La saga de Cugel (22 page)

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Authors: Jack Vance

Tags: #Ciencia ficción

BOOK: La saga de Cugel
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—Una excelente idea —dijo Nisbet—. Hoy no me siento con ganas de trabajar.

Partieron ambos llanura adelante en dirección al otero: una distancia de poco menos de dos kilómetros. Cugel cargaba con un saco conteniendo todo lo necesario, que Nisbet había tocado con su amuleto y su bota, a fin de anular el peso.

Subieron al otero por un camino practicable y se acercaron al jardín de Makke.

—No queda nada —dijo con tristeza Nisbet—. Excepto el ossip, que parece seguir floreciendo pese a la falta de cuidados. Ese montón de ruinas es todo lo que queda de la mansión de Makke, que fue construida con cinco fachadas, como el amuleto.

Cugel se aproximó al montón de escombros, y creyó notar un asomo de vapor filtrándose por entre las grietas. Se acercó más y, dejándose caer de rodillas, retiró varias piedras. A sus oídos llegó el sonido de una voz, y luego de otra, enzarzadas en lo que parecía ser un excitado diálogo. Tan débiles y elusivas eran las voces que no podían distinguirse las palabras, y Nisbet, cuando Cugel lo llamó junto a la grieta, no pudo oír ningún sonido.

Cugel se apartó de los escombros. Retirar las rocas podía poner al descubierto algún mágico tesoro, o más probablemente alguna inimaginable maldición. Nisbet era del mismo parecer, y los dos hombres se alejaron de las ruinas de la mansión. Sentados en una losa de carcomida piedra, comieron pan, queso, salchichas picantes y cebollas, todo ello regado con jarras de cerveza elaborada en el poblado.

A unos pocos metros, el ossip extendía sus grandes ramas sobre un retorcido tronco gris plateado de casi dos metros de diámetro. Las bayas, verdes y plata, colgaban en racimos del extremo de cada rama, unas esferas cerúleas de algo más de un centímetro de diámetro.

Finalizada la comida, Cugel y Nisbet recogieron bayas suficientes para llenar cuatro sacos, que Nisbet hizo flotar en el aire. Arrastrando tras ellos su cosecha, los dos hombres regresaron a la cantera.

Nisbet preparó un gran caldero y puso agua a hervir, luego añadió las bayas. Al poco rato empezó a formarse espuma en la superficie.

—Ahí está la cera —dijo Nisbet, y la trasladó con una espumadera a un cuenco. Repitió el proceso cuatro veces, hasta que todas las bayas hubieron hervido y el cuenco estuvo lleno de cera.

—Hemos hecho un buen trabajo hoy —anunció Nisbet—. No veo ninguna razón para que no podamos cenar en consecuencia. Hay un par de excelentes filetes en la despensa, proporcionados por Dama Petish, que es la carnicera del poblado. Si no te importa encender el fuego, voy a buscar un vino apropiado.

De nuevo se sentaron Cugel y Nisbet para una espléndida cena, pero mientras Nisbet abría una segunda botella de vino llegó a sus oídos el sonido de puertas cerrándose y el golpear de unos pesados pies.

Un instante más tarde una mujer alta y robusta, de enormes brazos y piernas, recia mandíbula, nariz rota y abundante pelo rojo, entró en la habitación.

Nisbet se puso trabajosamente en pie.

—¡Dama Sequorce! Me sorprende verte a esta hora de la noche.

Dama Sequorce examinó desaprobadoramente la mesa.

—¿Por qué no estás tallando mis segmentos, que hace tiempo que debían haber sido entregados?

Nisbet habló con fría altivez:

—Hoy Cugel y yo atendimos importantes asuntos, y ahora, como es nuestra costumbre, cenamos. Puedes volver por la mañana.

Dama Sequorce no prestó atención a sus palabras.

