La Red del Cielo es Amplia (29 page)

Read La Red del Cielo es Amplia Online

Authors: Lian Hearn

Tags: #Avéntura, Fantastico

BOOK: La Red del Cielo es Amplia
3.66Mb size Format: txt, pdf, ePub

—Ahí afuera había un hombre con un mensaje para ti —dijo Takeshi—. Nunca en mi vida he visto a nadie tan feo.

—Está tostado como una castaña —añadió Kahei.

—Le mandamos a paseo —comentó Takeshi entre risas—. Qué descaro, esperar que te dignaras a hablar con él.

—¿Tostado? —preguntó Shigeru.

—Tenía la cara arrugada y roja, como si se hubiera quemado tal vez.

—Algo espantoso —masculló Takeshi—. Deberíamos poner fin a su desgracia. ¿De qué le sirve a un hombre vivir así?

Shigeru se había acordado en más de una ocasión del hombre al que había rescatado el año anterior, pero los Ocultos parecían haber desaparecido bajo tierra otra vez, haciendo honor a su nombre. No habían llegado noticias de otros ataques a la frontera, y aunque de vez en cuando le pasaba por la mente lo que había aprendido sobre las extrañas creencias de la secta, lo desechaba como una superstición más; ya tenía bastantes con las de su propio padre. Ahora se acordó de Nesutoro y de la hermana de éste, que se había considerado como una igual de Shigeru debido a las enseñanzas de su dios, y se preguntó qué querría el hombre y si sería demasiado tarde para hablar con él.

—Kiyoshige, ve a ver si sigue ahí afuera. Tienes que acordarte de él. Es Nesutoro, el que rescatamos el año pasado.

Kiyoshige regresó y anunció que el hombre había desaparecido. El posadero ignoraba cómo encontrarle y no había rastro de él en las calles de alrededor.

—Deberíais haberle tratado con más delicadeza —amonestó Shigeru a su hermano—. Es un hombre valeroso que ha sufrido enormemente.

—¡No es más que un campesino que se emborrachó y se cayó al fuego!

—No, los Tohan le torturaron —replicó Shigeru—. Es una de las razones por las que nos enfrentamos a ellos en combate el año pasado.

—¿Uno de esa extraña secta? ¿Por qué los odia tanto todo el mundo?

—Quizá porque resultan tan diferentes.

—Creen que todas las personas nacen iguales a ojos del Cielo —intervino Kiyoshige—, y afirman que su dios los juzgará después de la muerte. No conocen su posición social y hacen que todos los demás se sientan culpables.

—Podrían constituir un elemento desestabilizador en el seno de la sociedad —añadió Irie.

—Aun así, mi hermano mayor los protege —dijo Takeshi—. ¿Por qué razón?

—Los Tohan habían invadido el territorio Otori —replicó Shigeru.

Ése era el motivo que siempre había alegado; sin embargo, en su fuero interno sabía que no era el único. La escena del santuario nunca se le borraría de la mente: la crueldad, la valentía, el sufrimiento... todo ello formaba parte del terrible tejido de la vida humana. Las creencias de los Ocultos parecían estrafalarias e inverosímiles, pero lo mismo ocurría con las supersticiones de su propio padre. ¿Podía alguien penetrar en la verdad de la vida? ¿Era posible descifrar los secretos que ocultaba el corazón de los hombres? De la misma manera que al cortar un arbusto vuelve a crecer con más vigor, el hecho de suprimir las doctrinas extrañas les otorgaba más vida. Lo mejor era permitir que la gente adoptara las creencias que eligiese.

—Nunca había visto torturar a niños de esa manera —añadió—. Semejante crueldad me resulta ofensiva.

También existía en el asunto una especie de orgullo personal —los Tohan podrían actuar de una manera inhumana, pero los Otori jamás—, así como un desafío: si los Tohan perseguían a los Ocultos, los Otori los protegerían.

—¿Hubieras preferido verle? —Takeshi se mostraba un tanto desconcertado—. Siento haberle despedido.

