La prueba del Jedi (29 page)

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Authors: David Sherman & Dan Cragg

BOOK: La prueba del Jedi
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—Bien, si eres tan bueno, ¿por qué estás aquí sin hacer nada? —preguntó Erk, señalando con la cabeza el bullicioso interior del CCT.

El androide no contestó inmediatamente.

—Mi comandante, el incomparable coronel Gris Manks —confesó por fin—, me ha declarado... "negativamente poco cooperativo", creo que fueron sus palabras exactas.

Esperaron pacientemente que el androide se explicase, pero se quedó sentado, mirándolos con fijeza.

—¿Y qué quiso decir con eso? —preguntó Odie.

El androide volvió a tardar en responder. Después se acercó a la pareja y bajó el tono de voz. Giró la cabeza para ver si alguien estaba lo bastante cerca como para poder oírlo.

—No funcionará —susurró.

—¿Qué es lo que no funcionará? —preguntó Erk en un tono de voz normal.

El androide gesticuló para que no hablasen tan alto.

—Shhh. No quiero volver a entrar en la lista de turnos —siguió susurrando—. No tenemos la combinación adecuada de piezas de artillería para llevar a cabo esta campaña con eficacia. No tenemos suficiente cantidad de armas de fuego indirecto. Estamos atacando una colina, como sabréis. Eso implica la habilidad de programar disparos parabólicos, no en una línea de fuego directa. Los cañones láser y los cañones de iones son armas maravillosas, pero necesitan una línea de fuego directa. No podemos utilizar las baterías de las naves en órbita porque el riesgo de destruir el Centro de Comunicaciones Intergalácticas y a todos los no combatientes de su interior es demasiado elevado. Tampoco podemos enviar cazas de combate para atacar desde el aire porque la defensa antiaérea del enemigo es demasiado poderosa. ¿Oísteis el bombardeo que organizamos anoche? Las piezas realmente potentes tuvieron que dirigir sus disparos contra el límite más lejano de la colina ocupada por el enemigo. Los que provocaron daño de verdad fueron los morteros.

—¿Quieres decir los obuses de los morteros? —preguntó Odie.

—¡Sí! —respondió el androide con entusiasmo.

—Pero los morteros son armas de infantería ligera, armas de apoyo de corto alcance, ¿no?

—Las versiones normales sí, pero el capitán Slayke tenía dos baterías completas de morteros pesados autopropulsados, con un alcance máximo de cincuenta kilómetros. Pueden lanzar obuses de mil kilos cada uno sobre blancos situados en las laderas opuestas de las colinas. Ya ven —dijo el androide, inclinándose hacia delante y dando unos golpecitos en la rodilla de Odie—. La utilización apropiada de la artillería requiere coordinar la adecuada integración de toda la potencia de fuego disponible. Y eso es misión del CCT. Para obtener la máxima efectividad de la artillería, los bombardeos deben coordinarse para conseguir la mayor destrucción posible en cualquier objetivo de la Zona Táctica de Responsabilidad, y eso significa que debe utilizarse el tipo apropiado de artillería. Por supuesto, los morteros móviles que acompañan a la primera línea de infantería no se incluyen necesariamente en los menús del CCT porque están diseñados para operar independientemente, y así dar apoyo a los objetivos imprevistos que pueden descubrir las tropas terrestres. Pero si un ejército confía en un resultado positivo al bombardear concentraciones de tropas e instalaciones fijas, ese bombardeo debe coordinarse. Y eso es lo que yo hago —se apoyó contra el respaldo del asiento y señaló su pecho con orgullo.

—Entonces ¿por qué tienes... ah, problemas? —preguntó Erk.

—Porque dije al coronel Manks que debería haber informado al capitán Slayke para que invirtiera en morteros más grandes.

—No me parece algo tan malo —apuntó Odie.