—Comes demasiado tarde y cenas demasiado pronto, y bebes demasiado vino. Mientras tanto, mi esposo permanece muy por debajo de los esposos de Dama Petish, Dama Haxel, Dama Croulsx y otras. Puesto que la gentileza no surte efecto, he decidido probar una nueva táctica, para la que utilizo el término «miedo». En cuatro palabras: si no remedias mis necesidades en tiempo breve, traeré a mis hermanas aquí y vamos a causar serios daños.

Nisbet empleó la suave voz de la pura razón.

—Si accediera a tu petición…, no una petición, ¡una amenaza! las demás mujeres de la ciudad podrían intentar intimidarme también, con detrimento del buen orden de los asuntos.

—¡No me importan tus problemas! ¡Proporcióname mis segmentos, de inmediato!

Cugel se puso en pie.

—Dama Sequorce, tu conducta es singularmente ruda. De una vez por todas: ¡Nisbet no va a ser coaccionado! Te proporcionará tus segmentos a su debido tiempo. Ahora te pide que abandones el lugar, ¡y sin hacer ruido con tus pies!

—Así que ahora Nisbet se ha vuelto exigente, ¿eh?

—Dama Sequorce avanzó unos pasos y agarró a Nisbet por la barba—. ¡No he venido aquí a escuchar tus bravatas! —Dio un brusco tirón a la barba, luego volvió a retroceder los pasos que había dado—. Me voy, pero sólo porque ya he entregado mi mensaje, ¡que espero tomes en serio!

Dama Sequorce se marchó, dejando tras ella un pesado silencio. Al fin, Nisbet dijo con tono falsamente alegre:

—¡Una incursión espectacular, sin lugar a dudas! Tendré que decirle a Dama Wyxsco que revise las cerraduras. ¡Vamos, Cugel! ¡Volvamos a nuestra cena!

Siguieron comiendo, pero la alegría anterior había desaparecido. Al cabo de un rato, Cugel dijo:

—Lo que necesitamos es un stock, un almacenamiento, de segmentos listos para ser montados, de modo que podamos servir sobre demanda las exigencias de estas mujeres orgullosas.

—Sin duda —dijo Nisbet—. ¿Pero cómo conseguirlo?

Cugel inclinó cautelosamente la cabeza hacia un lado.

—¿Estáis dispuesto a seguir procedimientos poco ortodoxos?

Con una fanfarronería provocada en parte por el vino y en parte por el brusco tirón que Dama Sequorce había dado a su barba, Nisbet declaró:

—¡Soy un hombre que no se detiene ante nada cuando las circunstancias lo exigen!

—En ese caso, pongámonos a trabajar —dijo Cugel—. Tenemos toda la noche por delante! ¡Eliminaremos nuestros problemas de una vez por todas! Trae lámparas.

Pese a sus osadas palabras, Nisbet siguió a Cugel con pasos vacilantes.

—¿Qué es exactamente lo que te ronda por la cabeza?

Cugel se negó a discutir su plan hasta que hubieron alcanzado las columnas. Allí, indicó al vacilante Nisbet que se apresurara.

—¡El tiempo es esencial! Trae la lámpara junto a esta primera columna.

—Esa es la columna de Fidix.

—No importa. Deja la lámpara, luego toca la columna con tu amuleto y golpéala muy suavemente con el pie: apenas un roce. Primero, déjame asegurar la columna con esta cuerda.. —Bien. ¡Ahora, aplica el amuleto y golpea!

Nisbet obedeció; la columna se volvió momentáneamente ingrávida, y en ese intervalo Cugel retiró el segmento «Uno» y lo depositó a un lado. Al cabo de pocos segundos la magia se disipó y la columna volvió a su posición original.

—¡Observa! —exclamó Cugel—. Un segmento que deberemos renumerar y vender a Dama Sequorce, ¡y un higo para sus recriminaciones!

—¡Fidix observará sin duda la reducción! —protestó Nisbet.

Cugel agitó sonriente la cabeza.

—Improbable. He observado a los hombres subir a sus columnas. Lo hacen parpadeando y medio dormidos. No se molestan en mirar nada excepto el estado del tiempo y los peldaños de su escalerilla.

