Tan sólo un imperceptible movimiento de la espalda, un leve gesto de cabeza, dieron a entender que a Nelly le había resultado algo incómoda la pregunta. Pero le quitó importancia con un gesto de su mano cargada de anillos de oro.
—Qué va, a Julia la he conocido no hace mucho. Pero me parece una joven encantadora. Es evidente que no tiene las cualidades externas de Alexandra, pero, a diferencia de ella, tiene una fuerza de voluntad y un coraje que la hacen mucho más interesante a mis ojos que la tontaina de su hermana.
Nelly se llevó la mano a la boca. Además de que parecía haber olvidado por un instante que hablaba de una difunta, acababa de descubrir una grieta en el muro de que se rodeaba. Y lo que Erica vio durante ese instante fue el más puro odio. Pero ¿cómo podía Nelly Lorentz odiar a Alexandra, a la que no había visto más que de niña?
Antes de que Nelly tuviese ocasión de enmendar su torpeza, sonó el teléfono y, claramente aliviada, se disculpó y se levantó para atender la llamada.
Erica aprovechó la circunstancia para husmear por la habitación. Era hermosa, pero impersonal. La mano de un decorador de interiores flotaba invisible en el aire. Todo estaba combinado y coordinado hasta el más mínimo detalle. Erica no pudo por menos de compararlo con la sencilla decoración de la casa de sus padres. En efecto, no había allí nada cuya única función fuese estética; todos los objetos habían llegado, con el paso de los años, a ocupar su lugar en virtud de su utilidad. En opinión de Erica, la belleza de lo desgastado y lo personal superaba con creces la de aquella reluciente sala de exposiciones. El único objeto personal que descubrió fue la hilera de retratos de familia que había en la repisa de la chimenea. Se inclinó para observarlos con más detenimiento. Parecían dispuestos por orden cronológico, de izquierda a derecha. El primero era un retrato en blanco y negro de una elegante pareja de novios. Nelly estaba deslumbrante con un vestido completamente ceñido a su figura, pero Fabian no parecía muy cómodo en el frac.
En el siguiente retrato, la familia ya había aumentado y Nelly aparecía con un bebé en los brazos. A su lado, Fabian mantenía la expresión severa y grave del retrato anterior. Venía después una larga serie de instantáneas de un niño a distintas edades, unas veces solo, otras con Nelly. En la última fotografía de la serie aparentaba unos veinticinco años. Nils Lorentz. El hijo desaparecido. Tras el primer retrato de toda la familia, se diría que los únicos miembros que la componían eran Nils y Nelly. Aunque tal vez fuese porque a Fabian no le gustara demasiado retratarse y prefiriese estar detrás de la cámara. Las fotos de Jan, el hijo adoptivo, brillaban por su ausencia.
Erica dirigió su atención al escritorio que había en un rincón de la habitación. Oscuro, de madera de cerezo con hermosas incrustaciones de marquetería que Erica siguió con los dedos. No tenía ningún adorno y parecía que su única función era la estética. Estuvo tentada de mirar en los cajones, pero no estaba segura de cuánto tardaría Nelly. Era evidente que la conversación se alargaba, pero su anfitriona podía aparecer en la habitación en cualquier momento. De modo que Erica centró su atención en la papelera. Había en ella varios papeles arrugados, sacó la primera bola de papel y la alisó con esmero. Y leyó, con creciente interés. Más desconcertada de lo que ya estaba, volvió a dejar el papel arrugado en la papelera. Nada de lo relacionado con aquella historia era lo que parecía.
Oyó una tosecilla a su espalda. Y vio que Jan Lorentz estaba en el umbral de la puerta alzando las cejas con gesto inquisitivo. Erica ignoraba cuánto tiempo llevaba allí.
—Erica Falck, ¿verdad?
—Así es. Y tú debes de ser Jan, el hijo de Nelly.
