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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (15 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Me rindo —capituló riendo.

—Oh, estupendo. Me encanta ganar. ¿Tenéis algo importante que decirme, o simplemente habéis venido para comerme con los ojos?

—¿Os molesta?

—¿Que me comáis con los ojos? Por supuesto que no. Contempladme hasta hartaros, querido. ¿Os gustaría ver más?

—¡Ehlana!

Su risa fue una rutilante cascada.

—Bueno, centrémonos en asuntos más serios—la reprendió el caballero.

—Lo decía en serio, Sparhawk..., muy en serio.

—Los caballeros pandion, yo incluido, deberemos abandonar Cimmura dentro de poco, me temo. El venerado Clovunus está consumiéndose rápidamente y, tan pronto como fallezca, Annias va a poner en marcha una ofensiva para acceder al trono del archiprelado. Ha inundado las calles de Chyrellos con tropas que le son leales y, a menos que las órdenes militantes estén allí para detenerlo, se hará con el trono.

El rostro de la joven volvió a adoptar aquella dureza como de pedernal.

—Por qué no os lleváis a ese gigantesco thalesiano, sir Ulath, cabalgáis hasta Chyrellos y le cortáis la cabeza a Annias? Después volved enseguida. No me dejéis tiempo para sentirme sola.

—Una idea interesante, Ehlana. Sin embargo, me alegra que no la hayáis planteado delante de Ulath. La cuestión a que conduce lo que os estaba explicando es que, cuando nos vayamos, vais a quedaros indefensa aquí. ¿Qué os parecería la perspectiva de venir con nosotros?

—Me gustaría, Sparhawk —respondió tras reflexionar unos instantes—, pero no veo cómo puedo hacerlo en estos momentos. He estado incapacitada durante bastante tiempo y debo quedarme en Cimmura para reparar los estragos causados por Annias mientras yo estaba dormida. Tengo responsabilidades, amor.

—Estábamos casi convencidos de que pensaríais así, por lo cual hemos ideado un plan alternativo para garantizar vuestra seguridad.

—¿Vais a utilizar la magia y encerrarme a cal y canto en el palacio? —bromeó con ojos maliciosos.

—No nos lo habíamos planteado —concedió el caballero—. De cualquier modo, creo que no surtiría el efecto deseado. Tan pronto como Annias tuviera constancia de lo que habíamos hecho, enviaría soldados aquí para tomar la ciudad. Sus secuaces podrían gobernar el reino desde fuera de los muros de palacio y vos no podríais hacer gran cosa para detenerlos. Lo que vamos a hacer es reunir una especie de ejército para protegeros a vos y a la ciudad, dando así tiempo a que nuestras propias huestes regresen de Arcium.

—La expresión «una especie de ejército» suena un poco incierta, Sparhawk. ¿De dónde vais a sacar tantos hombres?

—De las calles, y de las granjas y pueblos.

—Oh, vaya por Dios, Sparhawk. Maravilloso —exclamó con tono irónico—. ¿Van a tener que defenderme cavadores de zanjas y labriegos?

—También ladrones y matones, mi reina.

—¿Estáis hablando en serio?

—Así es. No os cerréis de banda a la idea. Esperad a oír los detalles... Y hay un par de canallas que están en camino para entrevistarse con vos. No toméis ninguna decisión hasta haber hablado con ellos.

—Me parece que estáis completamente loco, Sparhawk. Os sigo queriendo, pero parece que se os está ablandando el cerebro. No se puede armar un ejército con peones de albañil y destripaterrones.

—¿De veras? ¿De dónde suponéis que proceden los soldados rasos que componen vuestro ejército, Ehlana? ¿No los reclutan en las calles y en las granjas?

—No había pensado en eso —admitió, frunciendo el entrecejo, la joven—, pero sin generales no voy a tener un ejército digno de tal nombre.

—Eso es lo que van a parlamentar con vos los dos hombres que acabo de mencionar, Su Majestad.

