—No puedo hablar del caso, lo siento.
—No, claro, perdona, no había caído.
—No pasa nada. En cambio, tú sí que quizá puedas ayudarme. A estas alturas, has hablado con toda la familia y, además, ya los conocías de antes. ¿No podrías hablarme de tus impresiones acerca de la familia y de lo que sabes de Alex?
Erica dejó los cubiertos e intentó clasificar sus propias impresiones y buscar el modo en que le gustaría exponérselas a Patrik. Y le contó todo lo que había averiguado, así como la impresión que le habían causado las personas que había en la vida de Alex. Patrik escuchaba atento, aunque se levantó para retirar los platos de los entremeses y llevó a la mesa el primer plato mientras ella hablaba. De vez en cuando intervenía con una pregunta. Estaba sorprendido ante la gran cantidad de información que Erica había recabado durante relativamente poco tiempo; eso, unido a todo lo que Erica ya sabía de Alex, convirtió a una mujer que, hasta entonces, sólo había sido una víctima de asesinato, en una persona con un rostro y una personalidad concretos.
—Patrik, ya sé que no puedes hablar del caso, pero ¿no puedes decirme si tenéis alguna pista de quién pudo matarla?
—No, yo diría que no hemos avanzado especialmente en la investigación. Una sugerencia, cualquier cosa, sería muy bienvenida en estos momentos.
Suspiró mientras describía círculos con la yema del dedo en el borde de la copa. Erica dudaba.
—Yo tengo algo que puede ser interesante.
Tomó el bolso y empezó a rebuscar en él. Sacó un papel doblado que le tendió a Patrik, que lo desdobló y empezó a leer con interés aunque, al final, alzó una ceja en gesto inquisitivo.
—¿Y qué tiene esto que ver con Alex?
—Eso es precisamente lo que yo me pregunto. Encontré ese artículo en un cajón de la cómoda de Alex, entre su ropa interior.
—¿Cómo que lo «encontraste»? ¿Cuándo has tenido tú oportunidad de mirar en los cajones de su cómoda?
Patrik vio que ella se ruborizaba y se preguntó qué sería lo que estaba ocultándole.
—Pues… fui a la casa una noche a mirar un poco.
—¡Que hiciste ¿qué?!
—Sí, ya lo sé. No digas nada. Sé que fue una estupidez, pero ya sabes cómo soy, primero actúo y luego pienso —Erica siguió hablando sin parar, con la intención de evitar más reproches—. En cualquier caso, encontré este papel en el cajón de Alex y me lo llevé por casualidad.
Patrik se abstuvo de preguntar cómo había podido llevárselo «por casualidad». Lo mejor era no saberlo.
—¿Qué crees que puede significar? —preguntó Erica—. Un artículo sobre una desaparición de hace veinticinco años. ¿Qué relación puede guardar eso con Alex?
—¿Qué sabes tú de esto? —preguntó Patrik moviendo el papel de un lado a otro.
—Sobre los hechos, no más de lo que dice el artículo. Que Nils Lorentz, hijo de Nelly y Fabian Lorentz, desapareció sin dejar rastro en enero de 1977. Jamás encontraron su cuerpo. Pero sí se ha especulado mucho a lo largo de los años. Hay quien cree que se ahogó y que el cuerpo desapareció hacia alta mar y que por eso nunca se encontró. Según otro rumor, le birló a su padre una gran cantidad de dinero y se marchó al extranjero. Por lo que he oído, Nils Lorentz no era un personaje especialmente simpático y la mayoría de la gente se ha inclinado por la segunda versión. Era hijo único y dicen que Nelly lo mimó al máximo. Quedó inconsolable tras su desaparición y Fabian Lorentz jamás se recuperó de la pérdida. Murió de un ataque al corazón un par de años más tarde. El único heredero de toda la fortuna es un niño al que apadrinaron un año antes de que Nils desapareciera y al que Nelly adoptó después de la muerte de su esposo. Bueno, esto es un resumen de los chismorreos locales. Pero sigo sin comprender qué relación puede guardar todo esto con Alex. El único contacto entre las dos familias se dio porque Karl-Erik trabajó en las oficinas de la fábrica de conservas Lorentz cuando Alex y yo éramos pequeñas, antes de que se mudasen a Gotemburgo. Pero de eso hace ya más de veinticinco años.
Erica recordó de pronto otra conexión. Y le contó a Patrik la aparición de Nelly en la recepción tras el funeral, donde dedicó a Julia casi toda su atención.
—Aunque no veo qué relación hay entre todo eso y este artículo, parece que algo hay, desde luego. Francine, copropietaria de la galería de arte junto con Alex, mencionó además que creía que Alex quería terminar con el pasado. No supo explicarse mejor, pero yo creo que ahí está la conexión. Llámalo intuición femenina si quieres, pero tengo el presentimiento de que ahí lo tenemos.
