—¿Qué hay de mí ducha?
—¿Qué ocurre? ¿De repente te preocupa la higiene?
Bean esperó la reprimenda por robar contraseñas. Sin embargo, Dimak se sentó a su lado en un camastro junto a la puerta y le formuló preguntas mucho más generales.
—¿Cómo te va por aquí?
—Bien.
—Sé que tus puntuaciones en las pruebas son satisfactorias, pero me preocupa que no estés haciendo muchos amigos.
—Tengo un montón de amigos.
—Quieres decir que conoces el nombre de un montón de gente y no te peleas con nadie.
Bean se encogió de hombros. No le gustaban estas preguntas más de lo que le habría gustado que le preguntaran cómo utilizaba su ordenador.
—Bean, el sistema que empleamos fue diseñado por un motivo. Consideramos varios factores cuando hemos de tomar nuestras decisiones referidas a las dotes de mando de los estudiantes. El trabajo en clase es una parte importante. Pero también lo es el liderazgo.
—Todo el mundo aquí está plenamente capacitado para liderar, ¿no?
Dimak se echó a reír.
—Bueno, es cierto, pero no podéis ser líderes todos a la vez.
—Tengo la altura de un niño de tres años —constató Bean—. No creo que muchos niños estén ansiosos por empezar a saludarme.
—Pero podrías estar construyendo tu círculo de amistades. Los otros niños lo hacen. Tú no.
—Supongo que no tengo lo que hace falta para ser comandante.
Dimak alzó una ceja.
—¿Tratas de decirme que quieres que te despidan?
—¿Acaso mis puntuaciones sugieren que tengo intención de suspender?
—¿Qué es lo que quieres? — preguntó Dimak—. No juegas con la consola, como los otros niños. Tu programa de ejercicios es extraño, aunque sabes que el programa estándar está diseñado para fortaleceros para la sala de batalla. ¿Significa eso que tampoco pretendes jugar a ese juego? Porque si eso es lo que pretendes, se te expulsará de verdad. Es el principal medio de que disponemos para evaluar las dotes de mando. Por eso toda la vida de la escuela gira alrededor de las escuadras.
—Lo haré bien en la sala de batalla —aseguró Bean.
—Si piensas que puedes hacerlo sin preparación, te equivocas. Una mente rápida no puede sustituir a un cuerpo fuerte y ágil. No tienes ni idea de las condiciones físicas que se exigen en la sala de batalla.
—Me atendré a las tablas gimnásticas estándar, señor,
Dimak se echó hacia atrás y cerró los ojos con un pequeño suspiro.
—Vaya, sí que eres obediente, ¿no?
—Intento serlo, señor.
—Eso es una mentira como una casa —dijo Dimak.
—¿Señor?
Estoy perdido, pensó Bean.
—Si dedicaras a hacer amigos la energía que dedicas a ocultar cosas a los profesores, serías el chico más querido de la escuela.
—Ese es Ender Wiggin, señor.
—¿Y crees que no hemos notado lo mucho que te obsesiona Wiggin?
—¿Que me obsesiona?
Bean nunca había vuelto a preguntar por él después del primer día. Nunca participaba en las charlas sobre las calificaciones. Nunca visitaba la sala de batalla durante las sesiones de práctica de Ender.
Oh. Qué error tan obvio. Estúpido.
—Eres el único novato que ha evitado por completo ver siquiera a Ender Wiggin. Conoces tan bien su horario que nunca estás en la misma sala que él. Eso requiere un verdadero esfuerzo.
—Soy un novato, señor. Él está en una escuadra.
—No te hagas el tonto, Bean. Esto es sólo una excusa.
Decir una mentira inútil y obvia, esa era la regla.
—Todo el mundo me compara constantemente con Ender, porque cuando vine aquí era muy pequeño, y bajito. Quería ser yo mismo.
—Esta te la dejaré pasar por ahora, porque hay un límite en la mierda en la que quiero que chapotees —soltó Dimak.
Pero al decir lo que había dicho sobre Ender, Bean se preguntó si no podría ser cierto. ¿Por qué no debería él experimentar un sentimiento normal, como los celos? No era una máquina. Así que le ofendió un poco el hecho de que Dimak asumiera que tenía que haber algo más sutil. Que Bean mentía no importaba lo que dijera.
—Dime por qué te niegas a jugar al juego de fantasía.
—Me parece aburrido y estúpido —dijo Bean, sincero por una vez.
—No me lo trago. Para empezar, no es aburrido y estúpido para ningún otro niño de la Escuela de Batalla. De hecho, el juego se adapta a tus intereses.
No tengo ninguna duda de eso, pensó Bean.
—Es pura inventiva —dijo—. Nada es real.
—Deja de esconderte un segundo, ¿quieres? —exclamó Dimak—. Sabes perfectamente que utilizamos el juego para analizar la personalidad, y por eso te niegas a jugar.
—Creo que ya han analizado mi personalidad de todas formas —dijo Bean.
—No te rindes nunca, ¿eh?
Bean no dijo nada. No había nada que decir.