Nisbet tiró dubitativo de su barba.

—Mañana, cuando Fidix trepe a su columna, se encontrará un segmento más bajo que todos los de su alrededor.

—Por eso debemos quitar el «Uno» de todas las columnas. ¡Así que al trabajo! Tenemos muchos segmentos que retirar.

Cuando el amanecer iluminaba ya el cielo, Cugel y Nisbet retiraron el último de los segmentos a un lugar oculto tras un montón de rocas en el suelo del taller. Nisbet era presa de una trémula alegría.

—Por primera vez dispongo de un número suficiente de segmentos a mano. Nuestras vidas van a ser apacibles a partir de ahora. ¡Cugel, posees una mente espléndida y llena de recursos!

—Hoy tenemos que trabajar como de costumbre. Luego, en el caso improbable de que sean notadas las sustracciones, simplemente afirmaremos no saber nada del asunto, o echaremos la culpa a los maots.

—O podemos afirmar que el peso de las columnas ha empujado a los «Unos» bajo tierra.

—Cierto. ¡Nisbet, esta noche hemos hecho un buen trabajo!

El sol ascendió en el cielo, y el primer contingente de hombres avanzó desde el poblado. Como había predicho Cugel, todos subieron a la cima de sus columnas y se dispusieron a tomar las bienhechoras radiaciones sin mostrar dudas ni perplejidad, y Nisbet lanzó una hueca risa de alivio.

Durante las siguientes semanas Cugel y Nisbet satisficieron un gran número de encargos, aunque nunca con tal profusión que despertara comentarios. A Dama Sequorce se le adjudicaron dos segmentos, en vez de los tres que había exigido, pero no se mostró descontenta.

—¡Sabía que podía lograr lo que deseaba! Para conseguir que sean satisfechos tus deseos lo único que necesitas es plantear alternativas desagradables. Dentro de poco te encargaré otros dos segmentos, cuando pueda permitirme pagar tus exorbitantes precios; de hecho, puedes empezar a trabajar ya en ellos, así que no necesito esperar. ¿Eh, Nisbet? ¿Recuerdas cómo tiré de tu barba?

—Tomaré nota de tu orden, y será cumplida en su secuencia correspondiente —respondió Nisbet con formal educación.

Dama Sequorce se limitó a emitir una ronca risa y se fue.

Nisbet lanzó un abatido suspiro.

—Había esperado que un flujo de segmentos frenara un poco la afluencia de nuestros clientes, pero parece haber estimulado más bien la demanda. Dama Petish, por ejemplo, se muestra irritada de que el esposo de Dama Gillincx se siente ahora al mismo nivel que el propio Petish. Dama Viberí se cree la líder de la sociedad, e insiste en que dos segmentos separen siempre a Viberí de sus inferiores sociales.

Cugel se encogió de hombros.

—Sólo podemos hacer lo que es posible.

En un tiempo inesperadamente corto los segmentos del montón fueron distribuidos, y las mujeres del poblado empezaron a importunar de nuevo. Cugel y Nisbet discutieron largo y tendido la situación, y decidieron enfrentarse a la excesiva demanda con absoluta inflexibilidad.

Algunas de las mujeres, sin embargo, tomando buena nota del éxito de Dama Sequorce, empezaron a lanzar amenazas incluso más categóricas. Cugel y Nisbet aceptaron por fin lo inevitable y, una noche, fueron a las columnas y retiraron todos los «Dos». Como antes, los hombres no notaron nada. Cugel y Nisbet intentaron llenar el cupo de demandas atrasadas, y la antigua urna en que Nisbet guardaba sus terces estaba llena a rebosar.

Un día, una mujer joven acudió a conferenciar con Nisbet.

