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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (50 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Nunca he entendido por qué a la gente le da por hervir un jamón que está muy bueno tal cual es —señaló sir Bevier con cierto disgusto.

—Los lamorquianos salan en exceso los jamones al curarlos —explicó Kalten—, y hay que hervir durante un buen rato un jamón lamorquiano para que quede comestible. Son un pueblo extraño. Tratan de convertirlo todo en un acto de valentía..., hasta el hecho de comer.

—¿Vamos a dar un paseo, Sparhawk? —propuso Kurik a su señor después de acabar de comer.

—Pensaba que ya había hecho bastante ejercicio por hoy.

—Os interesaba saber qué ruta había tomado Martel, ¿no es cierto?

—En efecto. De acuerdo, Kurik. Vayamos a fisgonear un poco. Al llegar a la calle, Sparhawk miró en derredor.

—Esto puede llevarnos media noche —previo.

—En absoluto —disintió Kurik—, Primero iremos a la puerta este, y, si no averiguamos nada allí, probaremos en la del norte.

—¿Y nos ponemos a preguntarle a la gente en la calle, sin más?

—Usad la cabeza, Sparhawk —recomendó Kurik con un suspiro—. Cuando alguien viaja, suele partir a primera hora de la mañana..., aproximadamente a la misma en que la otra gente va a trabajar. Son muchos los obreros que se desayunan bebiendo, de modo que las tabernas suelen estar abiertas. Cuando un tabernero está espetando al primer cliente del día, observa atentamente la calle. Creedme, Sparhawk, si Martel se ha ido de Kadach en los últimos tres días, habrá como mínimo media docena de taberneros que lo vieron.

—Eres un tipo extraordinariamente listo, Kurik.

—En nuestro grupo tiene que haber alguien que lo sea, mi señor. Por lo general, los caballeros no dedican mucho tiempo a pensar.

—Estás poniendo en evidencia tus prejuicios de clase, Kurik.

—Todos tenemos nuestros pequeños defectos.

Las calles de Kadach estaban casi solitarias, y los pocos ciudadanos que las transitaban apretaban el paso con los tobillos azotados por las capas que zarandeaba el viento. Las antorchas que alumbraban las esquinas, también castigadas por el viento, se avivaban y alargaban, proyectando vacilantes sombras que danzaban sobre los adoquines del pavimento.

El dueño de la primera taberna donde probaron suerte parecía ser su mejor cliente y no tenía ni la más mínima idea de a qué hora del día solía abrir el negocio... ni siquiera de qué hora del día era entonces. El segundo tabernero era una hombre insociable que sólo hablaba mediante gruñidos. El tercero, en cambio, resultó ser un anciano locuaz aficionado a conversar.

—A ver —dijo, rascándose la cabeza—. Veamos si me acuerdo. ¿Estos tres días pasados, decís?

—Aproximadamente, sí —confirmó Kurik—. Nuestro amigo dijo que nos reuniríamos aquí, pero nosotros nos retrasamos y parece que se ha ido sin nosotros.

—¿Podéis describir otra vez a esa persona?

—Un hombre bastante corpulento. Quizá llevara armadura, pero no podría jurarlo. Si llevaba la cabeza descubierta, os habríais fijado en él, porque tiene el pelo blanco.

—Me parece que no me viene al magín alguien así. Podría ser que a lo mejó se hubiera ido por una de las otras puertas.

—Es posible, supongo, pero estamos casi seguros de que se dirigía al este. Quizás abandonó la ciudad antes de que abrierais el local.

—Eso sí que sería una cosa rara, porque yo abro esa puerta a la mesma hora que la guardia abre la de la muralla. Algunos de los compadres que trabajan aquí en la ciudá viven en granjas de allá fuera, y las más veces tengo por la mañana clientes que da contento. ¿Viajaba por suerte solo el vuestro amigo?

—No —respondió Kurik—. Iba con un eclesiástico y una dama de alta alcurnia. Seguramente lo acompañaba también un tipo joven de mandíbula colgante que parece más tonto que una pared, y un hombre alto y fuerte con cara de gorila.

