Erica reflexionaba mientras hacía girar la copa de vino entre sus manos.
—No debes menospreciar la necesidad de no destacarse en un pueblo tan pequeño como éste. Si la vieja historia de los abusos hubiese salido a la luz, la gente tendría una razón más para señalar con el dedo a los implicados. En cambio, no la creí cuando me dijo que lo hizo por el bien de Anders. Tal vez tiene razón y Anders tampoco quería que se supiese lo que les había ocurrido, pero creo que era más bien ella misma la que no podía soportar la idea de que la gente murmurase a sus espaldas si llegaba a saberse no sólo que Anders sufrió abusos sexuales de niño, sino que ella no hizo nada al respecto, e incluso ayudó a acallar lo ocurrido. Creo que no podía soportar esa vergüenza. Mató a Alex en un arrebato, cuando comprendió que no podría convencerla. Tuvo un impulso y lo siguió de forma fría y programática.
—¿Y cómo se lo ha tomado ahora que ha sido descubierta?
—Con una calma sorprendente. Creo que para ella fue un alivio increíble saber que Anders no era el padre del niño; es decir, que ella no había asesinado a su nieto. Después de eso, da la sensación de que no le importa lo que le suceda. Y, en realidad, ¿por qué habría de preocuparse? Su hijo está muerto, no tiene amigos ni parientes, no tiene una vida por la que luchar. Todo se ha descubierto y no tiene nada que perder. Tan sólo su libertad, que no parece tener gran importancia para ella en estos momentos.
Estaban en casa de Patrik y compartían una botella de vino después de la cena. Erica disfrutaba de la tranquilidad y el silencio. Le encantaba tener a Anna y a los niños en casa, pero había días, como aquél, en que el barullo le resultaba insoportable. Patrik se había pasado el día en la sala de interrogatorios, pero, cuando terminó, fue a recogerla. Ella lo esperaba con una pequeña maleta y ahora estaban los dos acurrucados en el sofá como un par de ancianos.
Erica cerró los ojos. Aquel instante se le antojaba maravilloso y terrible a la vez. Todo era tan perfecto…; pero ella no podía evitar pensar que precisamente por eso, lo que estaba por venir sólo podía resultar peor. No quería ni imaginarse lo que sucedería si volvía a marcharse a Estocolmo. Anna y ella habían tocado el tema de la casa muy por encima durante varios días, pero, como por un acuerdo tácito, habían decidido no abordar de lleno el asunto por ahora. Erica tampoco creía que Anna estuviese en condiciones de adoptar ninguna decisión, así que resolvió dejarlo para más adelante. Era mucho mejor no pensar en el día de mañana en absoluto e intentar disfrutar del instante tanto como fuese posible. Se obligó a relegar tan sombríos pensamientos.
—Hoy estuve hablando con la editorial. Sobre el libro de Alex.
—¡No me digas! ¿Y qué dicen?
La expectación que reflejaban los ojos de Patrik la llenó de satisfacción.
—Les pareció una idea brillante y querían que les enviase cuanto antes el material de que ya dispongo. Aún tengo que terminar el libro sobre Selma Lagerlöf, pero me concedieron otro mes, así que me he comprometido a tenerlo listo para septiembre. Y creo que podré simultanearlos. Al menos, hasta ahora, ha funcionado más o menos.
—¿Qué opina la editorial sobre el aspecto jurídico, si la familia de Alex te denunciase?
—La ley de libertad de publicación es bastante explícita. Tengo derecho a escribir sobre ello, incluso sin su consentimiento, aunque ni que decir tiene que espero que me presten su apoyo en cuanto sepan en qué consiste el proyecto y cómo he pensado configurar el libro. Desde luego, no quiero escribir un libro sensacionalista sin sustancia alguna: mi deseo es escribir sobre lo que sucedió y sobre quién fue Alex en realidad.
