Read La prueba del Jedi Online
Authors: David Sherman & Dan Cragg
L'Loxx había estado allí en numerosas ocasiones, así que conocía bien el terreno. El extremo de las defensas enemigas estaba anclado en dos pequeñas elevaciones que ocupaban una posición dominante en la colina. Allí habían situado un nido de ametralladoras, pero sólo podían acercarse frontalmente a través de un bosque de peñascos, algunos más grandes que un bantha. El sargento esperaba que el enemigo considerase aquel puesto avanzado como protección suficiente para avisar de un ataque. Indicó un alto. Cuando los otros tres llegaron a su altura, les susurró:
—Tendremos que ascender por aquí. Cuando lleguemos a la cima, seguramente estaremos tras el extremo derecho del frente. Yo iré primero. No os separéis de mí.
La artillería fue enmudeciendo gradualmente. Una tranquilidad antinatural cayó sobre el campo de batalla, sumergiéndolo nuevamente en una impenetrable oscuridad.
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El teniente Erk H'Arman hizo una pausa en su trabajo. Un soplo de aire fresco le llegó a través del pequeño agujero que había sido capaz de excavar en la roca. A través de él podía ver las estrellas.
—Vamos a conseguirlo, Odie —se sentó y se quitó la túnica con la que se protegía la mano y el brazo—. Alumbra un momento mi brazo, ¿quieres?
La soldado de reconocimiento Odie Subu ahogó un gemido.
—¡Está cubierto de ampollas! Espera, tengo un paquete de primeros auxilios en mi cinturón —rebuscó en unos cuantos bolsillos y terminó aplicando un vendaje en las heridas de Erk.
—Eres un ángel, Odie. ¿Crees que hay una razón para que nos destinaran a los dos para esta misión?
—Creo que hay una razón para todo, Erk.
—Resiste bastante bien —dijo Erk, examinando su túnica—. Lo que pasa es que esas gotas de roca fundida son demasiado calientes. ¿Te importaría darme un poco de agua? Tengo las manos muy doloridas.
Ella abrió su cantimplora y la sostuvo cerca de su boca. El piloto tragó ansiosamente. Cuando se sintió saciado, ella dijo:
—Deja que siga yo mientras tú descansas.
—Está bien. Pero espera un minuto, deja que el calor se disipe un poco. En cuanto sientas mucho calor, detente. Yo he cometido el error de querer seguir demasiado tiempo y mírame, estoy hecho un desastre. No dejes que te pase.
—Típico de chicos. Vosotros siempre lo queréis todo aquí y ahora. Deja que se encargue una mujer.
Descansaron durante varios minutos. Después, Odie se colocó la túnica y empezó a cortar roca. Trabajó sin descanso durante diez minutos.
—¿Has oído eso? —preguntó Erk.
El rugido de la artillería llegaba amortiguado hasta la pareja enterrada en las ruinas del bunker, pero lo bastante fuerte como para que pudieran deducir que había empezado un ataque masivo.
—¿Vienen a rescatarnos? —susurró Odie, empezando a llorar y dejándose caer junto a Erk. El piloto pasó el brazo bueno sobre los hombros de la chica.
El agujero ya era lo suficientemente amplio como para que pudieran pasar una mano por él. Escucharon en la oscuridad.
—O es un contraataque..., o el asalto final del enemigo —dijo por fin Erk—. Sea como sea, tenemos que salir de aquí.
—Siento ponerme a llorar así.
Erk la atrajo hacia sí y enterró la nariz en el pelo de la chica. Olía a sudor y roca pulverizada, pero para él fue la fragancia más deliciosa que jamás pudiera imaginar.
—Olvídalo, Odie. Es típico de chicas, ¿no? —Ambos rieron—. Ahora, deja de lloriquear y vuelve al trabajo. Necesitamos salir de aquí y tomar un baño.