—¿Por qué será que «Su Majestad» siempre suena tan frío y distante cuando vos lo pronunciáis, Sparhawk?

—No cambiéis de tema. ¿Aceptáis demorar vuestra decisión al respecto, pues?

—Si vos lo decís, pero sigo viéndolo un tanto incierto. Ojalá vos pudierais quedaros aquí.

—A mí también me gustaría, pero... —Abrió los brazos en señal de impotencia.

—¿Dispondremos alguna vez de tiempo para nosotros?

—No tardaremos, Ehlana, pero debemos quitar de en medio a Annias. Lo comprendéis, ¿verdad?

—Supongo que sí —concedió suspirando.

Talen y Berit regresaron al poco rato con Platimo y Stragen. Sparhawk salió a recibirlos en la antesala mientras Ehlana se ocupaba de aquellos detalles de última hora que siempre intervienen en el acto que hace que una mujer esté «presentable».

Stragen iba ataviado con suma elegancia, pero el patoso Platimo de negra barba, jefe de mendigos, ladrones, matones y prostitutas, parecía marcadamente fuera de lugar.

—¡Hola, Sparhawk! —bramó el gordo personaje, que había sustituido su jubón naranja manchado de comida por otro de terciopelo azul que no le sentaba muy bien.

—Platimo —repuso gravemente Sparhawk—. Tenéis un elegante aspecto esta noche.

—¿Os gusta? —Platimo dio un tirón a la pechera de su jubón con expresión complacida. Dio una vuelta completa y Sparhawk advirtió varios desgarrones de puñal en la parte posterior de la prenda de gala del ladrón—. Hace varios meses que le había puesto el ojo encima. Al fin convencí a su antiguo propietario para que se desprendiera de él.

—Milord. —Sparhawk dedicó una reverencia a Stragen.

—Caballero —respondió Stragen, inclinándose también.

—¿Y bien, de qué trata todo esto? —preguntó Platimo—. Talen estaba parloteando sobre la descabellada idea de componer una guardia local de algún tipo.

—Guardia local. Una buena manera de denominarlo —aprobó Sparhawk —El conde de Lenda se reunirá con nosotros en breves momentos y después me consta que Su Majestad efectuará su entrada por esa puerta de ahí..., detrás de la cual debe de estar escuchando en estos instantes.

En el dormitorio de la reina sonó un enojado pisotón.

—¿Cómo van los negocios? —preguntó Sparhawk al obeso gobernante de los bajos fondos de Cimmura.

—Bastante bien. —El gordo individuo irradiaba satisfacción—. Esos soldados eclesiásticos extranjeros que el primado envió para apoyar al bastardo Lycheas eran muy inocentes. Les robamos a mansalva.

—Estupendo. Me gusta que mis amigos se desenvuelvan bien.

Se abrió la puerta y el anciano conde de Lenda entró arrastrando los pies en la estancia.

—Excusad mi retraso, Sparhawk —se disculpó—. Ya no estoy en condiciones óptimas para correr.

—Es perfectamente comprensible, mi señor de Lenda —reconoció Sparhawk—. Caballeros —dijo a los dos ladrones—, tengo el honor de presentaros al conde de Lenda, director del consejo de Su Majestad. Mi señor, éstos son los dos hombres que dirigirán vuestra guardia local. Éste es Platimo y éste, milord Stragen de Emsat.

Todos realizaron reverencias..., al menos Platimo lo intentó.

—¿Milord? —preguntó extrañado Lenda a Stragen.

—Una afectación, mi señor de Lenda. —Stragen esbozó una irónica sonrisa—. Es un remanente de una juventud dilapidada.

—Stragen es uno de los mejores —alabó Platimo—. Tiene algunas ideas estrafalarias, pero le va muy bien, incluso mejor que a mí algunas semanas.

—Me abrumáis —murmuró Stragen con una reverencia.

Sparhawk atravesó la habitación hasta la puerta del dormitorio de la reina.

