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Authors: Fran Ray

La siembra (53 page)

BOOK: La siembra
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—¿Qué significa una vida humana comparado con lo que está en juego? —Sonríe.

Debería enfadarse con Vincent, pero también para eso es demasiado tarde.

—Hay demasiadas personas en este mundo, Ethan. La lucha por la supervivencia se vuelve más dura y los seres vivos actúan descontroladamente, de manera inesperada y más agresiva. Hace tiempo que los ensayos con animales lo han demostrado. —El tono profesoral de ella lo enfurece aún más—. ¿Acaso no lo comprende? Hemos de salvar el planeta de los millones de personas que lo explotan, lo ensucian y lo profanan.

—¿Cuántas personas más tienen que morir? Hace tiempo que el maíz crece en los campos.

—Un tipo de maíz muy prometedor creado por Frost. Por casualidad, claro está. Demasiado valioso para no seguir produciéndolo. Nosotros...

—¿Nosotros? ¿Quiénes, The Three Poles?

—El Círculo Interior. Sí, nosotros comprendimos las posibilidades que ofrecía. Tuvimos que eliminar a algunas personas, desde luego. Gente que trabajaba en la producción... —Océane alza la vista e inspira profundamente—. Mire en torno. Escuche.

Él oye silbar el viento por encima de los bordes afilados del hielo.

—El viento crea esas cuevas azules en el hielo, las suaves colinas y los abruptos abismos. ¿No le parece que aquí la belleza y la perfección de la naturaleza ejercen toda su fascinación? Si la población humana se reduce un poco, la Tierra se recuperará, y entonces... —Océane alza la mirada hasta el cielo.

—De momento, pensábamos centrarnos en África y Asia, pero siempre hay negociantes. Latté compró allí donde el maíz para sus
chips
era más barato y le daba igual de dónde procedía.

—¡Chipmax! ¿Y por eso murieron aquellos niños?

—¿Preferiría que se enfrentaran a un futuro en un planeta cuyo medioambiente está contaminado?

«Está completamente loca.»

—Ese maíz DR sólo germina una vez. No se extenderá mucho.

—Correcto, Ethan. —Ella asiente, pero su sonrisa lo hace desconfiar.

—Además, una vez que la verdad salga a la luz, ningún país permitirá que se planten semillas de Edenvalley. ¿Acaso quería acabar con Edenvalley? También lo hubiera conseguido de otro modo. Usted desprecia a los seres humanos.

—Sí, a la mayoría.

Ethan aferra la pistola.

—La mataré, Océane.

Ella lanza una fría carcajada.

—¿Alguna vez ha tenido una visión, Ethan, una visión de un mundo mejor? No, usted siempre se ha entretenido en las nimiedades, en lo intrascendente. ¿Es que no se comportó así también con Sylvie?

—¿Qué sabrá usted de mi vida? —«¿Por qué sigo escuchándola? ¿Por qué no disparo?»

—No puede hacer nada más, Ethan. ¡Hace tiempo que el operativo se ha iniciado en Ginebra! ¡Usted no es ningún héroe! He echado un vistazo a sus libros, y en ellos tampoco hay héroes. Un héroe debe estar dispuesto a sacrificarse a sí mismo. Es una pena que ya no podrá pensar en ello, ¡porque por fin hubiera podido escribir sobre la auténtica grandeza, sobre el verdadero heroísmo!

Ethan también contempla el cielo y por fin comprende. Toba, dijo Camille, el volcán que, según dicen, hace setenta y cinco mil años casi acaba con la especie humana. Vapores de azufre que envenenan la atmósfera, cenizas que llueven del cielo... y también algo más: «El polen contiene la información genética de toda la planta. Si la planta es transgénica, el polen también será portador de esa modificación genética.»

Control of Food...

El viento ha de diseminar los pólenes de Edenvalley por todo el planeta... Recuerda su último libro,
Un verano.
La región sufrió una sequía, y todos los días Talbot escalaba una roca y estudiaba el viento y las nubes... Ethan se había informado sobre conceptos meteorológicos básicos.

—El
jetstream
—reflexiona, y entonces lo comprende—. Ustedes descargan el polen en el
jetstream.
A ocho mil metros de altitud esa corriente de aire gira alrededor del mundo. Se mezcla con el aire caliente proveniente del ecuador y, así, los pólenes de Edenvalley se diseminan por todo el mundo.

—Hace tiempo que nuestros adversarios advierten del peligro de ese tipo de diseminación. En realidad, fue idea suya —dice Océane.

—Ustedes quieren provocar una hecatombe... —prosigue él—, y después... en todo el mundo crecerán plantas de Edenvalley, Edenvalley otorgará licencias de semillas... Edenvalley controlará todas las semillas de la tierra y con ello, la reproducción, la política, ¡todo!

—El mundo es demasiado complejo como para dejarlo en manos de los políticos.

—¿Y qué pasa con The Three Poles?

Océane suelta una carcajada.