Se sentía algo culpable, pues no le había contado a Patrik toda la verdad. Aún había una pieza, diminuta y extraordinaria, que se había abstenido de revelarle. Y de la que no le hablaría hasta que no supiese algo más.
—Ya, claro, no puedo esgrimir ningún argumento contra la intuición femenina. ¿Un poco más de vino?
—Sí, gracias. —Erica echó una ojeada a la cocina—. ¡Qué bonita tienes la casa! ¿La has decorado tú?
—No, ése no es mérito mío. Sino de Karin, que tiene buen gusto para esas cosas.
—Ah, sí, Karin. ¿Qué pasó?
—Bah, lo de siempre, ya sabes. Chica conoce cantante de música pop vestido a la última. Chica se enamora. Chica se separa de su esposo y se va a vivir con el cantante de música pop.
—¡Estás de broma!
—Por desgracia, no. No sólo me dejó, sino que me dejó por Leif Larsson, admirado y famoso vocalista del grupo más célebre de Bohuslän, Leffes. El hombre con el peinado más atractivo de la costa oeste, a lo jugador de hockey. Así que, no tenía yo mucho con lo que oponerme a un hombre que calza mocasines.
Erica lo miraba con los ojos de par en par.
Patrik sonrió.
—Bueno, quizá te haya dado la versión exagerada, pero algo así.
—Pero, Patrik, ¡debió de ser horrible! Imagino que no lo has pasado muy bien.
—Bueno, estuve compadeciéndome de mí mismo bastante tiempo. Pero ahora estoy más o menos. No bien, pero sí más o menos.
Erica cambió de tema.
—La noticia del embarazo cayó como una bomba.
Clavó en Patrik una mirada inquisitiva y éste tuvo la sensación de que había algo más tras la aparente inocencia de su constatación.
—Sí, parece ser que no le había participado a su esposo la buena noticia.
Patrik esperó a que Erica continuase y, tras un instante, pareció resuelta a seguir abundando en el tema, aunque lo hizo en voz muy baja y muy despacio, como vacilando aún.
—Según su mejor amiga, Henrik no era el padre de la criatura.
Patrik alzó una ceja, gesto que acompañó de un silbido, pero no dijo nada, pues deseaba oír más.
—Francine me contó que Alex había conocido a un hombre en Fjällbacka y que venía aquí todos los fines de semana para encontrarse con él. Según Francine, Alex no quiso nunca tener hijos con Henrik, pero con ese hombre era distinto. Estaba muy ilusionada con el bebé y por eso Francine era una de las personas del entorno de Alex que insistía en que no podía haberse suicidado. Según ella, Alex estaba feliz, por primera vez en su vida.
—¿Tenía ella alguna idea de quién podía ser ese hombre?
—No, ni remota. Alex mantuvo su identidad en el más profundo secreto.
—Pero ¿cómo es posible que su marido aceptase que Alex viniese sola a Fjällbacka todos los fines de semana? ¿Sabría que mantenía aquí una relación?
Otro trago de vino descendió por la garganta de Patrik, que empezaba a notar cómo enrojecían sus mejillas, aunque ignoraba si era por el vino o por la presencia de Erica.
—Al parecer, su relación no era nada convencional. Yo conocí a Henrik en Gotemburgo y tuve la sensación de que sus vidas discurrían por caminos paralelos que rara vez se entrecruzaban. Por otro lado, es imposible adivinar lo que él sabe o deja de saber, por lo poco que he visto de él. Ese hombre tiene el rostro de piedra y creo que pone bastante cuidado en preservar lo que sabe o lo que siente.
—Ese tipo de personas pueden funcionar a veces como una olla a presión. Acumulan sentimientos hasta que, un día, explotan. Tú qué crees, ¿será eso lo que le ha ocurrido a él? ¿Que el marido ignorado se haya hartado de su situación y asesinase a su esposa? —se animó a especular Patrik.
—No lo sé, Patrik. Lo cierto es que no lo sé. Pero creo que lo que debemos hacer es seguir bebiendo más vino de lo que es recomendable y hablar de todo lo habido y por haber, siempre que dejemos a un lado todo lo que tenga que ver con asesinatos y muertes repentinas de mal presagio.
Patrik aceptó su propuesta y alzó su copa en un brindis.
Se trasladaron al sofá y pasaron el resto de la noche conversando alegremente de cualquier cosa sin tocar más el tema. Ella le contó su vida, sus preocupaciones por el asunto de la casa y del dolor que le había causado la muerte de sus padres. Y él, por su parte, le confesó la ira y la sensación de fracaso después de la separación y la frustración de encontrarse de nuevo en el punto de partida, justo cuando empezaba a sentirse preparado para tener hijos. Cuando empezaba a creer que él y su esposa envejecerían juntos.