—No —respondió el androide—, pero creí que mi deber era decírselo más de una vez. Se lo dije cincuenta y dos veces, para ser exacto.

—Ah, comprendo que pudiera resultarle excesivo. ¿Por qué no siguió tu consejo?

—Porque, según él, se suelen mezclar distintos tipos de armamento para cubrir todas las contingencias posibles, y centrarse demasiado en uno solo, a expensas de otro, podría "descompensar" nuestro inventario.

Los tres permanecieron en silencio algún tiempo, mientras el CCT zumbaba de actividad a su alrededor.

—Las cosas no van bien para nosotros —dijo por fin el androide—. Han suspendido el ataque.

—¿Suspendido? —exclamó Erk escéptico.

—Sí, el ataque al flanco del enemigo ha fallado y está resistiendo.

—¿Y ahora qué?

—Deberíamos utilizar más artillería y seguir bombardeando hasta que se rinda —dijo el androide—. Lo sé. Soy un androide modificado de protocolo militar. Puedo operar eficazmente en centros de control de fuego artillero de batallones, regimientos y divisiones...

Erk se giró hacia Odie mientras el androide repetía su letanía.

—Tiene que haber otra solución mejor. Todas esas bajas... —agitó su cabeza tristemente.

Odie recostó su cabeza en una mano y se acercó a Erk.

—Esto es un desastre tras otro. —La voz le temblaba al hablar—. ¿Es que nunca terminarán? ¿Es que nadie sabe lo que tiene que hacerse? Somos los únicos supervivientes del ejército del general Khamar, ¿te das cuenta, Erk? ¡Se han perdido miles de vidas! ¿Por qué sobrevivimos precisamente nosotros? ¿Por qué tuve que matar al rodiano, al amigo de ese comandante Jedi, el tal Skywalker? ¿Por qué tuvo que pasar?

—El comandante Skywalker —la corrigió él—. No lo sé... Las cosas han ocurrido así. Pero por ahora hemos sobrevivido y seguiremos haciéndolo. —Le pasó el brazo por encima de los hombros—. El comandante Skywalker lideraba el ataque contra esas colinas, Odie. ¿Qué le habrá pasado?

—No estoy segura de querer saberlo.

Capítulo 25

El humo, el fuego y el polvo eran tan espesos que los infrarrojos de los transportes no podían penetrar en ellos; los radares de a bordo ya no eran eficaces localizando blancos exteriores porque los escombros y los fragmentos de los vehículos destrozados llenaban el aire como en un bullicioso caldero de destrucción. Se había vuelto casi imposible saber si se disparaba a un amigo o a un enemigo.

—Sácanos de aquí —pidió Anakin a su conductor—. Tengo que saber qué diablos está pasando ahí fuera y conseguir que esos transportes sigan avanzando. Mis hombres están luchando ahí arriba sin el apoyo de la infantería. ¡Vamos! ¡Vamos!

De repente, el vehículo de Anakin fue embestido por detrás por otro vehículo. Todo el mundo se vio impulsado hacia delante, pero sus arneses los retuvieron y el transporte se detuvo de inmediato. En ese momento, el rayo de un cañón láser golpeó la máquina por el costado y atravesó el blindaje hasta el compartimiento de la tripulación, antes de estallar en llamas.

Sin pensarlo siquiera, Anakin alargó un brazo y sujetó al conductor por el extremo de su placa pectoral. Con el otro lanzó un empujón de Fuerza a la escotilla de la cúpula, que se abrió rechinando. El conductor se soltó de su arnés y se impulsó hacia atrás con los pies para ayudar a Anakin, que intentaba arrastrarlo de su asiento. Treparon a la cúpula y se dejaron caer por el costado del vehículo. Aterrizaron en un montón de tierra junto al transporte, que empezó a soltar un grasiento humo negro seguido de una intensa y ardiente llamarada blanca que se elevó por lo menos diez metros en el aire. Nadie más consiguió salir.

