La rosa de zafiro (16 page)

Read La rosa de zafiro Online

Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

BOOK: La rosa de zafiro
10.98Mb size Format: txt, pdf, ePub

—¿Un perdón generalizado a cambio de vuestros servicios? ¿Durante todo el tiempo que yo los requiera? —replicó.

—¿Qué se supone que significa eso último? —preguntó con suspicacia el rufián.

—Oh, nada en absoluto, maese Platimo —repuso inocentemente ella—. No quiero que os canséis y me abandonéis justo cuando más os necesite. Me sentiría desolada sin vuestra compañía. ¿Y bien?

—¡Hecho, por Dios! —bramó. Luego se escupió en la palma de la mano y se la tendió a la reina.

Ésta miró a Sparhawk con semblante confundido.

—Es una costumbre, Su Majestad —explicó el caballero—. Vos también os escupís en la mano y después ambos unís las palmas. Eso cierra el trato.

La reina se encogió ligeramente y después siguió las instrucciones.

—Ya está —anunció un tanto dubitativa.

—Pues lo dicho —declaró enfáticamente Platimo—. Ahora es como si fuerais lo mismo que mi hermana pequeña, y, si alguien os ofende u os amenaza, le abriré las entrañas y después vos podéis ponerle carbones al rojo vivo dentro con vuestras manitas.

—Sois muy amable —dijo con tono desfalleciente la joven.

—Os la han pegado, Platimo. —Talen se desternillaba de risa.

—¿De qué estás hablando? —replicó Platimo, con expresión ensombrecida.

—Os habéis prestado a cumplir un servicio al gobierno de por vida.

—Eso es absurdo.

—Lo sé, pero lo habéis hecho. Habéis accedido a servir a la reina durante todo el tiempo que ella quiera, y ni siquiera habéis planteado la cuestión de los honorarios. Puede manteneros aquí en palacio hasta el día de vuestra muerte.

—No me haríais eso, ¿verdad, Ehlana? —rogó con voz insegura y la cara blanca como el papel. La interpelada alargó la mano y le dio una palmadita en la barba.

—Veremos, Platimo —dijo—. Veremos. Stragen se descoyuntaba de risa.

—¿Qué es eso de la guardia local, Sparhawk? —preguntó cuando se hubo recuperado.

—Vamos a movilizar al pueblo llano para defender la ciudad —explicó Sparhawk—. En cuanto llegue Kurik, lo planificaremos en detalle. Él ha propuesto que convoquemos a los veteranos del ejército y los utilicemos como sargentos y cabos. Los hombres de Platimo pueden hacer de oficiales y vos y Platimo, bajo la dirección del conde de Lenda, cumpliréis las funciones de generales hasta que el ejército regular de Elenia regrese para relevaros.

—Es un plan viable —acordó Stragen después de rumiarlo—. No se necesita tanta experiencia para defender una ciudad como para atacarla. —Miró a su grueso y alicaído amigo—. Si os parece bien, Su Majestad —dijo a Ehlana—, me llevaré a vuestro protector a algún sitio y lo regaré con un poco de cerveza. No sé por qué, pero parece un poco turbado.

—Como deseéis, milord —respondió, sonriendo, la reina—. ¿Se os ocurre a vos algún delito que hayáis cometido en mi reino y del que queráis conseguir mi perdón... en las mismas condiciones?

—Ah, no, Su Majestad —contestó el thalesiano—. El código de los ladrones me prohíbe inmiscuirme en la reserva privada de Platimo. De no ser por eso, me iría corriendo a asesinar a alguien... simplemente por la perspectiva de pasar el resto de mi vida en vuestra divina compañía.

—Tenía una mirada picara.

—Sois un hombre muy malo, milord Stragen.

—Sí, Su Majestad —convino éste, inclinándose ante ella—. Vamos, Platimo. No parecerá tan horrible cuando os hayáis hecho a la idea.

—Esto ha sido un acto de gran astucia, Majestad —alabó Talen cuando hubieron salido—. Nadie había timado nunca a Platimo hasta ahora.

—¿Te ha gustado? —inquirió con voz satisfecha Ehlana.