—Exacto, así es. Encantado. Has de saber que eres algo así como un tema de conversación en este pueblo.
El joven se le acercó para estrecharle la mano con una amplia sonrisa. Ella correspondió con desagrado. Había algo en aquel hombre que le ponía el vello de punta. Él le retuvo la mano algo más de la cuenta y ella ahogó el impulso de retirarla de golpe.
Jan parecía venir directamente de una reunión de negocios, con el traje bien planchado y el maletín. Erica sabía que era él quien dirigía la empresa familiar. Y, además, con mucho éxito.
Llevaba el pelo repeinado hacia atrás, demasiado engominado. Tenía los labios perfilados y carnosos, no apropiados para un hombre, y los ojos hermosos, con largas pestañas. De no ser por su poderoso mentón y la barbilla partida, su aspecto habría sido muy femenino. Sin embargo, la mezcla de líneas rectas y curvas de su rostro le otorgaba un aspecto un tanto curioso, aunque no era fácil decidir si resultaba o no atractivo. A Erica le infundía cierta repulsión, pero dicha opinión se basaba más bien en la sensación indefinible que el joven le producía en la boca del estómago.
—De modo que mi madre ha conseguido que vengas, por fin. Te diré que llevas bastante tiempo siendo la primera de su lista, desde que se publicó tu primer libro.
—Vaya, sí, ya me ha parecido entender que aquí se ve como el suceso del siglo. Tu madre me había invitado ya un par de veces, pero hasta ahora no me había parecido el momento adecuado.
—Ya, me enteré de lo de tus padres. Una tragedia. Te ruego aceptes mis condolencias.
Sonrió con gesto compasivo, pero sin que se reflejase en sus ojos.
Nelly volvió a la habitación. Jan se inclinó para besar a su madre en la mejilla y Nelly se dejó hacer con una expresión de indiferencia.
—¡Bueno, mamá! Por fin ha podido venir Erica. Tanto como lo deseabas…
—Sí, estoy encantada.
La mujer se sentó en el sofá. Su rostro reflejó un gesto de dolor y se agarró el brazo derecho.
—¡Pero, mamá! ¿Qué te pasa? ¿Te duele? ¿Quieres que vaya a buscar tus pastillas?
Jan se inclinó y posó las manos sobre los hombros de su madre, pero Nelly se los sacudió bruscamente.
—No, no me pasa nada. Achaques de la edad, nada por lo que preocuparse. Por cierto, ¿no deberías estar en la fábrica?
—Sí, sólo vine a recoger unos documentos. En fin, pues nada, dejaré solas a las señoras. No hagas esfuerzos, madre, piensa en lo que te dijo el médico…
Nelly resopló por toda respuesta. El semblante de Jan expresaba preocupación e interés auténticos, pero Erica habría podido jurar que vio una ligera sonrisa en la comisura de sus labios cuando salía de la habitación y, por un instante, volvió el rostro hacia ellas.
—Procura no envejecer. Cada año que pasa, más grata se me hace la idea del precipicio. Lo único que me cabe esperar es que me vuelva tan senil que me sienta otra vez como a los veinte años. No me habría importado volver a vivirlos.
Nelly dibujó una sonrisa amarga.
No parecía un tema de conversación muy agradable, de modo que Erica murmuró algo parecido a una respuesta y cambió de asunto.
—De todos modos, debe de ser un consuelo tener un hijo que se encargue de continuar la empresa familiar. Si no me equivoco, Jan y su esposa viven contigo.
—¿Un consuelo? Sí, puede que sí.
Nelly dirigió una fugaz mirada a las fotografías de la chimenea, pero no añadió ningún otro comentario y Erica no se atrevió a seguir preguntando.
—Bueno, ya está bien de hablar de mí y de mis cosas. ¿Estás escribiendo algún libro en estos momentos? He de decir que me encantó el último, el que trataba sobre Karin Boye. Consigues que las personas que aparecen en la biografía resulten tan vivas… ¿Y cómo es que sólo escribes sobre mujeres?