—Si es un asunto importante, lo más probable es que regrese —respondió Shigeru.

—No lo creo, después de la forma en que le tratamos. Debería haber sido más amable con él.

—Podemos localizarle a través de su cuñado —apuntó Irie—, el jefe de la aldea.

Shigeru asintió.

—La próxima vez que pasemos por allí, hablaremos con él.

Shigeru apartó el asunto de su mente, pero a la mañana siguiente llamaron a Kiyoshige a la entrada de la posada y regresó diciendo que la hermana del hombre estaba esperando en la calle.

—Le diré que se marche —declaró—. No vas a recibir al primer campesino al que se le antoje hablar contigo.

—¿Ha mencionado qué quiere?

—Sólo que viene de parte de su hermano Nesutoro.

Shigeru se mantuvo en silencio unos instantes. Kiyoshige tenía razón: no debía mostrarse disponible ante cualquiera que lo solicitase. Si manifestaba favoritismo o especial atención ante un grupo en particular, no haría más que causar envidia y descontento entre otros. Pero aquella mujer le intrigaba, y entre él mismo y Nesutoro había existido cierta conexión: una especie de reconocimiento por ambas partes de la humanidad que compartían, así como del valor y la paciencia que tenían en común.

—Que pase. Hablaré con ella.

* * *

Entró arrastrando las rodillas, con el rostro pegado al suelo. Cuando Shigeru le pidió que se sentase, obedeció a regañadientes y mantuvo la cabeza gacha y los ojos bajos. Shigeru la observó detenidamente y se dio cuenta de hasta qué punto se había esforzado por presentarse de una manera adecuada: la desvaída túnica de la mujer estaba limpia, al igual que su piel y su cabello. Shigeru recordó los pronunciados rasgos de su rostro: parecían más afilados que nunca, tallados y endurecidos por el sufrimiento. Traía consigo a una acompañante, una muchacha de unos catorce o quince años, con los mismos pómulos altos y la misma boca ancha. La joven no entró en la habitación, sino que se quedó de rodillas en el umbral de la puerta.

—Señor Otori —comenzó a decir la mujer con voz entrecortada—, no merezco vuestra amabilidad. Vuestra bondad va más allá de las palabras.

—Confío en que tu hermano se haya recuperado.

—Gracias a vuestra misericordia. Se encuentra bien, en cierto modo, pero...

—Continúa —apremió Shigeru. Escuchaba con actitud impasible, sin mostrarse halagado ni ofendido. Su interlocutora empleaba palabras formales, como correspondía a su posición de suplicante. Shigeru también notó que su propio papel descendía sobre él, intemporal e impersonal. No tenía nada que ver con sus diecisiete años o su propia personalidad, era el papel de liderazgo para el que había nacido y para el que había sido educado.

—Está perdiendo la vista. Sus ojos se infectaron después... después del fuego, y está casi ciego. Mi esposo no quiere que se quede con nosotros, es una carga demasiado pesada, y no hay nadie más de la familia que pueda cuidar de él.

Shigeru se daba cuenta del conflicto de la mujer, dividida entre su deber como esposa, el amor por su hermano, su propio papel como consorte del jefe de la aldea, sus creencias religiosas, la vergüenza de que su marido considerase a su cuñado como una carga. Shigeru no se sorprendió cuando la voz de su visitante volvió a quebrarse y las lágrimas empezaron a fluir en silencio.

—Lo lamento mucho —respondió. Para un hombre de la edad de Nesutoro, demasiado mayor para aprender las prácticas tradicionales de los ciegos como la aplicación de masajes o la interpretación del laúd, la pérdida de visión normalmente implicaba convertirse en mendigo.

—Perdonadme —dijo ella—. No se me ocurría nadie a quien acudir, más que al señor Otori.

—¿Qué puedo hacer por ti? —Shigeru estaba atónito ante el atrevimiento de la mujer, el mismo con el que se había dirigido a él un año atrás.