—¡Pero si hace mucho tiempo que The Three Poles controla Edenvalley! ¡Yo soy la directora! ¡James Stewart carece de visión! Al igual que usted, Ethan.

Él nota un movimiento entre las sombras y la nieve. Una figura gigantesca, como si una parte del hielo se desprendiera del resto a unos veinte metros detrás de Océane.

—¡Está loca! —grita—. ¡Detenga el avión!

Pero ella sólo ríe.

—Miles de personas comerán ese maíz y se volverán estériles, y muchos morirán. Y después una nueva vida se generará en la tierra, ¡una vida creada por nosotros! Un resurgimiento sólo es posible si se deja algo atrás, si uno se desprende de algo viejo. Hay que hacer sacrificios para que algo nuevo salga a la luz. ¡El camino a la iluminación también atraviesa zonas oscuras! ¡Soy yo quien ha comenzado a limpiar la Tierra! —exclama, alzando los brazos como una sacerdotisa.

El oso polar, silencioso y enorme, se aproxima erguido y alzando las pesadas garras, como si también él orara.

Ethan dispara. Una vez, dos veces, pero Océane se aparta a tiempo y las balas dan en el pecho del oso. Las garras por encima de la cabeza de Océane se detienen, y también ella permanece inmóvil. Un momento congelado, en el que dos especies se enfrentan, tal vez desconcertadas ante su repentina similitud. Pero entonces el instinto vuelve a llamear en la mirada del oso y, soltando un rugido furioso, deja caer la mortífera garra de afiladas uñas sobre la cabeza de Océane, le destroza el cuero cabelludo, le araña el rostro, le cercena el cuello y clava las mandíbulas en su carne. La sangre brota a borbotones, mancha la nieve y también la piel hirsuta del oso y el blanco traje de la mujer. Ni siquiera tiene tiempo de proferir un grito.

Ethan retrocede lentamente, un paso tras otro. Sabe que el oso no tardará en abalanzarse sobre él, en cuanto haya acabado con su primera víctima. La motonieve es su única esperanza y sólo dispone de segundos para ponerla en marcha. Quiere desviar la mirada, no quiere ver cómo el oso destroza el cuerpo de Océane y la sangre empapa la nieve. Choca contra el patín, se vuelve y aferra el volante. Un paso más y apoya el pie en el estribo. El rugido del oso se ha apagado y sólo se lo oye masticar y sorber. Tantea la llave con los dedos helados y la encuentra. «Sólo dispongo de un único intento.» Hace girar la llave.
Clac.
El oso levanta el morro ensangrentado y lo observa.

Ethan permanece inmóvil. No quiere morir, pese a todo. «¡No aquí, junto a Océane!»

El animal vuelve a bajar el morro y sigue devorando el cuerpo ensangrentado. Una vez más, Ethan hace girar la llave.
Clac.

El oso alza la vista, abre las fauces y ruge. Se yergue.
Clac.
Sacude la cabeza.
Clac.
El motor despierta. «¡Por fin!» Ethan acelera a fondo. El oso se pone en movimiento, la motonieve se desliza de un lado a otro por el hielo. Ethan deja de acelerar, oye que el oso se acerca, puede que en terreno llano lograse escapar, pero cada obstáculo, cada grieta en el hielo y cada charco de agua pueden resultar mortales.

Se arriesga a echar un vistazo por encima del hombro, reduce la velocidad y aguza el oído: sólo oye el zumbido del motor. El oso debe de haber vuelto a su presa. ¿Y ahora? ¿Adónde? Tiene que detener ese avión, pero no tiene ni idea de cómo hacerlo. ¡Ni siquiera sabe dónde se encuentra!

A su alrededor sólo hay montañas blancas.

El ruido de la motonieve lo aturde. La luz difusa hace que el blanco de la nieve parezca menos luminoso. Durante un momento cree ver huellas de patines en la nieve. ¿Acaso se equivoca? ¿Se ha perdido en medio de ese mundo helado y letal? A su izquierda se elevan cimas cubiertas de hielo, a su derecha, tras abruptos témpanos, resplandece el mar oscuro y azul.

Ethan se limita a avanzar en línea recta.

«¿No es lo que he deseado? ¿Tener la cabeza libre para poder pensar, vivir, amar?» Ya no oye el ruido de la motonieve, tal vez porque se ha acabado la gasolina. «A lo mejor ya no avanzo, y todo es una ilusión.»

Piensa en orquídeas. De color violeta, azul profundo, rosado, amarillo, blanco... Sylvie amaba las orquídeas, sobre todo las litofitas que crecen sobre las piedras y las epifitas que crecen en los árboles y otras plantas. Su diferencia reside en que las clases se encuentran en diversas fases de la evolución, le dijo. A lo mejor ocurre lo mismo con los humanos. ¿Qué sabemos de nosotros mismos? Es curioso, pero ahora siente que Sylvie está más próxima que en los meses anteriores a su muerte.

«¿Volvemos a nacer en algún momento? ¿Adónde va nuestra alma? ¿Volveremos a encontrarnos en alguna parte, Sylvie? ¿Acaso es verdad que el tiempo y el espacio no existen, que estamos en todas partes al mismo tiempo?»

