Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
Los técnicos se centraron en sus consolas como si fueran una sola persona. Tonith se giró de nuevo hacia B'wuf:
—Recibiremos refuerzos muy pronto. Quiero tener resuelta esta situación para cuando lleguen. Que la infantería siga avanzando, y que las divisiones acorazadas y la artillería cubran su ataque...
—Pero, señor, nuestros bienes han sido considerablemente mermados en los combates con el ejército del general Khamar. Usted sabe que el éxito sólo es posible si está garantizado por..., bueno, por la integración y la completa utilización de las distintas secciones.
—¡Pero ellos tampoco tienen apoyo aéreo! —Tonith juntó sus manos en una actitud de frustración.
—Pero, señor, nuestra flota...
—Nuestra flota es inútil. Nuestras naves vigilan a las suyas y las suyas a las nuestras. Y ninguna se atreve a entablar combate porque si una de las flotas pierde aunque sólo sean unas cuantas naves, el equilibrio de poder se inclinará en favor de la otra; y ninguna se atreve tampoco a venir en nuestra ayuda aquí, en tierra, porque si abandonan la órbita, estarán dando ventaja al enemigo. Malditos créditos bloqueados —maldijo—. Nadie puede intervenir; estamos solos hasta que recibamos refuerzos. Cuando esos refuerzos lleguen, nuestras naves aniquilarán a la flota enemiga...
—Pero, señor, tenemos naves en Sluis Van. Podrían sembrar de minas la órbita para mantener el bloqueo y venir aquí para...
—No las necesitamos. Ahora...
—¡Pero, señor, por cada enemigo que matamos, ellos eliminan a cientos de nuestros androides! —protestó B'wuf con el rostro encendido.
—Bien, haz las cuentas. ¿Cuántos enemigos hay ahí fuera? ¿Y cuántos androides? Una vez penetremos en sus defensas, sus bajas se incrementarán, y cuando por fin huyan en desbandada, barreremos hasta el último de ellos. ¡Seguid atacando!
—Pero, almirante... —insistió B'wuf.
—¡Basta de discutir conmigo, maldita sea! —en el límite de su paciencia, Tonith indicó a dos guardias que se acercasen—. B'wuf, ¿ves aquel rincón? Siéntate allí. Ahora —y añadió, dirigiéndose a los androides—: Si se mueve, matadlo.
—Sí, señor. ¿Cuánto movimiento puede realizar antes de matarlo?
Tonith sacudió la cabeza con desesperación:
—Si intenta... levantarse, matadlo. Exceptuando eso, me da igual si se pasa todo el día rascándose la espalda. ¡Ah, B'wuf!, y mientras sigas aquí, mantén cerrada tu maldita boca. Ahora, siéntate.
Con el rostro blanco, B'wuf arrastró los pies hasta el rincón y se sentó. Los dos androides se situaron frente a él. Lentamente, B'wuf alzó una mano hasta su cabeza y se rascó. No pasó nada. Suspiró.
Tonith se situó en el centro de la sala de control.
—Ya habéis escuchado mis órdenes. Cumplidlas. Tomo personalmente el control de las operaciones. ¡Ahora, presionad! ¡Presionadlos! No importan las bajas. Un esfuerzo más y sus líneas cederán. ¡La victoria es prácticamente nuestra!
Un androide de servicio rodó hasta él con una taza de té. Ansioso, Tonith sorbió de ella.
—¿Alguien quiere un poco de té? —preguntó, alargando la taza hacia los técnicos. Todo el mundo fingió estar muy ocupado—. Muy bien, así me gusta.
Tonith se encogió de hombros y sorbió nuevamente de su taza. Sonrió. Sus dientes eran tan púrpuras como siempre.
