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Authors: David Eddings

Tags: #Fantástico

La rosa de zafiro (47 page)

BOOK: La rosa de zafiro
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—Es una joven intratable, Sparhawk —bufó de cólera el archiprelado al abandonar la habitación donde Ehlana realizaba sus preparativos.

—Nosotros preferimos la palabra «enérgica», Sarathi —replicó con calma Sparhawk.

El caballero pandion vestía un traje de terciopelo negro con ribetes plateados, ya que Ehlana había rechazado de plano la idea de que fuera al altar enfundado en su armadura.

—No quiero que tenga que venir un herrero a nuestro dormitorio para desnudaros, cariño —le había dicho—. Si necesitáis ayuda, yo os la proporcionaré... pero no quiero romperme todas las uñas al hacerlo.

Había cientos de nobles en los ejércitos de Eosia Occidental y legiones de clérigos en la basílica, de manera que aquella tarde los cirios que la vasta nave iluminaron una multitud casi tan nutrida como la que se había congregado el día del funeral del venerable Clovunus. El coro entonaba alegres himnos mientras iban entrando los invitados, y el incienso perfumaba el aire.

Sparhawk aguardaba nerviosamente en el vestidor con las personas le iban a componer su séquito. Sus amigos estaban todos allí, por supuesto: Kalten, Tynian, Bevier, Ulath y el domi, y también Kurik, Berit y los preceptores de las cuatro órdenes. A Ehlana iban a acompañarla, además de Sephrenia y Mirtai, los reyes de Eosia Occidental y, curiosamente, Platimo, Stragen y Talen. La reina no había explicado los motivos de tales elecciones, aunque era posible que tal vez no existiera ninguno.

—No hagáis eso, Sparhawk —advirtió Kurik a su señor.

—¿Que no haga qué?

—Tiraros de ese modo del cuello del jubón. Vais a desgarrarlo.

—El sastre lo cortó demasiado ajustado. Parece un dogal.

Kurik miró, divertido, a Sparhawk sin añadir nada. Se abrió la puerta y Emban asomó su sudorosa cara, iluminada por una gran sonrisa.

—¿Estamos ya casi a punto? —preguntó.

—Comencemos de una vez —dijo Sparhawk con brusquedad.

—Veo que nuestro novio está impacientándose —observó Emban—. ¡Ah, quién volviera a ser joven! El coro va a cantar la tradicional marcha nupcial —anunció—. Estoy seguro de que algunos de vosotros la conocéis. Cuando entonen la nota final, yo abriré la puerta y entonces, caballeros, escoltaréis al altar a nuestro cordero del sacrificio. Por favor, no dejéis que escape. Eso siempre desluce la ceremonia. —Rió maliciosamente entre dientes y volvió a cerrar la puerta.

—Un hombrecillo extremadamente desagradable —gruñó Sparhawk.

—Oh, no sé —disintió Kalten—. A mí me cae bien.

La marcha nupcial era una de las piezas más antiguas de música sacra del repertorio de la fe elenia, un canto a la alegría al que las novias solían prestar gran atención y que los novios, por otro lado, raras veces oían.

Cuando cesaron los últimos acordes, el patriarca Emban abrió la puerta con una floritura, y los amigos de Sparhawk formaron filas a su alrededor para escoltarlo por el pasillo central de la nave. Sería tal vez inapropiado aquí detenernos en las semejanzas que tal procesión presentaba con la piña de alguaciles que acompañaban a un prisionero hasta el patíbulo.

Se dirigieron directamente al altar, donde ataviado de blanco con ribetes dorados, los aguardaba el patriarca Dolmant.

—Ah, hijo mío —lo saludó Dolmant con una tenue sonrisa—, habéis sido muy considerado al reuniros con nosotros.

Sparhawk no se molestó en contestar. Lo que sí hizo, no obstante, fue reparar con harta amargura en el hecho de que todos sus amigos consideraban que aquella ocasión ofrecía toda clase de oportunidades para ejercitar su sentido del humor.

Después, tras una pausa de conveniente duración, durante la cual todos los asistentes se pusieron en pie, guardaron silencio y alargaron el cuello hacia la parte posterior de la nave, el coro entonó el himno procesional, y la comitiva de la novia surgió de ambos lados del vestíbulo. En primer lugar, una a cada lado, iban Sephrenia y Mirtai, en cuya disparidad de tamaño no repararon al punto los observadores. Lo que sí llamó la atención y levantó un murmullo de estupefacción entre la multitud fue el detalle evidente de que ambas eran paganas. El vestido blanco de Sephrenia era casi retadoramente estirio. Una guirnalda de flores le rodeaba la frente, y tenía el semblante sereno. Mirtai vestía una túnica de estilo desconocido en Elenia. La prenda, de un azul intenso y que no parecía tener costuras, iba prendida a cada hombro con un broche y una larga cadena de oro lo ceñía bajo el busto, cruzaba la espalda de la mujer tamul, le rodeaba la cintura y seguía pegada a sus caderas hasta el intrincado nudo de la parte delantera del que pendían los cabos, adornados con borlas, casi hasta rozar el suelo. Los dorados brazos quedaban descubiertos hasta los hombros, revelando una lisura sin tacha y al tiempo una recia musculatura. Llevaba sandalias doradas y el reluciente pelo negro, ahora destrenzado, le caía suavemente por la espalda, casi hasta media pierna, sujeto a la altura de la frente por una simple cinta plateada. En las muñecas llevaba, en lugar de brazaletes, esposas de acero bruñido damasquinadas en oro y, como concesión a la sensibilidad elenia, no llevaba arma visible alguna.

