Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
La sed aparece en los seres humanos cuando se pierden fluidos corporales equivalentes al uno por ciento del peso total. La muerte por deshidratación sobreviene cuando la proporción alcanza el 20 por ciento; menos todavía en un medio ambiente árido. Durante el ataque contra las líneas de Tonith, el 2 por ciento de las bajas sufridas por la infantería clon se debieron a la deshidratación. Y eso contando con que las tropas de infantería estaban en la mejor forma física posible. Cada soldado había desembarcado en Praesitlyn con un equipo completo de combate, consistente en más de cuarenta kilos de armas y suministros, incluyendo ocho litros de agua. Cuando el ataque a las líneas de Tonith fue anulado, la mayoría ya había consumido el agua que traía consigo.
Mess Boulanger había calculado estas necesidades con precisión y se había preparado para cubrirlas. Sólo tenía un problema: ese suministro principal de agua, el que más necesitaba en aquel momento y que requería un inmediato y continuo reabastecimiento, dependía de la flota en órbita.
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Muy por encima de la caldera de muerte y destrucción en que se había convertido la meseta del Centro de Comunicaciones Intergalácticas de Praesitlyn, las tripulaciones de las naves de Alción trabajaban afanosamente para mantener a su ejército pertrechado con todo lo imprescindible para la guerra. Bosuns quejosos dirigían enormes montacargas, apilando suministros y cargándolos en los transportes. Una interminable corriente de suministros descendía desde las naves hasta la superficie del planeta.
El viejo Mess Boulanger había calculado con exactitud las cantidades de obuses de artillería, piezas de repuestos y raciones que el ejército necesitaría para actuar a pleno rendimiento durante una semana, el plazo de tiempo estimado para liberar al Centro de Comunicaciones Intergalácticas del dominio de Tonith. Su personal y él habían calculado el tonelaje preciso con el que reabastecer diariamente al ejército para que pudiera afrontar una campaña feroz. Una vez desembarcadas las tropas de infantería, Boulanger había modificado los compartimentos de todos los transportes de infantería para convertirlos en vehículos de carga, y los utilizaba por docenas para trasladar todo el material. Para que los cargamentos llegaran intactos necesitaba, básicamente, velocidad y maniobrabilidad, ya que tenía un gran problema: no podía aterrizar cerca de las tropas de Alción.
Tras los primeros desembarcos, que no encontraron oposición alguna, los artilleros de Tonith se dedicaron a bombardear la zona de aterrizaje y consiguieron destruir varios transportes de suministros. Esto obligó a Alción y a sus comandantes a establecer un nuevo depósito de almacenaje a unos treinta kilómetros de distancia, tras una cadena de colinas que servían de escudo a transportes y cargamento ante el fuego directo de Tonith. Utilizar aquel depósito no era fácil porque las naves tenían que dejarse caer literalmente desde unos trescientos kilómetros de altura, y acercarse hasta él volando casi a ras de suelo para evitar los ataques. Además, los transportes tenían que soportar un diluvio de fuego en el momento de recoger a los soldados que habían combatido contra los androides separatistas. Muchos de ellos se perdieron.
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Odie se apretujó en el rincón del puesto de mando, junto a Raders. Erk se unió a ella.
—Hola,
Asesina
—saludó Raders.
Odie hizo una mueca.
—No me gusta ese apodo.
—Acostúmbrate. Te lo has ganado —dijo Vick.
—Aquí empieza a haber demasiada gente —apuntó Raders.
—Tienes razón, ¿por qué no os marcháis? —preguntó Odie.
—Nosotros estábamos primero —bromeó Raders.
Erk decidió que había llegado el momento de intervenir.
—Estábamos hartos de dar vueltas por el CCT sin que nos encargasen ninguna misión. Pensamos venir aquí y quedarnos un rato.
—Sí, señor —respondió Vick con una cara de "¿A mí qué me cuentas?".
—Callaos ahí detrás —cortó un oficial.
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Anakin, con un vaso de inestimable agua fría en la mano, estaba sentado en el puesto de mando de Alción, presentando su informe.
—Nos esperaban, Maestro Alción. Según el informe preliminar, mis bajas iniciales se elevan a más de seiscientos muertos, heridos o desaparecidos. Entre los desaparecidos está todo el equipo de comandos que envié para preparar el terreno. No regresó ninguno.
Dio un sorbo a su vaso de agua.
—Nuestras bajas en el ataque frontal pasan de las mil, y no sabemos el número de muertos o desaparecidos —respondió Alción—. Hemos vuelto a la casilla de salida.
—Era un buen plan de ataque —intervino Slayke—. Bien coordinado, bien planeado y bien ejecutado. Nadie tiene que culparse de lo ocurrido ahí fuera. Nuestro contrincante estaba preparado, eso es todo. La próxima vez tendremos mejor suerte.
Acababa de volver de inspeccionar la línea defensiva que había establecido en el cauce seco del río. Puso una mano en el hombro de Anakin.