Irie, que estaba sentado junto a Shigeru, se inclinó hacia delante y susurró:

—No es conveniente ofrecerle dinero ni ninguna otra clase de ayuda. Muchos lo interpretarían mal y sentaría un precedente peligroso.

La mujer esperó hasta que Irie hubo terminado de hablar y luego, en voz baja, declaró:

—No os pido dinero. Jamás lo haría. Mi hermano me lo ha prohibido expresamente. Pero muchos de los suyos viven pacíficamente en el Oeste, entre los Seishuu. Mi hermano os solicita permiso para abandonar el País Medio y reunirse con ellos. Lo único que pedimos al señor Otori es una carta en la que se exponga lo que acabo de deciros.

—¿Le permitirán atravesar la frontera? ¿Cómo va a viajar si está casi ciego?

—Le acompañará una joven —se dio la vuelta y señaló a la muchacha arrodillada en la veranda—. Mi hija segunda.

La chica levantó la cabeza unos instantes; Shigeru se percató de que tenía el mismo rostro enérgico de su madre.

—¿No le importa a tu marido que se marche?

—Tenemos cuatro hijas y tres hijos. No nos importa ofrecer uno de ellos a un hombre que ha perdido a toda su descendencia. Vengo con el permiso de mi marido. Jamás actuaría en contra de sus deseos, como ya sabe el señor Otori.

—El señor Otori no tiene por qué recordar los detalles de la vida de todos cuantos conoce —replicó Kiyoshige, sin saber que Shigeru se acordaba de todo lo que había sucedido aquella noche: los heridos, el hombre atacado por la fiebre, la mujer que osó dirigirse a él directamente, la cólera y la incomprensión por parte de su marido.

—Tienen mi permiso para viajar al Oeste. Que escriban la carta para los dos —le dijo a Irie—. La marcaré con mi sello.

* * *

—Espero que no acabes siendo como nuestro padre —comentó Takeshi más tarde, cuando los hermanos se encontraban a solas.

—¿A qué te refieres? —preguntó Shigeru.

—A consultar a los sacerdotes sin parar, a aceptar consejos de toda clase de gente indeseable. —Takeshi se percató de la mirada de desaprobación de su hermano y, rápidamente, añadió:— No quiero parecer irrespetuoso, pero todo el mundo habla del asunto, y lo condena. Ahora, tú recibes a esta mujer y extiendes tu protección a su hermano... ¿Por qué? Resulta extraño. No quiero que la gente censure el comportamiento de mi hermano mayor.

—Lo que la gente diga carece de importancia, siempre que me comporte de la manera adecuada.

—Pero tu reputación sí que importa —replicó Takeshi—. Si el pueblo te admira y te quiere, habrá mayores posibilidades de que actúe según tus deseos. Cuanto más popular seas, más a salvo estarás.

—¿A qué te refieres? —Shigeru esbozó una sonrisa.

—No te rías de mí. Deberías mantenerte en guardia. Oigo comentarios. Mantengo los oídos bien abiertos y, además, Kiyoshige y Kahei me cuentan muchas cosas. Tú no frecuentas los lugares a los que me lleva Kiyoshige.

—¡Y tú tampoco deberías ir! —exclamó Shigeru.

—La gente no se fija en mí pasado un rato, sobre todo si está bebiendo. Yo finjo que aún soy un niño...

—¡Aún eres un niño!

—En realidad, no es así —replicó Takeshi—; pero no me importa disimular. A menudo aparento que me quedo dormido y me acurruco en el suelo mientras los hombres sueltan la lengua a mi alrededor.

—¿Y qué tienen que decir esas lenguas sueltas?

—No quiero parecer desleal; sólo voy a repetir lo que se dice porque creo que lo debes saber.

—De acuerdo.

—Les asusta la indecisión de nuestro padre frente a la agresión de los Tohan. Les preocupa el papel que juegan nuestros tíos en las decisiones del clan. Predicen que los territorios del este del País Medio serán cedidos a los Tohan, sin oponer resistencia.