≈
—¡Eeeeyaaaaaa! ¡Tomad esto! ¡Y esto! ¡Vamos, venid a por más! —gritaba Erk, disparando indiscriminadamente a través de las aberturas del bunker. No podía fallar. Cada disparo desintegraba a un androide de infantería, pero seguían llegando más, hilera tras hilera. La artillería no dejaba de bombardear, pero los androides simplemente cerraban filas y seguían avanzando, disparando hacia los fogonazos que relampagueaban delante de ellos, levantando un muro de fuego mientras avanzaban.
—¡Erk! ¡Tenemos que marchamos! Nos están rebasando —aulló Odie, pero Erk sacudió la cabeza como si la chica no fuera más que un insecto molesto y siguió disparando. Nunca había visto un escenario tan abundante en blancos, y se encontraba en un frenesí de salvaje destrucción.
Ella lo sujetó por el hombro e intentó arrancarlo del cañón, pero Erk la empujó con la cadera para quitársela de encima y siguió disparando.
Odie podía ver cómo cientos de androides surgían alrededor del bunker.
—¡Nos están flanqueando! Deja ese cañón láser y ponte el cinturón. Tenemos que salir de aquí —gritó.
Llegaron ruidos desde la puerta del bunker. Odie desenfundó su arma y corrió hasta la entrada justo a tiempo. Dos androides bajaban los cortos escalones; los derribó a ambos. Erk ni siquiera se dio cuenta. Gritaba, maldecía y disparaba, disparaba, disparaba.
—Tanques androides —aulló Odie—. ¡Tanques androides!
Podía verlos a través de las mirillas. Eran dos y avanzaban tras la infantería. Los llamaban "Reptadores", porque se movían lentamente sobre la superficie del suelo. Tenían un blindaje pesado y plataformas de armas rastreadoras completamente automatizadas para apoyar a la infantería de combate. Sus dos cañones láser delanteros estaban sincronizados y barrían el frente en un arco de 180 grados; sus efectos eran letales contra cualquier concentración de tropas, vehículos y complejos de búnkeres. Sus armas laterales, antiaéreas y lanzagranadas, complementaban los cañones. Idealmente se utilizaban de forma escalonada: mientras ellas avanzaban, los androides retrocedían para proteger sus flancos.
El suelo tembló bajo los tanques androides cuando se dirigieron hacia el bunker. Odie pudo ver cómo aquellos monstruos desviaban la lluvia de descargas láser de la artillería de Slayke.
—Alto el fuego —gritó la chica, golpeando con sus puños el casco de Erk todo lo fuerte que podía. Pero él siguió ajeno a todo. Disparó contra el tanque más cercano. El módulo del cañón giró de inmediato en dirección al bunker. Pero, antes de que pudiese disparar, el terreno bajo él entró en erupción, lanzándolo por los aires hasta que terminó cayendo boca abajo sobre el bunker.
El túnel que Slayke había ordenado excavar bajo la mina separatista había alcanzado su objetivo justo a tiempo de detener la carga de los tanques androides.
Lo último que Odie escuchó antes de que todo se volviera negro fue un grito.
≈
Slayke miró hacia sus oficiales de Estado Mayor.
—Nos queda muy poco tiempo, así que no lo malgastaré en discursos. Ya sabéis todos lo que tenéis que hacer, lo planeamos desde el principio. —Hizo una pausa—. Bien, ha llegado el momento.
Era obvio para todos que la situación era desesperada. Izable, Eiley y Judlie habían caído, y la artillería se retiraba junto a los supervivientes de los puestos de avanzada para establecer una nueva línea en Judlie, tras el puesto de mando principal. Ése era el plan previsto, incluso antes de que Slayke aterrizase en Praesitlyn. El enemigo había interrumpido momentáneamente el ataque para reagrupar sus fuerzas y esperar refuerzos.
—Este es el único momento de respiro que conseguiremos —dijo Slayke—. Apenas tendremos tiempo de formar un último frente defensivo en Judlie. Retirad vuestras fuerzas de inmediato.