—Ha sido brillante, mi reina. Ahora comprendo por qué os envenenó Annias. Sois una mujer muy peligrosa.

—¿No estáis orgulloso de mí, querido? —preguntó, radiante, a Sparhawk.

—Creo que vuestro reino está a buen resguardo, Ehlana. Sólo espero que los otros monarcas estén sobre aviso, eso es todo.

—¿Querréis excusarme un momento? —solicitó, mirándose la palma de la mano, todavía húmeda—. Quisiera ir a lavarme las manos.

Transcurrieron pocos minutos antes de que Vanion condujera gravemente a los otros a la antesala de los aposentos reales, donde dedicó una mecánica reverencia a la soberana.

—¿Habéis hablado con Platimo? —preguntó a Sparhawk.

—Está todo arreglado —le aseguró Sparhawk.

—Perfecto. Deberemos cabalgar hacia Demos mañana por la mañana. Dolmant nos ha hecho llegar la noticia de que el archiprelado Clovunus se halla a las puertas de la muerte. No durará una semana.

—Sabíamos que su fin estaba próximo —manifestó Sparhawk con un suspiro—, Gracias a Dios que hemos tenido tiempo de ocuparnos de situación a afrontar aquí. Platimo y Stragen se encuentran en alguna estancia de palacio... —dijo volviéndose hacia Kurik—, bebiendo, probablemente. Será mejor que te reúnas con ellos y tracéis una especie de plan de acción.

—De acuerdo —aceptó el escudero.

—Un momento, maese Kurik —lo retuvo el conde de Lenda—. ¿Cómo os sentís, Majestad? —preguntó a Ehlana.

—Estoy bien, mi señor.

—¿Creéis que disponéis del suficiente vigor como para hacer una aparición pública?

—Desde luego, Lenda —afirmó—. Me gustaría pronunciar unos discursos.

—Habrás de quedarte aquí hasta haberlo dejado todo bien atado —dijo Sparhawk a Kurik—. Puedes sumarte a nosotros en Chyrellos cuando Cimmura esté a salvo.

Kurik asintió y se marchó en silencio.

—Es un hombre muy valioso, Sparhawk —apreció Ehlana.

—Sí.

—Ehlana —llamó Sephrenia, que había estado observando con ojo crítico a la reina de rosadas mejillas.

—Ya sabéis que no deberíais pellizcaros de ese modo las mejillas para darles color. Os estropearéis la piel. Sois de tez muy blanca y vuestra piel es delicada.

Ehlana se sonrojó y luego se echó a reír, arrepentida.

—Es un poco frívolo, ¿verdad?

—Sois una reina, Ehlana —le recordó la mujer estiria—, no una vaquera. La piel blanca es más regia.

—¿Por qué me siento siempre como una niña cuando hablo con ella? —preguntó Ehlana sin dirigirse a nadie en particular.

—A todos nos sucede lo mismo, Su Majestad —le aseguró Vanion.

—¿Qué está ocurriendo en Chyrellos en estos momentos? —preguntó Sparhawk a su amigo—. ¿Os ha participado algún detalle Dolmant?

—Annias controla las calles —respondió Vanion—. Por el momento no ha hecho nada evidente, pero sus soldados hacen notar su presencia. Dolmant cree que tratará de convocar elecciones antes incluso de que se haya enfriado el cadáver de Clovunus. Dolmant tiene amigos y éstos procurarán entorpecer sus intentos hasta que lleguemos allí, pero no dominan por completo la situación. La rapidez es ahora una cuestión vital. Cuando nos reunamos con las otras órdenes, seremos cuatrocientos caballeros y, aunque los soldados eclesiásticos nos superen con creces, nuestro peso no será desdeñable. Hay otra cosa que debo anunciaros: Otha ha cruzado la frontera con Lamorkand. Aún no ha emprendido su avance, pero está emitiendo varios ultimátum en los que exige la devolución del Bhelliom.

—¿Devolución? ¡Pero si nunca lo tuvo!

