GILES.—
(Acercándose a la mesita que hay detrás del sofá.)
Me pregunto cómo será toda esta gente. ¿No te parece que deberíamos haberles cobrado el alquiler por adelantado?
MOLLIE— Oh, no, no lo creo.
GILES.—Este oficio es nuevo para nosotros.
MOLLIE.—Traerán equipaje. Si no nos pagan, nos quedaremos con el equipaje. Es muy sencillo.
GILES.—Pienso que deberíamos haber hecho un curso de hostelería por correspondencia. Estoy seguro de que algo nos va a salir mal. Puede que el equipaje contenga solamente ladrillos envueltos en papel de periódico. ¿Qué haríamos entonces?
MOLLIE.—Todas las cartas llegaron de buenos sitios.
GILES.—Eso es precisamente lo que hacen los criados que falsifican sus cartas de referencia. Puede que alguno de los huéspedes sea un delincuente que quiera ocultarse de la policía.
(Se acerca al rótulo y lo coge.)
MOLLIE.—Me importa un bledo lo que sean mientras nos paguen siete guineas a la semana.
GILES.—Eres una maravillosa mujer de negocios, Mollie.
(Giles sale por la derecha llevándose el rótulo. Mollie pone la radio.)
VOZ EN LA RADIO.—Y según Scotland Yard, el crimen se cometió en el número veinticuatro de Culver Street, Paddington. La victima del asesinato era una tal mistress Maureen Lyon. En relación con el asesinato, la policía…
(Mollie se levanta y se acerca al sillón del centro.)
…está muy interesada en interrogar a un hombre que fue visto por los alrededores y que llevaba abrigo oscuro…
(Mollie coge el abrigo de Giles.)
…bufanda de color claro…
(Mollie coge la bufanda de Giles.)
… y un sombrero de fieltro.
(Mollie coge el sombrero de Giles y sale de la estancia.)
Advertimos a los automovilistas que el hielo cubre el firme de las carreteras…
(Suena el timbre de la puerta.)
Se prevé que seguirá nevando copiosamente y habrá heladas por todo el país…
(Mollie entra en la sala, se acerca al escritorio, apaga la radio y sale apresuradamente por la derecha.)
MOLLIE.—
(En off.)
Encantada de conocerle.
CHRISTOPHER.—
(En off.)
Muchas gracias.
(Christopher Wren entra por la derecha. Lleva una maleta que deposita junto a la mesa grande. Se trata de un joven de aspecto un tanto neurótico y alocado. Lleva el pelo largo y descuidado y una corbata de punto que parece propia de un artista. Sus modales son confiados, casi infantiles.)
Espantoso, este tiempo es sencillamente espantoso. El taxi me dejó ante la puerta del jardín.
(Da unos pasos y deja el sombrero en la mesita detrás del sofá.)
No quiso aventurarse a recorrer la calzada hasta la puerta de la casa. ¡Qué falta de espíritu deportivo!
(Se acerca a Mollie.)
¿Usted es mistress Ralston? ¡Estupendo! Me llamo Wren.
MOLLIE.—Encantada de conocerle, míster Wren.
CHRISTOPHER.—¿Sabe que no se parece usted nada a como me la había figurado? Me la imaginaba como la viuda de un general retirado, del ejército de la India. Me decía que sería usted una señora muy seria, toda una
memsahib
, y que la casa estaría llena de objetos de latón de Benarés. Y en vez de ello, me encuentro con un paraíso
(Pasa por delante del sofá y se aproxima a la mesita de detrás.)
… todo un paraíso. Muy bien proporcionado.
(Señala el escritorio.)
¡Ésa es de imitación!
(Señala la mesita del sofá.)
¡Ah, pero esta otra mesa es auténtica! Me voy a sentir a gusto aquí, sencillamente a gusto.
(Se acerca a la butaca del centro.)
¿Tiene usted flores artificiales o aves del paraíso?
MOLLIE.—Me temo que no.
