El ordenador ya estaba encendido y en la pantalla aparecía el texto, listo para seguir trabajando. Aquella mañana se había levantado temprano, para variar, y había conseguido avanzar bastante. De hecho, había dejado escritas cuatro páginas del libro sobre Alex, que ahora releyó. Seguía teniendo bastantes problemas con la forma del libro. Cuando, al principio, creía que Alex se había suicidado, había pensado escribir un relato cuyo objetivo fuese responder a la pregunta de «¿por qué?», más bien de estilo documental. Ahora, en cambio, el material empezaba a adoptar cada vez más la forma de una novela policíaca, un género por el que jamás se había sentido atraída. A ella lo que le interesaba eran las personas, sus relaciones y su fondo psicológico y, en su opinión, todo aquello quedaba, en la mayoría de las novelas de ese tipo, supeditado a sangrientos asesinatos y fríos cadáveres. Le disgustaban todos los clichés que se usaban en el género y sentía que aquello sobre lo que ella quería escribir era auténtico. Un intento de describir por qué una persona podía llegar a cometer el peor de todos los pecados: quitarle la vida a otra persona. Hasta el momento lo había anotado todo en orden cronológico, reproduciendo exactamente lo que le habían dicho, mezclado con sus propias observaciones y conclusiones. Tendría que cercenar aquel material, reducirlo para llegar tan cerca de la verdad como fuese posible. Aún no había querido pararse a pensar en cómo reaccionarían los familiares de Alex.
Lamentó no haberle contado a Patrik todo lo relacionado con su visita a la casa en la que murió Alex. Debería haberle hablado del misterioso visitante y del cuadro que había oculto en el armario. Y sobre la sensación de que, después, faltase algo en la habitación. Y ahora no podía llamar y confesar que había más que contar, pero, si se presentaba la ocasión, se prometió a sí misma que lo haría.
Oyó cómo Lucas y el agente inmobiliario recorrían la casa. Al hombre debió de parecerle extraña su actitud. Apenas si saludó y, después, se encerró en su despacho. Él no era responsable de su situación, así que decidió comportarse y dar muestra de la buena educación que de hecho había recibido.
Cuando entró en la sala de estar, Lucas estaba deshaciéndose en elogios sobre el torrente de luz que entraba a raudales por las altísimas ventanas. Extraordinario, se decía Erica, ignoraba que los seres que reptan bajo las piedras sean capaces de apreciar la luz del sol. Se imaginó a Lucas como un gran escarabajo de brillante caparazón y deseó poder erradicarlo de su vida de tan sólo un taconazo.
—Disculpe mi falta de cortesía. Tenía unos asuntos urgentes que atender…
Erica le sonrió y le tendió la mano al agente inmobiliario, que se presentó como Kjell Ekh y le aseguró que no se lo había tomado a mal. Que la venta de una casa era algo muy personal y emotivo y que si ella supiera la de historias que él le podría contar… Erica volvió a sonreír y se permitió incluso un leve parpadeo lleno de picardía. Lucas la observaba con desconfianza, pero ella simplemente ignoró su presencia.
—Bueno, no quiero interrumpir, ¿por dónde iban?
—Su cuñado estaba mostrándome esta preciosa sala de estar. He de decir que está decorada con mucho estilo. Y muy bien orientada, pues permite que entre la luz por las ventanas.
—Sí, desde luego, es muy hermoso. Lástima que haya tanta corriente.
—¿Corriente?
—Así es, por desgracia, el aislamiento de las ventanas no es muy bueno, así que con poco viento que sople, más vale ponerse unos buenos calcetines de lana. Claro que eso se arregla con sustituir todas las ventanas por otras nuevas.
Lucas habría querido matarla con la mirada, pero Erica fingió no verlo, sino que tomó del brazo al agente Kjell que, de haber sido un perro, la habría seguido moviendo la cola lleno de satisfacción.
—Ya habrán visto la planta alta, supongo, así que podemos seguir por el sótano. Y no se preocupe por el olor a moho, pues no hay peligro, a menos que seas alérgico. Se puede decir que yo he vivido ahí abajo toda mi vida y no me ha pasado nada nunca. Los médicos dicen que mi asma nada tiene que ver con el moho.
Dicho esto, estalló en un violento ataque de tos que la hizo doblarse. Por el rabillo del ojo, vio que el rostro de Lucas adoptaba un color rojo cada vez más vivo. Ya sabía ella que, si inspeccionaban la casa con detenimiento, se descubriría su engaño, pero se consolaba viendo a Lucas irritado.
El agente inmobiliario Kjell pareció muy aliviado cuando por fin se vio fuera, respirando al aire libre, después de haber comprobado todas las ventajas del sótano, guiado con gran entusiasmo por Erica. Lucas estuvo callado y pasivo durante el resto de la visita y, con un atisbo de inquietud, Erica se preguntó si no habría llevado su broma infantil demasiado lejos. Su cuñado sabía, además, que ninguna de las «pegas» que ella había «desvelado» se sostendría en una revisión a fondo del estado de la casa; lo único que había perseguido con ello era dejarlo a él en ridículo. Y eso era algo que Lucas Maxwell no toleraba. Presa de cierta angustia, vio partir el coche del agente inmobiliario que, saludando con la mano, les aseguró que se pondría en contacto con ellos para la inspección del tasador autorizado, que revisaría la casa de arriba abajo.