Cogió la pistola láser y se alejó de la mesa de mapas, pero se detuvo y miró de nuevo a sus oficiales:
—Cuando decidimos intervenir, sabíamos que podía pasar esto. Lamento haberlo hecho. Creí que Coruscant acudiría en nuestra ayuda. Puede que haya refuerzos en camino pero ya no importa. Nosotros estamos aquí y ellos no. Cuando lleguen habremos debilitado a esa chatarra hasta el punto en que un solo padawan Jedi será capaz de hacerlos pedazos —hizo una pausa—. Rendirse no es una opción. No contra ese ejército, y todos lo sabemos. Si tenemos que morir, este lugar es tan bueno como cualquier otro. Me siento orgulloso de haber tenido el privilegio de lideraros, de compartir vuestras miserias y vuestra amistad, y me siento bendecido porque vosotros me acompañéis al otro mundo. Que no les resulte fácil.
La docena de oficiales reunidos en torno a la mesa de mapas rompieron su silencio, alzando su puño izquierdo y gritando:
—¡Hurraaaaaaaa!
≈
Erk fue consciente de que algo lo aplastaba. Abrió los ojos, pero no pudo ver nada. ¿Estaba oscuro o se había quedado ciego? Luchando contra el pánico, consiguió a duras penas liberar su brazo de los escombros que llenaban el suelo del bunker y puso la muñeca ante sus ojos. La esfera de su reloj brillaba en la oscuridad. Suspiró de alivio: no había perdido la visión. Le resultaba difícil respirar a causa de la opresión que sentía. Se movió, y el peso que tenía encima se deslizó a un lado, gruñendo. Era Odie. Los dos o tres enormes fragmentos de roca que ella había tenido encima rodaron hasta el suelo.
—¡Ufff! —por fin podía volver a respirar.
—Gra... gracias por casi matarnos —gruñó Odie tomando aliento.
Al principio, Erk no supo a qué se refería. Después lo comprendió:
—Oh, sí. Me cargué a un montón, ¿verdad? —flexionó los brazos y las piernas, y terminó sentándose. A pesar de sus múltiples magulladuras y contusiones, todavía estaba en forma para seguir combatiendo. Rodeado de oscuridad, palpó el suelo en torno a él y terminó encontrando a Odie. La levantó, sujetándola por las axilas—. ¿Estás herida?
—Uhhh. Tengo un enorme... Creo que tengo un enorme cardenal en la cadera; pero, aparte de eso..., creo que estoy bien. —Se pasó una mano por el pelo y tocó lo que creía que era sangre seca en una de las sienes. Se palpó la cabeza con los dedos hasta encontrar un largo corte en ese lado de la cabeza. Lo exploró con cuidado—. Debemos de llevar aquí un buen rato tendidos, la sangre se ha secado.
Odie buscó el cinturón de equipo y sacó una bengala. Pulso el botón de activación, y el bunker se llenó de una bendita luz blanca. Esa era la buena noticia. La mala era que la explosión frente al bunker había desprendido una enorme placa de roca del techo. Al caer se había partido por la mitad, aprisionando a la pareja en una especie de tienda de campaña hecha de piedra. El espacio tendría unos dos metros de altura y otros tres de anchura. Odie presionó una mano contra la piedra.
—Es tan sólida como..., bueno, como una roca —dijo—. Hemos tenido suerte de que no nos cayera encima, o habríamos quedado aplastados como cucarachas. —Volvió a apoyar las manos contra la placa y empujó—. Parece estable. La gravedad y la resistencia mantienen las dos placas encajadas.
—Bueno, no hemos sido aplastados, tenemos aire y estamos seguros y cómodos bajo este entramado de rocas —comentó Erk, haciendo una mueca.
—Creo que últimamente pasamos demasiado tiempo bajo tierra.
—Sí, es la única manera de poder estar a solas contigo. ¿Cuánto durará esa bengala?
—Funciona con células de energía y la recargué hace unos diez días, pero no la he utilizado mucho desde entonces. Calculo que todavía aguantará setenta y cinco o cien horas.