CHRISTOPHER.—¡Qué lástima! Bueno, ¿y qué me dice de un aparador? ¿Un hermoso aparador de caoba con grandes tallas en forma de frutas?
MOLLIE.—Sí, eso si lo tenemos… en el comedor.
(Vuelve los ojos hacia la puerta de la derecha.)
CHRISTOPHER.—
(Siguiendo la mirada.)
¿Ahí dentro?
(Se acerca a la puerta y la abre.)
Necesito verlo.
(Chrístopher entra en el comedor y Mollie lo sigue. Entra Giles por la derecha. Mira a su alrededor y examina la maleta. Se oyen voces en el comedor. Giles sale por la derecha.)
MOLLIE.—
(En off.)
Venga, venga y caliéntese.
(Mollie entra en la sala procedente del comedor. Christopher entra tras ella. Mollie se acerca al centro.)
CHRISTOPHER.—
(Al entrar.)
Perfecto, absolutamente perfecto. Respetabilidad verdadera, sólida como una roca. Pero, ¿por qué han quitado la mesa de caoba que debería haber en el centro?
(Mira hacia la derecha.)
Las mesitas estropean el efecto.
(Entra Giles por la derecha y se queda de pie al lado de la butaca grande.)
MOLLIE.—Nos dijimos que los huéspedes preferirían las mesitas… Le presento a mi marido.
CHRISTOPHER.—
(Acercándose a Giles y estrechándole la mano.)
Mucho gusto. Menudo tiempecito, ¿verdad? Te hace retroceder a los tiempos de Dickens, de Scrooge y del pesado de Tim el Menudo. ¡Resulta tan falso!
(Se vuelve hacia la chimenea.)
Claro, claro, mistress Ralston, tiene usted absolutamente toda la razón en lo de las mesitas. Me estaba dejando llevar por mi afición a los muebles clásicos. Si en el comedor hubiese una mesa de caoba, haría falta una familia que se sentase a su alrededor.
(Se vuelve hacia Giles.)
Un padre barbudo y de aspecto severo; una madre prolífica, algo envejecida; once criaturas de diversas edades, un ama de llaves avinagrada y alguien que se llamase «la pobre Harriet», la pariente pobre que carga con la culpa de todo y se siente muy, pero que muy agradecida por tener un hogar.
GILES.—
(Sintiendo antipatía.)
Subiré la maleta a su habitación.
(Coge la maleta y se vuelve hacia Mollie.)
Dijiste el cuarto de roble, ¿verdad?
MOLLIE.—Sí.
CHRISTOPHER.—Espero que la cama sea de columnas y tenga un cobertor con rosas estampadas.
GILES.—Pues no es así.
(Giles sale con la maleta en dirección a la escalera.)
CHRISTOPHER.—Me parece que no voy a caerle simpático a su marido.
(Da unos pasos hacia Mollie.)
¿Cuánto tiempo llevan casados? ¿Están muy enamorados?
MOLLIE.—
(Fríamente.)
Llevamos casados un año justo.
(Se dirige a la escalera.)
¿No quiere usted subir a ver su habitación?
CHRISTOPHER.—¡
Touché
!
(Pasa por delante de la mesita del sofá.)
Pero es que me gusta tanto saberlo todo acerca de la gente. Quiero decir que la gente me parece tan interesante, tan enloquecedoramente interesante. ¿A usted no?
MOLLIE.—Pues, supongo que algunas personas lo son y
(Se vuelve hacia Christopher.)
otras no lo son.
CHRISTOPHER.—No, no estoy de acuerdo. Todas son interesantes, absolutamente todas… Porque nunca se llega a saber realmente cómo son o qué es lo que piensan en realidad. Por ejemplo, usted no sabe qué estoy pensando en este momento, ¿verdad?
(Sonríe como por efecto de algún chiste secreto.)
MOLLIE.—No tengo la menor idea.
(Se acerca a la mesita del sofá y coge un cigarrillo de la tabaquera.)