—Soy Dama Mupo; llevo casada solamente una semana, pero ya es tiempo de empezar una columna para Mupo, que está un tanto delicado y necesita del flujo de un nivel superior. He inspeccionado la zona y seleccionado un emplazamiento, pero mientras caminaba por entre las columnas he observado una extraña circunstancia, Los segmentos inferiores están todos numerados «Tres» en vez de «Uno», como parecería normal. ¿Cuál es la razón de eso?

Nisbet empezó a tartamudear, y Cugel entró rápidamente en la conversación.

—Es una innovación destinada a ayudar a las familias jóvenes como vosotros. Por ejemplo, Viberí goza de una pura y no diluida radiación en su «Veinticuatro», Empezando con «Tres» en vez de con «Uno», tu esposo sólo estará veintiún bloques más abajo que él, en vez de veintitrés.

Dama Mupo asintió, indicando haber comprendido.

—¡Es una ayuda, ciertamente!

Cugel prosiguió:

—No hacemos publicidad del asunto, puesto que no podemos hacerlo con todo el mundo. Considerad simplemente este asunto como una amable ayuda de Nisbet a ti personalmente, y puesto que el pobre Mupo no goza de muy buen salud, le proporcionaremos no sólo su «Tres», sino también su «Cuatro». Pero no debes decir nada de esto a nadie, ni siquiera a Mupo, pues no podemos extender estos favores a todo el mundo.

—¡Comprendo, comprendo! ¡Nadie lo sabrá!

Al día siguiente, Dama Petish apareció en el taller.

—Nisbet, mi sobrina acaba de casarse con Mupo y me ha venido con una inconexa y peculiar historia acerca de «Treses» y «Cuatros» que, francamente, no consigo entender. Afirma que tu ayudante Cugel le prometió un segmento gratis, como un servicio a las familias jóvenes. Estoy interesada en ello porque la semana próxima se casa otra de mis sobrinas, y si estás ofreciendo dos segmentos por el precio de uno es de justicia que trates de la misma manera a una antigua y valiosa clienta como yo.

—Mi explicación confundió a Dama Mupo —dijo Cugel con suavidad—. Recientemente hemos observado vagabundos y merodeadores en torno a las columnas. Los echamos, y luego, para confundir a los posibles ladrones, alteramos nuestro sistema de numeración. En la práctica, no ha cambiado nada; no tienes por qué preocuparte.

Dama Petish se fue, agitando dubitativa la cabeza. Se detuvo junto a las columnas y las miró de arriba a abajo durante varios minutos, luego regresó al poblado.

Nisbet dijo nerviosamente:

—Espero que no venga nadie más haciendo preguntas. Tus respuestas son notables y confusas incluso para mí, pero otros pueden ser más incisivos.

—Imagino que hemos oído lo último sobre el asunto —dijo Cugel, y los dos regresaron al trabajo.

A primera hora de la tarde, Dama Sequorce salió del poblado con varias otras de sus hermanas. Se detuvieron varios minutos junto a las columnas, luego prosiguieron hacia el taller.

Nisbet dijo con voz temblorosa:

—Cugel, te nombro mi portavoz en este asunto. Espero que seas lo suficientemente bueno como para ablandar a esas damas.

—Haré todo lo que pueda —dijo Cugel. Salió a enfrentarse a Dama Sequorce—. Tus segmentos aún no están listos. Puedes volver dentro de una semana.

Dama Sequorce pareció no oír. Registró con sus pálidos ojos azules el taller.

—¿Dónde está Nisbet?

—Nisbet está indispuesto. Nuestro tiempo de entrega vuelve a ser de un mes o dos, puesto que debemos labrar más piedra blanca. Lo siento, pero no podemos complacerte antes.

Dama Sequorce clavó fijamente su mirada en Cugel

—¿Dónde están los «Uno» y los «Dos»? ¿Por qué han desaparecido, de modo que son los «Tres» los que descansan ahora sobre el suelo?

Cugel fingió sorpresa.

—¿Es cierto eso? Muy extraño. De todos modos, nada es permanente, y los «Uno» y «Dos» pueden haberse visto reducidos a polvo.

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