—¿Y qué hay del mercado? ¿Te dijeron si, en su opinión, un libro de ese tipo despertará el interés del público?
Los ojos de Patrik brillaban de entusiasmo y Erica se alegraba de que se interesase así por ella. Él sabía cuánto significaba aquel libro para Erica y por eso le concedía al tema tanta importancia.
—Tanto ellos como yo pensamos que así debería ser. En Estados Unidos, el interés por los libros de
«true crime»
es enorme. La principal escritora de este género, Ann Rule, vende millones de ejemplares. Además, aquí es un fenómeno relativamente reciente. Hay algunos libros que se acercan un poco a esta línea, por ejemplo el que se escribió hace un par de años sobre el caso del médico y el forense, pero no es genuino. Yo, en cambio, quisiera, al modo de Ann Rule, darle más importancia a la investigación de los hechos. Comprobar los datos, hablar con los implicados y, después, escribir un libro tan verídico como fuese posible.
—¿Crees que la familia de Alex se prestará a que los interrogues?
—No lo sé.
Erica se retorcía un mechón de pelo entre los dedos.
—De verdad que no lo sé. Pero pienso preguntarles y, si no lo hacen, intentaré prescindir de ellos. Ya tengo una gran ventaja, pues sé mucho sobre el asunto. La verdad es que me angustia un poco la idea de tener que andar haciendo preguntas, pero creo que no me queda más remedio. Si el libro vende bien, no me importaría dedicarme a escribir sobre más casos interesantes y, de ser así, tendría que acostumbrarme a molestar a los familiares y demás. Es inevitable. Además, creo que la gente necesita hablar, contar su historia. Tanto desde el punto de vista de la víctima como del asesino.
—En otras palabras, intentarás hablar también con Vera, ¿no es así?
—Desde luego. No tengo ni idea de si ella querrá o no, pero pienso intentarlo. Puede que desee hablar, puede que no. Lo cierto es que no puedo obligarla.
Erica se encogió de hombros en señal de indiferencia, aunque, por supuesto, el libro nunca resultaría tan bueno si Vera no colaboraba. Lo que hasta el momento llevaba escrito era un esqueleto; en adelante, tendría que trabajar duro para recubrirlo de carne.
—¿Y tú, qué me cuentas?
Se removió un poco en el sofá y puso las piernas sobre la rodilla de Patrik, que pilló la indirecta y empezó a masajearle los pies enseguida.
—¿Qué tal te ha ido el día? Serás el héroe de la comisaría, ¿no?
El hondo suspiro de Patrik daba a entender que no era ése el caso.
—Pues no. No creerás que Mellberg permita que el mérito sea para quien ha de ser, ¿verdad? Se ha pasado el día yendo y viniendo como un rayo, de la sala de interrogatorios a las entrevistas con la prensa. «Yo» ha sido el pronombre más frecuente en sus conversaciones con los periodistas. Me sorprendería que hubiese mencionado mi nombre siquiera. Pero qué coño, ¿a quién le interesa ver su nombre en los papeles? Yo arresté ayer a una asesina y eso es más que suficiente para mí.
—Vaya, vaya, ¡qué noble puedes llegar a ser!
Erica le dio unos puñetazos juguetones en el hombro.
—Reconoce que te habría gustado verte ante el micrófono en una gran conferencia de prensa, sacando pecho mientras contabas el genial razonamiento que te llevó a deducir quién era culpable.
—Bueno, sí, no habría estado mal que me hubiesen mencionado en la prensa local, por lo menos. Pero las cosas son como son. Mellberg se llevará toda la gloria y no hay nada que yo pueda hacer por evitarlo.
—¿Crees que le darán el traslado que tanto desea?
—Ojalá fuera así… Pero no, sospecho que los jefes de Gotemburgo están más que satisfechos con tenerlo aquí, de modo que no nos quedará más remedio que aguantarlo hasta que se jubile, me temo. Y créeme, ese día se me hace muy lejano.