—He estado mirando tu lista de lecturas —dijo Dimak—. ¿Vauban?
—¿Sí?
—¿Ingeniería de fortificaciones de la época de Luis XIV?
Bean asintió. Pensó en Vauban, en el modo en que sus estrategias se habían adaptado a la política financiera cada vez más precaria del rey. La defensa en profundidad había dado paso a una fina línea de defensas; se habían dejado de construir nuevas fortalezas y se dio preferencia a las que estaban mal ubicadas o eran innecesarias. La pobreza triunfó sobre la estrategia. Empezó a hablar sobre eso, pero Dimak lo interrumpió.
—Venga ya, Bean. ¿Por qué estás estudiando un tema que no tiene nada que ver con la guerra en el espacio?
Bean no tenía realmente una respuesta. Había estado trabajando en la historia de la estrategia desde Jenofontes y Alejandro hasta César y Maquiavelo. Vauban venía después. No había ningún plan: la mayoría de sus lecturas eran una tapadera para su trabajo informático clandestino. Pero ahora que Dimak se lo preguntaba, ¿qué tenían que ver, ciertamente, las fortificaciones del siglo diecisiete con la guerra en el espacio?
—No soy yo quien puso a Vauban en la biblioteca.
—Disponemos de todos los escritos militares que se encuentran en todas las bibliotecas de la flota. Nada más significativo que eso.
Bean se encogió de hombros.
—Te pasaste dos horas con Vauban.
—¿Y qué? Me pasé el mismo tiempo con Federico el Grande, y creo que no vamos a abrir zanjas en el campo, ni a pasar a bayoneta a todos los que rompan filas durante una avanzada.
—No leíste a Vauban, ¿verdad? — dijo Dimak—. Quiero saber qué estuviste haciendo.
—Leí a Vauban.
—¿Crees que no sabemos lo rápido que lees?
—Y también
pensé
en Vauban.
—Muy bien, pues, ¿en qué estuviste pensando?
—En lo que usted dijo. Cómo se aplica a la guerra en el espacio.
Con eso ganó un poco de tiempo. ¿Qué tiene que ver Vauban con la guerra en el espacio?
—Estoy esperando —insistió Dimak—. Muéstrame las reflexiones que te ocuparon dos horas ayer.
—Bueno, por supuesto, las fortificaciones no tienen lugar en el espacio —explicó Bean—. En el sentido tradicional, claro. Pero se pueden erigir otras edificaciones. Como las minifortalezas, donde dejas una fuerza de salida ante la fortificación principal. Además, se pueden estacionar escuadras de naves para interceptar a los cazas. Y se pueden emplazar barreras. Minas. Campos de material a la deriva que provoquen colisiones con las naves que se mueven a toda velocidad, frenándolas. Ese tipo de cosas.
Dimak asintió, pero no dijo nada.
Bean empezaba a calentar la discusión.
—El verdadero problema es que, al contrario que Vauban, sólo tenemos un único punto que defender: la Tierra, Y el enemigo no se limita a una dirección. Podría venir de cualquier parte. De todas partes a la vez. Así que nos encontramos con el problema clásico de la defensa, elevado al cubo. Cuanto más se desplieguen nuestras defensas, más debemos tener, y si tus recursos son limitados, pronto tienes más fortificaciones que las que puedes dotar. ¿De qué sirven las bases en las lunas de Júpiter, de Saturno o de Neptuno, cuando el enemigo no tiene que pasar por ellas en el plano de la elipse? Puede pasar de largo todas nuestras fortificaciones. Como Nimitz y MacArthur usaron el salto bidimensional de isla en isla contra la defensa en profundidad de los japoneses en la Segunda Guerra Mundial. Sólo que nuestro enemigo puede trabajar en tres dimensiones. Por tanto, no podemos mantener la defensa en profundidad. Nuestra única defensa es detectarlos pronto y componer una sola fuerza masiva.
Dimak asintió con un leve movimiento de cabeza. Su rostro no mostró ninguna expresión.
—Continúa.
¿Continuar? ¿No era suficiente para explicar dos horas de lectura?
—Bueno, entonces pensé que incluso eso estaba abocado al desastre, porque el enemigo es libre de dividir sus fuerzas. Así que, aunque interceptemos y derrotemos a noventa y nueve de cada cien escuadrones al ataque, sólo se precisa un escuadrón para causar una terrible devastación en la Tierra. Vimos cuánto territorio puede calcinar una sola nave cuando aparecieron por primera vez y empezaron a atacar China. Sólo con que llegaran diez naves en un solo día (y si se extienden lo suficiente, tendrían mucho más que un día), sería posible arrasar la mayoría de nuestros grandes centros de población. Todos nuestros huevos están en una sola cesta.
—Y sacaste todo eso de Vauban —concluyó Dimak.
Por fin. Al parecer, eso era suficiente para satisfacerlo.
—De pensar en Vauban, y también en el hecho que nuestro problema defensivo entraña una mayor dificultad.
—Bien —dijo Dimak—, ¿qué solución propones?
