Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
En aquella batalla, Nejaa Alción prefirió dar el mando de la flota al almirante Hupsquoch. Él se encargaría de dirigir la flota contra el enemigo.
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—¡Una buena nave, señor! —exclamó el piloto clon que había transportado el
Ángel Celeste II
hasta la superficie de Praesityn, mientras ayudaba a Anakin a instalarse en la cabina.
Anakin sonrió sin dejar de abrocharse las correas. Se encontraba en su elemento.
—Gracias por traerla aquí abajo. ¿Cómo se ha portado?
El
Ángel Celeste II
había sufrido muchas modificaciones. Aunque los soldados clon tenían una habilidad innata para manejar cualquier clase de nave, pilotar un caza estelar modificado sin saber exactamente qué se le había hecho podía ser muy complicado. Anakin se sentía muy orgulloso de los cambios que había introducido personalmente.
—Muy bien, señor. Una vez me di cuenta que había hecho algunos ajustes a su panel de control, seguí la regla de la "luz brillante".
—Muy inteligente. Y sólo le he hecho algunos ajustes personales —se sentía incómodo cuando otra persona pilotaba su caza estelar, pero había sido necesario para trasladarlo hasta la superficie del planeta. Cambió de tema—. He visto un enorme arañazo grande a lo largo de babor, no estaba allí antes —sonrió mientras se colocaba el casco. El piloto se quedó mirándolo fijamente, sin comprender nada—. Era una broma.
—¡Oh, sí señor! Comprendo —replicó el piloto mortalmente serio. Saltó al suelo y saludó con solemnidad mientras sellaba la cabina y levantaba los dos pulgares a la manera tradicional.
Anakin ajustó la boquilla al auricular, y buscó la frecuencia interna de comunicaciones entre naves.
—¿General Alción?
—Anakin, ¿nunca aprenderás a utilizar el procedimiento apropiado? —murmuró el Jedi, mirando sobre su hombro hacia el caza de Anakin. Podía ver al joven Jedi dentro de la cabina—. Ya conoces el punto de reunión. Date prisa.
La nave de Anakin desplegó sus estabilizadores, muy útiles hasta los veinte mil metros. Sus repulsores empezaban a levantar una nube de polvo alrededor del
Ángel Celeste II
y la máquina se elevó verticalmente del terreno ante la mirada de Alción.
Anakin armó sus cañones y los torpedos de protones, y conectó su sistema IFR. Aumentó gradualmente su velocidad. A veinte mil metros retrajo sus estabilizadores y conectó los motores sub-lumínicos para conseguir velocidad de escape. Todo el horror de la reciente batalla terrestre fue desapareciendo a medida que se ajustaba mentalmente al estimulante mundo de la alta velocidad, de la destrucción tecnológica, donde pilotos y máquinas se desintegraban instantáneamente en limpias explosiones de llamas, y el dolor y el terror apenas duraban milisegundos.
Pasó sin incidentes junto a la flota. Mil kilómetros más allá captó la imagen de los escuadrones de caza. Más allá todavía, fuera del alcance de la visión humana, pero al alcance de sus instrumentos de a bordo, le esperaba el enemigo.
—Para ti, estoy situado justo a las seis —anunció Alción.
—General, ¿nunca aprenderá a utilizar el procedimiento apropiado? —rió Anakin.
—Cambia al canal de guardia —pidió Alción.
Su tono era serio, y tenía razones para ello. El radar de Anakin mostraba cientos de puntitos luminosos que se acercaban rápidamente: los cazas enemigos. Empezaban a mezclarse con sus propias naves. El plan acordado era que un escuadrón de cazas liderado por Alción se dirigiría hacia el corazón de la flota enemiga, mientras el resto de la escuadrilla entablaba combate. Si el enemigo empleaba la misma táctica, la balanza se inclinaría hacia el bando que contase con los mejores pilotos. Y Alción no tenía ninguna duda de cuál era.
—Aquí Alción Seis. ¡Síganme! —y cien cazas salieron de la formación para seguir sus huellas.
El comandante enemigo prefirió usar sus cazas para entablar combates individuales contra los de la República.
Anakin se lanzó contra los cazas enemigos con los cañones centelleando. Se guardaría los misiles para las naves importantes, que ya tenía casi frente a él. Los cazas que convergían hacia él aparecían como diminutos puntitos de luz debido a los disparos de sus propios cañones. Por bueno que fuera Alción, apenas podía mantener el ritmo del joven Jedi, y, en lugar de liderar el ataque, se convirtió prácticamente en el escolta de Anakin.
Apenas segundos después ya se habían cruzado con la vanguardia de las naves enemigas y se encontraban entre las más grandes. Ya cada piloto dependía de sí mismo: sólo tenía que seleccionar un blanco y atacar. Anakin se concentró en un destructor que parecía limitarse a flotar a estribor. Su contorno era borroso y confuso. No estaba seguro de si realmente era un destructor o una fragata porque el dispositivo de camuflaje distorsionaba su imagen. Pasó bajo la nave mientras sus cañones de iones escupían dedos letales contra su objetivo, pero volaba a demasiada velocidad —casi tres mil kilómetros por hora— para que funcionara el sistema automático de adquisición de blancos. Dio media vuelta y volvió a acercarse a la nave, esta vez por popa, y, haciendo constantes tirabuzones, disparó un torpedo de protones contra sus motores.