—Oh, esa pandilla. Teníais que decirme de entrada lo de ese jeta de mono. Salieron a caballo por ahí a eso del alba ayer. Y ese gorila que decíais se bajó del caballo y se vino acá bramando porque quería cerveza. Habla ansí un poco mal, ¿eh?

-Normalmente tarda medio día en pensar la respuesta cuando alguien lo saluda. El tabernero rió agudamente.

—Es la misma presona, de fijo. Tampoco huele a rosas que se diga, ¿verdad? Kurik le sonrió e hizo girar una moneda sobre la barra en dirección a él.

—Oh, no sé—dijo—. No es mucho peor que un pozo negro abierto. Gracias por la información, amigo.

—¿Agora podréis alcanzarlos?

-Oh, seguro que sí —afirmó Kurik con fervor—, tarde o temprano los alcanzaremos. ¿Había otras personas con ellos?

—No. Solamente eran los cinco. Menos el gorila, todos tenían las capas enrededor de la cabeza. Seguro que ansí se explica que no pudiera ver al del pelo blanco. Aunque iban muy ligeros, ansí que, si queréis cogerlos, vais a tener que ir muy aprisa.

—Lo haremos, amigo. Gracias de nuevo. —Kurik y Sparhawk volvieron a salir a la calle—. ¿Era más o menos eso lo que deseabais saber, mi señor? —preguntó Kurik.

—Ese anciano era una mina de oro, Kurik. Le hemos ganado algo de tiempo a Martel, sabemos que no lleva ninguna clase de tropas consigo y que se dirige a Moterra.

—Sabemos algo más, Sparhawk.

—¿Ah, sí? ¿Y de qué se trata?

—Que Adus sigue necesitando un baño.

—Adus siempre necesita tomarse un baño —aseveró Sparhawk, riendo—. Probablemente tendremos que echarle litros y litros de agua encima antes de enterrarlo, no sea que la tierra lo escupa. Regresemos a la posada.

Cuando Sparhawk y Kurik volvieron a entrar en el comedor de bajas vigas de la posada, se encontraron con que se había incrementado ligeramente el número de los componentes de su grupo. Talen estaba sentado con inocente semblante con un buen número de miradas fijas en él.

Capítulo 21

Soy un mensajero real —se apresuró a afirmar el chico cuando Sparhawk y Kurik se acercaron a la mesa-, de manera que no empecéis a sacaros la correa ninguno de los dos.

—¿Que eres qué? —le preguntó Sparhawk.

—Os traigo un mensaje de la reina, Sparhawk.

—Veámoslo.

—Me lo aprendí de memoria. No es conveniente que mensajes como ése caigan en manos de enemigos.

—Bien. Oigámoslo pues.

—Es algo más bien privado, Sparhawk.

—Da igual. Estamos entre amigos.

—No entiendo por qué os comportáis así. Yo me limito a cumplir órdenes de la reina.

—El mensaje, Talen.

—Bueno, está casi lista para partir hacia Cimmura.

—Me alegra saberlo. —Sparhawk hablaba con tono impasible.

—Y está muy preocupada por vos.

—Conmovedor.

—Se encuentra bien, sin embargo. —Las noticias que Talen iba añadiendo eran cada vez menos convincentes.

—Es bueno saberlo.

—Dice... eh..., dice que os ama.

—¿Y?

—Bueno..., eso es todo, de verdad.

—Es un mensaje extrañamente amañado, Talen. Creo que tal vez hayas olvidado algo. ¿Por qué no lo repites de nuevo?

—Bueno... eh... ella estaba hablando con Mirtai y Platimo... y conmigo, claro está... y dijo que le gustaría que hubiera la manera de poder comunicarse con vos para haceros saber qué estaba haciendo y lo que sentía exactamente.

—¿Te lo dijo a ti?

—Bueno, yo estaba en la habitación cuando lo dijo.

—En ese caso no podemos afirmar que ella te ordenara que vinieras, ¿no es así?

