La inteligencia y la educación, que todos estos niños tenían, al parecer no cambiaban de un modo importante la naturaleza humana. Y no es que Bean pensara realmente que tuviera que ser así.
Lo poco que había en juego tampoco contó demasiado en la respuesta que Bean dio a los matones. Simplemente obedeció sin quejarse y tomó nota de quiénes eran los matones. Simplemente recordaría quien actuaba como matón y lo tendría en cuenta cuando se encontrara en una situación donde esa información pudiera ser importante.
No tenía sentido ponerse sentimental por nada. Ponerte sentimental no te ayudaba a sobrevivir. Lo que importaba era aprenderlo todo, analizar la situación, elegir un curso de acción, y luego moverte con osadía. Saber, pensar, decidir, actuar, No había lugar en esa lista para «sentir». No es que Bean no tuviera sentimientos. Simplemente rehusaba pensar en ellos, ni entretenerse con ellos o dejar que influyeran en sus decisiones cuando había asuntos importantes por medio.
—Es aún más pequeño de lo que era Ender.
Otra vez, y otra vez. Bean se estaba cansando de todo eso.
—No me hables de ese hijo de puta, bicho.
Bean alzó la cabeza. Ender tenía un enemigo. Bean se había estado preguntando cuándo localizaría a uno, pues alguien que había obtenido las máximas puntuaciones tenía que haber provocado algo más que admiración. ¿Quién había hablado? La misma voz se alzó de nuevo. Otra vez. Y entonces lo supo: ése era el niño que había llamado a Ender hijo de puta.
Advirtió la silueta de una especie de lagarto en su uniforme. Y un único triángulo en su manga. Ninguno de los niños a su alrededor tenía el triángulo. Todos se centraban en él. ¿El capitán del equipo quizás?
Bean necesitaba más información. Tiró de la manga de un niño que tenía al lado.
—¿Qué? — dijo el niño, molesto.
—¿Quién es ese niño de allí? — preguntó Bean—. El capitán del equipo del lagarto.
—Es un Salamandra, capullo.
Escuadra
Salamandra. Y él es el
comandante
.
Los equipos se llamaban escuadras. Comandante es el rango que lucía el triángulo.
—¿Cómo se llama?
—Bonzo Madrid. Y aún es más gilipollas que tú —le soltó el niño, y se apartó de Bean.
Así que Bonzo Madrid era lo suficientemente osado para declarar su odio por Ender Wiggin, pero un chico que no estaba en la escuadra de Bonzo lo despreciaba a su vez y no temía decírselo a un extraño. Era bueno saberlo. El único enemigo que Ender tenía, hasta ahora, era despreciable.
Pero… por despreciable que pudiera ser Bonzo, era comandante. Lo que significaba que era posible ser comandante sin ser el tipo de niño que todo el mundo respetaba. Entonces, ¿cuál era el criterio de evaluación que usaban los adultos al asignar el mando de este juego de guerra que formaba la vida de la Escuela de Batalla?
Aún más, ¿cómo le darían el mando a él?
Ése fue el primer momento en que Bean advirtió que tenía ese objetivo en mente. Había llegado a la Escuela de Batalla con las puntuaciones más altas de su grupo de novatos…, pero también era el más pequeño y el más joven, y las acciones deliberadas de los profesores lo habían aislado aún más, conviniéndolo en objetivo de su resentimiento. De algún modo, en mitad de todo esto, Bean había tomado la decisión de que no sería como en Rotterdam. No iba a vivir aislado para integrarse sólo cuando fuera absolutamente esencial para su propia supervivencia. Tan rápido como le fuera posible, iba a colocarse en su sitio para comandar una escuadra.
Aquiles había gobernado porque era brutal, porque estaba dispuesto a matar. Eso siempre lastraría la inteligencia, cuando el inteligente era físicamente pequeño y no tenía aliados fuertes. Pero allí, los matones sólo empujaban y hablaban con rudeza. Los adultos ejercían un estricto control sobre todo, y por eso la brutalidad no prevalecería, no al asignar el mando. La inteligencia, entonces, tenía probabilidades de ganar. Con el paso del tiempo, Bean tal vez no tendría que vivir sometido a los estúpidos.
Si esto era lo que Bean quería (¿y por qué no intentarlo, siempre y cuando no apareciera un objetivo más importante?), entonces tenía que aprender cómo tomaban los maestros sus decisiones respecto al mando. ¿Se basaba solamente en los resultados de clase? Bean lo dudaba. La Flota Internacional debía de tener a gente más lista que eso dirigiendo este colegio. El hecho de que tuvieran aquel juego de fantasía en cada consola sugería que buscaban también la personalidad. Carácter. En el fondo, sospechaba Bean, el carácter importaba más que la inteligencia. En la letanía de supervivencia de Bean (saber, pensar, escoger, actuar), la inteligencia sólo contaba en los tres primeros pasos, y era el factor decisivo sólo en el segundo. Los maestros eran conscientes de ello.
Tal vez debería jugar a ese juego, pensó.
Y luego: todavía no. Veamos qué pasa cuando no juego.