La aniquilación del destructor le hubiera parecido una visión hermosa de quedarse a contemplarla. Cuando el misil detonó, produjo un brillante fogonazo; después, enormes llamaradas surgieron de la popa provocando que toda la sección quedara envuelta en una luminosa luz azulada. En las profundidades silenciosas y sin aire del espacio nadie pudo oír el moribundo lamento de la poderosa nave cuando su sistema de propulsión detonó en medio de una cegadora luz blanca. Sólo duró una fracción de segundo, y después, allí dónde había estado la nave sólo quedo una miríada de pequeños puntitos de luz anaranjada, como un enjambre de luminiscentes insectos nocturnos; los fragmentos fundidos de la estructura que producían su propio oxígeno durante breves segundos, mientras flotaban por el espacio. Después, no fueron más que escombros sin vida.
Alción presenció el ataque de Anakin, pero un segundo después lo perdió de vista en medio de la confusión de naves. Otros pilotos no habían tenido tanto éxito, unos pocos sí. Ya podían distinguirse numerosos huecos en la formación enemiga. Habían cumplido con su misión.
—Aquí Alción Seis, abandonen la batalla. Repito: abandonen la batalla.
Anakin escuchó la orden, pero la Fuerza volvía a estar en él y supo lo que tenía que hacer. Por delante de su caza flotaba una nave enorme. El dispositivo de camuflaje no podía ocultarla por completo, y supo que era el buque insignia de los separatistas. Se lanzó directamente hacia lo que suponía que era el puente de mando, pero, en el último segundo antes de la colisión, se desvió ligeramente, rozándolo a cinco mil kilómetros por hora.
Esta vez, el blanco era tan gigantesco que el segundo de más que tardo en cruzar por encima del casco dio a los cañones defensivos la oportunidad de detectarlo como un objetivo. Tuvo suerte de que el disparo que lo alcanzó perteneciera a un simple cañón láser. El blindaje del
Ángel Celeste II
deflectó la mayor parte de la fuerza destructora del impacto, pero los daños sufridos por el aparato eran graves.
—Me han dado —anunció con serenidad.
—¿Es grave? —preguntó Alción.
—Sal de aquí —fue todo lo que respondió el joven Jedi.
—¡Anakin!
—¡Sal de aquí! —repitió.
Alción comprendió que Anakin estaba a punto de intentar un último ataque.
—No lo hagas... Volarás con ella.
—Salúdala de mi parte.
El tono de voz de Anakin era tranquilo, controlado, incluso, pensó Nejaa después, teñido de cierto toque de humor.
¡No, Anakin, no!
La enorme explosión que significó la destrucción del buque insignia separatista decantó decisivamente el equilibrio de fuerzas hacia las de la República, ya que se tragó a muchas naves enemigas que tuvieron la desgracia de encontrarse cerca de ella.
También se tragó a Anakin Skywalker.
El polvo apenas se había posado tras el aterrizaje de Alción, cuando Zozridor Slayke y todo su Estado Mayor corrieron hacia él, antes incluso de que los androides de mantenimiento rodeasen la nave. El Jedi abrió la capota y respiró el aire caliente y seco de Praesitlyn. Se pasó una mano por la cara para limpiarse los cristales secos de sal dejados por su sudor... y sus lágrimas. Se sentía exhausto, tanto física como emocionalmente.
Slayke y uno de los oficiales subieron por el ala y extendieron las manos, ofreciendo ayuda. Alción la necesitó para conseguir salir de la cabina.
—¡Increíble! ¡Maravilloso! La flota enemiga es un caos y se está retirando. Y nuestras tropas están desmantelando a sus androides de combate aquí, en la superficie de Praesitlyn. Ha sido una victoria completa, señor. Nunca creí que viviría para ver un éxito como éste.
Slayke palmeó alegremente la espalda de Alción mientras lo sostenía en pie, ayudado por el oficial. Docenas de oficiales y soldados se arracimaban en torno a ellos, intentando estrechar la mano del Jedi con palabras de felicitación. Hacía apenas unos minutos que el destino de toda la campaña se mantenía en precario equilibrio; ahora se había decantado a su favor, y ante ellos tenían al responsable de ese cambio.
—No he sido yo, ha sido Anakin —croó Alción. Hasta él se sorprendió del sonido de su voz, de que pudiera hablar siquiera. Alzó una mano para pedir silencio a la multitud—. El comandante Skywalker destruyó el buque insignia enemigo y decantó el fiel de la balanza..., aunque le haya costado la vida. Y también fue Anakin el que capturó al cerebro que controlaba el ejército androide —hizo una pausa y agitó la cabeza—. Comparados con él, capitán, usted y yo sólo somos un par de viejos y agotados peones en este negocio de la guerra.