—Estamos todos reunidos, mi reina —anunció.

Tras una pausa, Ehlana se personó, vestida con una túnica de satén azul cielo y tocada con una discreta tiara de diamantes.

—Su Majestad —saludó ceremoniosamente Sparhawk—, ¿puedo presentaros a Platimo y Stragen, vuestros generales?

—Caballeros —dijo ella con una breve inclinación de la cabeza.

Platimo volvió a intentar efectuar una reverencia, pero Stragen compensó con su elegancia la torpeza de su amigo.

—Una preciosidad, ¿no os parece? —comentó Platimo a su rubio compañero.

Stragen esbozó una mueca de alarma. Ehlana manifestó cierto desconcierto y para disimularlo paseó la mirada por la estancia.

—Primero ¿dónde están nuestros otros amigos? —preguntó.

—Han vuelto al castillo principal, mi reina —la informó Sparhawk—. Deben realizar preparativos. Pero Sephrenia ha prometido regresar más tarde.

Tendió el brazo y la escoltó hasta una silla profusamente adornada situada junto a la ventana. La reina tomó asiento y dispuso con cuidado los pliegues de su túnica.

—Con vuestro permiso... —solicitó Stragen a Sparhawk.

El pandion puso cara de estupor. Stragen se encaminó a la ventana, dirigiendo un gesto con la cabeza Ehlana al pasar, y corrió las pesadas cortinas. La reina se quedó mirándolo, sin comprender.

—Es una gran imprudencia sentarse de espaldas a una ventana descubierta en un mundo donde existen las ballestas, Majestad —explicó con una nueva reverencia—. Tenéis muchos enemigos.

—El palacio es totalmente seguro, milord Stragen —adujo Lenda.

—¿Queréis decírselo vos? —preguntó cansadamente Stragen a Platimo.

—Mi señor de Lenda —indicó educadamente el obeso rufián—, yo podría introducir treinta hombres en el recinto de palacio en unos diez minutos. Los caballeros son muy buenos en un campo de batalla, supongo, pero es difícil alzar la mirada cuando se lleva yelmo. En mi juventud, estudié el arte del allanamiento de morada. Un buen ladrón se encuentra tan a gusto en un tejado como en la calle. —Suspiró—. ¡Qué tiempos aquéllos! —rememoró—. No hay nada como un buen robo a domicilio para hacer correr la sangre en las venas.

—Pero sería un tanto complicado para un hombre que pesa ciento treinta kilos —agregó

Stragen—. Incluso un tejado de pizarra no sería capaz de resistirlo.

—No estoy realmente tan gordo, Stragen.

—Por supuesto que no.

—¿Qué estáis haciéndome, Sparhawk? —preguntó Ehlana, que parecía genuinamente alarmada.

—Protegiéndoos, mi reina —respondió éste—. Annias os quiere muerta. Ya lo ha demostrado. Tan pronto como se entere de vuestra recuperación, volverá a intentarlo. Los hombres que envíe para asesinaros no serán caballeros y no dejarán sus tarjetas al lacayo de la puerta cuando vengan. Entre los dos, Platimo y milord Stragen, lo conocen prácticamente todo en lo que concierne a la irrupción furtiva en diferentes lugares y podrán tomar las medidas pertinentes.

—Podemos garantizar a Su Majestad que nadie se colará delante de nosotros a menos que seamos cadáveres —le aseguró Stragen con su profunda y agradable voz—. Trataremos de no infligiros molestias, pero me temo que habréis de someteros a ciertas restricciones en vuestra libertad de movimientos.

—¿Como no sentarme cerca de una ventana abierta?

—Exactamente. Elaboraremos una lista de sugerencias y os la haremos llegar a través del conde de Lenda. Platimo y yo somos hombres de negocios, y Su Majestad podría encontrar angustiosa nuestra presencia. Nos quedaremos en un segundo plano en la medida de lo posible.

