La princesa de hielo (40 page)

Read La princesa de hielo Online

Authors: Camilla Läckberg

Tags: #Policíaco

BOOK: La princesa de hielo
8.67Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Y en cuanto al incendio…

Dejó la frase inconclusa un instante y observó que Siv se enderezaba en la silla, lo que interpretó como indicio de que iba por buen camino.

—He oído ciertos rumores al respecto.

—Yo no puedo responder de los rumores. ¿Qué es lo que has oído?

—Que fue provocado. Incluso en el informe de nuestra investigación aparece como «incendio probablemente provocado», pero nadie encontró jamás ni rastro de los autores. El incendio se originó en la planta baja de la casa. La familia Norin dormía en una habitación de la planta superior y no tuvieron la menor posibilidad de salvarse. ¿Tú sabes quién podría odiar a los Norin hasta el punto de hacer algo así?

—Sí. —Su respuesta fue tan escueta y la pronunció en voz tan baja, que Patrik no estaba seguro de haber oído bien.

Entonces la mujer la repitió más alto:

—Sí, sabemos quién odiaba a los Norin lo suficiente como para quemarlos vivos.

Patrik guardó silencio, invitándola a que siguiese hablando a su ritmo.

—Yo acompañé a la policía hasta el interior de la casa. Los primeros en llegar fueron los bomberos y uno de ellos había ido a examinar el establo, para ver si las chispas de la casa habían llegado hasta allí, con el consiguiente riesgo de un nuevo incendio. El bombero encontró a Jan en el establo y, puesto que el niño se negaba a salir de allí, nos llamaron a nosotros. Yo era nueva en el trabajo de asistente social y he de reconocer que, cuando todo pasó, pensé que había sido bastante emocionante. Jan estaba sentado al fondo del establo, con la espalda contra la pared, vigilado por un bombero que quedó muy aliviado al vernos llegar. Yo despaché a la policía y entré para, según creía yo, consolar a Jan y llevármelo de allí. El pequeño no dejaba de mover las manos, pero, como estaba oscuro, no se veía lo que estaba haciendo. Entonces me acerqué y vi que trajinaba con algo que tenía en la rodilla. Era una caja de cerillas. Con sincero entusiasmo, clasificaba las cerillas en dos montones, las usadas, con la cabeza negra, en una mitad de la caja; y las nuevas, con la cabeza roja, en la otra mitad. Su rostro expresaba la más pura alegría. Todo él lucía como con una felicidad interior. Te aseguro, Patrik, que ha sido la experiencia más desagradable de toda mi vida. Todavía veo su rostro a veces, antes de acostarme. Ya a su lado, le quité la caja de cerillas con cuidado. Entonces me miró y preguntó: «¿Están muertos ya?» Sólo eso. «¿Están muertos ya?» Después soltó una risita y se dejó conducir fuera del viejo establo. Lo último que vi antes de salir fue una manta, una linterna y un montón de ropa arrojada en un rincón. Entonces comprendí que éramos culpables de la muerte de sus padres. Tendríamos que haber actuado muchos años antes.

—¿Se lo has contado a alguien?

—No, ¿qué iba a decir? ¿Que mató a sus padres mientras jugaba con las cerillas? No, jamás he dicho nada hasta hoy, y porque tú me has preguntado. Pero siempre sospeché que se las vería con la policía de un modo u otro. ¿En qué está metido ahora?

—No puedo decirte nada aún, pero te prometo que te informaré en cuanto pueda. Te agradezco muchísimo que me hayas confiado todo esto y te aseguro que solicitaré la autorización enseguida, para que no tengas problemas.

Se despidió y se marchó enseguida.

Ya a solas, Siv Persson quedó sentada ante su escritorio, con las gafas rojas colgando del cordón, frotándose la base de la nariz con el pulgar y el índice y los ojos cerrados.