La multitud permaneció inmóvil, muda.
—Sabía que ese chico tenía algo especial —dijo Slayke, rompiendo el silencio.
Los androides de mantenimiento llegaron zumbando y traqueteando, dudando si debían acercarse al caza con tantos seres vivientes a su alrededor.
—Que alguien desconecte esas cosas, no hacen más que interponerse en el camino de un hombre —gruñó Slayke. Pasó el brazo por encima de los hombros de Alción y lo guió con amabilidad a través de la multitud que cerraba filas tras ellos, mientras se dirigían lentamente hacia el puesto de mando—. ¿Le gustaría recuperar la
Plooriod Bodkin
, general?
Alción se detuvo y fingió pensar un instante.
—No, capitán, usted se la ganó... Quizá no de una forma decente, pero sí justa. Está en buenas manos.
—Explíqueme lo que pasó —pidió Slayke.
Alción se detuvo.
—Acercaos —exclamó, dirigiéndose a la multitud. Había recobrado la calma—. Lo que ha hecho ese joven Jedi, quedará escrito para siempre en los anales de los Jedi.
Ahora tendré que buscar a Padmé y decirle que su esposo ha muerto
, pensó. Ya tendría tiempo de prepararse para una misión tan amarga. Entonces reparó en Odie, que se encontraba cerca de él, junto a Erk y los dos guardias. Sus mejillas también estaban llenas de lágrimas.
—Acercaos —le indicó, gesticulando.
—¿Yo también? —preguntó Raders, señalándose a sí mismo.
—Sí, los cuatro —confirmó Alción sonriendo—. Ellos lucharon a su lado allá arriba, en la meseta —dijo en voz alta para que todos pudieran oírlo, mientras señalaba con la cabeza hacia la colina donde las fuerzas de Tonith habían combatido hasta el final—. Explicadnos lo que ocurrió allí y yo os contaré lo que ha pasado en el espacio.
—Bueno, señor —empezó Odie—, se portó como todo un ejército...
La noticia sobre la muerte de Anakin la había conmocionado. Le resultó difícil no llorar mientras narraba su parte de la historia.
—Nunca había visto nada igual, señor —añadió el soldado Vick—. Destrozó a todo un ejército de androides, nada podía detenerlo. Peleó igual que usted en la
Ranger
, señor, sólo que..., que él acabó con muchos más androides —dirigió una sonrisa de disculpa a Alción.
—¿Cómo te llamas, hijo? —preguntó Alción.
—Soldado Slane Vick, señor, y éste es mi cabo, Ram Raders.
—Bien, ahora id a descansar. Nos espera una intensa tarea de limpieza por delante.
Poco a poco recuperaba el aplomo. La herida en lo más profundo de su corazón seguía latiendo dolorosamente, pero el deber lo reclamaba y las cicatrices emocionales de la guerra sanarían a su debido tiempo.
Se encaminaron nuevamente al bunker de mando.
—Alguien pide permiso para aterrizar —anunció alguien. Miró hacia el horizonte, escudándose los ojos con una mano—. Está llegando una nave, señor. Parece un Delta Siete.
Todos escrutaron el cielo.
—Sí, es un Delta Siete confirmó Alción. —A medida que se acercaba y el tamaño de la nave aumentaba, el Jedi se ponía más y más rígido. ¡No podía ser!—. ¿Reconoce ese caza?
Slayke se encogió de hombros.
—Da la impresión de que ha recibido mucho castigo. Supongo que será uno de su flota.
La fatiga de Alción había desaparecido. Corrió hacia el lugar elegido por el caza para aterrizar. Los otros lo contemplaron atónitos y, primero lentamente, uno a uno o en parejas, y después como una incontenible riada, terminaron por seguir al Jedi. En cuanto la multitud se apartó de la nave de Alción, los androides de mantenimiento empezaron a repararlo.
El Delta Siete flotó un segundo sobre el campo de aterrizaje y terminó por descender verticalmente, levantando una espesa nube de polvo que se tragó a todos los presentes. La cubierta de la carlinga estaba picada y chamuscada, así que no podían distinguir al piloto. El fuselaje se veía ennegrecido, y la mayor parte de la pintura se había quemado, por lo que era difícil determinar los colores originales. Los dos cañones de estribor de la nave habían desaparecido completamente.
—Es él —susurró Alción, aferrando el brazo de Slayke—. ¡Es él! —Señaló el símbolo parcialmente destrozado de un vehículo de carreras de vainas junto a la popa—. ¡Es Anakin! ¿Cómo es posible? —estalló en carcajadas y empezó a golpear la espalda de Slayke.
Éste lo miraba como si se hubiera vuelto loco.
—Pero, nos dijiste que...
—¡No, no! ¡Estaba equivocado! Éste es el
Ángel Celeste II
de Anakin. Lo reconocería en cualquier parte —soltó el brazo de Slayke y se abalanzó hacia el ala de la nave. Golpeó con todas sus fuerzas la cubierta de la carlinga—. ¡Anakin! ¡Anakin!