—Vuestra delicadeza es exquisita, milord —lo halagó—, pero no me siento en absoluto angustiada por la presencia de hombres honrados.

—¿Honrados? —Platimo rió roncamente—. Me parece que acaban de insultarnos, Stragen.

—Mejor un honrado matón que un cortesano sin honor —sentenció Ehlana—. ¿De veras hacéis eso? Matar a la gente, me refiero.

—Yo liquidé a unas cuantas personas en mis tiempos, Su Majestad —admitió el hombre con un encogimiento de hombros—. Es una manera sigilosa de averiguar qué lleva un hombre en la bolsa, y a mí siempre me ha despertado curiosidad esa cuestión. Hablando de ello, tú mismo podrías decírselo, Talen.

—¿De qué se trata? —inquirió Sparhawk.

—Hay una pequeña tarifa de por medio —contestó Talen.

—¡Oh!

—Stragen ha ofrecido voluntariamente sus servicios sin cargo alguno —explicó el chico.

—Sólo por la experiencia, Sparhawk —aclaró el rubio norteño—. La corte del rey Wargun es algo rudimentaria, mientras que la de Elenia tiene fama de ser exquisitamente cortés y totalmente depravada. Un hombre estudioso siempre aprovecha estas ocasiones para ampliar su cultura. Platimo, en cambio, no es tan ilustrado. El quiere algo un poco más tangible.

—¿Como por ejemplo? —preguntó sin rodeos Sparhawk al gordo personaje.

—Estoy comenzando a plantearme la posibilidad de retirarme, Sparhawk, a alguna tranquila finca en el campo donde pueda entretenerme en compañía de un grupo de inmorales jóvenes, con perdón de Su Majestad. Lo cierto es que un hombre no puede disfrutar de sus años de decadencia si tiene a sus espaldas varios delitos penados con la horca. Protegeré a la reina con mi vida si ella puede concederme de corazón el perdón por mis anteriores indiscreciones.

—¿Y decidme, maese Platimo, de qué clase de indiscreciones estáis hablando? —preguntó con suspicacia Ehlana.

—Oh, nada que sea digno de mención, Su Majestad —respondió éste, restándole importancia—. Hay unos cuantos asesinatos no intencionados, robos diversos, asaltos, extorsiones, allanamientos de domicilio, incendio premeditado, contrabando, bandolerismo, robo de ganado, pillaje de un par de monasterios, regentamiento no autorizado de burdeles... Esa clase de cosas.

—Os habéis mantenido muy activo, ¿eh, Platimo? —se admiró Stragen.

—Es una manera de pasar el tiempo. Creo que lo mejor sería un perdón general, Majestad. Es posible que olvide alguna que otra ofensa.

—¿Existe algún delito que no hayáis cometido, maese Platimo? —inquirió con severidad la reina.

—La baratería, me parece, Su Majestad. Claro que, como no estoy muy seguro de lo que significa, no puedo afirmarlo categóricamente.

—Es cuando el capitán de un barco lo hunde para robar el cargamento—le informó Stragen.

—No, nunca he hecho eso. Y tampoco he tenido contacto carnal con un animal, ni he practicado la brujería ni cometido traición.

—Esos son realmente los más graves, supongo —concedió Ehlana con expresión de absoluta seriedad—. Me preocupan mucho las costumbres morales de los alocados corderitos.

Platimo estalló en estentóreas carcajadas.

—A mí también, Majestad. Me he pasado noches enteras en blanco dándole vueltas a eso.

—¿Qué fue lo que os mantuvo incólume a la traición, maese Platimo? —preguntó el conde de Lenda con curiosidad.

—La falta de ocasión, seguramente, mi señor —reconoció Platimo—, aunque de todas formas dudo mucho que hubiera sucumbido a esa clase de cosas. Los gobiernos inestables ponen nervioso y receloso al pueblo. Entonces comienzan a proteger sus bienes de valor, y eso dificulta mucho la vida de los ladrones. Y bien, Majestad, ¿haremos trato?

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