—Los clones y tú luchasteis con valentía, Anakin, me alegra que consiguieras volver con vida. En fin, miremos el lado bueno. Hace horas que nuestras tropas han regresado y no se ha producido ningún contraataque. Eso significa que no tiene recursos suficientes para organizar uno.
—Pero seguimos teniendo que llegar hasta sus posiciones y desalojarlos de allí —dijo Alción—. Y sin atacar frontalmente.
—Quienquiera que esté al mando sabe lo que hace —observó Slayke—. Pero no importa lo bueno que sea, no es mejor que nosotros tres juntos. Sugiero que avisemos a nuestra flota y arrasemos la meseta.
Todos los que se encontraban cerca del trío dejaron lo que estaban haciendo y se dedicaron a escuchar lo que decían. Todos pensaban lo mismo.
—Pero... —protestó Alción.
—Sé lo que vas a decir —cortó Slayke agitando la cabeza—. Que debemos intentar proteger el Centro de Comunicaciones Intergalácticas y las vidas de los técnicos supervivientes. Los retienen como rehenes, eso está claro, pero también lo está que la República no hace tratos con criminales, que es lo que son esos separatistas. Si queremos erradicarlos de este planeta, habrá que aniquilarlos. El Centro, sus técnicos, Reija Momen, todos... serán pérdidas colaterales, eso es todo.
—Antes he tenido que escuchar lo de "fuego amigo", y ahora esto de "pérdidas colaterales" —dijo Anakin, terminando de beber el agua. Se pasó una cansada mano por la cara—. No me gustan todos esos eufemismos de muerte y destrucción, pero después de lo que hemos pasado los soldados clon y yo, creo que el capitán Slayke tiene razón. Lo que pasa es que... —vaciló mientras la imagen de Reija Momen le pasaba por la mente—. Bueno, tiene razón, y ya está.
Hizo un gesto de asentimiento hacia Slayke, pero se negó a mirar al Maestro Jedi a la cara.
Alción contempló fijamente a Anakin, como si el joven Jedi hubiera lanzado un insulto horrible. Quiso decirle: "¿Qué te pasa?", pero se contuvo. Anakin había pasado por un calvario. Aun así, era un Jedi.
—La pérdida de vidas en esta campaña ha sido terrible, lo entiendo —dijo lentamente—. Su ejército es el que ha sufrido más bajas, capitán Slayke, y comprendo su deseo de acabar con este derramamiento de sangre lo antes posible. Anakin, tú también has vivido una experiencia terrible. Ambos sois comandantes capaces y valientes, y me siento afortunado al teneros conmigo. Pero, escuchadme bien: bajo ningún concepto sacrificaremos las vidas de los civiles para lograr una victoria rápida o pírrica —sus ojos despedían llamas—. Recordad que nuestra misión es salvar las instalaciones y las personas. Ahora, volvamos al trabajo y preparemos otro plan de ataque.
—Uh... perdone, señor —intervino el cabo Raders desde el fondo de la sala—. Nos estábamos preguntando cuándo vamos a poder entrar en acción.
—¿Por qué no les pedimos que se unan a nosotros? —sugirió Slayke, sonriendo burlonamente—. Tal como está la situación, siempre puede empeorarse pidiendo consejo a nuestros hombres. Conozco a esos dos, a la mujer y al oficial con su uniforme enrollado en el brazo, y ellos conocen el terreno mejor que cualquiera de nosotros.
—¿Por qué no? —respondió Alción—. Ustedes, acérquense y abran bien los ojos.
—Tú eres la que disparó a Grudo —comentó Anakin mientras Odie se acercaba.
—Sí, señor. Fue un error. Yo... yo...
—Sí, "fuego amigo". No fue culpa tuya, ocurre muchas veces —la consoló Anakin, sin creer realmente sus palabras. Se giró hacia Alción—. Cuando volvamos, quiero que vengan conmigo —y señaló a los dos guardias.
—¿Por qué? —preguntó Alción.
Anakin se encogió de hombros.
—Sólo sé que puedo contar con ellos. Te guardaron la espalda cuando rechazaste a los invasores de la
Ranger
. Y ahora que han barrido a mis comandos, necesito que alguien guarde la mía.
Alción se tomó su tiempo antes de contestar. Había algo en el joven Jedi, una dureza que no estaba allí antes.
—Sí, Anakin, volveremos. Tenlo por seguro. No nos quedaremos aquí, lamiéndonos nuestras heridas —se volvió hacia uno de los oficiales—. Traiga al personal de operaciones y empecemos a trabajar.
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Mess Boulanger se irguió en toda su corta estatura, acarició su mostacho y replicó:
—Comandante, estimo que necesita dos mil toneladas métricas de material y suministros para mantener su ejército en funcionamiento a los niveles que han llegado hoy. Tengo acumulado más que suficiente en nuestro nuevo punto de aterrizaje, pero mientras el enemigo ocupe las alturas sólo podré traer hasta aquí unas mil toneladas diarias, y, aun así, debo decir que con unas pérdidas inaceptables en vehículos de transporte. Tenemos material suficiente para preparar un asalto más, después... habrá que retirarse y reagruparse.
Los oficiales reunidos alrededor de la mesa meditaron en silencio.