—Pues empezó un poco por casualidad, creo. Mi memoria de licenciatura trataba sobre las grandes escritoras suecas y quedé tan fascinada, que pensé que me gustaría saber más sobre quiénes eran, cómo eran en realidad. Empecé, como quizá sepas, con Anna Maria Lenngren, puesto que era a la que menos conocía y, después, todo vino un poco rodado. En estos momentos estoy escribiendo sobre Selma Lagerlöf y estoy encontrando buen número de interesantes puntos de vista.
—¿No te has planteado nunca escribir algo, cómo diría…, no biográfico? Tu forma de expresarte es tan rica y fluida que sería interesante leer alguna narración tuya.
—Claro que algo de eso he pensado —admitió Erica esforzándose por no parecer culpable—. Pero en estos momentos estoy totalmente entregada al proyecto de Lagerlöf. Cuando lo termine, ya veremos qué pasa.
Miró el reloj.
—Y, a propósito de escribir, debo disculparme. Aunque en mi profesión no hay que fichar, es necesario tener disciplina y ya es hora de que me vaya a casa para escribir el cupo diario. Muchas gracias por el té, y por las pastas.
—Si no es nada. Estoy encantada de que hayas venido.
Nelly se levantó del sofá con graciosa agilidad. Y ya no se le notaban los achaques.
—Te acompañaré hasta la puerta. En otra época lo habría hecho nuestra interna Vera, pero los tiempos cambian. Ya no se lleva tener interna y tampoco creo que haya quien pueda permitírselo. A mí me habría gustado conservarla, pues podemos pagarla, pero Jan se niega. Dice que no quiere tener extraños en casa. Pero que venga a limpiar una vez a la semana sí que lo admite. En fin, no siempre es fácil entenderos a los jóvenes.
Era evidente que habían alcanzado un grado superior en la relación, pues cuando Erica le tendió la mano para despedirse, Nelly ignoró el gesto y le besó la mejilla. Erica sabía ya, instintivamente, por qué lado tenía que empezar y se sintió más mujer de mundo. Comenzaba a estar como en casa en los elegantes salones de la gente fina.
S
e apresuró para llegar cuanto antes. No quiso contarle a Nelly la verdadera razón de que tuviese que irse. Miró el reloj. Eran las dos menos veinte. A las dos de la tarde llegaría un agente inmobiliario que tenía un cliente. La sola idea de que un desconocido recorriese su casa para inspeccionarla le ponía los pelos de punta, pero no cabía hacer otra cosa más que dejar que los acontecimientos siguiesen su curso.
Había dejado el coche en casa y apremió el paso para llegar puntual. Aunque, por otro lado, el sujeto bien podía esperar un rato, se dijo al tiempo que aminoraba la marcha. ¿Por qué iba a tener que apurarse ella?
Se entregó, pues, a pensamientos más gratos. La cena en casa de Patrik la noche anterior había superado con creces sus expectativas. Para Erica, él siempre había sido como un hermano pequeño, encantador pero algo irritante, aunque los dos tenían la misma edad. Y esperaba encontrarse al mismo joven quisquilloso de siempre. En cambio, vio en él a un hombre maduro, cálido y con sentido del humor. Mucho mejor que la media, se vio obligada a admitir. Y se preguntaba en qué plazo razonable podría ella invitarlo a cenar a su casa, para corresponder a su iniciativa, claro.
La última cuesta hacia el camping de Sälvik tenía un aspecto engañosamente plano, pero era larga y dura de subir y Erica jadeaba sin resuello cuando giró a la derecha y recorrió la última pendiente, más corta, que desembocaba en la casa. Cuando llegó al final, se paró en seco. En efecto, ante la puerta, había aparcado un gran Mercedes; y ella sabía perfectamente a nombre de quién estaba registrado. Se había figurado que las actividades de aquel día no podían ser más agotadoras de lo que ya sabía, pero se equivocó.