—Es un típico ardid diplomático, Sparhawk —explicó el conde de Lenda—. Cuanto más débil es la posición propia, mayor es la mentira que se cuenta. —El anciano frunció los labios con expresión pensativa—. Sabemos, o como mínimo suponemos, que existe una alianza entre Otha y Annias, ¿no es así?

—Sí —convino Vanion.

—Annias sabe, o debería saberlo, que nuestra táctica para contrarrestar su juego consistirá en ganar tiempo. El avance de Otha en estos momentos convierte la elección en un asunto de urgencia. Annias argüirá que la Iglesia debe estar unida para hacer frente a la amenaza. La presencia de Otha aterrorizará a los miembros más pusilánimes de la jerarquía, los cuales se apresurarán a confirmar a Annias. Después él y Otha conseguirán lo que ansían. Debo decir que es una estrategia muy inteligente.

—¿Ha llegado Otha al punto de mencionar el Bhelliom por su nombre? —inquirió Sparhawk.

—No. Os ha acusado de robar uno de los tesoros nacionales de Zemoch, nada más. Ha omitido deliberadamente precisar de qué se trata, ya que es demasiada la gente consciente de la significación, del Bhelliom. No puede ir directamente al grano y mencionarlo por lo que es.

—Esto va encajando cada vez más —reflexionó Lenda—. Annias declarará que sólo el conoce la manera de hacer que Otha se retire. Hará que la jerarquía se precipite a elegirlo. Después le arrebatará el Bhelliom a Sparhawk y lo entregará a Otha como parte del trato.

—Tendrá que «forcejear» bastante para arrebatárselo —adujo con fiereza Kalten—. Todas las órdenes militantes apoyarán a Sparhawk.

—Eso debe de ser lo que Annias espera que hagáis —previo Lenda—. Entonces tendrá la justificación que necesita para disgregar las órdenes militantes. La mayoría de los caballeros de la Iglesia obedecerán la orden del archiprelado. Los demás seréis unos proscritos, y Annias informará al populacho que estáis guardando para vosotros lo único capaz de contener a Otha. Como he dicho, es muy inteligente.

—Sparhawk —intervino Ehlana con sonora voz—, cuando lleguéis a Chyrellos, quiero que arrestéis a Annias con la acusación de alta traición. Quiero que me lo entreguéis encadenado. Traed también a Arissa y Lycheas.

—Lycheas ya está aquí, mi reina.

—Ya lo sé. Llevároslo a Demos y encarcelarlo con su madre. Es mi deseo que disponga de tiempo a manos llenas para describir las presentes circunstancias a Arissa.

—Es una idea muy útil, Majestad —halagó diplomáticamente Vanion—, pero apenas dispondremos de la fuerza suficiente para tomar bajo nuestra custodia a Annias en un primer momento.

—Soy consciente de ello, lord Vanion, pero, si entregáis la orden de arresto y la especificación de los cargos al patriarca Dolmant, éste podrá servirse de ello para demorar la elección. Siempre puede solicitar una investigación eclesiástica de las acusaciones, y ese tipo de cosas llevan tiempo.

Lenda se puso en pie y dedicó una reverencia a Sparhawk.

—Hijo mío —dijo—, por más que hayáis hecho y vayáis a realizar todavía, vuestra más conseguida obra está sentada en ese trono. Estoy orgulloso de vos, Sparhawk.

—Creo que deberíamos ponernos en marcha —aconsejó Vanion—. Nos quedan muchos preparativos que ultimar.

—Os haré llegar copias de la orden de captura del primado hacia las tres de la madrugada, lord Vanion —prometió Lenda—, junto con unas cuantas más. Tenemos por delante una espléndida oportunidad de limpiar el reino de indeseables. No la desperdiciemos.

—Berit —indicó Sparhawk—, mi armadura está en esa habitación de allí. Llevadla al castillo, si sois tan amable. Creo que voy a necesitarla.

—Desde luego, sir Sparhawk. —Pese a lo dicho, la mirada de Berit seguía siendo hostil.

—Quedaos un momento, Sparhawk —pidió Ehlana mientras todos se dirigían a la puerta.

—Sí, mi reina —repuso éste, tras esperar a que se hubiera cerrado la puerta.