—No podemos esperar al reabastecimiento —dijo Anakin—. Y sigue existiendo la posibilidad de que los refuerzos enemigos estén en camino. Si consiguen llegar hasta aquí, el equilibrio de fuerzas se descompensará a su favor.
—Estoy de acuerdo —confirmó Slayke—. Debemos atacar en seguida y terminar con este sitio. ¿Qué dice el comandante de nuestra flota? —preguntó, dirigiéndose al almirante Hupsquoch, comandante de las naves en órbita.
—Estamos vigilando el cerco establecido alrededor de Sluis Van —respondió Hupsquoch—. No han hecho ningún intento de romper nuestro bloqueo en Praesitlyn. Y, de hacerlo, seríamos más que capaces de encargarnos de ellos. Mi preocupación es la misma que la suya, comandante Skywalker, la posibilidad de que los separatistas reciban refuerzos de alguna otra parte.
Alción asintió con la cabeza.
—Sería muy extraño que los separatistas montasen una operación como ésta sin un plan de contingencia para reforzar su ejército. ¿Qué precauciones ha tomado contra una sorpresa, almirante?
—He dispuesto una pantalla de corbetas rápidas y de cruceros sobre una distancia de cien mil kilómetros en todas las direcciones. Las tripulaciones de todas mis naves están en alerta máxima, con una mitad de los hombres relevando constantemente a la otra en las estaciones de combate.
—¿Y usted? —Alción señaló al oficial de Inteligencia.
—Desde que anulamos las interferencias enemigas, estoy en contacto permanente con Coruscant. Todos los servicios de Inteligencia a disposición del Senado están trabajando a lo largo de la galaxia. Ninguno ha encontrado la más mínima indicación de que se esté reuniendo una fuerza importante para ser enviada contra nosotros. Eso no significa que los separatistas no vayan a hacerlo, sólo que no lo hemos descubierto todavía. Y la integridad de nuestras comunicaciones ha sido completamente restablecida, señor. No se producirán más incidentes como el de esta mañana.
—Fíjense en esta visualización —dijo Alción, mostrando un gráfico tridimensional del terreno situado a cien kilómetros de su posición—. Reconocimiento nos dice que el perímetro del enemigo está muy consolidado allá arriba. Han acortado las líneas para juntar sus recursos y defender mejor los trescientos sesenta grados de todo el perímetro. Y han acercado todavía más sus posiciones al Centro porque saben lo mucho que valoramos las vidas de los técnicos que retienen. Por eso no permitiré que la flota utilice sus armas contra el Centro. Significaría la destrucción completa de todo y de todos.
—Pero nuestros ataques, y especialmente la campaña del capitán Slayke antes de llegar nosotros, han tenido que debilitar al enemigo —señaló Anakin—. Y recordad lo que descubrió el sargento L'Loxx durante su salida: los androides de combate tienen falta de mantenimiento. En un momento crítico, eso podría contar a nuestro favor.
—Él tampoco puede reabastecerse —agregó Mess Boulanger.
—Exacto —continuó Anakin—. Y en este medio ambiente, el mantenimiento es clave para mantener la potencia de combate. Esta mañana, más de dieciséis de mis transportes se vieron apartados de la batalla debido a problemas de mantenimiento, pero sus tripulaciones ya han conseguido recuperarlos y vuelven a funcionar. No creo que él pueda hacer lo mismo. Durante nuestra retirada...
—No nos "retiramos", Anakin, sólo realizamos un movimiento de repliegue —apuntó Slayke, sonriendo abiertamente. Algunos de los oficiales no pudieron contener las carcajadas.
—En realidad no nos "retiramos", simplemente avanzamos en dirección opuesta —contraatacó Anakin—. De todas formas, por el camino encontramos abandonadas dos docenas de tanques androides enemigos. Habían dejado de funcionar. Así que, a pesar de nuestras pérdidas, todavía tenemos mucho con qué plantarles cara. Más que él, creo.
—No podemos atacar por aire; sus líneas y su perímetro de seguridad están demasiado cerrados para permitir que nos infiltremos. No vamos a malgastar nuestra ventaja lanzando otro ataque frontal, y no podemos utilizar la artillería de la flota para desalojar a los androides —dijo Alción, resumiendo las opciones obvias.
—Y, mientras tanto, ese tipo está tranquilamente sentado, esperando sus refuerzos —agregó Slayke.
—Bien, ¿qué podemos hacer? —preguntó Alción mirando a todos los reunidos en torno a la mesa.
—Yo sé lo que hay que hacer —contestó Anakin casi en un susurro.
Nadie dijo nada. Alción pidió a Anakin que continuase con un movimiento de cabeza.
El joven Jedi se irguió y contempló todo el puesto de mando. Su cara y sus manos todavía estaban manchadas por la batalla matinal, y llevaba la ropa sucia y desgarrada. Su rostro mostraba arrugas y ojeras que no estaban allí un día antes. Pero su voz era firme y su lenguaje corporal confirmaba el hecho de que, aunque cansado, estaba dispuesto para el siguiente asalto. Seguía estando al mando.