La ratonera

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Authors: Agatha Christie

Tags: #Intriga, Policíaco, Teatro

BOOK: La ratonera
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Escrita por Agatha Christie y basada en su propio relato
Tres ratones ciegos
,
La ratonera
fue estrenada en Londres en el año 1952 y allí se representa desde entonces de forma ininterrumpida, logrando de esta forma todo un récord en el mundo teatral. Es la clásica pieza policíaca en la que no se sabe quién es el asesino hasta el final de la obra, de modo que el espectador puede sospechar de cada uno de los personajes, pues todos tienen motivos y ocasión para cometer el crimen. Una joven pareja ha heredado una mansión y deciden convertirla en una casa de huéspedes. En una fría noche de invierno, van llegando los inquietantes inquilinos que van a pasar el fin de semana: un joven excéntrico, una dama anciana de mal temperamento, un militar retirado, una mujer con aire masculino y un misterioso extranjero… Poco después, un joven sargento de la policía consigue llegar a través de la nieve para advertirles que un peligro les acecha, pues alguno de ellos puede tener relación con un crimen cometido en Londres. A partir de ese momento la casa se convierte en una ratonera. Las sospechas y recelos entre unos y otros se van sucediendo hasta llegar al inesperado final…

Agatha Christie

La ratonera

ePUB v1.2

Elle518
16.03.12

Título original:
The Mousetrap

Traducción: Alberto Fuentes Pérez

Portada diseñada por: laNane

Agatha Christie, 1952.

Comedia en dos actos el primero dividido en dos cuadros,
estrenada en el
Ambassadors Theatre
de
Londres, el 25 de noviembre de 1952.

PERSONAJES

MOLLIE RALSTON

GILES RALSTON

CHRISTOPHER WREN

MRS. BOYLE

MAYOR METCALF

MISS CASEWELL

MR. PARAVICINI

SARGENTO DETECTIVE TROTTER

SINOPSIS DE LOS CUADROS

ACTO PRIMERO

CUADRO PRIMERO: La sala principal de Monkswell Manor. Avanzada ya la tarde.

CUADRO SEGUNDO: El mismo sitio. Al día siguiente después del almuerzo.

ACTO SEGUNDO: El mismo sitio. Diez minutos más tarde.

Época actual.

LA CANCIÓN DE LOS «TRES RATONES CIEGOS»

Tres ratones ciegos,
tres ratones ciegos.
Mirad cómo corren,
corren todos tras la mujer del granjero.
Les cortó el rabo con un trinchante.
¿Visteis nunca algo semejante… a
tres ratones ciegos,
tres ratones ciegos?

ACTO PRIMERO
CUADRO PRIMERO

La sala principal de Monkswell Manor. La tarde está ya muy avanzada. Más que de una mansión antigua, el salón parece de una casa en la que desde hace varias generaciones vive la misma familia venida a menos. Hay un gran ventanal en el centro, una salida a la derecha que conduce al vestíbulo, la puerta de la calle y la cocina. A la izquierda hay otra salida que lleva al piso de arriba, donde están los dormitorios. A poca distancia de donde terminan los peldaños de la izquierda se halla la puerta de la biblioteca. En el extremo izquierdo del escenario está la puerta de la salita de estar y en el de la derecha la puerta (que se abre hacia el escenario) del comedor. A la derecha hay una chimenea abierta y debajo del ventanal del centro hay un asiento y un radiador.

El mobiliario de la estancia es el propio de un salón. Hay varios muebles de roble, todos ellos de calidad, entre los que se halla una mesa grande cerca del ventanal, un arca de roble en el vestíbulo y una banqueta en las escaleras de la izquierda. Las cortinas y los muebles tapizados (un sofá a la izquierda del centro, una butaca en el centro, un gran sillón de cuero a la derecha y una butaca pequeña de estilo victoriano más cerca del público) son anticuados y están gastados. A la izquierda hay un mueble que es escritorio y librería a la vez; sobre él hay un aparato de radio y un teléfono y a su lado una silla. Se colocará otra silla a derecha, cerca del ventanal, un revistero con periódicos y revistas cerca de la chimenea y una mesita de juego, pequeña y semicircular, detrás del sofá. Dos apliques de pared, sobre la chimenea, se encienden y apagan juntos. Hay otro en la pared de la izquierda, otro a la izquierda de la de la biblioteca y, finalmente, uno en el vestíbulo. También éstos se encienden y apagan a la vez. Al lado de la salida de la derecha y de la puerta de la izquierda hay sendos interruptores dobles, así como uno sencillo cerca de la puerta de la derecha. Sobre la mesa que hay detrás del sofá descansa una lámpara.