—¡Pobre Patrik!
Erica le acarició el cabello y él interpretó el gesto como una invitación a que se lanzase sobre ella para inmovilizarla bajo su cuerpo en el sofá.
El vino empezaba a surtir efecto en sus articulaciones y el calor de su cuerpo fue contagiándose despacio al de ella. Su respiración cambió de ritmo y se hizo más pesada, pero ella tenía aún unas preguntas que hacerle, de modo que se obligó a sentarse de nuevo y apartó suavemente a Patrik al otro rincón del sofá.
—Pero dime, ¿tú estás satisfecho con la resolución del caso? La desaparición de Nils, por ejemplo. ¿No te contó Vera nada más?
—No. Ella sostiene que no sabe nada al respecto. Pero yo no la creo. En mi opinión, no quería proteger a Anders sólo de que la gente llegase a saber que Nils había abusado de él. Lo que yo creo es que ella sabe perfectamente lo que le ocurrió a Nils y ése es un secreto que ha de guardarse a cualquier precio. Aunque he de admitir que me molesta no tener más que suposiciones. La gente no se esfuma así como así. Nils está en algún lugar y hay una o varias personas que saben cuál es ese lugar. Pero yo tengo una teoría.
Expuso paso a paso el supuesto curso de los acontecimientos, dando cuenta de las circunstancias en las que apoyaba su tesis. Erica se estremeció, pese a que hacía calor en la habitación. Sonaba increíble y, al mismo tiempo, verosímil. Asimismo, comprendió que Patrik jamás lograría demostrar nada de lo que decía. Y tal vez no fuese de utilidad para nadie. Habían pasado tantos años. Y se habían destrozado ya tantas vidas, que nadie saldría ganando con destruir una más.
—Sé que esto nunca llegará a comprobarse. Sin embargo, me gustaría saberlo, sólo por satisfacer mi propia curiosidad. He convivido con el caso durante varias semanas y siento que necesito darle un final.
—Pero ¿cómo lo vas a hacer? Es más, ¿qué puedes hacer?
Patrik suspiró.
—Simplemente pediré respuestas. Si no preguntas, nunca obtienes respuestas, ¿no crees?
Erica lo observó intrigada.
—Bueno, no sé si será una buena idea, pero tú sabrás lo que haces.
—Sí, eso espero. Pero ¿crees que podemos dejar a un lado la muerte y las desgracias para dedicarnos un poco el uno al otro?
—Sí, me parece una idea genial.
Patrik volvió a recostarse sobre ella y, en esta ocasión, nadie lo apartó.
C
uando se fue de allí, Erica seguía en la cama. No tuvo valor para despertarla y, sin hacer ruido, se levantó, se vistió y se puso en marcha.
Intuyó cierta sorpresa, pero también cierta reticencia cuando concertó la cita. La única condición impuesta fue que el encuentro se produjese en un lugar discreto y Patrik no tuvo el menor inconveniente en aceptarla. De ahí que estuviese al volante ya a las siete de la mañana de aquel lunes, por la solitaria y oscura carretera hacia Fjällbacka por la que no se cruzó más que con algún que otro vehículo. Giró a la altura del indicador de Väddö y fue el primero en estacionar en el aparcamiento que quedaba algo apartado de la carretera, dispuesto a esperar. Diez minutos más tarde entró en el aparcamiento otro coche que se detuvo junto al suyo. El conductor salió, abrió la puerta del coche de Patrik y se sentó en el lugar del acompañante. Patrik dejó el motor en marcha para poder tener la calefacción encendida; de lo contrario, se habrían helado los dos.
—Resulta un tanto emocionante esto de verse a escondidas y en la oscuridad. La cuestión es por qué.
Jan daba una impresión totalmente relajada aunque expectante.
—Creía que había terminado la investigación, ya que tenéis al asesino de Alex, ¿no?
