres

Pasamos unos días en mi casa. Keira y yo nunca habíamos estado tan callados. Cuando uno de los dos abría la boca para decir algo, cualquier banalidad, se callaba en seguida. Walter me había dejado un mensaje en el contestador, estaba furioso porque hubiéramos desaparecido sin decirle nada. Pensaba que estábamos en Amsterdam o que habíamos regresado a Etiopía. Intenté llamarlo, pero no pude dar con él.

La atmósfera en Cresswell Place se hacía opresiva. Sorprendí una llamada telefónica entre Keira y Jeanne; incluso con su hermana, Keira era incapaz de hablar. Decidí cambiar de aires y llevarla a Hydra. Un poco de sol nos sentaría bien.

Grecia

El ferry de Atenas nos dejó en el puerto a las diez de la mañana. Desde el muelle, alcancé a ver a la tía Elena. Llevaba un delantal y estaba pintando de azul la fachada de su tienda.

Dejé las maletas y avancé hacia ella para darle una sorpresa, cuando… Walter salió de la tienda, con sus bermudas de cuadros, un sombrero ridículo y unas gafas de sol demasiado grandes. Con una paleta en la mano, raspaba la madera, cantando a voz en grito, desafinando terriblemente, la melodía de
Zorba el griego.
Nos vio y se volvió hacia nosotros.

—Pero ¿dónde os habíais metido? —exclamó, precipitándose a nuestro encuentro.

—¡Estábamos encerrados en el sótano! —le contestó Keira, y lo abrazó—. Te hemos echado de menos, Walter.

—¿Qué haces en Hydra en mitad de la semana? ¿No deberías estar en la Academia? —le pregunté yo.

—Cuando nos vimos en Londres, te dije que había vendido mi coche y que os reservaba una pequeña sorpresa. ¡Pero como no me escuchas nunca!

—Qué va, me acuerdo perfectamente —protesté yo—, Pero no me dijiste qué sorpresa era ésa.

—Pues bien, he decidido cambiar de trabajo. Le he entregado el resto de mis ahorros a Elena, y, como bien puedes observar, estamos haciendo unas pequeñas reformas en su tienda. Vamos a aumentar la superficie de venta, y espero que consiga así multiplicar por dos su volumen de negocio a partir de la próxima temporada. No te opones, ¿verdad?

—Estoy encantado de que mi tía haya encontrado por fin un gestor fuera de serie para ayudarla —dije mientras daba una palmadita amistosa en el hombro a mi amigo.

—Deberíais subir a ver a tu madre, ya debe de haberse enterado de vuestra llegada, veo a Elena al teléfono…

Kalibanos nos prestó dos burros de los «rápidos», nos dijo al entregárnoslos. Mi madre nos recibió como mandan los cánones en la isla. Por la noche, sin preguntarnos nuestra opinión, organizó una gran fiesta en casa. Walter y Elena estaban sentados uno al lado del otro, lo que en la mesa de mi madre significaba que eran mucho más que simples vecinos.

Al terminar la cena, Walter nos pidió que nos reuniéramos con él en la terraza. Se sacó un paquetito del bolsillo —un pañuelo atado con un cordel— y nos lo entregó.

—Estos fragmentos son vuestros. Yo he pasado página. La Real Academia de las Ciencias pertenece ya al pasado, y mi porvenir está delante de vosotros —dijo, abriendo los brazos hacia el mar—. Haced con ellos lo que os parezca. ¡Ah, y una última cosa! —añadió, mirándome—. He dejado una carta en tu habitación. Es para ti, Adrian, pero preferiría que esperaras un poco antes de leerla. Digamos una semana o dos…

Dicho esto dio media vuelta y fue a reunirse con Elena.

Keira cogió el paquete y lo guardó en mi mesita de noche.

A la mañana siguiente me pidió que la acompañara a la cala donde nos habíamos bañado en su primera estancia en la isla. Nos instalamos en el extremo del espigón de piedra que se adentra en el mar. Keira me tendió el paquete y me miró fijamente. Había una gran tristeza en sus ojos.

—Son tuyos, sé lo que representa para nosotros este hallazgo, no sé si lo que dice esta gente es verdad, si sus temores tienen fundamento, no tengo inteligencia para juzgar. Lo que sé es que te quiero. Si la decisión de revelar lo que sabemos acarreara la muerte de un solo niño, ya no podría mirarme a la cara ni mirarte a ti, ni tampoco vivir a tu lado, aunque te echara muchísimo de menos. Lo has dicho tú mismo varias veces durante este increíble viaje, las decisiones son nuestras, de los dos. Así que coge estos fragmentos y haz con ellos lo que quieras. Hagas lo que hagas, respetaré siempre al hombre que eres.

Me entregó el paquete y se retiró, dejándome solo.

Cuando Keira se hubo alejado, me acerqué a la barca que descansaba sobre la arena de la cala, la empujé hacia el agua y remé hasta alta mar.

A una milla de la costa desaté el cordel que envolvía el pañuelo de Walter y me quedé largo rato mirando los fragmentos. Miles de kilómetros desfilaron ante mis ojos. Volví a ver el lago Turkana, la isla del centro, el templo en la cima del monte Hua Shan, el monasterio de Xi'an y el lama que nos había salvado la vida; oí el rugido del motor del avión que sobrevolaba Myanmar, el río hasta el que habíamos bajado para llenar el depósito, el guiño del piloto al llegar a Port Blair, la escapada en barco hacia la isla de Narcondam; rememoré Pekín, la cárcel de Garther, París, Londres y Amsterdam, Rusia y la meseta de Man-Pupu-Nyor, los maravillosos colores del valle del Omo, entre los que se me apareció el rostro de Harry. Y en cada uno de esos recuerdos, el paisaje más bello siempre era el rostro de Keira.