Ya no siente el frío. Nunca se ha sentido tan feliz, tan satisfecho. «Todo está bien así como está. El blanco que me rodea es perfecto. ¿Es la luz de la luna lo que hace brillar las montañas de hielo tan majestuosamente? Belleza perfecta, silencio perfecto. Debería haber venido aquí con Sylvie.» Entonces ríe: pero si Sylvie está con él...

«¿Me oyes, cariño?»

«Sí, Ethan, he estado esperándote. El tiempo que pasamos juntos fue tan escaso... siempre estábamos ocupados, ¿verdad?»

«Sí...»

«Lamento haberte involucrado en este feo asunto. Quería cumplir con el último deseo de mi padre. ¿Puedes perdonarme?»

«Aún estarías con vida si hubieras confiado en mí.»

«Tal vez. Pero quizás hubiera muerto en algún estúpido accidente, y nunca hubieras estado tan cerca de mí como ahora.»

«¿Entonces todo está bien, ahora?»

«Sí. Todo tiene sentido.»

«¿Y la muerte de tu madre, y la de Camille?»

«Tú no eres culpable.»

«¿Y qué pasará con el planeta, con los seres humanos? Yo no quería salvarlos.»

«Salvar el planeta y a los seres humanos no era tu deber en esta vida, Ethan.»

«¿Y cuál era mi deber?»

«Amar.»

«Pero...»

«Sí, amar...»

Un caribú de gran cornamenta surca el pálido cielo. «¿Es su alma? ¿La de Sylvie?»

¿Qué es eso que de pronto lo arranca de esta maravillosa paz? ¿Esas luces allí delante? ¿El bramido de un motor? ¿La elevada antena? ¿Las figuras envueltas en chubasqueros rojos? En el cartel colgado encima de la barraca pone «Estación meteorológica Nunavut».

—¿De dónde ha salido, hombre? —exclama una voz.

De algún modo, Ethan logra apagar el motor.

—De Noah's Arch, el banco de semillas.

El hombre le lanza una mirada escéptica.

—Allí hubo un atentado.

¿Es verdad que acaba de hablar con Sylvie? Se siente liberado, Sylvie le ha perdonado. Él se ha quitado un gran peso de encima y siente que recupera las fuerzas.

—He de informar al primer ministro. ¡Ha de detener un avión! —Ethan baja de la motonieve, se tambalea y vuelve a recuperar el equilibrio.

El hombre vacila.

—Por favor, no hay tiempo que perder —dice Ethan—. ¡Hemos de salvar al mundo...!

Agradecimientos

Este libro tampoco hubiera existido sin el apoyo de muchas personas comprometidas. Espero no olvidarme de nadie y si lo hiciera, por favor disculpadme: también os incluyo a vosotros.

En primer lugar, quiero expresar mi gratitud a mi agente Franka Zastrow, de Michael Meller Literary Agency. Tu consuelo en los momentos difíciles siempre me reanimó y me permitió seguir adelante. ¡Has realizado una tarea estupenda!

También a mi lectora Gerke Haffner: te introdujiste en el tema y persististe con determinación, hiciste las preguntas incómodas necesarias para que una historia no sólo sea correcta, sino además realmente buena.

También al doctor Lutz Steinhoff de la agencia Skripta: su trabajo en el texto volvió a ser magnífico. ¡Usted es uno de los mejores!

Quiero dar las gracias a mi editorial Bastei Lübbe, que creyó en mí y después aguardó pacientemente a que escribiera este libro. Y a Marco Schneiders y Klaus Kluge: ¡su creatividad y profesionalidad animan a emprender nuevos proyectos!

A Christian Stüwe y Nicole Koch, del departamento de derechos: ¡su entusiasmo personal me dio alas! Al departamento de prensa y a Barbara Fischer. Y a los numerosos colaboradores de la editorial y del departamento de ventas que se esforzaron especialmente por este libro: ¡muchas gracias a todos!

Un agradecimiento especial a Bea Merz y Sissy Mueller: ¡sin vosotras jamás habría encontrado el apartamento de Ginebra de Océane! La película de la periodista Marie-Monique Robin sobre una empresa agroquímica me fascinó y me inspiró. Eric Hahnen: ¡nuestra breve y espontánea conversación en un bar de Madrid sobre los priones hizo que la idea se convirtiera en una realidad! Stefan Mauch: sé que para un especialista no resultó fácil hacer caso omiso de la libertad artística en relación a algunas circunstancias vinculadas a la genética de las plantas.

Markus Schäfer, tus indicaciones con respecto al
jetstream
y a las puertas de las bodegas de los aviones me ayudaron muchísimo. Y por fin, quiero expresar mi agradecimiento a mis padres, que siempre me apoyaron y posibilitaron que emprendiera este camino.

Y sí, Simona, sé que mis entusiasmados monólogos sobre priones y teorías de conspiración no siempre resultaron entretenidos.

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