≈
Entraron en la aglomeración de peñascos. Las rocas se elevaban a su alrededor como altos edificios. Estaba todo tan silencioso que podían oír la respiración de los demás. El sargento L'Loxx indicó un alto. Desde muy adelante, un poco a la izquierda y por encima de ellos, les llegó un sonido metálico. Nadie necesitaba que le dijeran que eran androides de combate. ¿Cuántos? ¿Cómo eran sus fortificaciones? ¿Tenían armamento pesado? ¿Cuál era la mejor forma de atacarlos? El sargento echó un vistazo con sus visores nocturnos por un pequeño espacio entre las rocas. Penetró en el paso, seguido de Grudo.
Un androide apareció de repente a la izquierda de L'Loxx y, antes de que éste pudiera reaccionar, Grudo desenfundó un vibropuñal del cinturón de su equipo y le cortó la cabeza de un solo tajo. El rodiano sostuvo el cuerpo del androide mientras caía y lo depositó suavemente sobre el suelo, con la misma rapidez con que había empuñado su arma y atacado. Pero nadie cogió la cabeza, que cayó rebotando sobre un montón de escombros y emitiendo chispas por los circuitos.
Todos se quedaron helados en sus posiciones, con el corazón en un puño. Después, L'Loxx volvió a avanzar por el claro hasta el extremo opuesto. Una vez allí, se agachó e indicó a los demás que se acercasen y formasen un pequeño círculo a su alrededor.
—Buen trabajo, Grudo —reconoció, palmeando amistosamente al rodiano en el hombro—. Ahora, escuchad. A partir de aquí, seguiré solo —uno de los guardias empezó a protestar—. No, soy mejor en este trabajo que cualquiera de vosotros. Estableced una posición defensiva y esperadme. Ahora son las cero tres cero cero horas. Amanecerá a las cero seis cero cero. Dadme una hora. Si para entonces no he vuelto, marchaos.
—Ni hablar —cortó el soldado Vick—. Hemos venido juntos, y volveremos juntos... o no volveremos.
L'Loxx se inclinó hacia el guardia y susurró:
—Es una orden. Si me cogen a mí y os quedáis aquí, terminarán por cogeros a todos. Haced lo que os ordeno u os aseguro que jamás volveréis a ser parte de una patrulla.
El cabo Vick no pudo asegurarlo en la oscuridad, pero creyó que el sargento estaba sonriendo.
—Todos sabéis obedecer órdenes —añadió L'Loxx—, así que hacedlo.
Desató la cuerda que los unía y desapareció en la oscuridad.
Los tres se sentaron y esperaron. El cabo Raders hizo pantalla con la mano junto a la oreja de Grudo.
—Hiciste un buen trabajo, rodiano. Ese androide nunca supo qué lo atacó.
Grudo le dio las gracias.
Pasaron varios minutos.
Grudo se sentía como en casa. Estaba con otros soldados, llevando a cabo una misión peligrosa: muerte o gloria al alcance de la mano. Vivía por y para eso. Escuchó mientras los dos guardias susurraban entre ellos.
—Que me traigan unos cuantos —dijo uno.
—¡Sí, que vengan si se atreven! —replicó el otro.
Grudo sonrió en la oscuridad. Charla de soldados, bravatas con las que ocultar el miedo. Alguien las había descrito como "bromas de medianoche", el tipo de desafíos que proporcionaba a los guerreros la fortaleza y la confianza necesarias para combatir. Le encantaba. Nadie se siente más vivo que quien se ve en el límite entre la vida y la muerte, la misma situación en la que se encontraban ahora. Pensó en Anakin y en lo mucho que lo apreciaba, a pesar del poco tiempo que habían colaborado juntos. El joven Jedi tenía algo que Grudo pudo vislumbrar la primera vez que se encontraron en el mugriento bar de Coruscant. En aquel momento no pudo definirlo, pero después descubrió que era la habilidad de conseguir que los demás lo siguieran.