Erica entró en el vestíbulo seguida de Lucas. Un segundo después, se encontró como estampada contra la pared, con el puño de él oprimiéndole el gaznate y su rostro a poco más de un centímetro del suyo. La ira que rezumaba la hizo comprender por primera vez por qué a Anna le resultaba tan difícil liberarse de su relación con Lucas. Erica tenía ante sí a un hombre que no permitía que nadie ni nada se interpusiera en su camino y se quedó inmóvil, tan asustada que no podía ni moverse.
—Es la última vez que haces algo así, ¿entendido? A mí nadie me pone en ridículo impunemente, así que ten mucho cuidado.
Escupió aquellas palabras con tanta rabia que le salpicó el rostro de saliva. Erica tuvo que reprimir su deseo de limpiárselo enseguida, pero permaneció inmóvil como una estatua rogando con todas sus fuerzas que se marchase, que desapareciese de su casa. Ante su asombro, Lucas hizo precisamente eso. Le soltó el cuello y se dio media vuelta en dirección a la puerta. Pero, justo cuando ella ya empezaba a lanzar un suspiro de alivio, él se volvió otra vez y, de un solo paso, se colocó de nuevo ante ella. Antes de que Erica pudiese reaccionar, él la agarró del pelo y pegó su boca a la de ella. Le metió la lengua y le agarró un pecho con tal fuerza, que Erica sintió cómo se le clavaba en la piel el aro del sujetador. Con una sonrisa, volvió a encaminarse a la puerta y desapareció en el frío invernal de la calle. Erica no se atrevió a moverse hasta que no oyó el motor del coche alejándose. Se agachó con la espalda aún contra la pared y, asqueada, se frotó la mano contra la boca. No sabía cómo explicarlo, pero el beso de Lucas le había resultado más amenazador que cuando la tenía agarrada por la garganta y, con sólo pensarlo, empezó a temblar. Se abrazó las piernas, apoyó la cabeza en las rodillas y empezó a llorar; pero no por ella misma, sino por Anna.
E
n el mundo de Patrik, las mañanas de los lunes no iban asociadas a ninguna sensación agradable. De hecho, no empezaba a ser persona hasta que no daban las once del día. De ahí que despertase como de un duermevela cuando alguien dejó caer de golpe un imponente montón de papeles sobre su escritorio. Aparte de lo brutal de semejante despertar, se lamentó al ver duplicada de un golpe la cantidad de papeles que ya se apilaban en su mesa. Annika Jansson sonrió provocadora, al tiempo que preguntaba con expresión inocente:
—¿No decías que querías tener sobre tu mesa todo lo que se hubiese escrito sobre la familia Lorentz a lo largo de los años? De modo que una va y hace un trabajo brillante, recopila cada sílaba impresa sobre esa familia y, ¿qué recibe a cambio de tanto esfuerzo? Un largo suspiro. ¿Qué tal si me lo agradecieras eternamente?
Patrik respondió con una sonrisa.
—No sólo te mereces gratitud eterna, Annika. Si no fuera porque ya estás casada, yo me habría casado contigo y te habría cubierto de visones y diamantes. Pero puesto que te empeñas en romperme el corazón y seguir con ese granuja que tienes por marido, tendrás que darte por satisfecha con un simple «gracias». Y mi gratitud eterna, por supuesto.
Muy complacido, vio que en esta ocasión había estado a punto de conseguir que se ruborizase.
—Bueno, ahora ya tienes trabajo para un rato. ¿Por qué quieres revisar todo eso? ¿Qué relación guarda con el asesinato de Fjällbacka?
—Si quieres que te diga la verdad, no tengo ni idea. Digamos que es intuición femenina.
Annika alzó las cejas en gesto inquisitivo, pero pensó que no lograría sacarle más información por el momento. Por mucha que fuese su curiosidad. Todo el mundo conocía a la familia Lorentz en Tanumshede y sería una noticia sensacional si se los pudiese relacionar de algún modo con un asesinato.
Patrik siguió a Annika con la mirada hasta que ésta cerró la puerta. Una mujer extraordinariamente eficaz. El agente deseaba que la joven fuese capaz de aguantar bajo la jefatura de Mellberg. Para la comisaría sería una gran pérdida que ella se hartase y se marchase un día. Se obligó a centrarse en el montón de papeles que Annika le había puesto delante y, tras una rápida ojeada, constató que le llevaría el resto del día leer todo aquel material, de modo que se retrepó en la silla, colocó los pies sobre la mesa y tomó el primer artículo.