Al mismo tiempo, llegó a otra conclusión que ni siquiera sabía que le preocupaba. Hablaría con Bonzo Madrid.
Bonzo estaba en mitad de un juego de ordenador, y obviamente era de esa clase de persona que pensaba que cualquier cosa inesperada era una afrenta a su dignidad. Eso significaba que para que Bean consiguiera lo que quería, no podía aproximarse a Bonzo arrastrándose, como hacían los pelotas que lo rodeaban mientras jugaba, alabándolo incluso por sus estúpidos errores en el juego.
En cambio, Bean se acercó lo suficiente para ver que el personaje de Bonzo en la pantalla moría de nuevo.
—Señor Madrid, ¿puedo hablar con usted?
Le resultó bastante fácil recordar el español: había escuchado a Pablo de Noches hablar con otros inmigrantes en Rotterdam cuando venían a visitarlo a su apartamento, y por teléfono con los miembros de la familia allá en Valencia. Y usar la lengua materna de Bonzo tuvo el efecto deseado. No ignoró a Bean. Se volvió y lo miró.
—¿Qué quieres,
bichinho
? — El argot brasileño era habitual en la Escuela de Batalla, y al parecer Bonzo no sentía ninguna necesidad de afirmar la pureza de su español.
Bean lo miró a los ojos, aunque le doblaba en altura.
—La gente no para de decir que les recuerdo a Ender Wiggin, y eres la única persona por aquí que no parece adorarlo. Quiero saber la verdad.
Por la forma en que los otros niños guardaron silencio, Bean supo que había juzgado bien: era peligroso preguntarle a Bonzo por Ender Wiggin. Peligroso, pero por ese motivo Bean le había formulado la pregunta con sumo cuidado.
—Por supuesto que no adoro a ese comepedos traidor e insubordinado, pero ¿por qué tendría que hablarte de él?
—Porque a mí no me mentirás —respondió Bean, aunque pensaba que era obvio que Bonzo mintiera como un bellaco para parecer el héroe de lo que, sin duda, era la historia de su humillación a manos de Ender—. Y si la gente va a seguir comparándome con ese tipo, tengo que saber lo que es en realidad. No quiero que me desprecien porque lo hago todo mal. No me debes nada, pero cuando se es pequeño como yo, es preciso que alguien te diga qué hace falta saber para sobrevivir.
Bean no estaba seguro de qué argot emplear, pero lo que sabía, lo empleaba.
Uno de los otros niños intervino, como si Bean le hubiera escrito un guión y estuviera siguiendo un pie.
—Piérdete, novato. Bonzo Madrid no tiene tiempo para cambiar pañales.
Bean se volvió hacía él y le espetó con brusquedad:
—No puedo preguntarle a los profesores, porque no dicen la verdad. Si Bonzo no habla conmigo, ¿entonces quién? ¿Tú? No distingues un cero de un huevo.
Era puro Sargento, aquella expresión, y funcionó. Todos se rieron del niño que había intentado echarlo, y Bonzo también. Luego pasó una mano sobre el hombro de Bean.
—Te diré lo que sé, chico: ya era hora de que alguien quisiera saber la verdad sobre ese recto ambulante.
Se volvió al niño que Bean acababa de dejar en evidencia.
_ Será mejor que termines mi partida, es la única manera de que puedas llegar a ese nivel.
Bean apenas pudo creer que un comandante dijera una cosa tan ofensiva a uno de sus propios subordinados. Pero el niño se tragó la furia y sonrió; luego asintió y dijo:
—Muy bien, Bonzo.
Y se dirigió al juego, como le habían ordenado. Un verdadero capullo.
Por casualidad, Bonzo lo colocó justo delante del conducto de aire donde Bean se había quedado atascado hacía tan sólo unas horas. Bean no le dirigió más que una mirada.
—Déjame que te hable de Ender. Sólo le interesa aplastar al otro. No sólo ganar: tiene que derribar al otro tipo al suelo o no es feliz. Para él no hay reglas. Le das una orden clara, y actúa como si fuera a obedecerla, pero sí ve una forma de parecer bueno y lo único que tiene que hacer es desobedecer la orden, bueno, todo lo que puedo decir es que me da lástima quien pueda tenerlo en su escuadra.
—¿Era uno de los Salamandras?
El rostro de Bonzo enrojeció.
—Llevaba un uniforme con nuestros colores, su nombre estaba en mis filas, pero nunca fue un Salamandra. En el momento en que lo vi, supe que era problemático. Esa expresión de seguridad en la mirada, como si pensara que toda la Escuela de Batalla fuera sólo un sitio que habían hecho para que él caminara. No lo toleré. Lo inscribí en la lista de traslados en cuanto apareció y me negué a que practicara con nosotros. Sabía que aprendería todo nuestro sistema, y que entonces se lo llevaría a otra escuadra y emplearía lo que hubiera aprendido de mí para cargarse a mi escuadra lo más rápido posible. ¡No soy imbécil!
Por la experiencia que tenía Bean, ésa era una frase que nunca se decía excepto para demostrar su inexactitud.