≈
L'Loxx escaló la pendiente pétrea de la colina más baja, protegido por la oscuridad que lo rodeaba. Avanzaba con sorprendente facilidad. Miró con precaución por encima de las rocas, hacia la retaguardia de las defensas enemigas. A su izquierda, a tan sólo diez metros, un grupo de androides de combate se parapetaban tras un muro de rocas toscamente construido. En su visor nocturno aparecían como pequeñas manchas relucientes, la firma infrarroja de sus células energéticas y de sus circuitos. Mientras los contemplaba se produjo en uno de ellos un pequeño pero intenso estallido de luz, y entonces desapareció de su campo de visión para ser reemplazado por un fulgor que se desvanecía lentamente. L'Loxx sonrió. Aquella cosa acababa de tener un cortocircuito. ¡Estupendo! El mantenimiento no era el adecuado. Era bueno saberlo. Lentamente, escaneó todo el frente. Deseó tener una conexión con el cuartel general para enviar lo que estaba viendo, pero habían votado contra esa opción: existían demasiadas posibilidades de que interceptaran la transmisión. Mientras examinaba las posiciones enemigas, su corazón empezó a acelerarse. ¡Aquél era el punto débil, exactamente aquél! Podían romper el frente por ese punto. Sus superiores tenían que recibir aquella información.
Retrocedió por la pendiente de piedra, esperando ser blanco de los láseres en cualquier momento, pero nada sucedió. Minutos después había vuelto a los peñascos y se agachaba junto a sus tres camaradas.
—Ya podemos volver. Tenemos mucho de qué informar —susurró. Sacó su comunicador y transmitió la señal de que estaban preparados para el viaje de regreso—. Mientras esperamos que todo se aclare, os informaré de lo que he descubierto. No os lo creeréis, pero...
Dos androides de combate llegaron hasta el pequeño claro entre las rocas, precedidos de un repiqueteo metálico. Vick desenfundó la pistola láser, se arrodilló y los destruyó de dos rápidos disparos.
—¡Corred! ¡Corred! —gritó L'Loxx.
—Me quedaré para entretenerlos —dijo Vick.
Los otros tres corrieron entre los peñascos. Una ráfaga de rayos láser iluminó la noche a sus espaldas, mientras Vick llegaba hasta ellos.
—¡Son demasiados! —gritó a Grudo.
Grudo desenfundó tranquilamente su arma y empuñó la vibrodaga con la otra mano. Los androides cargaron contra él. Partió por la mitad a uno de ellos con un disparo y lanzó un tajo hacia los cables del cuello de otro. Diez segundos después había derribado a seis de ellos, formando un pequeño obstáculo que el resto tenía que escalar para llegar hasta él. Esperó pacientemente a los androides sin dejar de disparar. Las descargas láser rebotaron en las rocas, haciendo saltar esquirlas; dos de esos disparos lo alcanzaron, y el rodiano se tambaleó, pero no cayó y siguió haciendo frente al enemigo. Treinta segundos más y ya no hubo androides contra los que disparar. Grudo jadeó un instante y guardó su pistola. El silencio era letal. ¡No! Más androides bajaban por la colina, era el momento de marcharse. Dio media vuelta y corrió en dirección a sus camaradas.
En ese momento, la artillería volvió a abrir fuego y la noche se convirtió en un caos.
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Odie sacó la cabeza por el agujero que había abierto en la roca.
—¡Unos cuantos minutos más y podremos salir! —se sentó junto a Erk—. ¿Cómo va tu brazo?
—Bien. Una persona normal estaría gritando y quejándose, pero yo... Rayos, soy piloto de caza y nos entrenamos en el dolor —hizo una mueca sonriente antes de ponerse serio—. Lo siento, Odie, pero cuando llegue el momento necesitaré tu ayuda para pasar por el agujero. Mi pierna está un poco entumecida, ¿sabes?
—Dame diez minutos y saldremos de aquí.
Cuando los bordes del agujero se enfriaron lo suficiente, Odie se metió por él, y Erk la empujó por debajo hasta que la chica salió al exterior.