—No con esas palabras, supongo, pero ¿no se espera en cierta forma de nosotros que adivinemos y nos anticipemos a sus deseos? En fin de cuentas, ella es la reina.

—¿Puedo? —inquirió Sephrenia.

—Desde luego —respondió Sparhawk—. Yo ya he averiguado lo que quería saber.

—Tal vez sí —señaló la estiria—, o tal vez no. —Se volvió hacia el chiquillo—. Talen...

—¿Sí, Sephrenia?

—Ésa es la patraña más torpe y más obviamente falsa que te he oído contar. Carece del más mínimo sentido, en especial en vista de que ella ya ha enviado a Stragen aproximadamente con el mismo fin. ¿De verdad no se te ha ocurrido algo mejor?

—No es una mentira—arguyó Talen, logrando adoptar incluso una expresión de embarazo—. La reina dijo exactamente lo que he dicho.

—Estoy segura de que así fue, pero ¿qué fue lo que te impulsó a venir galopando tras nosotros para repetir un comentario ocioso?

El chiquillo la miró confuso.

—Oh, querido —suspiró Sephrenia antes de ponerse a regañar a Aphrael en estirio durante varios minutos.

—Me parece que hay algo que no he comprendido bien —observó, un tanto desconcertado, Kalten.

—Os lo explicaré dentro de un momento, Kalten —prometió Sephrenia—. Talen, tú tienes una capacidad extraordinaria para inventar evasivas de forma espontánea. ¿Qué ha sido de ella? ¿Por qué no improvisaste una mentira que fuera cuando menos creíble?

—Es que no me parecía apropiado —confesó, ceñudo y algo violento.

—Sentiste que no debías mentir a tus amigos, ¿no es eso?

—Algo así, supongo.

—¡Alabado sea Dios! —exclamó Bevier con asombrado fervor.

—No os precipitéis en ofrecer oraciones de agradecimiento, Bevier —le advirtió la mujer—. La aparente conversión de Talen no acaba de ser lo que parece. Aphrael tiene que ver con esto, y ella es una redomada embustera. Sus convicciones continúan interfiriéndose.

—¿Flauta? —dijo Kurik—. ¿Otra vez? ¿Para qué iba a enviar ella a Talen aquí con nosotros?

—¿Quién sabe? —Sephrenia exhaló una carcajada—. Puede que a ella le guste Talen. Quizá tenga que ver con su obsesión por la simetría. Tal vez sea por otra cosa..., algo que quiera que él haga.

—Entonces, en realidad no ha sido culpa mía, ¿verdad? —dedujo rápidamente Talen.

—Creo que no. —La estiria le sonrió.

—Ahora me siento mejor —reconoció el muchacho—. Sabía que no os gustaría que viniera detrás de vosotros y casi me atraganto al contaros la verdad. Debisteis darle unos azotes cuando aún teníais ocasión, Sparhawk.

—¿Tenéis idea de qué están hablando? —preguntó Stragen a Tynian.

—Oh, sí —repuso Tynian—. Os lo explicaré algún día. No me creeréis, pero os lo explicaré de todas formas.

—¿Has averiguado algo sobre Martel? —preguntó Kalten a Sparhawk.

—Salió a caballo por la puerta del este ayer al despuntar el día.

—En ese caso ha perdido un día de ventaja. ¿Llevaba tropas consigo?

—Sólo a Adus —respondió Kurik.

—Creo que es hora de que se lo contéis todo, Sparhawk —dijo gravemente Sephrenia.

-Supongo que tenéis razón—acordó. Hizo acopio de aire—. Me temo que no he sido del todo sincero con vosotros, amigos míos —admitió.

—¿Y qué tiene eso de nuevo? —inquirió Kalten.

—Desde que salí de la cueva de Ghwerig allá en Thalesia he sido objeto de una persecución constante —declaró Sparhawk, sin hacer caso de la irónica observación de su amigo.

—¿Ese ballestero? —apuntó Ulath.