¿Un cigarrillo?
CHRISTOPHER.—No, gracias.
(Se acerca a Mollie.)
¿Lo ve? Las únicas personas que saben realmente cómo son los demás son los artistas… ¡y no saben por qué lo saben! Pero si se trata de retratistas
(Da unos pasos.)
, la cosa sale…
(Se sienta en el brazo derecho del sofá.)
en el lienzo.
MOLLIE.—¿Es usted pintor?
(Enciende el cigarrillo.)
CHRISTOPHER.—No. Soy arquitecto. Verá: mis padres me pusieron Christopher con la esperanza de que llegase a arquitecto. ¡Christopher Wren!
(Se ríe.)
Es como estar a medio camino. En realidad, claro, todo el mundo se ríe de ello y hace chistes sobre la catedral de San Pablo. De todos modos… ¿quién sabe?… Aún puede que sea yo el último en reírse.
(Entra Giles procedente del piso de arriba.)
¡Puede que los Nidos Prefabricados Chris Wren aún pasen a la historia!
(Se vuelve hacia Giles.)
Me voy a encontrar a gusto aquí. Su esposa es de lo más simpática.
GILES.—
(Fríamente.)
Claro.
CHRISTOPHER.—
(Volviéndose para mirar a Mollie.)
Y muy hermosa, verdaderamente hermosa.
MOLLIE.—¡Oh, no diga tonterías!
CHRISTOPHER.—¡Ea! ¿Hay algo más propio de una inglesa? Los cumplidos siempre las azoran. Las europeas se toman los cumplidos como algo natural, pero las inglesas se quedan sin espíritu femenino por culpa de sus maridos.
(Se vuelve y mira a Giles.)
Los maridos ingleses tienen un no sé qué que resulta muy grosero.
MOLLIE.—
(Apresuradamente.)
Suba a ver su habitación.
(Se dirige a la salida de la izquierda.)
CHRISTOPHER.—¿Subo?
MOLLIE.—
(Dirigiéndose a Giles.)
¿Podrías cargar la caldera del agua caliente?
(Mollie y Christopher se dirigen a la escalera. Giles pone cara de malhumor y se acerca al centro de la estancia. Suena el timbre. Hay una pausa, luego el timbre vuelve a sonar varias veces con impaciencia. Giles se encamina hacia la puerta de la calle con pasos rápidos. Durante unos instantes se oye el ruido del viento y de la nieve.)
MRS. BOYLE.—
(En off.)
Esto será Monkswell Manor, digo yo. ¿No?
GILES.—
(En off.)
Sí…
(Mistress Boyle penetra en la sala. En una mano lleva una maleta y en la otra varias revistas y los guantes. Es una mujer corpulenta, imperiosa y con cara de estar de muy mal humor.)
MRS. BOYLE.—Soy mistress Boyle.
(Deja la maleta en el suelo.)
GILES.—Me llamo Giles Ralston. Acérquese al fuego, mistress Boyle, y entrará en calor.
(Mistress Boyle se aproxima a la chimenea.)
Hace un tiempo espantoso, ¿verdad? ¿Es éste todo su equipaje?
MRS. BOYLE.—Un tal mayor… Metcalf, se llama así, ¿no?… se ocupa del resto.
GILES.—Dejaré la puerta abierta para cuando llegue.
(Giles sale a abrir la puerta.)
MRS. BOYLE.—El taxista no quiso arriesgarse a venir hasta la puerta.
(Giles vuelve a entrar en la sala y se acerca a mistress Boyle.)
Se detuvo ante la puerta del jardín. Tuvimos que compartir uno de los taxis que esperaban en la estación e incluso así nos dio trabajo encontrar uno libre.
(Acusadoramente.)
Me parece que nuestra llegada fue inesperada.
GILES.—Lo siento muchísimo. Ignorábamos en qué tren llegaría, ¿sabe? De lo contrario, habríamos hecho que alguien… esto… la esperase.