—Mientras yo viva, jamás —declaró Shigeru—. Pasaremos el otoño y el invierno preparándonos para la guerra. Tengo la intención de empezar a reunir soldados y entrenarlos.

Los ojos de Takeshi lanzaron un destello de emoción.

—¡No empieces una guerra hasta que yo tenga la edad suficiente para luchar!

Hasta entonces, Shigeru había visto morir a muchos hombres. Nunca olvidaría el momento en que la vida abandonó el cuerpo de Miura, el primer hombre al que había matado. Shigeru no temía su propia muerte, aunque seguía deseando que ésta tuviera un significado; pero la idea de que Takeshi falleciera le resultaba insoportable. Razón de más para no posponer el enfrentamiento con los Tohan. "Pero si ocurre el año próximo, como es probable —pensó Shigeru—, a los catorce años no será demasiado joven para tomar parte. ¿Cómo podré mantenerle apartado de la batalla?".

—¿Hay algo más que puedas decirme?

—El marido de Maruyama Naomi está a favor de una alianza con los Tohan, lo que está causando malestar entre las otras familias de los Seishuu, sobre todo los Arai. Se comenta que deberíamos unirnos a los Seishuu antes de que apoyen a Iida Sadamu y nos encontremos atrapados y acorralados entre ambos.

Shigeru permaneció en silencio unos instantes, recordando sus anteriores pensamientos sobre una alianza con los Seishuu a través del matrimonio.

—Nunca he estado en el Oeste —dijo, por fin—. Me gustaría ir; quiero ver cómo organizan los asuntos en Maruyama, por ejemplo.

—Llévame contigo —imploró Takeshi—. Aún queda mucho tiempo antes de que comiencen las nieves, y el otoño es una estación perfecta para viajar. Vayamos también a Kumamoto. Quiero conocer a Arai Daiichi. Dicen que es un guerrero colosal.

—¿El hijo mayor?

—Sí. Es todavía joven, pero se cuenta que es el mejor espadachín de los Tres Países. Aunque no puede ser tan bueno como mi hermano mayor —añadió Takeshi con lealtad.

—Sospecho que tú serás mejor que yo con el sable —dijo Shigeru—. Sobre todo si te entrenas con Matsuda Shingen, en Terayama.

—Me gustaría que Matsuda me entrenase, pero no creo que pudiera aguantar tantos meses en el templo.

—Aprenderías mucho. Tal vez deberías pasar allí el invierno. Nos detendremos a ver a Matsuda por el camino.

—En el camino de vuelta —suplicó Takeshi.

—Deberías quedarte un año, por lo menos —observó Shigeru al tiempo que pensaba: "Allí estará lejos del campo de batalla".

Takeshi soltó un gruñido.

—Demasiado estudio para mí.

—El entrenamiento del cuerpo no sirve de nada a menos que también se entrene la mente. Además, el estudio por sí mismo es fascinante, aparte de un medio para conseguir un fin.

—Menudas cosas te interesan. ¡Eres como nuestro padre! Por eso quiero advertirte que no te dejes llevar por ellas, como le ha ocurrido a él. No hagamos caso alguno de señales o augurios, o de lo que los dioses dicen o dejan de decir. Pongamos toda nuestra confianza en nosotros mismos y en nuestros sables.

Momentos antes Shigeru había comentado que su hermano era todavía un niño. A pesar de que la voz de Takeshi estaba llena de optimismo y entusiasmo, Shigeru tuvo la sensación de que aquélla era la primera conversación que mantenían como adultos. Takeshi estaba creciendo, y un nuevo elemento se había incorporado a la relación entre ellos. Por dos veces su hermano menor le había ofrecido consejo, y en ambas ocasiones Shigeru lo había aceptado.

Other books

Russian Roulette by Anthony Horowitz
Immortality by Stephen Cave
The Pull of the Moon by Elizabeth Berg
Extreme Measures by Rachel Carrington
Con & Conjure by Lisa Shearin
The Bone Wall by D. Wallace Peach
Start Shooting by Charlie Newton