El domiKring suspiró ansiosamente cuando entró y avanzó lentamente junto a Sephrenia por la nave lateral en dirección al altar.

Volvió a producirse la pausa consuetudinaria y entonces, apoyando livianamente la mano en el brazo del anciano rey Obler, la novia salió del vestíbulo y se detuvo para que todos los presentes pudieran admirarla... no tanto como mujer, sino como una obra de arte. Lucía una túnica de blanco satén, habitual en las novias, pero que en su caso estaba forrada de lame dorado, el cual revelaba su contraste en la vuelta de las mangas, de largo corte en la embocadura que casi se prolongaba hasta el suelo. Ehlana llevaba un ancho cinturón de malla de oro con incrustaciones de piedras preciosas y una fabulosa capa dorada descendía tras ella hasta el suelo para sumar su peso a la resplandeciente cola de satén. Sus pálidos cabellos rubios estaban tocados con una corona, no la tradicional corona real de Elenia, sino una especie de trabajo de pasamanería en malla de oro adornada con pequeñas gemas de brillantes colores salpicadas con perlas. La corona le sujetaba el velo, un velo que caía hasta el cuerpo del vestido por delante y le cubría los hombros por detrás y era tan delicado y fino que daba la sensación de ser una imperceptible neblina. Llevaba una sola flor blanca en la mano y tenía el pálido y joven rostro radiante.

—¿Dónde han conseguido con tan poco tiempo los vestidos?—susurró Berit a Kurik.

—Imagino que Sephrenia hizo un juego de manos.

Dolmant les dirigió una severa mirada, conminándolos a callar. Detrás de la reina iban los monarcas del continente, Wargun, Dregos y Soros, y el príncipe heredero de Lamorkand, que había acudido en nombre de su padre ausente, seguido del embajador de Cammoria, que representaba a su reino. El reino de Rendor no tenía ningún representante, y a nadie se le había ocurrido invitar a Otha de Zemoch.

La procesión comenzó a desplazarse despacio por la nave lateral hacia el altar y el novio. Platimo y Stragen iban al final, flanqueando a Talen, que llevaba el cojín de terciopelo blanco donde reposaba el par de anillos de rubí. Deberíamos mencionar, de paso, que tanto Stragen como Platimo no perdían ni un momento de vista al joven ladronzuelo.

Sparhawk observaba a su reina mientras ésta se acercaba con semblante resplandeciente. En aquellos últimos instantes, cuando aún se hallaba en condiciones de pensar con cierta coherencia, cayó al fin en la cuenta de algo que no había reconocido plenamente antes. Ehlana había representado para él una tarea penosa cuando la habían colocado a su cargo años antes, y no sólo una tarea impuesta sino también una humillación. En su favor constaba el hecho de que no hubiera sentido un rencor personal contra ella, pues había advertido que ella había sido, igual que él, víctima del capricho de su padre. La muchacha niña que ahora se aproximaba con rostro tan radiante a él había sido asustadiza, y al principio sólo hablaba con Rolo, un animalillo de felpa bastante gastado que en aquellos tiempos había sido su constante y probablemente única compañía. Con el tiempo, sin embargo, se había ido acostumbrando a la estropeada cara y a la rígida conducta de Sparhawk y entre ellos se cimentó una tenue amistad el día en que un arrogante cortesano había dedicado una impertinencia a la princesa Ehlana y su caballero protector lo reprendió con firmeza. Aquélla fue la primera vez sin duda que alguien había derramado sangre por ella —al cortesano le sangraba profusamente la nariz —y ello abrió todo un mundo nuevo ante la pequeña y pálida princesa. A partir de aquel momento, se lo había confiado absolutamente todo a su caballero..., incluso detalles que él habría preferido no escuchar. Ella no tenía secretos para él y por ello había llegado a conocerla como no había conocido a nadie en el mundo. Y aquello, como era de prever, lo había condicionado a no hallar el amor en ninguna otra mujer. La delgada princesa, todavía impúber, había entrelazado tan intrincadamente su ser con el suyo que no había manera posible de que pudieran separarlo y aquél era, en definitiva, el motivo por el que se encontraban en ese lugar en ese momento preciso. Si sólo hubiera debido tomar en consideración su propio dolor, Sparhawk se habría mantenido firme en descartar la idea. Pero no podía soportar el dolor de ella, de modo que...

El himno tocó a su fin. El anciano rey Obler entregó su parienta al caballero, y el novio y la novia se volvieron de cara al archiprelado Dolmant.

—Voy a daros un sermón —les advirtió Dolmant en voz baja—. Es una especie de convención y la gente espera que lo haga. No tenéis por qué escuchar, pero intentad no bostezar delante de mí si podéis evitarlo.