En el mismo momento en que Patrik se vio fuera, entre los torbellinos de nieve que se formaban en la acera, sonó su móvil. Ya se le habían congelado los dedos por el intenso frío y le costó abrir la pequeña tapa del teléfono. Deseaba que fuese Erica, pero se decepcionó al ver que era el número de la comisaría el que parpadeaba en la pantalla.

—Patrik Hedström. ¡Hola, Annika! No, ya estoy en camino. Bueno, espera un poco, no tardo nada en llegar a la comisaría.

Cerró la tapa. Annika lo había conseguido una vez más. Había encontrado algo que no encajaba en el relato biográfico de Alex.

E
l hielo crujía bajo sus pies mientras corría en dirección a la comisaría. El quitanieves había pasado por allí mientras él estaba en Asuntos Sociales con Siv, por lo que no le costó tanto volver. No eran muchos los valientes que andaban por la calle con aquellos fríos y la calle comercial estaba prácticamente desierta, a no ser por un par de personas que avanzaban con paso presuroso, el cuello del abrigo levantado y el gorro encajado hasta las cejas, para protegerse del frío.

Tras cruzar la puerta de la comisaría, zapateó varias veces con el fin de deshacerse de la nieve que se le había pegado a las suelas. Se dijo que debía recordar para el futuro que los mocasines y la nieve no eran una buena combinación, pues la sensación de tener los calcetines mojados era muy desagradable. Claro que eso era algo que él debería haber previsto.

Fue derecho al despacho de Annika, que lo aguardaba con expresión de suma satisfacción, por lo que dedujo que había encontrado algo muy bueno.

—¿Tienes toda la ropa en la lavadora, o qué?

Patrik no comprendió la pregunta enseguida, pero, a juzgar por la sorna con que lo miraba, concluyó que Annika intentaba hacer un chiste a su costa. Un segundo más tarde, se le encendió la bombilla y miró su vestimenta. ¡Mierda!, no se había cambiado de ropa desde anteayer, cuando fue a casa de Erica. Recordó el ejercicio físico a que lo obligó la nieve acumulada a la entrada de la casa y se preguntó si olía sólo mal o si olería
muy
mal.

Masculló una respuesta ininteligible mientras se esforzaba por mirar a Annika con tanto encono como pudo, a lo que la mujer sonrió con más gana aún.

—Sí, qué graciosa. En fin, vamos al grano. Dime lo que sabes, mujer.

Acompañó estas palabras con un puñetazo que, con fingida ira, dio sobre la mesa. El jarrón de flores respondió de inmediato volcándose y derramando el agua sobre el escritorio.

—¡Vaya, lo siento! No era mi intención. ¡Qué torpe soy!

Rebuscó en sus bolsillos por ver si encontraba algo con lo que secar el agua, pero Annika se adelantó, como de costumbre y sacó de la chistera un rollo de papel de cocina de algún lugar de detrás del escritorio. Empezó a secar el agua tranquilamente, mientras le daba a Patrik la consabida orden:

—¡Siéntate!

Él obedeció en el acto y pensó que era un tanto injusto que no le diesen una galletita como premio por ser tan bueno.

—¿Vamos a ello?

Annika no aguardó la respuesta de Patrik, sino que comenzó a leer la pantalla de su ordenador.

—Veamos. Empecé por el momento de su muerte y fui retrocediendo. Todo parece encajar en cuanto a los años que vivió en Gotemburgo. Abrió la galería de arte con una amiga, en 1989. Antes, pasó cinco años en Francia, en la universidad, donde se especializó en Historia del Arte. Hoy he recibido sus calificaciones por fax y la verdad es que superó los exámenes en la primera convocatoria y con buenos resultados. Fue al instituto Hvitfeldtska, en Gotemburgo. También ellos me han enviado sus calificaciones. No era una estudiante brillante, pero tampoco era mala y se mantuvo siempre en la media.

Annika hizo aquí una pausa para mirar a Patrik que, inclinado hacia delante, intentaba leer más aprisa lo que aparecía en la pantalla. Ella la giró ligeramente para impedirle que se hiciese con el descubrimiento antes de tiempo.