—Saldremos de aquí mucho antes —aseguró Erk. Recogió el casco e intentó ponérselo. No pudo, los escombros lo habían aplastado. Se giró hacia Odie—. Prueba con el tuyo.
—Lo haría si pudiera encontrarlo —miró a su alrededor—. Seguramente está en alguna parte, bajo las piedras. Bien. No tenemos comunicación con el puesto de mando... si es que aún existe.
—Existe, cuenta con ello. Muy bien, ya me has tenido en suspense bastante tiempo. ¿Qué plan tienes para sacarnos de aquí?
—Bueno, podemos silbar todo lo fuerte que podamos. Cuando alcancemos el punto correcto de vibración sonora, toda esta roca se pulverizará y saldremos a la luz del sol como insectos que surgen de sus crisálidas.
Erk se quedó contemplándola un instante y después estalló en carcajadas. Ella lo imitó. Rieron y rieron hasta que les hizo toser el polvo que flotaba en el aire.
—Tengo miedo —confesó Odie—. Estamos atrapados, ¿verdad?
Erk no respondió de inmediato. La chica había expresado sus propios miedos.
—Bueno, este lugar parece estar completamente sellado —dijo tras una pausa, apretando la placa de piedra con la mano.
—La República nunca enviará a nadie a buscarnos, ¿verdad? —preguntó Odie sin esperar realmente una respuesta.
—No estuvieron aquí cuando los necesitamos.
—Moriremos aquí dentro, ¿verdad?
—Eso parece —aceptó Erk con un suspiro de resignación.
—Antes de morir de hambre, moriremos de sed, ¿no? Pensar que hemos superado tantas cosas para acabar así...
Odie no pudo evitar que su voz expresara la amargura que sentía. Apagó la bengala para no malgastar energía.
Pasaron las horas en la oscuridad y mataron el tiempo rememorando tiempos mejores, recordando amigos y parientes, la música que les gustaba, sus hogares, los manjares que habían comido... Debido a sus viajes, Erk contaba con más experiencia y era buen narrador. Logró que Odie se riera con sus relatos. Comieron los restos de las escasas raciones que les había dado el sargento cuando los llevó hasta el bunker. Al menos contaban con una cantimplora llena de agua.
Tras comer y saciar la sed, no se movieron durante un buen rato. Entonces, Erk acercó a Odie hasta él y la besó. Se abrazaron con fuerza hasta que el miedo y el cansancio pudieron con ellos, y se durmieron el uno en brazos del otro.
Cuando Erk despertó, su reloj le dijo que ya era tarde, de noche. Dio un trago a su cantimplora y despertó a Odie.
—Nos hemos saltado la cena —le dijo cariñosamente. La chica se sentó y se pasó las manos por el pelo—. ¡Odie, no pienso morir aquí! ¿Me has oído? ¡No moriremos aquí!
—¿Y cómo podemos evitarlo? —preguntó ella, presionando la roca con la mano. El tacto seguía siendo sólido.
—¡No lo sé, pero lo conseguiremos!
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La luz diurna desaparecía rápidamente. Toda la artillería pesada de Slayke había quedado destruida, a excepción de una batería. Su nave espacial también estaba destrozada; ni siquiera contaba con una lanzadera para viajar hasta la órbita y reunirse con los restos de su flota, aunque nadie pensaba ir a ninguna parte. Las tropas enemigas hicieron una pausa tras tomar los primeros enclaves de la línea defensiva de Slayke, consolidando posiciones y reagrupando batallones de refuerzo para el asalto final, definitivo. Quizá sólo faltaban unos minutos, y esos minutos eran el único respiro que obtuvo Slayke desde que empezara el ataque. Le darían el tiempo necesario para preparar la defensa de su último bastión.
Slayke se sentó con los ojos clavados en los gemelos que le proporcionaban un panorama de 360 grados del terreno que rodeaba Judlie.