—Debéis tener mucho, mucho cuidado, amado mío —dijo con el corazón en los ojos—. Me moriría si os perdiera ahora. —Le tendió mudamente los brazos.

Sparhawk atravesó la sala hasta llegar a su lado y la abrazó. Su beso fue apasionado.

—Marchaos deprisa, Sparhawk —dijo ella con la voz atenazada por la proximidad del llanto—. No quiero que me veáis llorar.

Capítulo 7

A la mañana siguiente, los cien caballeros pandion partieron poco después del amanecer, cabalgando resueltamente al trote acompañados de un tintineo metálico y seguidos de una ristra de lanzas coronadas por pendones.

-Hace un buen día para viajar —señaló Vanion, observando los campos bañados por la luz del sol—. Sólo quisiera... oh, bueno.

—¿Cómo os encontráis ahora, Vanion? —preguntó Sparhawk a su viejo amigo.

—Mucho mejor —repuso el preceptor—. Os seré sincero, Sparhawk. Esas espadas eran muy, muy pesadas. Me dieron una noción bastante ajustada de lo que será la vejez.

—Vos viviréis para siempre, amigo mío —dijo, sonriendo, Sparhawk

—Ciertamente espero que no, si he de sentirme igual que cuando cargaba con esas espadas. Cabalgaron en silencio durante un rato.

—Eso es poco probable, Vanion —manifestó Sparhawk con tono sombrío—. Nuestros enemigos nos superarán con creces en número en Chyrellos y, si Otha se dispone a cruzar Lamorkand, se abrirá una reñida carrera entre él y Wargun. Saldrá vencedor el que llegue antes a Chyrellos.

—Me parece que estamos aproximándonos mucho a uno de esos artículos de fe, Sparhawk. Vamos a tener que confiar en Dios. Estoy seguro de que él no desea que Annias sea archiprelado y aún estoy más seguro de que no quiere a Otha en las calles de Chyrellos.

—Esperemos que no sea así.

Berit y Talen iban a corta distancia de ellos. Con el correr de los meses, había nacido una cierta amistad entre el novicio y el joven ladrón, la cual se basaba en parte en el hecho de que ambos se sentían algo incómodos en presencia de los mayores.

—¿Cómo es ese asunto de la elección, Berit? —preguntó Talen—. Lo que quiero decir es, ¿cómo funciona exactamente? Soy un poco ignorante en este campo.

—Verás, Talen —respondió Berit, irguiendo la espalda—, cuando el viejo archiprelado muere, los patriarcas de la jerarquía se reúnen en la basílica. La mayoría de los otros cargos del clero están también allí y lo mismo puede decirse habitualmente de los reyes de Eosia. Cada uno de los monarcas pronuncia una especie de discurso al comienzo, pero no está permitido que nadie más hable durante las deliberaciones de la jerarquía. Sólo pueden hacerlo los patriarcas, y ellos son los únicos que tienen derecho a votar.

—¿Queréis decir que los preceptores no pueden ni siquiera votar?

—Los preceptores son patriarcas, jovencito —informó Perraine desde detrás.

—No lo sabía. Me preguntaba por qué todo el mundo cedía respetuosamente el paso a los caballeros de la Iglesia. ¿Y por qué Annias dirige la Iglesia en Cimmura entonces? ¿Dónde está el patriarca?

—El patriarca Udale tiene noventa y tres años, Talen—explicó Berit—y, aunque sigue vivo, no estamos seguros de si recuerda cómo se llama. Lo cuidan en la casa madre de los pandion en Demos.

—Eso le complica las cosas a Annias, ¿verdad? Como primado, no puede dirigir una alocución pública ni tampoco votar, y no hay modo de envenenar a ese Udale si está en la casa madre..., a menos que quiera delatarse abiertamente.

Other books

Don't Look Twice by Andrew Gross
Endure by M. R. Merrick
Dire Straits by Terry, Mark
Death Likes It Hot by Gore Vidal
Mage Catalyst by George, Christopher
Warlock and Son by Christopher Stasheff
The Cadaver Game by Kate Ellis