—Antes del instituto pasó unos años en un internado suizo. Estuvo en una escuela internacional, L'École de Chevalier, que es carísima.

Annika subrayó especialmente la última palabra.

—Según los datos que me dieron cuando los llamé, cuesta así, redondeando, unas cien mil coronas por semestre, a lo que hay que añadir alojamiento, comida, vestido y libros. Y lo he comprobado, los precios eran igual de elevados cuando Alexandra Wijkner se matriculó allí.

Sus palabras fueron llegando a la conciencia de Patrik, que pensó en voz alta:

—Es decir, que la cuestión es cómo la familia Carlgren pudo permitirse enviar a Alex allí. Por lo que yo sé, Birgit ha sido siempre ama de casa y no es posible que Karl-Erik ganase lo suficiente para poder afrontar esos gastos. ¿Has comprobado…?

Annika lo interrumpió.

—Sí, pregunté quién pagaba las facturas de Alexandra, pero me dijeron que no podían divulgar esa información. La única manera sería presentar una orden de la policía suiza, pero con los trámites burocráticos, tardaríamos seis meses como mínimo en conseguirlo. Así que empecé por otro lado y me puse a comprobar la historia económica de la familia Carlgren. Por si habían heredado de algún pariente, quién sabe. Aún espero que me avisen del banco, pero puede llevarles un par de días enviarnos la información. Sin embargo —Annika hizo aquí una nueva pausa dramática—, eso no es lo más interesante. Según los datos de la familia Carlgren, Alex empezó en el internado en la primavera de 1977. Pero según los registros de la escuela, no lo hizo hasta la primavera de 1978.

—¿Estás segura?

Patrik apenas podía contener su excitación.

—Lo he mirado y remirado y vuelto a mirar, que lo sepas. El año transcurrido entre la primavera de 1977 y la de 1978 falta en la biografía de Alex. No tenemos ni idea de dónde estuvo. Los Carlgren se fueron de aquí en marzo de 1977 y, después, no hay nada, ni un solo dato hasta que Alex empieza en el internado suizo al año siguiente y, al mismo tiempo, sus padres aparecen en Gotemburgo. Se compraron una casa y Karl-Erik empezó en su nuevo trabajo como jefe de una mediana empresa de mayoristas.

—Es decir, que tampoco sabemos dónde se encontraban ellos durante ese periodo.

—No, aún no. Pero sigo buscando. Lo único que sabemos es que no hay datos que indiquen que estuviesen en Suecia durante ese año.

Patrik calculó con los dedos.

—Alex nació en 1965, es decir que en el 77 tenía…, a ver…, doce años.

Annika volvió a mirar la pantalla.

—Nació el 3 de enero, así que es correcto, cuando se mudaron, ella tenía doce años.

Patrik asintió reflexivo. La información que Annika había conseguido era muy valiosa, pero por el momento sólo originaba más interrogantes. ¿Dónde estuvo la familia Carlgren entre 1977 y 1978? Una familia entera no podía desaparecer así como así. Seguro que habrían dejado algún rastro, sólo había que encontrarlo. Pero al mismo tiempo tenía que haber algo más. Aún le rondaba la cabeza el descubrimiento de que Alex había tenido hijos con anterioridad.

—¿De verdad que no encontraste ninguna otra laguna en sus antecedentes? Tal vez alguien hiciese los exámenes por ella en la universidad y su socia de la galería pudo llevarla sola un tiempo. No es que no confíe en lo que has encontrado, pero ¿no podrías volver a mirarlo una vez más? Y consulta también en los hospitales, por si Alexandra Carlgren, o Wijkner, hubiese dado a luz en alguno. Empieza por los de Gotemburgo y, si no hay nada, sigue buscando en el resto del país, partiendo de Gotemburgo. Debe de haber algún registro de ese episodio en alguna parte. Un bebé no puede esfumarse sin más.