—Así que no seguía las órdenes.
Es más que eso. Va llorándole a los profesores diciendo que no le dejo practicar, aunque saben que lo he inscrito en la lista de traslados, pero lloriquea y le dejan entrar en la sala de batalla durante el tiempo libre y practicar solo. El problema es que empieza a reclutar niños de su grupo de novatos y luego a niños de otras escuadras, y todos van como si él fuera su comandante, haciendo lo que les dice.
Eso nos jodió de veras a un montón de gente. Y los maestros siempre le dan a ese cabroncete todo lo que quiere, así que cuando los comandantes
exigimos
que prohíban a nuestros soldados practicar con él, nos dicen «El tiempo libre es
libre
», pero todo es parte del juego, ¿sabes? Todo, así que le dejan hacer trampas, y todos los soldados de pena, y los pelotas hijos de puta van con Ender a practicar en su tiempo libre de modo que incluso el sistema de cada escuadra está comprometido, ¿sabes? Planeas tu estrategia para un juego y nunca sabes si tus planes no se cuentan a un soldado de la escuadra enemiga en el momento en que salen de tu boca, ¿sabes?
Sabes, sabes, sabes. Bean quiso hacerlo callar. Sí, sé, pero no podía mostrarse impaciente con Bonzo. Además, todo eso era fascinante. Bean empezaba a imaginar cómo este juego de escuadras daba forma a la vida de la Escuela de Batalla. Brindaba a los maestros la oportunidad de ver no sólo cómo los niños manejaban el don de mando, sino también cómo respondían a comandantes incompetentes como Bonzo. Al parecer, había decidido convertir a Ender en el chivo expiatorio de su escuadra, sólo que Ender rehusó aceptarlo. Este Ender Wiggin era el tipo de niño que entendía que los profesores lo dirigían todo y los utilizaban mediante aquella sala de prácticas. No les pidió que lograran que Bonzo dejara de molestarlo, sino una alternativa para entrenar solo. Inteligente. A los profesores les había encantado, y Bonzo no podía hacer nada al respecto.
¿O sí?
—¿Qué hiciste al respecto?
—Es lo que vamos a hacer. Estoy harto. Si los maestros no lo detienen, alguien tendrá que hacerlo, ¿no? — Bonzo sonrió con picardía—. Así que yo, si fuera tú, me alejaría de las prácticas en tiempo libre de Ender Wiggin.
—¿Es de verdad el número uno en las puntuaciones?
—El número uno en mierda —soltó Bonzo—. Es el último en lealtad. No hay ningún comandante que lo quiera en su escuadra.
—Gracias —dijo Bean—. Sólo que ahora me molesta que la gente diga que soy como él.
—Sólo porque eres pequeño. Lo nombraron soldado cuando todavía era demasiado joven. No dejes que te hagan eso y no tendrás problemas, ¿sabes?
—Ahora sé —respondió Bean, y le ofreció a Bonzo su mejor sonrisa.
Bonzo le devolvió la sonrisa y le dio una palmada en el hombro.
—Lo harás bien. Cuando seas lo bastante grande, si no me he graduado todavía, tal vez estés con los Salamandras.
Si te dejan al mando de una escuadra otro día más, es porque los otros estudiantes pueden sacar mejor partido recibiendo órdenes de un idiota de mayor graduación.
—No voy a ser soldado durante mucho tiempo —comentó Bean.
—Trabaja duro. Merece la pena.
Le volvió a dar una palmada en los hombros, y luego se marchó con una gran sonrisa en la cara. Orgulloso de haber ayudado a un niño pequeño. Alegre de haber convencido a alguien de su propia versión retorcida de sus relaciones con Ender Wiggin, quien obviamente era más listo tirándose pedos que Bonzo hablando.
Estaba, además, aquella amenaza de violencia contra los niños que practicaran con Ender Wiggin en su tiempo libre. Era bueno saberlo. Bean tendría que decidir ahora qué hacer con esa información. ¿Avisaba a Ender? ¿A los profesores? ¿No decía nada? ¿Se mantenía alerta?
El tiempo libre terminó. La sala de juegos quedó despejada cuando todo el mundo se dirigió a sus barracones para estudiar, cada uno por su cuenta. Entonces sobrevenía un espacio de tiempo tranquilo. Sin embargo, la mayor parte de los novatos del grupo de Bean no tenían nada que estudiar: todavía no habían recibido clase alguna. Así que por esa noche estudiar significaba jugar al juego de fantasía en sus consolas y alardear con los demás para establecer su posición. Las consolas de todos se iluminaron cuando les sugirieron de que podrían escribir cartas a sus familias en casa. Algunos de los niños decidieron hacerlo. Y, sin duda, todos asumieron que eso era lo que Bean hacía.
Pero no era así. Firmó en su primera consola como Poke y descubrió que, como sospechaba, no importaba qué consola usaba; era el nombre y la contraseña lo que lo determinaban todo. No tendría que sacar aquella segunda consola de su taquilla. Usó la identidad de Poke para escribir una entrada en su diario. No era algo raro: «diario» era una de las opciones de la pantalla.