—Sí, así es. Pero aún hay piezas que no terminan de encajar. Y eso me irrita bastante.
—¿Ah, sí? ¿Como cuáles?
La expresión de Jan no desvelaba ningún tipo de sentimiento. Patrik se preguntaba si no se habría dado el madrugón para nada. Pero ya que estaba allí, más le valía terminar lo que había comenzado.
—Como habrás oído, tu hermanastro Nils abusó tanto de Alexandra como de Anders.
—Sí, algo he oído. Terrible. Sobre todo para mi madre.
—Aunque para ella no fue una novedad. Ella ya lo sabía.
—Claro que sí. Y se enfrentó a la situación como mejor supo. Con la mayor discreción posible. Ni que decir tiene que había que proteger el nombre de la familia. Todo lo demás era secundario.
—¿Y a ti qué te parece eso? ¿El que tu hermano fuese un pederasta, que tu madre lo supiese y lo protegiese?
Jan no se dejó alterar por la pregunta. Retiró unas invisibles motas de polvo del abrigo y alzó una sola ceja mientras, tras unos segundos de reflexión, le contestaba a Patrik:
—Naturalmente, yo comprendo a mi madre. Actuó del único modo posible y el daño ya estaba hecho, ¿no es cierto?
—Sí, claro, también podemos verlo así. La cuestión es adónde se fue Nils después. ¿Nadie de la familia ha sabido de él?
—En tal caso, habríamos informado a la policía, por supuesto, como buenos ciudadanos.
La ironía estaba tan bien emboscada en su tono de voz que apenas si podía registrarse.
—Pero yo comprendo que decidiese desaparecer para siempre. ¿Qué le quedaba aquí? Mi madre se había enterado de qué clase de persona era y ya no podía seguir trabajando en la escuela; al menos mi madre estaba dispuesta a impedírselo. Así que se marchó. Lo más probable es que viva en un país cálido en el que le resulte fácil el acceso a los niños.
—No lo creo.
—¿Ah, no? ¿Y por qué? ¿Acaso has encontrado sus huesos en algún lugar del armario?
Patrik ignoró su tono burlón.
—No, no lo hemos encontrado. Pero, ¿sabes?, tengo una teoría…
—Interesante, muy interesante.
—Yo creo que no fueron sólo Alex y Anders quienes sufrieron los abusos de Nils. Sino que su principal víctima era precisamente el niño que más cerca tenía. El más asequible. Yo creo, en otras palabras, que también abusaba de ti.
Por primera vez creyó ver una grieta en la reluciente y limpia fachada de Jan, pero un segundo más tarde había recuperado el control, al menos en apariencia.
—Una teoría interesante. Y, ¿en qué te basas para sostenerla?
—No tengo mucho en lo que basarme, lo reconozco. Pero encontré un eslabón común entre vosotros tres. De vuestra niñez. Vi un trozo de piel en tu despacho, cuando te visité. ¿No es cierto que, para ti, tiene un gran significado? Es un símbolo. Una asociación, una hermandad, un lazo de sangre. Lo has guardado durante más de veinticinco años. También Anders y Alex conservaban los suyos. En el reverso de los tres había una borrosa huella impresa con sangre, por eso creo que, a la manera dramática de los niños que erais, creasteis un lazo de sangre. Además, están las iniciales grabadas en el anverso: «L.T.M.». Eso no he conseguido descifrarlo. Quizá tú puedas ayudarme, ¿no?
Patrik literalmente vio cómo, en el interior de Jan, dos voluntades contradictorias pugnaban por ganar la victoria. Por un lado, el sentido común le decía que no dijese nada en absoluto; por otro, su deseo de hablar, de confiarse a alguien, no era fácil de ignorar. Patrik confiaba en que vencería el ego de Jan y apostó su fortuna a que le resultaría irresistible la idea de poder desahogarse con alguien que le prestase atención. Y optó por ayudarle a tomar la decisión.