Abrí el pañuelo…

Cuando remaba hacia la orilla, sonó mi móvil. Reconocí la voz del hombre que se dirigió a mí.

—Ha tomado una sabia decisión y le estamos agradecidos —declaró sir Ashton.

—Pero ¿cómo lo sabe?, si acabo de…

—Desde que se marcharon, han estado siempre en la mira de nuestros fusiles. Algún día tal vez… pero, créame, es demasiado pronto, todavía tenemos muchos progresos que realizar.

Colgué sin dejarle terminar y sin despedirme, y furioso, tiré el móvil al agua. Luego volví a casa, a lomos de mi burro.

Keira me esperaba en la terraza. Le entregué el pañuelo de Walter, vacío.

—Creo que le gustará que se lo devuelvas tú.

Keira dobló el pañuelo y me llevó a nuestra habitación.

La primera noche

La casa dormía. Con todo el cuidado del mundo, Keira y yo salimos sin hacer ruido. De puntillas, avanzamos hacia los burros para quitarles el ronzal. Mi madre salió a la puerta y avanzó hacia nosotros.

—Si vais a la playa, lo cual es una locura con este tiempo, llevaos al menos estas toallas, la arena está húmeda y podéis coger frío.

Nos dio también un par de linternas y luego volvió a la casa.

Un poco más tarde nos sentamos a la orilla del mar. Había luna llena. Keira apoyó la cabeza en mi hombro.

—¿No te arrepientes de nada? —me preguntó.

Miré el cielo y pensé en Atacama.

—Cada ser humano se compone de miles de millones de células, somos miles de millones de seres humanos en este planeta, y el número va siempre en aumento; el Universo está poblado por millones de millones de estrellas. ¿Y si este Universo, cuyos límites creía conocer, no fuera más que una ínfima parte de un conjunto aún mayor? ¿Y si nuestra Tierra no fuera más que una célula en el vientre de una madre? El nacimiento del Universo es semejante al de cada vida, ocurre el mismo milagro, desde lo infinitamente grande hasta lo infinitamente pequeño. ¿Te imaginas el increíble viaje que sería subir hasta el ojo de esa madre y ver a través de la pupila lo que sería su mundo? La vida es un programa increíble.

—Pero ¿quién ha elaborado este programa tan perfecto, Adrian?

Epílogo

Iris nació nueve meses más tarde. No la hemos bautizado, pero en su primer cumpleaños, cuando la llevamos por primera vez al valle del Omo, donde conoció a Harry, su madre y yo le regalamos un colgante. No sé qué decidirá hacer con su vida, pero cuando sea mayor, si alguna vez me pregunta qué es el extraño objeto que lleva al cuello, le leeré las líneas de un texto antiguo que un viejo profesor me confió un día.

Cuenta una leyenda que, en el vientre de su madre, el niño lo sabe todo del misterio de la creación, desde el origen del mundo hasta el final de los tiempos. Al nacer, un mensajero pasa sobre su cuna y pone un dedo en sus labios para que no desvele jamás el secreto que le ha sido confiado, el secreto de la vida. Ese dedo que borra para siempre la memoria del niño deja una marca; esa marca la tenemos todos sobre el labio superior, todos excepto yo.

El día que yo nací, el mensajero olvidó visitarme, y lo recuerdo todo…

Para Ivory, con nuestro agradecimiento,

Keira, Iris, Harry y Adrian.

Gracias a

Pauline.

Louis.

Susanna Lea y Antoine Audouard.

Emmanuelle Hardouin.

Raymond, Danièle y Lorraine Levy.

Nicole Lattès, Leonello Brandolini, Antoine Caro, Elisabeth Villeneuve, Anne-Marie Lenfant, Arié Sberro, Sylvie Bardeau, Tine Gerber, Lydie Leroy, Joël Renaudat y todos los equipos de la editorial Robert Laffont.

Pauline Normand, Marie-Éve Provost.

Léonard Anthony, Romain Ruetsch, Danielle Melconian, Katrin Hodapp, Marie Garnero, Mark Kessler, Laura Mamelok, Lauren Wendelken, Kerry Glencorse y Moïna Macé.

Brigitte y Sarah Forrissier.

Kamel, Carmen Varela.

Igor Bogdanov.

MARC LEVY
, (Boulogne-Billancourt, 1961) es el autor más leído en Francia. A los dieciocho años ingresa en la Cruz Roja como socorrista, donde trabaja durante ocho años. En 1984 se traslada a Estados Unidos y funda una empresa especializada en imagen digital. Nueve años más tarde vuelve a París para abrir un despacho de arquitectura. Su vida cambia cuando, a los treinta y nueve años, escribe un libro para su hijo. En el año 2000 publica su primera novela,
Et si c’était vrai
. El resultado es fulminante: se convierte en un
bestseller
, se traduce a 38 idiomas y Dreamworks la convierte en una exitosa película. También es autor de
Où es-tu?
,
Sept jours pour une éternité
…,
La prochaine fois
,
Vous revoir
,
Les enfants de la liberté
,
Mes amis mes amours
,
Las cosas que no nos dijimos
,
El primer día
y
La primera noche
.

Notas

[1]
Fuentes: Susan Antón, Universidad de Nueva York; Alison Brooks, George Washington University; Peter Forster, Universidad de Cambridge; James F. O'Connel, Universidad de Utah; Stephen Oppenheimer, Universidad de Oxford; Spenser Wells, National Geographic Society, Ofer Bar-Yisef, Universidad de Harvard.
(N. de la T.)
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