—¿Y si tuvo el niño en el extranjero? Durante su estancia en el internado, por ejemplo, o en Francia.

—¡Sí, claro! ¿Cómo no lo he pensado antes? Prueba a conseguir la información a través de los canales internacionales. E intenta dar con un modo de averiguar dónde se metieron los Carlgren. Pasaportes, visados, embajadas. En algún lugar debe de haber datos de adonde se fueron.

Annika tomó buena nota de todo.

—Por cierto, ¿alguna información interesante de los colegas?

—Ernst ha comprobado la coartada de Bengt Larsson y parece consistente, así que a él podemos tacharlo. Martin ha estado hablando por teléfono con Henrik Wijkner pero no ha sacado en claro nada más sobre la relación entre Anders y Alex. Pensaba seguir indagando entre los compañeros de juerga de Anders, por si les dijo algo. Y Gösta… Gösta está en su despacho, compadeciéndose de sí mismo e intentando reunir las fuerzas necesarias para ir a Gotemburgo a interrogar a los Carlgren. Apuesto lo que quieras a que no sale antes del lunes.

Patrik lanzó un suspiro. Si quería resolver aquel caso, más le valdría no confiar en la colaboración de sus colegas, sino hacer él mismo el trabajo de campo.

—¿No has pensado en preguntarles a los Carlgren directamente? Tal vez no haya nada sospechoso en el asunto. Puede que exista una explicación lógica —sugirió Annika.

—Fueron ellos los que aportaron los datos sobre Alex. Por alguna razón, intentaron ocultar lo que hicieron entre el 77 y el 78. Hablaré con ellos, pero antes quiero saber más al respecto. No quiero que tengan la menor oportunidad de escabullirse.

Annika se retrepó en la silla con una sonrisa insidiosa.

—¿Cuándo tocarán a boda las campanas?

Patrik sabía que la mujer no estaba dispuesta a soltar un bocado tan suculento por las buenas. Así que no le quedaba más que hacerse a la idea de ser la fuente de entretenimiento de la comisaría en los próximos meses.

—Bueeeeno, creo que sería un poco, un poquito precipitado aún. Tal vez debamos estar juntos una semana, por lo menos, antes de pasar por la iglesia.

—¿Aaaah, entonces estáis juntos?

Patrik había caído en la trampa de cabeza.

—No, bueno, a ver, sí, tal vez sí… No lo sé, estamos bien juntos, por ahora. Pero es muy reciente y puede que ella se vuelva a Estocolmo dentro de poco, en fin, no sé. Tendrás que contentarte con esto, por el momento.

Patrik se retorcía en la silla como un gusano.

—De acuerdo, pero quiero que me mantengas constantemente informada de cómo va la cosa, ¿me oyes? —Annika subrayó sus palabras con un gesto aleccionador de su dedo índice.

Patrik asintió resignado.

—Vale, vale, te iré contando lo que suceda. Te lo prometo. ¿Satisfecha?

—Bueno, por ahora, me conformaré.

La mujer se levantó, rodeó el escritorio y, antes de que Patrik se diese cuenta siquiera, se vio atrapado en un tremendo abrazo, envuelto en el asombrosamente generoso busto de Annika.

—Me alegro mucho por ti. No lo estropees, Patrik, prométemelo.

Dicho esto, le dio otro apretón que le hizo crujir las costillas. Puesto que se había quedado sin aire por el momento, no pudo responder, pero ella tomó su silencio por un sí y lo soltó, no sin antes haber culminado la operación con un buen pellizco en la mejilla.

—Oye, vete a casa y cámbiate de ropa. ¡Apestas!

Other books

Knee Deep by Jolene Perry
The Book of the Dun Cow by Walter Wangerin Jr.
Beneath the Forsaken City by C. E. Laureano
Inked Ever After by Elle Aycart
Blood Ties by Hayes, Sam
The Astrologer by Scott G.F. Bailey
Her Secret Agent Man by Cindy Dees
KISS by Jalissa Pastorius