MRS. BOYLE.—Deberían haber mandado a alguien a esperar todos los trenes.
GILES.—Permítame su abrigo.
(Mistress Boyle le da a Giles los guantes y las revistas. Luego se queda de pie ante la chimenea, calentándose las manos.)
Mi esposa estará con usted dentro de un instante. Mientras, iré a echarle una mano a Metcalf con el equipaje.
(Giles sale de la estancia.)
MRS. BOYLE.—
(Acercándose a la puerta por donde acaba de salir Giles.)
Al menos habrían podido quitar la nieve de la calzada.
(Cuando Giles ya ha salido al jardín.)
Todo me parece muy improvisado.
(Se acerca de nuevo a la chimenea y mira a su alrededor con expresión de desaprobación.)
(Mollie llega apresuradamente del piso de arriba, un poco jadeante.)
MOLLIE.—Siento mucho que…
MRS. BOYLE.—¿Mistress Ralston?
MOLLIE.—Sí. Yo…
(Se acerca a mistress Boyle, hace como si fuera a ofrecerle la mano, luego la retira, no muy segura de cómo se comportan los propietarios de las casas de huéspedes.)
(Con cara de desagrado, mistress Boyle inspecciona a Mollie.)
MRS. BOYLE.—Es usted muy joven.
MOLLIE.—¿Joven?
MRS. BOYLE.—Para llevar un establecimiento de esta clase. Sin duda no tiene mucha experiencia.
MOLLIE.—
(Retrocediendo.)
En todo hay siempre una primera vez, ¿no cree?
MRS. BOYLE.—Entiendo. Completamente inexperta.
(Mira a su alrededor.)
La casa es vieja. Espero que no haya carcoma.
(Husmea el aire con cara de suspicacia.)
MOLLIE.—
(Indignada.)
¡Por supuesto que no!
MRS. BOYLE.—Mucha gente no sabe que tiene carcoma en casa hasta que ya es demasiado tarde para hacer algo.
MOLLIE.—La casa está en perfecto estado.
MRS. BOYLE.—¡Hum! No le vendría mal una mano de pintura. Mire, este roble de aquí sí está carcomido.
GILES.—
(En off.)
Por aquí, mayor.
(Giles y el mayor Metcalf entran en la sala. El mayor Metcalf es un hombre de mediana edad, hombros cuadrados y porte militar. Giles se adelanta hacia el centro de la estancia. El mayor Metcalf deja en el suelo la maleta que lleva en la mano y se acerca a la butaca. Mollie sale a su encuentro.)
Le presento a mi esposa.
MAYOR METCALF.—
(Estrechando la mano de Mollie.)
Encantado. ¡Menuda ventisca tenemos! Creí que no llegaríamos.
(Se da cuenta de que mistress Boyle está presente.)
¡Oh, le ruego que me perdone!
(Se quita el sombrero.)
(Mistress Boyle sale de la estancia.)
Si sigue así, me parece que mañana habrá casi dos metros de nieve.
(Se aproxima al fuego.)
No he visto nada parecido desde aquella vez que estaba de permiso en mil novecientos cuarenta.
GILES.—Subiré esto arriba.
(Recoge las maletas. Se dirige a Mollie.)
¿Qué habitaciones dijiste? ¿El cuarto azul y el rosa?
MOLLIE.—No. En el cuarto rosa he puesto a míster Wren. Le gustó tanto la cama de columnas… Así que mistress Boyle ocupará el cuarto de roble y el mayor Metcalf la habitación azul.
GILES.—
(Con voz autoritaria.)
¡Mayor!
(Da unos pasos hacia la salida.)
MAYOR METCALF.—
(Reaccionando con su instinto militar.)
¡Señor!
(El mayor Metcalf sigue a Giles y los dos abandonan la sala para subir al piso de arriba. Mistress Boyle vuelve a entrar y se acerca a la chimenea.)
MRS. BOYLE.—¿Tienen muchas dificultades con el servicio por aquí?