Seis horas más tarde, ya cansado, empezó a masajearse el cuello y notó que le escocían los ojos. Había leído los artículos por orden cronológico, de modo que había empezado por el más antiguo. Una lectura fascinante. No era poco lo que se había escrito sobre Fabian Lorentz a través de los años. La mayor parte de los artículos emitían juicios positivos y la vida parecía haberle mostrado a Fabian su lado más favorable durante mucho tiempo. Su empresa empezó a remontar con asombrosa rapidez, pues Fabian parecía un hombre de negocios de gran talento, por no decir genial. Su matrimonio con Nelly aparecía en las notas de sociedad, con las correspondientes fotografías de la hermosa pareja en traje de novios. Venían después instantáneas de Nelly con su hijo Nils. Nelly debió de ser incansable en su trabajo en todo tipo de acontecimientos sociales y de beneficencia, y Nils aparecía siempre a su lado, por lo general con una expresión de temor y la mano bien aferrada a la de su madre.
Incluso de adolescente, cuando debería haberse mostrado más reacio a aparecer junto a su madre en actos públicos, allí estaba, siempre a su lado, pero ya tomándola del brazo y con una expresión de orgullo que a Patrik le pareció fruto de la conciencia de la propiedad privada. Fabian aparecía cada vez menos y su nombre sólo se mencionaba cuando se daba a conocer algún negocio suyo de mayor envergadura.
Uno de los artículos sobresalía un poco de entre los demás y llamó la atención de Patrik. El diario
Allers
dedicaba una página entera a la noticia del apadrinamiento de un niño por parte de Nelly, un niño rescatado de una «tragedia familiar», según afirmaba el periodista del
Allers
. El artículo incluía una fotografía de Nelly, maquillada y engalanada hasta los dientes en su elegante salón, rodeando con su brazo los hombros de un niño de unos doce años de aspecto rebelde y contrariado. En el momento en que tomaron la instantánea, parecía que estaba a punto de zafarse del brazo huesudo de su madre. Nils, ya un joven que había pasado la veintena, estaba detrás de ella, pero tampoco sonreía. Con expresión grave y severa, enfundado en un traje oscuro y con el cabello peinado hacia atrás parecía fundirse con el elegante entorno, mientras que la presencia del pequeño destacaba como la de un pájaro fuera de su nido.
El artículo estaba plagado de encomiosas palabras al sacrificio y la gran aportación social de Nelly Lorentz al hacerse cargo de aquel muchacho. Se dejaba entrever que el pobre había vivido una gran tragedia en su niñez, un trauma del que, según palabras textuales de Nelly, intentaban ayudarle a recuperarse. Tenía el firme convencimiento de que el entorno saludable y afectuoso que le brindaban lo convertiría en un ser humano productivo y sin carencias. Patrik se sorprendió al advertir que sentía lástima por el niño. ¡Qué ingenuidad!
Algún año después, las glamourosas fotografías de actos sociales y de los reportajes en casa de los Lorentz se sustituyeron por negros titulares: «El heredero de la fortuna de los Lorentz, desaparecido». La prensa local pregonó durante semanas la noticia, que se consideró de tal relieve que incluso mereció unas páginas en el
Göteborgs Posten
. La espectacularidad de los titulares iba aderezada con un rico manojo de especulaciones más o menos bien elaboradas sobre lo que podía haberle ocurrido al joven Lorentz. Todas las alternativas posibles e imposibles se sacaron a relucir, desde que se había hecho con toda la fortuna de su padre y que se encontraba en paradero desconocido viviendo una vida de lujo, hasta que se había quitado la vida porque había descubierto que, en realidad, no era hijo de Fabian Lorentz, que le había explicado que no pensaba permitir que un bastardo heredase su considerable fortuna. La mayor parte de estas interpretaciones no se expresaban claramente, sino que se sugerían en términos más o menos encubiertos. Pero cualquiera con dos dedos de frente podía leer entre líneas las insinuaciones de los periodistas.
Patrik se rascó la cabeza. Por más que lo intentaba, no podía comprender cómo relacionar una desaparición de hacía veinticinco años con el reciente asesinato de una mujer, pero intuía claramente que había una conexión.
Se frotó los ojos, agotado, y siguió hojeando los papeles del montón, de los que ya empezaba a ver su fin. Después de transcurrido un tiempo sin más noticias del destino de Nils, el interés empezó a disiparse y las menciones a su desaparición a ser cada vez menos frecuentes. También la presencia de Nelly en las notas de sociedad decreció con los años y, ya en 1978, no apareció ni una sola vez en la prensa. La muerte de Fabian, ese mismo año, produjo una gran necrológica en el
Bohusläningen
, con la habitual retórica sobre el pilar de la sociedad, etcétera, y aquélla fue la última vez que se lo mencionó.
El nombre del hijo adoptivo, en cambio, empezaba a aparecer con creciente frecuencia. Tras la desaparición de Nils, él era el único heredero del negocio familiar y, tan pronto como cumplió la mayoría de edad, se convirtió en director general de la sociedad. La empresa había seguido floreciendo bajo su dirección y ahora eran él y su mujer, Lisa, los que aparecían constantemente en las notas de sociedad de la prensa.