Antes de alzarse el telón las luces bajan hasta apagarse del todo y se escucha la música de «Tres ratones ciegos».

(Al levantarse el telón, el escenario se halla sumido en total oscuridad. La música va desvaneciéndose y en su lugar se escucha la misma melodía silbada estridentemente. Se oye un grito de mujer y luego voces masculinas y femeninas que exclaman a un tiempo «¡Dios mío! ¿Qué ha sido eso? ¡Fue por allí! ¡Oh, Dios mío!». Seguidamente se oye un silbato de policía, luego varios silbatos, hasta que por fin se hace el silencio.)

VOZ DE LA RADIO.—…y según Scotland Yard, el crimen se cometió en el número veinticuatro de Culver Street, Paddington.

(La luz se enciende poco a poco y deja ver la sala de Monkswell Manor. La tarde está avanzada y casi no hay luz. A través del ventanal se ve nevar copiosamente. La chimenea está encendida. Apoyado en los peldaños de la izquierda hay un rótulo recién pintado cuyas grandes letras rezan: «CASA DE HUESPEDES DE MONKWELL MANOR».)

La víctima del asesinato era una tal mistress Maureen Lyon. En relación con el asesinato, la policía está muy interesada en interrogar a un hombre que fue visto por los alrededores y que llevaba abrigo oscuro, bufanda de color claro y un sombrero de fieltro.

(Mollie Ralston entra por la derecha del escenario. Es una joven alta y bonita, de expresión ingenua. Deja el bolso y los guantes sobre la butaca del centro, se acerca al aparato de radio y lo desconecta mientras la voz da la siguiente noticia. Deja un paquetito en el armario del escritorio.)

Advertimos a los automovilistas que el hielo cubre el firme de las carreteras. Se prevé que seguirá nevando copiosamente y habrá heladas por todo el país, especialmente en puntos de la costa norte y nordeste de Escocia.

MOLLIE.—
(Llamando.)
¡Mistress Barlow! ¡Mistress Barlow!
(Al no recibir contestación, se aproxima a la butaca, recoge el bolso y un guante y luego cruza el umbral de la derecha. Se quita el abrigo y vuelve a entrar.)
¡Brr! ¡Qué frío!
(Se acerca al interruptor de la derecha y enciende los apliques que hay sobre la chimenea. Se dirige al radiador, lo toca con la mano y corre la cortina. Luego se aproxima a la mesita del sofá y enciende la lámpara. Echa un vistazo a su alrededor y ve el rótulo apoyado en los peldaños. Lo coge y lo deja apoyado en la pared a la izquierda del ventanal. Retrocede unos pasos, asintiendo con la cabeza.)
Ha quedado muy bien… ¡Oh!
(Se ha fijado en que falta la «S» de Monkswell.)
¡Ese tonto de Giles!
(Consulta su reloj de pulsera y luego mira el reloj de pared.)
¡Caramba!

(Mollie sale apresuradamente por la izquierda. Entra Giles por la puerta de la derecha. Es un joven de unos treinta años, arrogante, pero atractivo. Pisa fuerte para quitarse la nieve de los pies, abre el arca de roble y deposita en su interior un voluminoso paquete que traía en la mano. Se quita el abrigo, el sombrero y la bufanda, da unos pasos y los arroja sobre un sillón. Luego se acerca a la chimenea y se calienta las manos.)

GILES.—
(Llamando.)
¡Mollie! ¡Mollie! ¡Mollie! ¿Dónde estás?

(Mollie entra en la sala.)

MOLLIE.—
(Alegremente.)
¡Haciéndolo todo yo, so bruto!
(Se aproxima a Giles.)