¿Solución? ¿Qué se creía Dimak que era él? ¡Estaba pensando en cómo controlar la situación allí en la Escuela de Batalla, no en cómo salvar al mundo!
—Creo que no hay ninguna solución —dijo Bean, para ganar tiempo otra vez. Pero, en cuanto lo dijo, empezó a creer que era cierto—. No tiene sentido intentar defender la Tierra. De hecho, a menos que tengan algún sistema defensivo que no conozcamos, como un medio de proteger todo un planeta con un escudo invisible, el enemigo es igual de vulnerable. Así que la única estrategia que tiene sentido es un ataque a gran escala. Enviar nuestra flota contra su mundo y destruirlo.
—¿Y si nuestras flotas se entrecruzan? — preguntó Dimak—. ¿Si destruimos nuestros mundos mutuamente y lo único que nos quedan son las naves?
—No —respondió Bean, la mente al galope—. No, si enviamos una flota inmediatamente después de la Segunda Guerra Insectora. Después de que la fuerza de choque de Mazer Rackham los derrotase, haría falta tiempo para que les llegara la noticia de su derrota. Así que construimos una flota lo más rápidamente posible y la lanzamos de inmediato contra su mundo. De esa forma, la noticia de su derrota les llega al mismo tiempo que nuestro devastador contraataque.
Dimak cerró los ojos.
—Y ahora nos lo dices.
—No —dijo Bean, como si de pronto comprendiera que tenía razón en todo—, Esa flota se ha enviado ya. Antes de que nadie de esta estación naciera, se envió.
—Una teoría interesante—reconoció Dimak—. Naturalmente, estás equivocado en todos los puntos.
—No, no lo estoy —replicó Bean. Sabía que no estaba equivocado, porque Dimak trataba de fingir que estaba tranquilo. El sudor le resbalaba por la frente. Bean había dado con algo importante, y Dimak lo sabía.
—Quiero decir que tu teoría es cierta, es difícil la defensa en el espacio. Pero por duro que sea, tenemos que seguir en ello, y por eso estáis vosotros aquí. En cuanto al hecho de una supuesta segunda flota enviada… la Segunda Guerra Insectora agotó los recursos de la humanidad, Bean. Hemos tardado todo este tiempo en conseguir de nuevo una flota de tamaño razonable. Y en lograr unas armas más eficaces para la siguiente batalla. Si aprendiste algo de Vauban, deberías haber descubierto que no se puede construir más de lo que tienes recursos para mantener. Además, presupones que sabemos dónde se halla el mundo del enemigo. Pero tu análisis es válido en cuanto has identificado la magnitud del problema al que nos enfrentamos.
Dimak se levantó del camastro.
—Es bueno saber que no pierdes todo el tiempo de estudio infiltrándote en el sistema informático —comentó.
Fue la última frase que pronunció antes de salir de los barracones.
Bean se levantó y regresó a su propio camastro, donde se vistió. Ya había pasado el momento de la ducha, y no importaba de todas formas. Porque sabía que había dado en el clavo, con lo que le había dicho a Dimak. La Segunda Guerra Insectora no había agotado los recursos de la humanidad, de eso estaba seguro. Los problemas para defender un planeta eran tan obvios que la Flota Internacional no podría haberlos pasado por alto, sobre todo después de haber estado a punto de perder una guerra. Sabían que tenían que atacar. Construyeron la flota. La lanzaron. Se perdió. Era inconcebible que no hubieran tomado ninguna otra medida.
Entonces, ¿para qué era toda esta tontería de la Escuela de Batalla? ¿Tenía razón Dimak en que simplemente era para construir la flota defensiva alrededor de la Tierra y así contrarrestar cualquier ataque enemigo que la flota invasora propia hubiera pasado por el camino?
Si eso era cierto, no habría ningún motivo para ocultarlo. Ningún motivo para mentir. De hecho, toda la propaganda en la Tierra estaba dirigida a transmitir a la gente lo vital que era prepararse para la siguiente invasión insectora. Así que Dimak no había hecho más que repetir la historia que la Flota Internacional contaba a todo el mundo en la Tierra desde hacía generaciones. Sin embargo, sudaba a chorros. Lo que sugería que la historia no era cierta.
La flota defensiva alrededor de la Tierra estaba ya completamente equipada, ése era el problema. El proceso normal de reclutamiento habría sido suficiente. La guerra defensiva no requería brillantez, sólo estar alerta. Detectar pronto, interceptar con cautela, proteger con la reserva apropiada. El éxito dependía no de la calidad del mando, sino de la cantidad de naves disponibles y la calidad de las armas. No había ninguna razón para que existiera la Escuela de Batalla: la Escuela de Batalla sólo tenía sentido en el contexto de una guerra ofensiva, una guerra donde las maniobras, las estrategias y las tácticas tendrían un papel importante. Pero la flota ofensiva ya se había marchado. Por lo que Bean sabía, la batalla ya se había librado hacía años y la F.I. esperaba la noticia para saber si habían ganado o perdido. Todo dependía de a cuántos años luz de distancia se encontraba el planeta natal de los insectores.