—Puede que él estuviera relacionado, pero no tenemos garantías de ello. El ballestero... y la gente que trabaja para él... eran seguramente algo que había ideado Martel. No sabría asegurar si representan todavía una amenaza o no, aunque la persona que era responsable de los atentados está muerta.

—¿Quién era? —inquirió Tynian con vivo interés.

—Eso carece de importancia. —Sparhawk había decidido hacía tiempo mantener en absoluto secreto la complicidad de Perraine—. Martel posee medios para obligar a la gente a hacer lo que él quiere. Ésa es una de las razones por las que debimos separarnos del grueso del ejército. No habríamos sido muy eficaces si hubiéramos tenido que dedicar la mayor parte del tiempo a tratar de guardarnos las espaldas de ataques de personas que en principio eran dignas de confianza

—¿Quién os seguía si no era ese ballestero? —insistió Tynian

Sparhawk les habló de la forma en sombras que venía atormentándolo desde hacía meses.

—¿Y creéis que se trata de Azash? —inquirió Tynian.

—La idea encaja bastante bien, ¿no os parece?

—¿Cómo iba a saber Azash dónde estaba la cueva de Ghwerig? —preguntó sir Bevier—. Si esa sombra os persigue desde que abandonasteis esa caverna, sería condición casi forzosa que Azash lo supiera.

—Ghwerig profirió unos insultos bastante groseros contra Azash antes de que Sparhawk lo matara —refirió Sephrenia—, y quedó patente que Azash podía oírlo.

—¿Qué clase de insultos? —inquirió Ulath con curiosidad.

—Ghwerig amenazó a Azash con asarlo y comerlo —explicó concisamente Kurik.

—Eso es un tanto osado... incluso para un troll —observó Stragen.

—No estoy seguro —se mostró en desacuerdo Ulath—. Creo que Ghwerig se hallaba totalmente a resguardo en su cueva... al menos en lo concerniente a Azash. Los hechos demostraron, en cambio, que no contaba con medios para protegerse de Sparhawk.

—¿Podría uno de vosotros dos clarificar un poco esta cuestión? —pidió Tynian—. Los thalesianos sois los expertos en trolls.

—No estoy seguro de poder esclarecer gran cosa —contestó Stragen—. Sabemos un poco más acerca de los trolls que los otros elenios, pero no mucho. —Se puso a reír—. Cuando nuestros antepasados llegaron a Thalesia, eran incapaces de distinguir los trolls de los ogros o los osos. Los estirios nos enseñaron casi todo lo que sabemos. Parece que, cuando los estirios arribaron a Thalesia, se produjeron unos cuantos enfrentamientos entre los dioses menores de Estiria y las deidades troll. Los dioses troll pronto se dieron cuenta de que la fuerza de sus oponentes era superior a la suya y por ello se escondieron. La leyenda afirma que Ghwerig y el Bhelliom tuvieron alguna participación en su ocultamiento, y existe la creencia generalizada de que se encuentran en algún lugar de la cueva de Ghwerig y que el Bhelliom los protege de algún modo contra los dioses estirios. —Miro a Ulath—. ¿Son aproximadamente éstos vuestros conocimientos sobre la cuestión?

Ulath asintió con la cabeza.

—Cuando se combina el Bhelliom y los dioses troll, se está hablando de un poder que basta para hacer que incluso Azash dé un rodeo para no enfrentarlo. Ése es seguramente el motivo por el que Ghwerig podía permitirse formular ese tipo de amenazas.

—¿Cuántos dioses troll existen? —preguntó Kalten.

—Cinco, ¿no es cierto, Ulath? —dijo Stragen.

—En efecto —corroboró Ulath—. El dios del comer, el dios del matar, el dios de...—Se interrumpió y dirigió una mirada embarazada a Sephrenia—. Eh... llamémoslo el dios de la fertilidad —prosiguió sin convicción—. Después está el dios del hielo..., de todas las variaciones del clima, supongo, y el dios del fuego. Los trolls tienen una visión muy simple del mundo.

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