La artillería volvió a disparar en ese instante, y ella se dejó caer nuevamente dentro del bunker.
—¿Crees que debemos salir en medio de todo eso?
—¿A quién le importa? Cualquier cosa es mejor que seguir un segundo más en esta tumba.
—Utiliza tu brazo bueno para apoyarte y yo te empujaré desde abajo. Pero ten cuidado, no será nada fácil.
Las descargas de artillería eran tan intensas que hasta iluminaban el interior del bunker. El pálido rostro de Erk aparecía y desaparecía en la parpadeante luz.
—Espero que los tanques no nos aplasten —dijo débilmente.
Consiguió llegar a medio camino del agujero, pero se quedó atascado. Gruñó de dolor. Odie le sujetó los pies desde abajo y empujó con todas sus fuerzas, hasta que consiguió desatascarlo. La chica cogió el rifle láser y lo siguió. Se dejaron caer entre los escombros, boqueando en busca de oxígeno.
—Lo conseguimos —dijo Erk mientras la artillería rugía ensordeciéndolos, pero ningún obús cayó donde ellos se encontraban—. Es todo un duelo. La exhibición más bonita que he visto nunca.
Varias figuras emergieron de la oscuridad. Odie empuñó su pistola y realizó un disparo.
—¡No disparéis! —gritó una de las figuras—. ¡Somos amigos!
Alguien corrió hasta Odie y le arrancó la pistola de las manos.
—¡Maldito seas! —gritó—. ¡Has disparado a uno de mis soldados, estúpido! ¿Es que no te han avisado que volvíamos a nuestras líneas?
La miró fijamente bajo la luz estroboscópica de las explosiones, y después contempló a Erk, que yacía de espaldas a su lado. Ambos tenían peor aspecto de lo que realmente se sentían.
—¡Eh!, ¿quiénes sois vosotros?
—Grudo está bastante mal —dijo el cabo Raders—. Le ha dado en un lado de la cabeza. ¡Malditos seáis! ¿Qué...? —se detuvo abruptamente al mirar a la pareja.
—Y... yo... no... nosotros estábamos atrapados en este bunker, señor. Pen... pensé que eran enemigos. Mi compañero está bastante malherido también. L... lo siento por ese soldado, yo...
L'Loxx dio media vuelta y se arrodilló junto a Grudo, tanteando su cabeza con los dedos. El único ojo bueno del rodiano parpadeó bajo la luz de los cañones. Intentó decir algo, pero sólo logró exhalar un gemido.
—Esperemos a los comandos clon —sugirió Raders—. Ellos nos ayudarán a transportarlo hasta el hospital de campaña. Aquí no podemos hacer nada por él.
—Si no volvemos ahora mismo, no sobrevivirá. Y después de lo que ha hecho esta noche, no pienso esperar. Vosotros dos —dijo L'Loxx, señalando a Odie y a Erk—, echadnos una mano.
—Mi compañero tiene quemaduras graves, señor, no puede ayudar a transportar a nadie.
—Está bien, entonces ayúdalo tú. Ya nos encargaremos nosotros de Grudo. Y deja de llamarme señor, tengo un nombre... ¡Oye, yo os conozco! Sois del ejército del general Khamar, volvimos juntos a nuestras filas. No recuerdo cómo os llamáis, pero sois los que encontré en el desierto...
—Sargento L'Loxx —susurró Odie.
—¿Cómo está? —preguntó Erk desde el suelo.
—Ahora me acuerdo —dijo L'Loxx—. Después de volver al cuartel general os enviaron a Izable. ¡Vaya, que me aspen!
—¿Nos ponemos en marcha, sargento? Podemos hablar mientras regresamos a nuestras líneas —sugirió Raders.
En unos segundos improvisaron una camilla con una red que Odie encontró en su cinturón y dos varillas de duracero que extrajeron de las ruinas del bunker. Llevar a Grudo fue más fácil de lo que ellos mismos esperaban.