Arrastrando al conductor, Anakin trastabilló mientras buscaba refugio. Apenas había recorrido unos metros cuando otro vehículo pasó rugiendo junto a ellos, esquivándolos por milímetros y casi ahogándolos en la espesa nube de polvo que levantaba. Anakin se lanzó a una depresión poco profunda. A su alrededor, los vehículos rugían y daban vueltas disparando sus armas. El ruido era ensordecedor. Algo avanzó hacia ellos entre el polvo, un transporte. Se hundieron en la depresión tan profundamente como les fue posible, y la máquina pasó rugiendo sobre ellos, medio enterrándolos en la depresión, que ahora apenas era una rodera en el terreno.

—Tenemos que salir de aquí —dijo Anakin, sacudiéndose la suciedad.

—¿Hacia dónde? —replicó el conductor.

Tenía razón. Anakin comprendió que no sabía en qué dirección se encontraba el frente. Miró a su alrededor y localizó instantáneamente a los transportes.

—Por aquí —ordenó.

El otro lo siguió. Llegaron junto a un transporte inmóvil que disparaba repetidamente contra blancos que ni siquiera podía ver. Anakin reconoció las débiles marcas pintadas en la placa delantera del blindaje... ¡Era uno de los suyos! Cambió su comunicador a la red de mando:

—Aurek Trill Seis Nueve, aquí Unidad Seis. Estoy fuera, a su lado. Ábrame, acaba de convertirse en mi vehículo de mando.

No obtuvo respuesta.

Estaba llegando a la pequeña compuerta por la que surgía un transmisor-receptor conectado al sistema de comunicaciones del vehículo cuando, de repente, éste se puso en movimiento, enredando el dobladillo de su capa en el mecanismo de tracción y arrastrándolo con él. Apenas le faltaban milímetros para ser aplastado por las cadenas, cuando su compañero clon saltó hacia él y cortó la capa con una vibrodaga.

—Gracias. Ha sido por poco —Anakin jadeó mientras el clon lo ayudaba a ponerse en pie. Se desabrochó los restos de la capa y dejó que cayeran al suelo—. Un Jedi sin su capa se siente desnudo.

Pero el humor no parecía ser el punto fuerte del clon, suponiendo que le hubiera oído sobre el ruido de la batalla en que estaban inmersos. Anakin conectó el sistema de comunicaciones de su casco e intentó contactar con el comandante del transporte. Sólo oyó estática.

—Vamos, habrá que volver a los transportes a pie. No están lejos, sígueme.

Corrieron. Anakin tuvo que contenerse. Por bien entrenado y en forma que estuviera el clon, y lo estaba, no podía igualar a un Jedi. La sangre de Anakin parecía protestar en sus venas cada vez que se obligaba a frenarse siquiera un poco, cuando todo en él rugía un solo mensaje:
¡correr!
Pero en unos cuantos segundos, que a él le parecieron una eternidad, encontró las rodadas de los transportes. Estaban allí. Corrió hacia el primero de la fila. La compuerta estaba abierta, y el comandante del vehículo tenía la cabeza y medio torso fuera del vehículo.

Apoyándose en la Fuerza, Anakin saltó fácilmente sobre el vehículo, sorprendiendo al comandante clon, que sacó su arma al tomarlo por un soldado enemigo.

Anakin detuvo el brazo del clon.

—¡Soy el comandante Skywalker! —dijo con urgencia—. Métase dentro. Éste será mi vehículo de mando.

El comandante clon obedeció, mientras Anakin ayudaba a su conductor a subir tras él.


Pors Tonith contempló cómo se desarrollaba la batalla y dio un sorbo a su taza de té.

¡Excelente! El ataque enemigo se había llevado a cabo tal y como él había previsto. Habían conseguido frenar los ataques sobre el centro de sus defensas y el flanco derecho, y la ofensiva contra la colina perdía fuerza ante la respuesta de sus reptadores. Cuando llegasen al pie de la colina, iban a llevarse una gran sorpresa.