GILES.—¡Ah, estás aquí!… Déjame a mí. ¿Hay que echar carbón a la caldera?

MOLLIE.—Ya está.

GILES.—
(Besándola.)
Hola, querida. ¿Sabes que tienes la nariz fría?

MOLLIE.—Acabo de llegar.
(Se acerca a la chimenea.)

GILES.—¿Ah, sí? ¿Adónde has ido? No irás a decirme que has salido con ese tiempecito que hace.

MOLLIE.—Tuve que bajar al pueblo por algo que se me había olvidado. ¿Encontraste la red para el gallinero?

GILES.—No había del tipo que buscaba.
(Se sienta en el brazo izquierdo de la butaca.)
Fui a ver en otro lugar, pero tampoco hubo suerte. He perdido prácticamente todo el día. ¡Dios mío, estoy casi helado! El coche patinaba que daba gusto. ¡Hay que ver cómo nieva! ¿Qué te apuestas a que mañana estamos aislados por la nieve?

MOLLIE.—¡Ay! ¡Espero que no!

(Se acerca al radiador y lo toca con la mano.)

¡Si al menos no se hielan las cañerías…!

GILES.—
(Levantándose y acercándose a Mollie.)
Tendremos que vigilar que la calefacción central no se apague.
(Toca el radiador con la mano.)
¡Hum! No me gusta demasiado. Ojalá vengan pronto los del carbón. No andamos sobrados.

MOLLIE.—
(Yendo hasta el sofá y sentándose.)
¡Oh! ¡Me gustaría tanto que todo comenzase bien! Las primeras impresiones son tan importantes…

GILES.—
(Acercándose al sofá por la derecha.)
¿Está todo preparado? Supongo que aún no habrá llegado nadie, ¿verdad?

MOLLIE.—No, gracias a Dios. Me parece que todo está en orden. Mistress Barlow se largó temprano. Supongo que tendría miedo del frío.

GILES.—Estas asistentas son una lata. Ahora tú tendrás que apechugar con todo el trabajo.

MOLLIE.—Y tú también. Recuerda que somos socios.

GILES.—
(Acercándose a la chimenea.)
Mientras no me hagas guisar…

MOLLIE.—
(Levantándose.)
No, no, la cocina es cosa mía. De todos modos, tenemos muchas conservas por si nos quedamos aislados por la nieve.
(Acercándose a Giles.)
¡Oh, Giles! ¿Crees que todo va a salir bien?

GILES.—¿Tienes miedo? ¿Te sabe mal no haber vendido la casa cuando tu tía te la dejó, en vez de embarcarnos en esta locura de convertirla en casa de huéspedes?

MOLLIE.—No, no tengo miedo, y me encanta lo que hemos hecho. Y hablando de casas de huéspedes, ¡mira eso!
(Señala el rótulo con gesto acusador.)

GILES.—
(Complacido.)
Ha quedado bien, ¿eh?
(Se acerca al rótulo.)

MOLLIE.—¡Es un desastre! ¿No lo ves? Te has dejado la «S». Has escrito «Monkwell» en lugar de «Monkswell».

GILES.—¡Cielos, es verdad! No sé cómo pudo sucederme. Aunque la verdad es que no tiene importancia, ¿no es así? «Monkwell» me parece bien.

MOLLIE.—Mereces un castigo.
(Se acerca al escritorio.)
Vete a cargar la caldera.

GILES.—¿Quieres que salga el patio con semejante frío? ¡Ay! ¿La dejo cargada para toda la noche?

MOLLIE.—No, eso lo harás a las diez o las once de la noche.

GILES.—¡Qué horror!

MOLLIE.—Date prisa. Puede que llegue alguien de un momento a otro.

GILES.—¿Ya has distribuido las habitaciones?

MOLLIE.—Sí.
(Se sienta delante del escritorio y coge un periódico que hay encima.)
Mistress Boyle tiene la de la cama de columnas, en la parte de delante. El mayor Metcalf ocupará el cuarto azul. Miss Casewell, la habitación del este. Míster Wren, el cuarto de roble.

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