Ninguno de los dos se sentía presionado ni agobiado cuando se hacía el silencio. En esos instantes, Patrik se veía obligado a contenerse para no caer en la tentación de acercarse a besarla. Se abstuvo; y pasó el momento.
V
io cómo la sacaban. Sentía deseos de aullar y de arrojarse sobre su cuerpo cubierto por una manta. De quedarse con ella para siempre.
Ahora ya desaparecía de verdad. Gentes extrañas la tocarían y trastearían en su cuerpo. Ninguno de ellos sería capaz de ver su belleza como él lo hacía.
Para ellos sólo sería un trozo de carne. Un número en un documento, sin vida, sin fuego.
Se pasó la palma de la mano derecha por la izquierda. Aquella mano había acariciado ayer el brazo de ella. Se aplicó la palma de la mano en la mejilla, intentando sentir en su rostro la piel fría de ella.
No sintió nada. No quedaba ni rastro de su persona.
Parpadeaba el color azul de las luces. La gente trajinaba presurosa de un lado a otro, entrando y saliendo de la casa. ¿A qué tanta prisa? Ya era demasiado tarde.
A él no lo veía nadie. Era invisible. Él siempre había sido invisible.
Pero no importaba. Ella lo había visto. Ella siempre había sabido verlo. Cuando ella fijaba sobre él sus ojos azules, se sentía «visto».
Ya no quedaba nadie. La lucha se había extinguido hacía tiempo. Y él seguía entre las cenizas observando cómo se llevaban lo que había sido su vida, cubierta con una sábana de hospital amarillenta. Al final del camino, no había más opciones. Él siempre había tenido plena conciencia de ello y ahora, por fin, había llegado el momento. El momento que él había añorado. Y lo abrazó.
Ella ya no estaba.
N
elly le pareció un tanto sorprendida cuando la llamó. Por un instante, Erica se preguntó si no estaría haciendo una montaña de un grano de arena. Aunque había que admitir que era muy raro que Nelly se presentara en el funeral de Alex. Y su manera de dar prioridad a Julia. Cierto que Karl-Erik había trabajado para Fabian Lorentz como jefe de administración de la fábrica hasta que la familia se mudó a Gotemburgo. Pero, por lo que Erica sabía, esa relación jamás trascendió a la vida privada. Los Carlgren estaban muy lejos de satisfacer los requisitos de clase de la familia Lorentz.
La hicieron pasar a un salón de exquisita belleza cuyas vistas se extendían desde el puerto, por un lado, hasta el horizonte, más allá de las islas, por el otro. En un día como aquel, en que el sol se reflejaba sobre la superficie helada y cubierta de nieve, el panorama invernal no desmerecía lo más mínimo en comparación con el más soleado panorama estival.
Se sentaron en un elegante tresillo y enseguida les sirvieron una bandeja de plata llena de deliciosos canapés. Estaban riquísimos, pero Erica intentó contenerse para no parecer poco fina. Nelly sólo se tomó uno, temerosa de añadir un gramo de grasa a su huesudo cuerpo.
La conversación discurría a duras penas, pero con elegancia. Durante las largas pausas que se interponían a sus intervenciones no se oía más que el monótono tic tac de un reloj y los discretos sorbos que ellas dos daban a su té. Los temas de conversación se ciñeron al ámbito neutral. La emigración de los jóvenes de Fjällbacka, la escasez de empleo, lo triste que les parecía que cada vez fuesen más los turistas que compraban las típicas y hermosas casas de la zona para convertirlas en chalets de veraneo… Nelly le habló de cómo era todo antes, cuando ella era joven y llegó a Fjällbacka recién casada. Erica la escuchaba con interés, haciendo alguna que otra pregunta de vez en cuando.
Se diría que las dos iban dando rodeos en torno al tema que ambas sabían debían tratar tarde o temprano.
Y fue Erica la que, finalmente, se armó de valor.
—Pues sí, la última vez que nos vimos no fue en circunstancias muy agradables.
—Desde luego, qué tragedia. Una mujer tan joven.
—No sabía que tuvieseis tanta amistad con la familia Carlgren.
—Bueno, Karl-Erik estuvo trabajando para nosotros durante muchos años y, por supuesto, las dos familias coincidimos en numerosas ocasiones. Creo que hice lo correcto pasándome por allí.
Nelly bajó la mirada y Erica notó que se frotaba las manos con nerviosismo.
—Me dio la sensación de que también conocías a Julia, pero ella no nació hasta después de que se marchasen de Fjällbacka, ¿no?