—¿Preparado? —preguntó a un técnico.

—Sí, señor. Hemos interceptado su red de comunicaciones. Tenemos el código de llamada de su comandante, su registro de voz y su código de autentificación. Somos capaces de transmitir órdenes a todas sus tropas.

—Bien. Quede a la espera.

Ahora, Tonith podía dar órdenes falsas a todas las unidades de Alción. Podía decirles que atacasen, se retirasen o permanecieran allí donde se encontraban, pero quería algo más espectacular y estaba dispuesto a conseguirlo.

Sonrió.


—Páseme su enlace de comunicaciones —exigió Anakin al comandante del batallón, mientras se arrancaba el suyo y lo tiraba a través de la escotilla—. Aquí Unidad Seis, estoy en un transporte. A mi orden, síganme todos —trepó hasta la escotilla del vehículo—. Mueva este trasto tan rápido como pueda. Escuchadme bien todos. Yo os guiaré —cambió a la red de mando—. Seguid mi luz.

Sacó su sable láser del cinturón, lo activó y alzó el brazo apuntando con él al cielo. Acto seguido señaló hacia delante; el vehículo ascendió tambaleante por la rampa y desembocó en la llanura, seguido por una larga línea de transportes.

—¡Todo a la izquierda! —ordenó, y el transporte se desvió a la izquierda justo a tiempo para esquivar otro vehículo que se cruzaba por delante—. Más rápido. Todo recto. Derecha. Izquierda. Abra esa cosa.

Los láseres y los rayos surcaban el aire siseantes. Anakin los desvió sin esfuerzo con el sable. Tras él, algunos transportes recibieron impactos y frenaron, pero aquellos que los seguían los rodearon, procurando mantener el sable láser de Anakin a la vista. Entre el denso polvo y el humo que se extendía por el campo de batalla, era lo único que podía verse a cierta distancia. Afortunadamente, Alción había hecho un buen trabajo y las máquinas del enemigo estaban destrozadas o en franca retirada.

En cuestión de segundos llegaron hasta las rocas, al pie de su objetivo.

—¡Abajo todos! ¡Formad en batallones y seguidme!

Anakin salió del transporte y saltó a tierra. Aquélla era una maniobra que los clones habían practicado en innumerables ejercicios de entrenamiento hasta alcanzar la perfección. Escuadras, pelotones, compañías y batallones tomaron sus posiciones acordadas, cerrando líneas para cubrir los huecos en la formación debida los transportes inutilizados por el camino. Los vehículos supervivientes se desplegaron y empezaron a machacar la cima de la colina con su fuego graneado.

—Necesitamos fuego de cobertura —exigió Anakin al Centro de Control de Tiro.

—Recibido —respondió una voz en los auriculares del Jedi—. Tiempo estimado: cinco segundos.

Anakin contó:
mil uno, mil dos, mil tres, mil cuatro, mil cinco
. Y los morteros empezaron a disparar contra la cumbre. Era un despliegue de potencia muy satisfactorio. Dejó que las andanadas continuasen mientras se situaba a la cabeza del primer batallón.

—Eso les hará agachar la cabeza... Nadie puede sobrevivir a ese bombardeo.

—Yo no estaría tan seguro, señor —dijo el comandante.

Anakin miró al oficial con incredulidad, pero se limitó a encogerse de hombros.

—Adelantándome a sus órdenes, señor —le previno el comandante del batallón—, le aconsejo que se quede aquí con las reservas hasta que hayamos asegurado la colina.

Anakin dudó un instante antes de tomar su decisión. Estaba preparado para el combate; cada fibra de su ser se estremecía ante la idea de liderar la carga empuñando su sable láser y dejando que éste hiciera su trabajo. Pero ahora era comandante; su trabajo era ordenar, no luchar.

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