—No haríamos tal cosa ni en sueños, Sarathi—le aseguró Ehlana.

Dolmant habló del matrimonio... un buen rato. Después aseguró a la pareja nupcial que, una vez concluida la ceremonia, sería del todo correcto que siguieran sus inclinaciones naturales, lo cual no era sólo correcto sino, de hecho, recomendable. Les sugirió en los más vivos términos que se guardaran fidelidad y les recordó que cualquier fruto de su unión debía ser educado en la fe elenia. Luego pasó al capítulo del «queréis», preguntándoles por turnos si consentían en unirse en matrimonio, se entregaban recíprocamente todos sus bienes naturales y prometían amarse, honrarse, obedecerse, cuidarse y así sucesivamente. A continuación, ya que las cosas iban tan bien, dispuso el intercambio de los anillos, ninguno de los cuales había conseguido robar Talen.

Fue en ese momento cuando Sparhawk oyó un quedo sonido familiar que parecía expandirse desde la cúpula. Era el tenue trino de una flauta, una gozosa música nutrida de perdurable amor. Sparhawk lanzó una mirada a Sephrenia y la resplandeciente sonrisa de ésta se lo dijo todo. Por unos instantes se cuestionó irracionalmente qué protocolo habría seguido Aphrael para solicitar al Dios elenio permiso para estar presente y, según parecía, añadir su bendición a la suya.

—¿Qué es esta música? —susurró Ehlana, sin mover los labios.

—Os lo explicaré más tarde —murmuró Sparhawk.

La concurrencia no pareció advertir la canción de Aphrael. A Dolmant, no obstante, se le abrieron ligeramente los ojos y su cara palideció un poco. Recobró la compostura y al cabo declaró que Sparhawk y Ehlana eran de forma permanente, irrevocable, inalterable y definitiva marido y mujer. Después invocó la bendición de Dios con una pequeña oración final y por fin dio permiso a Sparhawk para besar a la novia.

Sparhawk levantó con ternura el velo de Ehlana y le rozó los labios con los suyos. Nadie besa realmente muy bien a alguien en público, pero la pareja superó el trance sin dar muestras manifiestas de especial torpeza.

A la ceremonia nupcial sucedió sin margen de interrupción la coronación de Sparhawk como príncipe consorte. Se arrodilló para recibir la corona que Kurik había llevado a la nave en un cojín de terciopelo púrpura de manos de la joven que acababa de prometerle, entre otras cosas, obediencia, pero que ahora asumía su autoridad de reina. Ehlana pronunció un bonito discurso con la misma voz sonora con que probablemente hubiera ordenado a las piedras que se movieran con esperanzas no descabelladas de ser obedecida. En su disertación dijo unas cuantas cosas sobre él, en su mayoría halagadoras, y concluyó encajándole firmemente la corona en la cabeza. Después, dado que el estaba de rodillas y tenía la cara alzada en posición conveniente, volvió a besarlo. El recién desposado notó que la reina iba mejorando mucho con la práctica.

—Ahora sois mío, Sparhawk—murmuró con los labios aún en contacto con los suyos.

Luego, a pesar que él se hallaba en una condición física muy alejada de la decrepitud, lo ayudó a ponerse en pie. Mirtai y Kalten se adelantaron con capas de armiño con que arroparon los hombros de la pareja real, y a continuación los dos se volvieron para recibir los vítores de la muchedumbre congregada en la nave.

Tras la ceremonia se celebró un banquete nupcial, del cual no conservó recuerdo Sparhawk ni de lo que sirvieron ni de lo que él comió Todo cuanto recordaba era que se le antojó que había durado siglos. Después él y su esposa fueron acompañados hasta la puerta de una lujosa habitación situada en lo alto del ala este de uno de los edificios comprendidos dentro del complejo eclesiástico. Entraron y cerró con llave la puerta tras ellos.

La estancia estaba profusamente amueblada con sillas, mesas, divanes y piezas por el estilo, pero Sparhawk sólo alcanzó a percibir la cruda realidad de la cama. Era un lecho alto, erguido sobre una tarima, con recias columnas en las esquinas.

—Por fin —dijo con alivio Ehlana—. Pensé que no iba a acabar nunca.

—Sí —convino Sparhawk.

—Sparhawk —inquirió entonces con un tono que en nada recordaba al de una reina—, ¿me amáis de veras? Sé que os obligué a hacer esto, primero en Cimmura y después aquí. ¿Os habéis casado conmigo porque realmente me amáis, o ha sido sólo por deferencia hacia mí porque soy la reina? —Tenía la voz temblorosa y los ojos expresaban una gran vulnerabilidad.

—Estáis haciendo preguntas tontas, Ehlana —le respondió con suavidad—. Reconozco que me desconcertasteis al principio..., seguramente porque no tenía ni idea de que abrigarais ese sentimiento hacia mí. No soy un gran partido, Ehlana, pero os amo. Nunca he querido a nadie más que a vos. Mi corazón está algo abollado, pero es enteramente vuestro. —Después la besó y ella pareció fundirse entre sus brazos.

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