—¡Hola Erica!
Lucas estaba apoyado en la puerta, con los brazos cruzados.
—¿Qué haces tú aquí?
—¿Es ésa forma de recibir a tu cuñado?
Su sueco era, pese al ligero acento, perfecto desde el punto de vista gramatical.
Lucas abrió los brazos burlón, como para darle un abrazo. Erica ignoró la invitación y notó que eso era, precisamente, lo que él se esperaba. Ella jamás había cometido el error de subestimar a Lucas. De ahí que siempre actuase con la mayor cautela posible en su presencia. En realidad le habría gustado adelantarse y estamparle una bofetada para borrar su estúpida sonrisa, pero tenía la certeza de que, si lo hacía, pondría en marcha algo cuyo desenlace no sabía si deseaba ver.
—Contesta a mi pregunta, dime ¿qué haces aquí?
—Si no me equivoco…, eh…, veamos, soy dueño de exactamente una cuarta parte de esto.
Señaló la casa con la mano, pero como si estuviese señalando el mundo entero: tan seguro estaba de sí mismo.
—La mitad es mía y la otra mitad de Anna. Tú no tienes nada que ver con esta casa.
—Es posible que no estés muy familiarizada con la regulación de las sociedades matrimoniales, quiero decir, puesto que no has sido capaz de encontrar a nadie lo suficientemente imbécil como para enrollarse contigo, pero, según esa regulación, tan hermosa y justa, los cónyuges lo comparten todo, ¿comprendes? Incluidas las partes proporcionales de las casas en la costa.
Erica sabía que así era y por un instante, lamentó que sus padres hubiesen sido tan poco previsores y no hubiesen dejado la casa exclusivamente a las dos hijas. Ellos sabían, además, el tipo de persona que era Lucas, pero seguramente no habrían contado con que les quedase tan poco tiempo. A nadie le gusta que le recuerden que es mortal y, como tantas otras personas, habían postergado ese tipo de decisiones.
Optó por no caer en la trampa del humillante comentario sobre su estado civil. Antes se retiraría a una montaña de hielo para el resto de su vida que cometer el error de casarse con alguien como Lucas.
El cuñado prosiguió:
—Quería estar aquí cuando llegase el agente inmobiliario. Nunca está de más saber lo que uno vale. Queremos que todo salga bien, ¿no es cierto?
Lucas volvió a sonreír con esa sonrisa suya infernal. Erica abrió la puerta y lo apartó para entrar primero. El agente inmobiliario se retrasaba, pero ella tenía la esperanza de que no tardase mucho en llegar. No le gustaba la idea de quedarse sola con Lucas mucho rato.
Él entró detrás. Erica se quitó el chaquetón y se puso a trajinar en la cocina. El único modo en que lograba tratar a Lucas era ignorándolo. Lo oyó dar vueltas por la casa, inspeccionándola. No era más que la tercera o la cuarta vez que venía. La belleza de la sencillez no era algo que Lucas supiese apreciar y tampoco había mostrado mayor interés en relacionarse con la familia de Anna. Su padre no soportaba al yerno y el sentimiento era mutuo. Cuando Anna venía a verlos con los niños, lo hacía sola.
No le gustaba el modo en que Lucas campeaba por las habitaciones tocándolo todo. Cómo pasaba la mano por los muebles y los objetos de decoración. Erica tuvo que reprimir su deseo de seguirlo con una bayeta e ir limpiando lo que tocaba. De modo que se sintió aliviada cuando vio a un hombre de pelo cano girar hacia la casa en un Volvo y acudió enseguida a abrirle. Después, entró en su estudio y cerró la puerta: no quería ver a aquel hombre estudiando su casa de la infancia para calcular su peso en oro. O el precio por metro cuadrado.